ARCHIVO del patrimonio inmaterial de NAVARRA

Arguedas

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  • Denominación oficial:
    Arguedas
  • Tipo de localidad:
    Municipio simple
  • Censo:
    2277 (2016)
  • Extensión:
    66.00 km2
  • Altitud:
    264 m.
  • Pamplona (distancia):
    80.00 Km



Zona no vascófona.

Linda con las Bardenas Reales por el N y E, con Tudela por el S y con Valtierra por el O. En su término se distinguen dos espacios morfológicos diferenciados: el campo, que es la llanura aluvial del Ebro (en torno a 270 m), irrigada, y el monte, de topografía accidentada y litología predominantemente yesífera y que culmina en la sierra del Yugo (El Cuerno, 498 m), orientada de NO a SE.

Clima

El clima es de tipo mediterráneo-continental: unos 14º C de temperatura media anual y entre 400 y 450 mm de precipitaciones caídas en unos 60 días, muy irregulares, y con verano seco; cierzo y bochorno son los vientos dominantes.

Flora

La aridez (alrededor de 780 mm de evapotranspiración potencial) se traduce en la vegetación natural, de tipo mediterráneo: los bosques quedan reducidos a las márgenes del Ebro y a los pinares de repoblación del monte; en el resto del terreno inculto predomina la garriga y aun la xeroestepa (romero, tomillo, aliaga, espliego, esparto, etc).

ARQUEOLOGÍA. En su término, en el lugar de El Castejón, se descubrió un asentamiento con restos estratificados desde la Edad del Hierro I hasta la época romana.

HISTORIA. Después de más de tres siglos y medio de implantación musulmana, el 5 de abril, viernes después de Pascua, del año 1084, el lugar cayó en manos cristianas mediante una audaz operación del rey Sancho Ramírez a través de la tierra de nadie de la Bardena. Significaba la primera ruptura del extremo occidental de la frontera pamplonesa, consolidada tiempo atrás por Sancho el Mayor; el año anterior se habían abierto otras brechas, en el frente aragonés por Ayerbe, y en el ribagorzano por Graus. Se trataba, en este caso, de guarnecer una atalaya de observación y vigilancia permanentes de la ribera tudelana. En la maniobra debieron de participar directamente, desde su «tenencia» de Peralta, el senior Fortún Sánchez de Huarte, y desde la de Sangüesa, Leioar o Leivar Iñiguez de Aibar. A ambos recompensó el rey (1086), reconociendo la ingenuidad de las casas que había hecho construir, tres el primero y dos el segundo; en cada caso con huerto y era y yugadas de tierras de cultivo, mas todas las viñas que se pudieran plantar, en las nuevas roturaciones.Se distinguen tres ámbitos en el espacio ya habitado, escalonados en altura, el del castillo, el de la iglesia y el de la villa. La ordenación social y jurídica del núcleo se verificó mediante fuero otorgado por el citado monarca (1092). Se conserva en traslado muy tardío, un texto quizá retocado, que, en todo caso, parece extrapolar a todos los repobladores, que como «usaticos novos», algunas de las facultades privativas del grupo nobiliario, como la libre disposición de bienes raíces, la limitación del servicio de hueste -con «pan de tres días»- y la exención de lezdas en todo el reino. También resulta desorbitada, en su presunto alcance general y excluyente la prerrogativa de talar para leña, carbón y madera, cazar, pastar y roturar a discreción en toda la Bardena. Lo cierto es que se conformó y debió de desarrollarse enseguida un núcleo de población solidario y de contorno preciso aunque de estructura social jerarquiza da hereditariamente, con una minoría privilegiada de nobles o infanzones, una masa de campesinos dependientes y, al menos desde la caída de Tudela (1119), cierto contingente de moros y judíos. De la iglesia local de San Esteban se hizo cargo por voluntad regia (1093) la abadía languedonciana de San Ponce de Torneras, regida por Frotardo, consejero máximo de Sancho Ramírez en asuntos religiosos; esta dependencia subsistió hasta que, en las alternativas de la guerra civil de mediados del siglo XV, la iglesia se instituyó en priorato, encomendado primero a Enrique, hijo del condestable Luis de Beaumont, y luego, por decisión de Juan 11(1461), a Pierres de Peralta, para vincularse en el siguiente siglo al marquesado de Falces.

