ARCHIVO del patrimonio inmaterial de NAVARRA

Tafalla

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  • Denominación oficial:
    Tafalla
  • Censo:
    11.201
  • Extensión:
    98.00 km2
  • Altitud:
    421 m.
  • Pamplona (distancia):
    35.00 Km


Páginas

Su término limita al N con Artajona, Pueyo y el Distrito de Leoz, al E con San Martín de Unx, al S con Olite y Falces y al O con Miranda de Arga, Berbinzana y Larraga. De N a S se distinguen en su término tres unidades diferenciadas: El flanco S del anticlinal de Barásoain, modelado por erosión diferencial de las arcillas y areniscas oligocénicas y miocénicas en una serie de crestas (500-650 m) con buzamiento hacia el N separadas por valles ortoclinales; diapírico de Tafalla, acompañado de cabalgamiento hacia el S fuertemente erosionado y en cuyo eje afloran los yesos oligocénicos; y el somontano o piedemonte meridional (400-470 m) en el que se conservan, escalonados a partir de la llanura de inundación del Cidacos, que atraviesa el municipio de N a S, hasta cuatro niveles de terrazas fluviales.

Comunicaciones: Situado en la carretera general N-121, Pamplona-Tudela.

HERÁLDICA MUNICIPAL. El escudo actual trae de azur y un castillo de oro de tres torres la de en medio mayor, con dos puertas, la central mayor y en ella un guerrero armado. Bordura de gules con ¡as cadenas del reino de oro. Se inspira en el antiguo sello céreo cuyo troquel se conserva en el Archivo Municipal. Figura un castillo almenado de tres torres, la de en medio mayor y en su puerta un guerrero armado de lanza, como consta en un documento de 1309 y la leyenda: sigilum: concilii: de: Tafaylla. A partir del siglo XVI se labraron los escudos de las villas, siendo el más antiguo conservado en Tafalla de 1661 y se encuentra en la escalera principal del Ayuntamiento: tiene las cadenas de Navarra por orla, tres torres con tres puertas, la de en medio mayor y en ella un personaje vestido a la usanza de la corte con una lanza que sale de la puerta, debajo del cual dice tubal. Sobre el escudo la corona real. En la fachada de la iglesia de los P. Escolapios, antiguo convento de capuchinos fundado en 1694, hay otro escudo en el que las cadenas están por orla, una torre coronada por dos torrecillas almenadas, con una puerta y en ella un guerrero con lanza. Sobre la torre San Sebastián y por timbre una corona real. En el blasón pintado en el salón de sesiones del Ayuntamiento, salvo alguna ligera modificación es igual, pero con la leyenda de Tubal. Coronando el frontispicio del Ayuntamiento existe otra reproducción del escudo, labrado en 1895, que tiene las cadenas de Navarra por orla, una gran torre almenada con dos torrecillas sobre ella y en la puerta un guerrero. Sobre el escudo una estatuilla representando a San Sebastián y sobre el todo una corona real. Se inspira en el que figura en la fachada de los P. Escolapios.

El motivo ornamental de las cadenas es posterior al medievo, como se puede advertir en otros escudos navarros de villas. La leyenda Tubal figura desde el principio en el escudo y alude al mito bien conocido ya en el siglo XVI por Esteban de Garibay y Zamalloa y que hace alusión a la fundación de diferentes poblaciones del País Vasco por Tubal, entre otras Tafalla y Tudela. 

CASA CONSISTORIAL. Está levantada toda ella en piedra, integrada en el frente de la Plaza Nueva. Plaza de los Fueros o Plaza de D. Francisco de Navarra, construida en 1860. En su cuerpo bajo tiene una galería de arcadas y corona el edificio en frontón. Sus sedes anteriores estuvieron en el casco antiguo de la ciudad. El ayuntamiento está regido por alcalde y doce concejales. 

ARQUEOLOGÍA. En su término se han hallado útiles pulimentados de la Edad del Bronce, así como un conjunto de monedas ibero romanas de bascunes.

HISTORIA. Una variante gráfica de su nombre en algún documento del siglo XI, «Altafaylla», sugirió a ciertos eruditos un posible origen árabe de la población. Ésta habría nacido a partir de una fortaleza alzada por las autoridades musulmanas de la frontera superior para vigilar de cerca, desde el actual cerro de Santa Lucía, los accesos del territorio cristiano de Pamplona en los siglos VIII y IX. Con base asimismo Toponímica, una reciente teoría asocia el lugar con una hipotética colonia militar tardo-antigua. Como en diferentes puntos de Aquitania, se habría instalado allí un grupo de «taifales», gentes afines a los jinetes sármatas de las estepas de Rusia meridional. Sería un asentamiento de guerreros campesinos al servicio del imperio romano en el siglo IV, o bien una pequeña banda descolgada del torbellino de pueblos que, como los alanos, irrumpieron en Hispania con los vándalos y suevos a través del Pirineo occidental el año 409. En todo caso, sólo se sabe con cierta seguridad que «Tafalya» fue uno de los poblados del naciente reino pamplonés arrasados en sus expediciones por Abd al-Rahman III (años 924 y 937). Figura luego entre la constelación de «mandaciones» y villas dadas en arras a la reina Estefanía (1040) por García Sánchez III el de Nájera; y en sus cercanías rechazó este mismo monarca a su hermano Ramiro I de Aragón en la llamada «arrancada de Tafalla» (1043). Constituía ya entonces el centro de uno de los distritos o «tenencias» de la monarquía. Estuvo a cargo sucesivamente de los seniores Ariol Sánchez (1040), Sancho Fortuñones (1047), Jimeno Aznárez (1055), Lope Garcés (1076). el «conde» Sancho Sánchez (1093), Íñigo Fortuñones (1117), Lope Íñiguez (1135), Jimeno Aznárez (1143). Un diploma, sin duda viciado, atribuye al rey Sancho Ramírez una temprana elevación social de los pobladores mediante un fuero que, en premio a sus servicios, los había declarado ingenuos y libres de toda pecha o carga servil (inienuatos de toto in toto). Más fiables resultan las cláusulas del fuero de Sancho VI el Sabio (1157). Confirmado y revisado en lengua romance por Teobaldo II (6.2.1256), tiene como destinatarios a los «labradores» de aquella villa de señorío realengo, delimita las «corseras» de su término, resuelve determinados supuestos procesales y penas y autoriza el aprovechamiento gratuito de yerbas entre los ríos Arga y Aragón. Sancho VII el Fuerte había actualizado a su vez, por fuero (marzo 1206) la pecha anual de aquella ya importante colectividad de labriegos y pastores cifrándola en 400 cahíces de trigo, otros tantos de cebada y 600 sueldos por el valor de 400 carneros; debían proporcionar además para las «labores» de conservación del castillo y cultivo de la reserva de heredades regias en el término. Teobaldo I convirtió estas últimas prestaciones agrícolas en un censo anual de 1.400 sueldos (18.4.1245) a título de arrendamiento. La cuantía de tales derechos señoriales revela un notorio desarrollo demográfico. Al núcleo originario de la parroquia de Santa María se había yuxtapuesto ya en el siglo XII un ensanche, aludido en el fuero de Sancho VII el Fuerte como «villa nueva» e identificable, al parecer, con la parroquia de San Pedro. Este monarca disponía del «palacio» o mansión llamado luego de La Sosierra, junto a la capilla de San Nicolás, al pie del castillo tenido aquellos años en honor por miembros de los ilustres linajes de Oriz, Baztán, Lehet y Subiza sucesivamente. Enmarcada desde el reinado de Teobaldo I en la merindad de la Ribera, la villa alcanzó sin duda en aquel período su óptimo poblacional hasta el siglo XIX. Contaba en 1330 con 824 cabezas de familia, 70 de ellas catalogadas como «pejugaleros» de modesta posición económica. Sus preocupaciones comunes se centraban, por lo visto, en el aprovechamiento de las aguas del Cidacos, reguladas por dos presas, la de Juan Álmoravid y la del molino, mas una «filia» que beneficiaba los predios conservados todavía por la Corona. Había pleitos sobre riegos, con Olite por ejemplo en 1308. Se aprovechó la oportunidad de comprar los turnos correspondientes a Caparroso (1325). No eran raros, por lo demás, los abusos de algunos oficiales regios, sobre todo en la liquidación de pechas en especie y la exigencia de prestaciones personales; contra ellos se protestó con éxito ante Luis el Hutín (1307), el gobernador Alfonso de Robray (1316) y Carlos I el Calvo (1325). El concejo acordaba a su vez sus propias ordenanzas, como en 1309, para la recta explotación de mieses, árboles frutales, pastos, leña y materiales de construcción, la calidad de las carnes, la salubridad y el orden vecinal, incluso la moderación en los fúnebres lamentos de las plañideras.