La villa había sido desde un principio sede de una de las «tenencias» del reino, a cargo sucesivamente de los seniores Galindo Sánchez (1087), titular también de Sos, Iñigo Galíndez (1106) y Juan Díaz (1122); este último se pronunció de momento a favor de Ramiro II de Aragón, (1134), pero al cabo de unos meses debió de ponerse bajo la fidelidad del rey pamplonés García Ramírez. La presencia de Deus Aiuda, «tenente» igualmente de Sos, sugiere un nuevo y más largo paréntesis (1158-1177) de dominio aragonés; lo corrobora el privilegio de Alfonso II adjudicando a la villa (1177) el término de La Lima de los Aquilares y el Candebalo con el Yugo. La construcción por Sancho VII el Fuerte del castillo de Peñaflor sustrajo el disfrute de esta dehesa a los caballeros e infanzones, pero estos consiguieron que los jueces de «fuerzas» nombrados por Teobaldo II (1254) dictaran una sentencia reparadora. Años atrás se había suscrito (1221) con las villas vecinas de Valtierra y Cadreita una hermandad de seguridad mutua y de justa distribución de los regadíos («fuero de las aguas»). La desviación posterior de sus aguas por Puliera, en perjuicio de los cultivos de Murillo de Las Limas, deparó a los de Arguedas (1326) una sentencia reprobatoria del gobernador Pedro Ramón de Rabastenes.

La mayoría de villanos o labradores que, no obstante el fuero, eran de señorío realengo, debía en 1280 una pecha o «petición» anual de 105 cahices, 3 robos de trigo y otro tanto de cebada; la Corona percibía además otros 100 cahices de trigo por el monopolio del horno, más diversas cuantías por la lezda de la sal, los productos de las viñas y heredades directas del rey y las caloñas o multas judiciales; el concepto especial de la «escribanía de los judíos» devengó 17 sueldos y medio. El castillo lo tenía en «honor» Juan Sánchez de Cascante que recibió por ello 182 sueldos. Había ido adquiriendo bienes en el término la abadía de Leire, hacia 1100 y años inmediatos, por donaciones sucesivas de Sancha de Huarte y García Livariz, viuda e hijo respectivamente de los ya mencionados seniores, pioneros de la repoblación. También tuvieron heredades en los siglos siguientes los Hospitalarios de San Juan de Jerusalén y Santa María de Roncesvalles. Amparándose quizá en algunas de las cláusulas originales de la carta puebla -relativas sólo a los infanzones-, la villa intentó probablemente mejorar de rango, a tenor con su ascenso demográfico y económico del siglo XIII. Lo cierto es que se comprometió con la Junta de infanzones de Obanos y fue por ello multada colectivamente en 1314.

Aunque sus representantes fueron convocados excepcionalmente a Cortes (1402) por Carlos III, con motivo del juramento de la infanta y presunta heredera Juana, sólo dos siglos después alcanzaría la categoría de buena villa con asiento en las asambleas del reino (1608). En aquella primera fecha aún no se había recuperado de la crisis sufrida al hilo de las pestes, guerras y calamidades del siglo XIV.
En 1353 todavía sumaba 191 hogares, dos de ellos moros, pero en 1366 se han reducido a 120, incluidos los 12 hidalgos; otros trece años después Carlos II tuvo que acomodar la cuota de la «ayuda» a un vecindario de 30 fuegos solamente. Hacia mediados de la siguiente centuria había habido una recuperación hasta los 90 fuegos; con las guerras civiles se produjo, sin embargo, una nueva inflexión de la tasa por cuarteles, de 48 libras a 32 y. finalmente (1471), a 24. En cuanto a la pecha, Juan II (1433) condonó la del horno, una remesa anual de 100 cahices de trigo, a cambio de la explotación directa tanto del citado horno -a razón de un pan por cada 20- como del molino, salvando naturalmente del monopolio regio a los hidalgos; los vecinos debían entretener las aguas o acequias para el molino, pero podían aprovecharlas en el riego de sus heredades. El mismo soberano dio luego (1456) al canciller Martín de Peralta la villa y su castillo, con la pecha de «cristianos, moros y judíos», y la jurisdicción baja y mediana. El pueblo logró que renunciara (1491) a estos derechos judiciales Martín, hijo y heredero del canciller.

Por último, los reyes Catalina y Juan III reincorporaron la villa a la corona y le concedieron proponer una terna para la designación de alcalde. No prosperó el pleito interpuesto más tarde (1542) contra el patrimonial del rey por Fernando de Beaumont y su esposa Luisa de Peralta, que reivindicaban los derechos judiciales del lugar.En 1608, la villa obtuvo asiento en Cortes y en 1665 se le concedieron otros privilegios, entre ellos el de nueva forma de gobierno municipal, el disfrute de las Bardenas, como lo tenía Tudela, por cuyas gracias dio esta población 800 ducados.

A comienzos del siglo XIX regaba parte de sus tierras con las aguas del Aragón que tomaba por un canal en las inmediaciones de Milagro y pastaba en sus montes mucho ganado lanar; contaba fábricas de salitre, jabón y alfarería, hospital y una posada (eran dos en 1849). En esta fecha tenía también matadero, escuela de niños y otra de niñas. La ermita de la Virgen del Yugo era muy concurrida por los devotos. Se cultivaban cada año 6.000 robadas, quedando otras tantas en descanso. De aquéllas se destinaban 200 a legumbres, 100 a hortalizas y frutas y 40 a cáñamo y lino; había además 720 de viña, 140 de olivar, 2.000 de sotos y prados y más de 14.000 de pastos de monte.Se le calculaba una cosecha anual de 22.000 robos de trigo, 6.000 de cebada, 2.500 de avena y cantidades diversas de otros productos. Subsistía una fábrica de Jabón y la actividad alfarera. Había una fábrica de aguardiente, además de un molino de aceite, otro harinero, e industria doméstica de lienzos. Tenía buenas comunicaciones por la mejora de las carreteras que se efectuó desde el siglo XVIII.

Entrado el siglo XX, en los años 20, las actividades se habían diversificado; existían dos trujales para molturación de oliva, dos grandes bodegas y varias menores, dos grandes graneros y muchos pequeños, un pozo de hielo, fábrica de aguardientes, de chocolates, de gaseosas, dos de ladrillo y teja, seis hornos de cocer pan, un colegio privado de enseñanza elemental además de las dos escuelas municipales, el «auto-correo» que unía Valtierra y Milagro, fábrica de harinas, fonda, posada, dos cafés-casino, caja rural, comercios y una empresa de coches. A los antiguos cultivos se había sumado la remolacha azucarera. Contaba además con las profesiones y servicios que suponían la existencia de médico, practicante, veterinario, agrimensor, además de traficantes de ganadería, pieles, lanas y productos agrícolas. Por real orden de 5 de marzo de 1889, el hospital, que existía desde tiempos remotos y del que se sabe que en 1842 su Cabildo Eclesiástico pagaba al mismo un rédito de tres ducados, había pasado a depender de la Junta provincial de beneficencia y lo atendían las hermanas de la Caridad. La Virgen del Yugo continuaba absorbiendo la atención y devoción de extensas comarcas, como las villas de Valtierra, Mélida, Villafranca, Cadreita. Carcastillo, Milagro, Arquedas y el lugar de Murillo de Las Limas, que anualmente en diversas peregrinaciones o romerías acudían.

HERÁLDICA. Trae de plata y un castillo de plata almenado, donjonado de tres torres, la de en medio mayor, almenada de cuatro almenas, las laterales de tres y adjurado de plata entre dos pinos. Por timbre una corona abierta. En las vidrieras del palacio de la Diputación Foral el fondo del escudo es de gules, si bien la corona debe figurar como timbre. Ofrece la anomalía de figurar metal sobre metal, que contraviene las leves de la Heráldica.

CASA CONSISTORIAL. Construida en ladrillo, manifiesta dos estilos diferentes referenciados en los siglos XVI y XVIII. En los últimos años se han realizado en ella obras de restauración por importe de 39,6 millones, que han contado con ayudas del Gobierno de Navarra. Su Ayuntamiento está regido por alcalde y diez concejales.

PARROQUIA DE SAN ESTEBAN. En esta villa destaca como principal monumento la parroquia de San Esteban, edificio gótico-renacentista de mediados del siglo XVI, construido en ladrillo y decorado en yeso, según es típico de la Ribera del Ebro. Presenta nave única de dos amplios tramos, crucero destacado en planta y cabecera poligonal, todo ello cubierto por complejas bóvedas estrelladas de diseño variado y rico. Los nervios de estas arrancan de ménsulas platerescas con grutescos y se decoran en sus cruces a base de claves provistas de florones y medallones con cabezas.