La gran peste negra de 1348 redujo el vecindario a una quinta parte, una incidencia mayor aún que la sufrida por las cercanas villas de Artajona, Olite y Larraga. Quedaban en 1366 solamente 20 hogares hidalgos y 130 labradores; entre ellos había algunos artesanos, como un carnicero, un costurero, un zapatero, un herrero, un arquero y varios «roderos», mas un notario. Y la minoría judía sumaba diez familias, por cuyas cartas de crédito se habían venido liquidando las oportunas tasas regias de «escribanía». A la espiral de epidemias, escasez de mano de obra y penuria se añadirían un siglo después los apremios y estragos de la guerra civil. Para paliar probablemente algunos efectos de la crisis económica, Carlos II autorizó la roturación de La Sarda, El Saso y Candaraiz (1367). Al suprimir los derechos del chapitel, su sucesor permitió la libre comercialización de granos (1387); el propio Carlos III concedió a la villa la facultad de celebrar una feria desde dos fechas antes de San Sebastián durante cinco días (1418). que más adelante serían prolongados a nueve (1468). Era obligada, sin embargo, una corrección de las cargas comunes fijas, calculadas en su día para una población más numerosa y próspera: incluso el tributo variable por «cuarteles» tuvo que tasarse (1425) sobre la cifra convencional de 100 fuegos en vez de la real de 180. Como en casos análogos, se hizo tabla rasa en el régimen de señorío tradicional, elevando la condición social de la mayoría de vecinos, todavía «labradores» (1423). Se les declaró colectivamente «francos y ruanos» conforme al fuero del burgo de San Martín de Estella, con el derecho de celebrar mercado los jueves. Quedaban, pues, abolidas las antiguas pechas y prestaciones. La villa debía abonar, sin embargo, en concepto de censo la suma anual de 813 libras, ajustada dos años después a la devaluada moneda en curso. Ascendía, al mismo tiempo, al rango de «buena villa» con asiento en las Cortes del reino y dotada de alcalde y preboste particulares. Pero la trama concejil acusó enseguida los efectos, sin duda perturbadores, de la persistencia de una minoría de vecinos hidalgos. Después de ensayarse un complejo procedimiento de rotación en el cargo de alcalde y una duplicidad de estatutos jurídicos (1425), Juan II acabó declarando francos sin más a todos los pobladores, sujetos a un único cuerpo de derecho, el polivalente «Fuero general». Incluida, entre tanto, en la nueva merindad de Olite (1407), Tafalla debía ser, sin embargo sede del merino. El monarca decidió poco después (hacia 1417), edificarse en la villa una nueva mansión de recreo, al abrigo de la muralla que, comenzada por Carlos II, había hecho completar el propio Carlos III. Permutó el antiguo palacio la «Centena» de Sosierra por casas y solares de su secretario Simón de Navar en la «centena» de San Juan (1419) y en poco tiempo se alzó una réplica todavía mayor del majestuoso palacio de Olite. La nueva sede regia iba a servir de prisión al príncipe Carlos de Viana a raíz de su derrota en los campos de Aibar (23.10.1451). Más adelante la ocuparía con marcada predilección la princesa Leonor. Con la guerra civil y sus secuelas se habían prolongado las dificultades económicas de la villa. Juan II eximió por ello de todo tributo tanto los negocios de la feria anual como los del mercado autorizado ahora el primero y el último martes de cada mes (1473). Los reyes Catalina y Juan III rebajaron a su vez en 25 libras las 75 que correspondían a la villa por cada cuartel «moderado» (1494). La princesa Leonor había fundado (1468) un convento de Franciscanos sobre el solar de la antigua iglesia de San Andrés; no sin resistencias le agregó (1479) la cercana capilla de San Sebastián (construida en 1422). lo eligió como panteón y a él fueron trasladados, en efecto, sus restos desde Tudela. La reducción del número de beneficiados a finales del siglo XV revela la lentitud del proceso de recuperación de la villa. Los esplendores arquitectónicos y áulicos no traducen la prosa de un marasmo social realmente pertinaz. A mediados de! siglo XVI apenas se había rebasado la mitad del número de vecinos registrados en 1330. Con todo, las Cortes del reino aún celebraron allí tres de sus sesiones (1519, 1531, 1536), una distinción atribuible al prestigio y las dimensiones del palacio regio que había contribuido a colmar una buena parte del vacío intramural de la antigua villa de modestos labradores, ahora buena villa de francos que un buen día tendrían a gala comprar (1636) el codiciado título de ciudad.

Tenía un hospital (1595). La feria de febrero era concurrida por castellanos, aragoneses y valencianos, que llevaban telas, antes, suelas, ganado mular y especias. Continuaba además el mercado de cada martes, establecido en 1473. Debido a la salubridad de su clima en repetidas ocasiones, cuando había epidemias en Pamplona, se trasladaron a ella los tribunales del reino. A fines del siglo XVIII las cosechas eran sobre todo de trigo, cebada, avena, vino, aceite, frutas y hortalizas, y había además ganado lanar, cabrío, mular y vacuno, por este orden de importancia. Durante la guerra de la Independencia, sus murallas y su proximidad a Pamplona la convirtieron en plaza importante, que los franceses se apresuraron a ocupar (1808) y fortificar (1809). Cruchaga en 1811 y Espoz y Mina en 1812 y 1813 penetraron en ella, el último y en la última fecha de manera definitiva, tras un asedio en el que el guerrillero navarro ordenó bombardear la ciudad, destruyendo las fortificaciones del convento de San Fran¡cisco y los últimos restos del que fuera palacio de los reyes de Navarra. Un papel semejante -de antesala principal de Pamplona- desempeñaría Tafalla durante las guerras carlistas. Durante la primera, los gobernantes liberales de la región consideraron más seguro emplazar aquí la cabecera del partido judicial (1836) que tenía Olite y así quedó definitivamente. La economía siguió respondiendo a las mismas características, agrícola ante todo. Mediado el siglo las producciones dominantes, aparte del progreso de la patata, eran las mismas. Si en 1802 la industria se reducía a cinco molinos harineros, tres aceiteros y dos tenerías (fábricas de curtidos), eran tres, cuatro y cinco respectivamente en 1849. El comercio se reducía a la importación de cereales y telas y a la exportación de los frutos sobrantes. En los dos últimos tercios del siglo se dieron los pasos necesarios para dotar a la ciudad de los servicios urbanos modernos: se instaló alumbrado público con faroles de petróleo (1843), se establecieron los serenos (1846), se abrió la Plaza Nueva (1856-1860) a iniciativa de Nazario Carriquiri -formulada ya en 1846-; se inauguró el ferrocarril que une Pamplona y el Ebro (1860), el telégrafo (1862); se abrió en 1866 el puente que salva el Cidacos para enlazar la estación y la ciudad, ensanchando así las posibilidades de crecimiento urbano futuro y se instaló años después el tendido eléctrico (1895). Fue durante unos años sede de una efímera Audiencia criminal (1882-1892), que comprendía también los partidos de Tudela y Estella. Entre los últimos años del siglo XIX y los primeros del XX se habían abierto los Casinos Español y Nuevo, se habían organizado líneas de autobuses permanentes a Sangüesa, Estella, Miranda y Lerín, y se habían instalado las hijas de la Cruz y los escolapios, que regían sendos centros de enseñanza El desenvolvimiento vitícola de la segunda mitad del XIX y el desarrollo general de la agricultura navarra habían comenzado a cambiar, por fin, su estructura económica para dotarla de actividades industriales anejas a una agricultura en pleno despegue: hacia 1920 había tres molinos harineros, dos fábricas de harinas con motores eléctricos, fábricas de aguardientes y de alcoholes, tejería mecánica, fábricas de camas de hierro y yesos, depósitos y talleres de reparación de maquinaria agrícola, construcción de carruajes, molinos de aceite, cubas, pipas y barriles para vinos, gaseosas, hielo, curtidos, calzado de cuero y alpargatas, jabones, velas, chocolates, electricidad y pastas de sopa.

Aquí se había construido, en 1902, la que puede considerarse primera Caja rural de Navarra, por empeño de Atanasio Mutuberría. De 1917 y de un impulso cercano al anterior surgiría la Cooperativa Vinícola. En Tafalla, Olite y otras poblaciones del entorno (San Martín, Beire) se centró desde finales del s.XIX la lucha inicial para la recuperación de las corralizas. 

HOSPITALES. En la historia de Tafalla pueden contabilizarse tres Hospitales.

ANTIGUO HOSPITAL DE SANTA CATALINA. No se sabe la fecha de su fundación pero en el año 1425 se denominaba ya de Santa Catalina. Una cédula Real de 28 de octubre de 1438, ordenó a Gonzalo de Arnero y a su mujer María, a la sazón hospitaleros de Santa Catalina de Tafalla, la entrega de unos 28 robos de trigo del año a los pobres del Hospital. Estaba situado en la Plaza de la Picota, más tarde denominada del Mercado, en el número 1. También se sabe a través de una Cédula de la Infanta Leonor, que el Rey Carlos III el Noble concedió un solar con habitaciones del palacio propio, para que se ampliara el Hospital.

HOSPITAL DE LA COFRADÍA DE LA CARIDAD. El 17 de abril de 1695 se reunieron en la Basílica de San Juan de Tafalla gran número de vecinos para deliberar sobre la construcción de un Hospital. Se fundó la Cofradía de Nuestra Señora de la Caridad, tomando el acuerdo de instalar el Hospital en la misma Casa-Hospital que tenía la Cofradía de Santa Catalina, previa cesión de la misma. El 20 de marzo de 1696 se aprobaron las constituciones y en el año 1825 se autorizó a la Junta Gubernativa del Hospital de Nuestra Señora de la Caridad, el establecimiento de las Hijas de la Caridad al cuidado de los enfermos.

NUEVO HOSPITAL DE TAFALLA. Se halla ubicado a la salida de la ciudad, en la carretera de Tafalla a Zaragoza. Se comenzó a construir en el año 1912 por iniciativa de Ricardo Jiménez, párroco de Santa María, en un terreno donado por Asunción Cortes. Se iniciaron las obras bajo la dirección del arquitecto Emiliano Iráizoz. Los gastos iniciales fueron sufragados con limosnas de los vecinos, así como con el trabajo personal de aquéllos que no disponían de patrimonio suficiente. Por falta de medios económicos, la construcción quedó suspendida hasta 1921, fecha en que Concepción Benítez de Beiztegui donó 100.000 pesetas, que hicieron posible la financiación de las obras en el curso de ese mismo año. Se realizó el traslado el 1 de marzo de 1922 y el 29 de junio del mismo año tuvo lugar la solemne inauguración del mismo.

PERSONAJES ILUSTRES. La ciudad cuenta con bastantes nombres ilustres, en el siglo XVII el caballero José de Arbizu, el conquistador Melchor Meneos y Medrano, el marino Carlos Martín de Meneos, el jesuita Miguel de Esparza, el canonista Esteban de Tafalla, el teólogo Cristóbal de la Vega, el poeta Miguel de Dicastillo y seguramente su amigo Gabriel de Meneos; en el XVIII, los políticos Juan del Villar y Gutiérrez y Pedro de Jordán, el secretario Baltasar Husa y Vides, el militar José Ferriz y Peralta, Luis Cruzat y Diez de Ulzurrun, los también militares Manuel y Agustín Iribas Berico, el coronel Ambrosio de Olóriz y Arbiol, el caballero José Antonio de Tiebas, Sebastián Eusa y Torreblanca, el noble Sebastián Bonz y Leoz, el obispo Bernardo Zazpe y Agorreta, el latinista Antonio Felices, el teólogo Inocencio de San Andrés, el predicador Pedro de Calatayud, el historiador Joaquín de la Santísima Trinidad, el médico v religioso Andrés de Tafalla; en el XIX el militar Sebastián de Olóriz, el ministro Florencio García Goyena, el político Jenaro Pérez Moso; en nuestro siglo, el escritor José María Azcona Díaz de Rada, José Cortés y Caparroso; Juan de Valdomira; Francisco de Eraso; José de Tafalla; Francisco de Gorráiz y Orriaiz; Juan José Beatriz. 

Enlaces a archivos de interés:

Archivo General y Real de Navarra

 

   Archivo General y Real de Navarra 

   Archivo diocesano 

   Archivo Diocesano del Arzobispado de Pamplona y Tudela

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Enlaces a hemerotecas de interés:

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  Diario de Noticias   

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CASTILLO. En época medieval, Tafalla estuvo defendida por una fortaleza
que se alzaba, dominando la población, en lo alto del cerro de Santa
Lucía. Se conoce la nómina de sus gobernadores o tenentes desde el
siglo XI, gracias a la documentación de privilegios y cartularios
reales. Las primeras reparaciones de que hay noticia se hicieron en
1280, siendo alcaide un tal Bertaut, rehaciéndose las puertas, a la vez
que se recubrían las torres y el algibe.
En los primeros años del siglo XIV consta como alcaide Guillen de
Loarce. Por entonces, en 1305, se rehizo el palacio mayor del castillo,
que amenazaba ruina, y la puerta real. Dos años después se reparó la
cubierta de la torre mayor. En 1316 el procurador del rey demandó a los
jurados de la villa sobre la obligación de reedificar y mantener a su
costa el castillo. Sin embargo, se probó y demostró que los vecinos
tenían únicamente la obligación de ayudar en las obras y acarreo de
materiales, dándoles el rey pan, y cebada para las bestias.
El infante Luis mandó al recibidor en 1357 que hiciese reparar los
muros, y que caso de no hacerlo, se haría a costa de sus propios
bienes. Corrió con los trabajos el mazonero Pere Andreu. Por estos
años, Carlos II confió la guarda del castillo a su chambelán Juan
Dehán, asignándole diversos donos y rentas. También percibía castillaje
sobre los ganados. En 1365 se rehizo el muro posterior, obligando a
trabajar a los vecinos en las obras. En 1366 estuvo preso en esta
fortaleza Oliver de Mauni, uno de los edecanes de Beltrán Duguesclín.