En fechas recientes se ha ampliado la iglesia con dos capillas laterales de planta rectangular, localizadas por debajo de los brazos del crucero. La capilla del lado de la Epístola oculta una primitiva portada plateresca de yeso, concebida como arco de triunfo de medio punto entre pilastras, más frontón recto en el remate; estructuras que incluyen un friso de querubines y el busto del Padre Eterno, así como dos medallones en las enjutas, reservados a bustos masculinos de un personaje de edad y otro joven, seguramente padre e hijo, que son glorificados y elevados por sendos ángeles. También pertenece a la fábrica del siglo XVI una pequeña sacristía con bóveda estrellada como las de la iglesia, conectada con la cabecera por el lado de la Epístola. Detrás de ella se construyó una nueva barroca a finales del siglo XVII, de planta cuadrada con cúpula, que recibe una decoración de yeserías planas de ritmo mudéjar en sus trazados curvilíneos.

Al exterior, la parroquia se presenta como un gran bloque prismático con basamento de sillería y muros de ladrillo reforzados por contrafuertes de disposición diagonal en cabecera y pies. Su austeridad estructural se ve compensada por el decorativismo de los marcos moldurados de las ventanas y de los arquillos que se repiten en la galería de remate. Asimismo contribuye a la riqueza de estos exteriores una torre, también de ladrillo, situada a los pies, que se compone de un alto fuste liso del siglo XVI y de dos cuerpos cúbicos apilastrados del XVIII, lo mismo que su doble coronamiento octogonal. Preside el templo un monumental retablo mayor de estilo rococó de la segunda mitad del siglo XVIII, cuyo dorado se efectuó en 1789. Está elevado sobre un banco con grandes ménsulas, tiene un único cuerpo recorrido por un orden gigante de cuatro columnas estriadas en el que aparecen las tallas de San Miguel, San Esteban y Santiago, todas ellas contemporáneas del retablo, salvo la primera que data del siglo XVII. Con el altar mayor forman conjunto los colaterales del Corazón de Jesús y del Crucificado, este último con una tabla del titular fechable a fines del siglo XVI. Completan el ornato del templo los retablos de la Inmaculada y San Isidro, obras barrocas tempranas de hacia 1660-70 con columnas salomónicas y lienzos tenebristas de la época, próximos al taller de Vicente Berdusán. Mayor importancia tiene el retablo bajo renacentista de la capilla de la Virgen del Rosario que en sus dos cuerpos de columnas alberga pinturas sobre tabla de estilo manierista italianizante, todas ellas con historias marianas, realizadas hacia 1580-90 por dos maestros de calidad desigual, aunque pertenecientes a la escuela aragonesa, recordando uno de ellos el arte de Juan de Lumbier. Destacan las escenas del Nacimiento de la Virgen y la Presentación del Niño Jesús por sus preocupaciones pretenebristas.

En relación con las pinturas de este retablo están las del otro de la misma época, que se conserva en la sacristía del templo. También decora esta estancia una fuente rococó de alabastro, cuya traza repite prácticamente la de los retablos colaterales. En el tesoro parroquial sobresale un cáliz bajo renacentista del último cuarto del siglo XVI, labrado en plata dorada, con rica decoración de querubines y cartelas. A poca distancia de la parroquia se localiza la basílica de San Miguel, iglesia del siglo XVI con cabecera pentagonal cubierta por bóveda estrellada. En ella se aloja un retablo mayor con columnas salomónicas, de la segunda mitad del siglo XVII, que sirve de marco a una talla dieciochesca del titular.