Carlos II ordenó en 1385 destinar 500 florines de los asignados para
el regadío de Larraga, para hacer nuevas cámaras y estancias en el
castillo, con el fin de acondicionar mejor el alojamiento real. Era por
entonces alcaide Andreo Dehán, confirmado en el puesto por Carlos III
en 1367. Este rey dispuso también, el año siguiente, separar 100
florines de los que había para las obras del castillo de Tudela, para
reparar también la torre mayor del de Tafalla. En 1399 se limpiaban y
acondicionaban el pozo y la mina.
Hacia 1410 estuvo preso en el castillo maestre Jacobo de Santo Vítore,
lombardo, por practicar la alquimia, y también el duque de Benavente
con su paje, para cuya custodia se puso una guardia especial. Tal vez
con ese motivo se hicieron reparaciones que costaron cerca de 60
libras. En 1415 fue nombrado alcaide Juan Beltrán de Acedo, ujier de
armas, con obligación de residir con su familia y compañía, asignándole
55 libras sobre los censos de la villa. Al capellán de la fortaleza
Pedro Nicolay se le daban 22 libras. El carpintero Johanicot de Arberoa
hizo en 1424 una bañera de madera, para ponerla en la torre.

En 1430, con motivo de la guerra con Castilla, se incorporaron 6
hombres a la guarnición del castillo; al propio tiempo, la reina Blanca
mandó que fuesen enviados polvos para los cañones y bombardas de la
fortaleza, cuyas barbacanas se repararon urgentemente. Entre ese año y
el siguiente se gastaron en obras más de 1.000 libras. A Juan Beltrán
de Acedo le sucedió en 1443 Ojer de Mauleón, que percibía, aparte de la
retenencia, los derechos de pasto y taño del monte del Plano. En 1451,
Juan II nombró alcaide en su lugar a Fernando de Olóriz, añadiéndole a
la asignación ordinaria el herbaje, tablajería, prebostazgo, lezta y
otras rentas y derechos. Continuaba en el puesto en 1475.
Tras la conquista de Navarra en 1512 el castillo fue encomendado a
Hurtado Díaz de Mendoza, junto con el palacio de Olite. Unos años
después, en 1521, Carlos V decretó su demolición, junto con la de otras
fortalezas del reino. Poco después, en 1524, hizo merced al municipio
tafallés de algunas rentas de las que anteriormente al derribo
percibían los alcaides.

Durante las guerras carlistas volvió a fortificarse el emplazamiento
del arruinado castillo, construyéndose allí un fuerte que recibió el
nombre de Santa Lucía, advocación de la capilla de la antigua fortaleza
medieval. 

PALACIOS. Tafalla conserva varios testimonios de un importante papel en el pasado.

PALACIO DE LOS CONDES DE GUENDULÁIN (DE LOS MENEOS). Unido al convento
de las Recoletas por un arco de comunicación sobre la carretera de
Olite, es posiblemente el edificio civil más caracterizado de Tafalla.
Fue originariamente la casa solariega de los Meneos, linaje afincado en
la ciudad en la primera mitad del siglo XV. Parece que comenzó a
edificarse en los últimos años del siglo XVI, fuera del recinto
amurallado medieval. A un costado, tiene una recia torre cuadrada.
Martín Carlos de Meneos y Arbizu, señor de Iriberri y caballero de
Santiago, obtuvo el alcaidío del real palacio de Tafalla por merced de
Felipe IV en 1651. Fue almirante de la Real Armada, Capitán General de
Nápoles y Gobernador de Guatemala. Fundó el convento de Recoletas,
contiguo al palacio, el año 1673, y allí puede verse todavía su
sepulcro y estatua orante. El título de conde de Guenduláin, dado por
Felipe IV en 1658 a Jerónimo de Ayanz y Javier, recayó más tarde en
José Sebastián de Meneos Ayanz de Navarra, el cual casó en 1696 con
Basilia Ayanz de Navarra, Arbizu y Lodosa. En 1864, Isabel II otorgó la
Grandeza de España a Joaquín Ignacio Meneos y Manso de Zúñiga, conde de
Guenduláin, marqués de la Real Defensa y conde del Fresno de la Fuente,
autor de varias obras de carácter literario e histórico.
El palacio ostenta en su fachada un escudo cuartelado: primero:
contracuartelado: primero y cuarto de oro y tres fajas de gules;
segundo y tercero de plata y un lobo pasante de sable, cargado con tres
estrellas de oro; segundo de plata y tres castillos de oro puestos en
triángulo; tercero, de plata fajado de tres de azur y una estrella de
gules en jefe; bordura de lo mismo cargada de ocho sotueres de oro;
cuarto, de oro con una panela de gules.

PALACIO DE LOS MARISCALES. Se encuentra en la calle de San Juan,
conocido popularmente como La casa del Cordón, por el que puede verse
labrado, como detalle ornamental, en las tres ventanas que se abren en
la fachada. Según una tradición antigua, ese cordón recuerda a
Francisco de Navarra, hijo del mariscal Pedro de Navarra, nacido aquí a
finales del siglo XV, que fue prior de Roncesvalles y más tarde obispo
de Badajoz y arzobispo de Valencia. Asistió al concilio de Trento. La
Historia de Tafalla de Fr. Joaquín de la Trinidad, impresa en 1766,
dice que este ilustre eclesiástico, al que supone franciscano, «mandó
edificar una casa en Tafalla, distinguiéndola con el cordón o ángulo de
su religión. Arigita, en su biografía del arzobispo tafallés, demuestra
que no fue franciscano, sino de la Orden de San Agustín, por lo que
supone que el detalle del cordón fue simplemente un capricho de los
constructores. En el siglo XIX pertenecía al duque de Granada de Ega.
Palacio del marqués de Feria: Situado cerca de la plaza de Navarra, en
el antiguo camino real, actual carretera general que atraviesa el
centro de la población. Fue primer marqués de este título Francisco
Félix de Vega y Cruzat, natural de Tafalla, al cual se le despachó la
real merced el año 1705. Los marqueses de Feria tuvieron el honor de
llamamiento a cortes por esta casa y mayorazgo hasta las últimas que
celebró el Reino en 1828 y 1829.

PALACIO DE LOS MARQUESES DE FALCES. Aunque alterado y degradado en
su fisonomía exterior, se mantiene todavía en pie, en las Cuatro
Esquinas, cerca del Portal del Río. el que fuera antiguamente palacio
de los marqueses de Falces, comprado por la ciudad en 1656 para
instalar la casa ayuntamiento, uso en el que se mantuvo hasta la
inauguración de la actual casa consistorial en 1866.