BASÍLICA DE NUESTRA SEÑORA DEL YUGO. Fuera del casco urbano y en plena Bardena queda la basílica de Nuestra Señora del Yugo. Su alargada nave gótico-renacentista con tres tramos de bóvedas estrelladas fue construida a principios del siglo XVII por el arquitecto alavés de Arrese, mientras que el crucero barroco y su capilla mayor las edificó a partir de 1677 el maestro de Corella Pedro de Aguirre, empleando una cúpula elíptica para el tramo central y bóvedas de medio cañón para los- brazos y el presbiterio, todo ello con unos ornatos de yeserías que recuerdan a los de la sacristía de la parroquia. Contemporáneo del crucero es el camarín posterior, decorado en el siglo XVIII con pinturas al fresco de historias marianas fundamentalmente. La reforma barroca también afectó a la fachada principal, que en su mitad superior lleva un entramado de pilastras encuadrando una ventana central y dos nichos laterales, coronados por frontón recto. Este templo tiene un retablo mayor barroco de 1670-80 provisto de columnas salomónicas y rica decoración de hojarasca carnosa, que puede relacionarse con la obra de los entalladores tudelanos de la época. En él se venera la imagen de Nuestra Señora del Yugo, taila gótica de la segunda mitad del siglo XV con influencias flamencas, aunque muy restaurada.

ERMITAS. En el centro del pueblo se localiza la de San Miguel. Las de San Cristóbal, San Martín y San Juan Bautista ya han desaparecido.

ARQUITECTURA CIVIL. Sobre una roca que domina la población se conservan los restos de un castillo medieval con muros de aparejo en espina de pez. En el caserío de esta villa sobresalen algunos edificios de ladrillo, propios del valle del Ebro, especialmente el Ayuntamiento, que engloba construcciones de los siglos XVI y XVIII.

CASTILLO. De la antigua fortaleza que en época medieval dominaba la población, apenas queda algún vestigio. En 1286, siendo alcaide Juan Sánchez de Monteagudo, se limpiaba el pozo y se subía piedra para hacer reparaciones en los muros. En 1328 consta como alcaide Pedro Sánchez de Monteagudo. Carlos II confió la guarda en 1365 a Juan de San Martín, nombrándole también capitán de la villa, y aumentándole la retenencia de 4 a 6 libras y de 20 cahices a 30. Mandó al concejo obedecerle en asuntos de defensa, y al recibidor que visitase la fortaleza y la hiciese reparar en lo necesario. En 1367 nombró el mismo rey alcaide a Alamán de Saut, sargento de armas. Nuevas obras se llevaron a cabo en 1373, que fueron tasadas por el maestro moro Zalema Zaragozano. Por entonces se confió la guarda a Gonzalo Sánchez de Monteagudo. En 1379, tras la invasión castellana, Carlos II rebajó la tasa de fuegos de la villa, en atención a los gastos y esfuerzos de los vecinos en reconquistar y guardar el castillo. Cinco años más tarde mandó el rey reparar el muro y el aljibe, que no podía contener ni gota de agua. Una parte de la muralla que estaba a punto de caer se arregló en 1385, interviniendo mujeres en los trabajos. Era alcaide a la sazón Pedro de Zuasti, que sería confirmado en el puesto por Carlos III en 1387. En 1404 el castillo de Arguedas, con otros tres, fue empeñado al rey de Aragón, como garantía de la dote de la princesa doña Blanca, casada con el infante don Juan, duque de Atenas. El alcaide Pedro de Zuasti tuvo que prestar homenaje a Martín el Humano. Unos años después, en 1415 fue nombrado alcaide mosén Rodrigo de Uriz. En 1424 aparece Arnaut de Escároz, como lugarteniente de mosén Juan de Lacarra. En época ya de Juan II y doña Blanca, en 1431, los vecinos tomaron a su cargo las obras de los muros, que costaron 100 libras, compensándoles la reina con el tributo del horno de la villa. Era alcaide Johanicot de Suescun y lugarteniente Pedro Martínez de Palacio. En 1440 se repararon dos cantones de la torre contigua a la del homenaje, y un cantón de la puerta falsa. A la vez, se respaldaba de argamasa el muro de la parte de la villa. Realizó la obra el maestro Miguel de Sola por 12 florines, bajo la inspección de maestre Lope, supervisor de obras reales. En 1456 Juan II donó la villa y el castillo a mosén Martín de Peralta, canciller y merino de la Ribera, por los servicios que le hizo en la guerra contra el Príncipe, gastando más de 25.000 florines. La villa pleiteó en 1491 contra el hijo de mosén Martín a causa de la jurisdicción y el alcaidía de la fortaleza, que en 1516 sería demolida por orden del cardenal Cisneros, poco después de la conquista de Navarra por Fernando el Católico.