PALACIO DE SOSIERRA. Situado en la parte alta de la ciudad. Perteneció
al patrimonio real hasta que en 1419 Carlos III lo cedió a su
secretario Simón de Navaz. En 1436, en una relación de los palacios
existentes en Tafalla, se cita entre otros el de Martín de Navaz y sus
sobrinos, hijos de maestre Simón, que estaba contiguo al fosal o
cementerio de Santa María, «en el quoal palacio -decía Juan II-queremos
que sía compresso nuestro palacio que era en la dicha villa, que a
present vive el dicho Martín Navaz». Tras el enlace de Ana de Navaz con
Miguel de Iribas, pasó el palacio a esta familia tafallesa. En 1721 la
ciudad y su ayuntamiento se opusieron enérgicamente al título que se
arrogaba don Miguel de Iribas de dueño del palacio de cabo de armería
de Sosierra. En la actualidad, no conserva otro detalle digno de
reseñar que la portada ojival de la capilla de San Nicolás.

PALACIO REAL. A mediados del siglo pasado, tras muchos años de
abandono, fue al fin demolido para llevar a cabo diversas mejoras
urbanas sobre los extensos solares que ocupaba. Fue mandado edificar
por Carlos III el Noble a partir de 1419, al parecer sobre la base de
uno preexistente más modesto. Estaba dividido en cuatro zonas
claramente diferenciadas: la plaza del palacio, el llamado Pávado con
su patio central, el jardín de abajo y el jardín de arriba, donde se
hallaba el cenador del rey. Exteriormente, hacia el camino real -la
actual carretera general- rodeaba el conjunto una muralla de piedra,
flanqueada por trece torreones cuadrangulares almenados. Entre los dos
jardines, separándolos, había un pasadizo llamado La Esperagrana, al
final del cual se alzaba una recia torre cuadrangular de sillería,
coronada por matacanes, llamada la torre de Ochagavía. Fue construida,
como el resto del palacio, por los mazoneros Semén Lezcano y Johan
Lome, dentro de los cánones del estilo gótico. En 1544, abandonada ya,
fue tasada por los canteros Martín de Larrate y Juan de Régil en 910
ducados. Por entonces tenía derruido ya parte del tejado, aunque
conservaba varias veletas. La torre aún estaba en pie el año 1865,
cuando se había demolido ya la mayor parte del antiguo palacio para
hacer la Plaza Nueva o de Navarra y la casa del ayuntamiento. E!
dibujante Serra tomó por entonces varios apuntes, para la obra de
Madrazo Navarra y Logroño, que hoy constituyen el único testimonio
gráfico del viejo palacio. Durante la última Guerra Carlista, hacia
1875, fueron derribados los vestigios que aún quedaban de los dos
jardines, del Cenador del Rey, y junto con ellos desapareció bajo la
piqueta la torre de Ochagavía.
Llamaban la atención en los jardines del palacio las fuentes y
surtidores de agua, que descendían de un jardín a otro a través de un
arbotante decorado con calados y tracerías góticas, y rematado en un
airoso pináculo. En uno de los jardines había unos sillones trabajados
en piedra, con detalles decorativos ojivales, para descanso y solaz de
la familia real. Uno de ellos se conserva en el jardín de una casa
particular. El cenador era una especie de mirador ochavado, con grandes
arcos rebajados de piedra, cuyos pilares remataban en pináculos. En un
lateral de la torre de Ochagavía existía un mirador de tracería gótica,
gemelo de los que todavía pueden verse en la torre de los Cuatro
Vientos de Olite. Consta también, por testimonios antiguos, que el
palacio tuvo veletas armónicas, que al ser impulsadas por el viento,
emitían sonidos musicales.

Según Ceán Bermúdez, el palacio de Tafalla superaba en extensión al
de Olite, aunque era algo más sencillo en sus detalles ornamentales.
Cénac Moncaut, por su parte, escribía en 1856: «el de Tafalla es una
genuina transición entre el castillo feudal y el palacio del
Renacimiento... Tafalla fue el Versalles de los reyes de Navarra...»
Desde el siglo XVII tenían el empleo honorífico de alcaides perpetuos
del palacio los condes de Guenduláin. En 1718 mandó Felipe V que se
vendieran este palacio y el de Olite, como de cabo de armería, al meor
postor, pero no pudo encontrarse comprador. 

IGLESIA DE SANTA MARÍA. La parroquia de Santa María de Tafalla, cuya primera advocación
fue del Salvador, constituye un monumental edificio cuyo aspecto actual
deriva sobre todo de las obras realizadas en los siglos XVI y XVIII.
Sin embargo, sus orígenes deben remontarse a la época medieval. De ella
apenas quedan restos, aunque de la disposición y espacio del templo
actual se deduce que contaría con una amplia nave gótica, en la línea
de la arquitectura navarra de los siglos XIII y XIV, como San Saturnino
de Pamplona y de Artajona. En esta época una monumental portada gótica,
conocida por noticias documentales de 1766, se abría en el lado de la
Epístola, la cual desapareció en la remodelación barroca. Tan sólo
parte de la vieja torre gótica ha llegado, prestando sus muros de
sillería para la edificación de la capilla de San Fermín. En el siglo
XVI, con el importante crecimiento de la población, fue necesario
ampliar la iglesia. En 1547 se iniciaron las obras, en las que
intervinieron los Larrarte y un tal maestro Lázaro, canteros que tras
largos pleitos concluyeron la empresa en 1561. En esta etapa se
configuró el aspecto actual de la iglesia en planta y alzados, que si
bien se basan en la nave gótica, añaden un amplio crucero tras ella,
convirtiendo la parroquia en un templo de planta de cruz latina con
gran nave que, en principio, sólo contó con tres tramos, profundo
crucero y cabecera pentagonal. Bóvedas de terceletes con ligaduras y
nervios rectos de sección mixtilínea, que originan rombos centrales
cubren los tramos, complicándose la del tramo central del crucero; una
bóveda galloneda de terceletes voltes sobre la cabecera.
Unos años después, dentro de la misma centuria, en 1586, se trabajaba
en la Capilla de los Meneos, patronato que originariamente era de la
familia Diez Aux de Armendáriz, situada en el tramo anterior al crucero
por el lado del evangelio. Tiene planta cuadrada cubierta con media
naranja a gran altura; su aspecto actual responde a posteriores
reformas barrocas. Desde 1643 el maestro de Estella Francisco Larrañaga
continuó las obras en el templo, cubriendo capillas y construyendo la
escalera del coro.
Años después la iglesia resultaba de nuevo insuficiente y se amplió
añadiendo a la nave un tramo a los pies, con lo cual se equilibraron
las proporciones respecto del crucero. Por otra parte, las estructuras
medievales hasta entonces conservadas se hallaban en estado de ruina,
por lo cual se realizó una tercera fase de obras en la que además de
añadirse el tramo de los pies, cubierto con bóveda que imita las
anteriores manteniendo la unidad estilística, se labró a lo pies un
coro alto sobre arco rebajado con tribunas laterales. Las capillas
laterales de la nave se reformaron unas y añadieron otras. En 1732,
frente a la remozada Capilla de Los Meneos se erigió la de San Fermín,
aprovechando los muros de la recién demolida torre medieval. Pero no
fue sino hasta fines del XVIII y en estilo neoclásico, cuando esta
capilla adquirió su aspecto definitivo. Se trata de un espacio de
planta cuadrada con amplios nichales en los frentes, cubierto por
cúpula sobre pechinas, en la que se abren cuatro óculos. Pinturas
murales y yeserías de la época completan el conjunto. En la misma
reforma barroca se enriqueció el interior del templo con una cornisa de
prominentes molduras. Grandes placas geométricas cubiertas de
ornamentación de yeserías, obra de Gregorio Blas hacia 1736, fueron
incorporadas en los puntos en que la cornisa alcanza los arranques de
las bóvedas, constituyendo junto con los nervios de las bóvedas el
único ornato arquitectónico del interior del templo. La sacristía se
adosa a la cabecera por el lado de la epístola, abriéndose a ella con
un arco de medio punto del siglo XVI. La que fuera primitiva sacristía
en dicha centuria se convirtió en mero tránsito al construirse en 1796
una nueva dependencia. La planta de ésta es cuadrada, abriéndose en los
cuatro lados amplios nichos que albergan las cajoneras. La cubre un
techo plano y una remodelación de principios del siglo XX le confiere
su apariencia actual.

El exterior de la iglesia forma un bloque de sillería en el que
destacan la presencia del crucero, cabecera y la gran nave del siglo
XVI, cuyos muros están reforzados por contrafuertes prismáticos que se
disponen oblicuamente. En el siglo XVIII el conjunto fue recrecido y
uniformado con una cornisa que recorre todo el perímetro del templo. En
este momento se abrieron los medios puntos abocinados correspondientes
a la nave, mientras que se conservan las ventanas originales del
crucero. Este bloque central está rodeado por las construcciones
añadidas en el XVIII: las capillas, que ocultan los muros medievales.
En el último tramo del lado de la epístola se localiza la portada
barroca que sustituyó a la gótica. Tiene un esquema sencillo, aunque
ampuloso, por el abultamiento y molduración de sus elementos
arquitectónicos. Consiste en un único cuerpo con arco de medio punto
recorrido por un grueso baquetón, enmarcado por pilastras cajeadas
toscanas en las que reposa un friso de sección convexa; fragmentos de
frontón recto centrados por un óculo abocinado y tres jarrones con
motivos vegetales lo rematan. La fachada principal, emplazada a los
pies, es obra del XVIII y responde al tipo conventual. Constituye un
alto paramento vertical de sillería coronado por frontón triangular con
óculo baquetonado en su centro. La puerta responde a un esquema
semejante al de la portada lateral ya descrita; las pilastras cajeadas
que flanquean el medio punto soportan un entablamento con triglifos y
metopas centradas por bucráneo. El frontón partido encuadra un ático de
diseño idéntico al del cuerpo, que alberga una imagen barroca de la
Asunción en Alabastro. Más arriba se abren dos ventanas y un óculo
abocinado con moldura baquetonada. La torre, situada en el flanco
derecho, completa la fachada. Sus obras se iniciaron en 1731 y en 1736
estaba terminada. Presenta tres cuerpos prismáticos de sillar, que
decrecen en altura. Tiene pilastras cajeadas, de capiteles toscanos en
los dos primeros y corintio en el tercero, la articulan, apoyando en
ellas frisos de diferentes molduras. Además, unas balaustradas sobre
las que se abren sus respectivos vanos enriquecen los dos últimos
cuerpos. En general, el tratamiento de los elementos arquitectónicos es
plástico y decorativo, en coincidencia con el de las portadas. Ante la
fachada de la iglesia se alza un crucero del siglo XVI atribuido al
maestro Larrarte. Sobre dos peldaños cuadrangulares se levanta un
pedestal prismático con relieves y sobre éste un fuste cilíndrico
decorado con motivos geométricos que culmina en capitel con águilas y
volutas sobre el que se alza la cruz.

En la primera capilla por el lado del Evangelio se halla el retablo
del Santo Cristo, realizado en 1791 por el maestro Aróstegui. Tiene una
traza clasicista según los modelos generalizados en esas fechas.
Preside el retablo un Crucificado datado en el segundo tercio del siglo
XVI, sobresaliente por el expresivismo de su anatomía y por su cabeza,
de gran dramatismo. El retablo barroco de San Isidro (ca. 1734),
titular de la siguiente capilla, tiene una arquitectura bien definida y
enriquecida con abundante decoración de follajes y veneras. La talla de
San Isidro es coetánea al altar. La tercera capilla, patronato de la
familia Meneos, cerrada con la primitiva reja del XVI, está presidida
por un retablo rococó de su titular, Santa María Magdalena. En el
frente principal de la capilla se adosa el sepulcro de los Condes de
Guenduláin, en piedra, labrado a comienzos de la presente centuria, con
un gran blasón de estilo neogótico. En el muro extremo del brazo del
crucero se halla el gran retablo de la Virgen del Rosario, barroco,
realizado por Francisco Pejón en 1743 y dorado en 1745 por José del
Rey. Su estructura arquitectónica, el quebrado banco, el cuerpo único
de amplio desarrollo con tres calles señaladas por columnas salomónicas
y el ático, están recubiertos por una densa decoración de follaje que
reviste las líneas de ritmos curvos. Esta espectacular máquina alberga
una pequeña talla de Nuestra Señora del Rosario, obra romanista de
hacia 1600 que repite el modelo iconográfico, tan extendido en Navarra,
de la Virgen de la Parroquia de Aoiz, obra de Juan de Anchieta. El
resto de las tallas, también de calidad, son contemporáneas del
retablo.
Desde la cabecera, preside el templo un monumental retablo mayor que es
uno de los mejores ejemplos del romanismo navarro. En 1581 Juan de
Anchieta contrató la ejecución del sagrario, que concluiría dos años
más tarde, comenzando a continuación la realización del retablo, en el
que trabajó hasta 1588, año de su muerte. Lo continuó, siguiendo la
traza original, su discípulo y colaborador Pedro González de San Pedro.
El conjunto descansa sobre un pedestal constituido por un doble banco
compartimentado, con un repertorio decorativo a base de motivos
manieristas. Sobre él se alzan los dos cuerpos de tres calles y dos
entrecalles, señaladas por un orden de pilastrones en el primero y de
columnas jónicas en e! segundo. Tanto la estructura arquitectónica como
los motivos decorativos derivan de las soluciones ensayadas en los
retablos de Astorga y Briviesca. Soportes, frisos y frontones diversos
se amontonan creando una sensación de angustia espacial. Esta
complejidad se acentúa por la acumulación de tallas y relieves en los
que domina el músculo y la carne. El programa iconográfico es amplio,
incluyendo un ciclo mariano, el de la Infancia de Jesús y el de la
Pasión y Resurrección de Cristo. Las historias se narran en los
relieves, reservándose las esculturas para la calle central y ático. La
talla del Salvador, antiguo titular de la Parroquia, ocupa la caja
principal. En el segundo cuerpo se halla el grupo de la Asunción según
la iconografía fijada en Astorga y Briviesca; la Virgen, tratada
grandiosamente como matrona romana, es ascendida por una mandorla de
ángeles.

Un monumental altorrelieve del Descendimiento ocupa el ático y sobre
él monta la Trinidad, con Dios Padre que sostiene entre sus brazos a
Cristo crucificado, bajo el que se halla el Espíritu Santo en gloria.
La Virgen y San Juan completan el Calvario. Les flanquean las tallas de
los profetas Moisés y David y de dos Santos. Así el ático se convierte
en un escenario de grandilocuentes figuras, constituyendo un original y
rico coronamiento. En su conjunto se caracteriza por sus tipos
hercúleos basados en composiciones italianas de instalación
Miguelangelesca. Las figuras, de aspecto heroico, adoptan posturas
inestables y atrevidos escorzos, propios de las composiciones
manieristas. Sin embargo, la distribución de las escenas respeta el
principio clásico de la simetría con un reparto compensado de
personajes y gestos, si bien con una tal acumulación, que dichos
relieves presentan unas formas apretadas y sinuosas. Destacan por su
belleza los tableros de Anchieta correspondientes al doble banco; como
el Nacimiento de la Virgen y la Adoración de los Pastores. La obra de
González de San Pedro es algo inferior. Centrando el banco surge un
monumental sagrario, pieza del propio Anchieta que responde a un
proyecto arquitectónico más purista que el del propio retablo, con una
escultura en relieve de pequeña escala, realizada con gran calidad
técnica. Se concibe como un templete de planta central constituido por
dos cuerpos con dobles columnas, de orden dórico y jónico
respectivamente, rematados en frontones curvos y rectos que alternan.
Culmina en ático poligonal. Desarrolla un complejo programa
iconográfico de carácter eucarístico. La labor de pintura del retablo
corresponde al contemporáneo pintor Juan de Landa. La limpieza de 1974
permite que hoy luzca espléndido.
En el muro extremo del brazo del crucero, por el lado de la epístola,
se ubica una venerada imagen de San Sebastián, patrón de Tafalla. Es
una escultura gótica en piedra policromada, de tamaño cercano al
natural, fechable en torno a 1426, que se considera obra del escultor
borgoñón Jehan Lome. El Santo esta de pie y viste túnica corta con
abultados pliegues verticales y manto cruzado sobre el pecho que se
abrocha en el hombro derecho. A la rigidez de esta composición se
contrapone el rostro, que presenta un gran rigor y realismo. Un
sepulcro gótico del siglo XIV le sirve de altar.

En este mismo brazo del crucero se emplaza el retablo del Santo Cristo
del Miserere, trazado para cobijar el Crucificado que Juan de Anchieta
realizó para la parroquia. El esquema es típicamente manierista, con
una abigarrada mazonería. El único cuerpo, provisto de caja central
recta entre complejos elementos arquitectónicos, monta sobre un pequeño
banco. A ello se superpone el ático, que aloja un lienzo con el Santo
Entierro del estilo de Juan de Landa, en la línea de la pintura
manierista de la Contrarreforma. Esta mazonería sirve de marco al
espléndido crucifijo de Anchieta, que es el mejor del romanismo
navarro. Su anatomía Miguelangelesca está suavemente matizada en
músculos y carnes: las telas del paño de pureza se resuelven en
plásticos pliegues curvos de consistencia lanosa. Es extraordinaria la
cabeza, de César romano, con rostro sereno de idealizada belleza,
enmarcado por cabellos y barbas de abultados mechones excelentemente
tallados. Toda esto es subrayado por una policromía de encarnaciones
marfileñas debida a Juan de Landa.
Sigue al crucero la antigua capilla de San Fermín que acoge al retablo
de San Lorenzo, éste debió realizarse en torno a 1760. A pesar de la
temprana cronología su autor, Silvestre de Soria, ejecutó un proyecto
clasicista próximo a los maestros de la Academia. Se rinde culto en la
capilla siguiente a San Francisco Javier. Su imagen, talla de gran
volumen, se alberga en un retablo barroco que en 1734 realizó el
maestro arquitecto de Tafalla Gregorio Blas, según un proyecto de
Joaquín San Juan. Este retablo sigue con pocas variantes la traza y
decoración de su colateral simétrico de San Isidro Labrador. Muy bello
es un pequeño barro de San Jerónimo penitente, procedente del Convento
de San Sebastián, que se aloja en el banco y conecta con la plástica
levantina y granadina dieciochesca. En la última capilla, situada bajo
la torre, cuelga un lienzo del Bautismo de Cristo del siglo XVII. El
coro está ocupado por una sillería manierista de veintidós asientos,
fechable en la primera mitad del siglo XVII. El facistol, obra de Juan
de San Juan de hacia 1620, y un magnífico órgano barroco, contratado en
1734 por Juan Ángel Nagusia, completan el mobiliario.

La parroquia posee además un rico ajuar compuesto por un abundante
número de piezas, en su mayoría de gran importancia y riqueza, cuya
cronología va desde los siglos XVI al XIX. Destaca una arqueta de carey
y plata, obra barroca del siglo XVII, con base rectangular que apoya en
bolas y cubierta redondeada, decorada con motivos de cartelas y
estrellas de plata. Pieza importante es un cáliz de plata dorada que
presenta un típico esquema rococó de la segunda mitad del XVIII con un
original nudo de sección triangular abierto, que constituye una especie
de templete que acoge a un busto del Ecce Homo. Entre los copones
sobresale una suntuosa pieza, también de plata dorada, de estilo
bajorrenacentista de la segunda mitad del XVI, aunque con resabios
platerescos. Tiene base circular elevada, nudo de templete sobre
moldura y una gran copa, todo ello profusa mente decorado. Mención
especial merece un ostensorio, asimismo de plata sobredorada, de la
primera mitad del siglo XVII, que presenta traza purista. Tiene base
oval con lóbulos, fino astil provisto de doble cilindro, taza y grueso
nudo moldurados y viril de sol con rayos alternantes. Todo ello recibe
una soberbia decoración a base de cabujones esmaltados, cartelas
vegetales y cabezas de querubines, que resalta sobre un fondo de
rameado.

IGLESIA DE SAN PEDRO. La parroquia de San Pedro ha experimentado proceso de construcción
semejante al de Santa María. Existió un primitivo templo en el siglo
XII, ya desaparecido, que sufrió reformas en el XIV y una ampliación
fundamental en el siglo XVI. De esta manera, el aspecto que hoy ofrece
la fábrica de la iglesia responde al estilo Reyes Católicos de
principios del XVI, si bien aprovecha estructuras medievales góticas
del XIV. Su traza consta de una amplia nave de tres tramos y capilla
mayor pentagonal entre dos capillas cuadradas que funcionan como
crucero; otra capilla se abre frente a la puerta. Bóvedas de terceletes
con nervios rectos cubren la nave y las capillas, mientras que una
gallonada cierra la capilla mayor. El arco triunfal, muy moldurado,
descansa en pilares poligonales sobre pedestales cilíndricos y bases
asimismo poligonales, que rematan en capiteles con bolas. El resto de
los apoyos quedan suspendidos a mitad del muro y presentan pequeños
capiteles corridos de tradición gótica. Los arcos de ingreso son de
medio punto para las capillas del crucero y apuntado en la tercera
capilla. El coro se construyó en el siglo XVI; se alza sobre un arco
rebajado, ligeramente apuntado y decorado con friso de bolas de estilo
Reyes Católicos. La sacristía es posterior y fue edificada en 1710 por
Martín Mettón. Su planta es cuadrada y se cubre con una cúpula moderna
que sustituye a la original, de la que se conservan las pechinas
decoradas con yeserías de comienzos del siglo XVIII.

Los exteriores constituyen un bloque de sillería con contrafuertes
en diagonal. La portada, abierta por el lado de la epístola, es un
testigo de la fábrica gótica. Su estructura es muy sencilla; un arco
apuntado abocinado que carece de decoración escultórica. La torre es
barroca, de 1718, y se adosa a los pies del templo, ocupando el antiguo
emplazamiento de la medieval. Consta de dos cuerpos cúbicos
decrecientes de sillar, sobre los que se alza el cuerpo de campanas
ochavado y construido con ladrillo. Una linterna de planta octogonal
sirve de remate.
Al interior, la capilla situada frente a la puerta de la iglesia
contiene un pequeño retablo de la Visitación, de traza plateresca, que
ha sido atribuido al entallador Esteban de Obray. El alto banco y los
dos cuerpos divididos por balaustres en tres calles, así como el ático,
están ocupados por tableros pintados por «Xoaquin de Oliveras», cuyo
nombre aparece en una inscripción, a excepción del grupo escultórico de
la Visitación que ocupa el nicho central. En el brazo del crucero se
halla un retablo de pequeño tamaño, renacentista del segundo tercio del
siglo XVI, que procede del lugar de Echano en la Valdorba. La cabecera
de la iglesia la ocupa el retablo de San Pedro, barroco del tercer
tercio del siglo XVI, que procede del mismo sitio que el anterior.
Ofrece traza gótica resuelta en banco, dos cuerpos y ático protegido
por un guardapolvo decorado por grutescos y trofeos pintados. Una
tracería de arcos flamígeros adorna las calles. El retablo contiene
tablas pintadas con un colorido propio de los manieristas. Interesante
es el sagrario; una arqueta barroca de madera con incrustamientos de
carey y nácar, así como diversos apliques de plata y herrajes. Una orla
de plata neoclásica fechada en 1831, de perfil mixtilíneo con
decoración de querubines y guirnaldas, lo enmarca. En el brazo del
crucero del lado de la epístola se sitúa el retablo de la Sagrada
Familia, barroco del último tercio del XVII. La escultura que alberga
es de carácter popular. La sillería del coro está compuesta por
diecisiete asientos con tableros de estilo rococó entre pilastrillas,
excepto el principal, que lleva semicolumnas acanaladas.

Entre las piezas de orfebrería sobresale un cáliz de plata dorada del XVII, que se adapta al esquema purista.

CONVENTO DE SAN SEBASTIÁN. El convento de San Sebastián cuyos orígenes se remontan al siglo XV,
fue abandonado en 1834 a raíz de la desamortización de Mendizábal,
sufriendo ruina hasta que a principios del siglo XX se estableció en él
la Comunidad de Padres Pasionistas, quienes lo reconstruyeron siguiendo
el plan primitivo de la fábrica, de la que sólo perduraban parte de los
muros de la iglesia y la capilla. En origen consistía en una nave única
de tres tramos con cabecera recta cubierta con bóveda de crucería,
cuyos nervios descansaban en ménsulas poligonales sostenidas por bustos
de atlantes de talla tosca. En el siglo XVI se le añadieron dos
capillas cuadrangulares que actúan a modo de crucero. El ajuar
litúrgico de las diversas capillas de Patronato con que contaba se
halla disperso por las distintas iglesias de Tafalla.
La iglesia de los Escolapios, antiguo convento de los Capuchinos, es
obra de fines del XVII y su plan se ajusta al modelo de cruz latina con
nave única de cuatro tramos, cabecera y brazos de crucero rectos y coro
alto a los pies sobre arco rebajado. Se cubre con bóveda de medio cañón
con lunetos articulada por potentes arcos fajones. Una cornisa corrida
de abundante molduración rodea el muro. Sobre el crucero voltea una
cúpula elíptica rebajada con fajas radiales. En la segunda mitad del
siglo XVIII se añadieron dos capillas de estilo barroco por el lado del
Evangelio. Ambas son de planta cuadrada y se cubren con bóveda de
arista la más cercana al crucero, y bóveda plana sobre pechinas la
segunda. La fachada, que sigue el modelo conventual de la época, se
reduce a un paramento rectangular desarrollado en altura, que culmina
en frontón recto partido sobre el que se ha añadido una espadaña
moderna. Una sencilla puerta adintelada centra la fachada. Sobre ella y
flanqueando la ventana, se sitúan sendos escudos barrocos.

CONVENTO DE LAS CONCEPCIONISTAS RECOLETAS. El convento de Concepcionistas Recoletas fue fundado en el año 1667
por disposición testamentaria de María Turrillos Hebra, Señora de
Meneos, en un solar cercano a su palacio, con el que lo comunica un
monumental arco.
La iglesia sigue modelos conventuales barrocos. La planta es de cruz
latina con nave única de tres tramos más amplio crucero de brazos y
cabecera rectos, y coro alto a los pies. El sistema de cubrición consta
de bóvedas de cañón con lunetos sobre diversos tramos y cúpula sobre
pechinas en el crucero. El exterior forma un gran rectángulo que no
trasluce en planta los brazos de la cruz, aunque sí en alzado. Muy
destacable es la fachada, de traza cercana a modelos vignolescos. Es de
tipo telón y sobrepasa las dimensiones de la propia iglesia, abarcando
las dependencias laterales del templo. El conjunto consta de dos
cuerpos; el inferior, dividido en dos, se articula en tres calles por
pilastras de orden gigante, en las que descansa una cornisa saliente
con ménsulas lisas. Las calles laterales presentan vanos adintelados,
mientras que el lienzo central, de doble anchura, derarrolla tres arcos
de medio punto sobre pilares. Encima del arco central, se abre una
hornacina entre pilastras culminada en frontón curvo con volutas
laterales, adornadas con la misma hojarasca que la placa del remate.
Dos escudos la flanquean. Sobre una cornisa se levanta el segundo
cuerpo, en cuyo centro se abre un vano rectangular culminado en frontón
triangular perforado por un óculo. Dos grandes volutas, a modo de
aletones, se disponen lateralmente.

En el interior del templo, adosado al muro extremo del crucero del
lado del Evangelio, se encuentra el sepulcro de los fundadores, en el
cual se interpreta el modelo de arco-solio renacentista con un lenguaje
barroco. Próximo al sepulcro se sitúa el retablo mayor, procedente del
Monasterio de La Oliva, que constituye la joya del convento, siendo a
la vez una de las obras más importantes del manierismo en Navarra. Su
pintura es obra documentada de Rolan de Mois y Pablo Schepers, artistas
de Bruselas que introdujo en España el Duque de Villahermosa, quienes
contrataron esta obra en 1571. Su traza arquitectónica es monumental y
esbelta a la vez; en su mazonería, talla e imaginería, trabajó el
escultor aragonés Juan de Rigarte hacia 1574. Se estructura como un
gran banco que engloba dos puertas laterales que sirven de acceso a la
sacristía, sobre el que descansa el único cuerpo, articulado en tres
calles por columnas de orden corintio con el tercio inferior
profusamente decorado a base de grutescos. La calle central presenta
caja recta y las extremas arcos de medio punto. Un ático rematado por
el Calvario culmina el conjunto. El sagrario es posterior (1600) y se
debe a Juan de Berrueta. Sin embargo, lo más destacado del retablo es
su pintura sobre tabla, característica de un manierismo maduro en el
que Rolan de Mois y Pablo Schepers armonizan determinados caracteres
del manieris

Enlaces de interés: 

Catálogo Monumental de Navarra

  Merindad de Olite

 

 

Contenidos: Parroquia de Santa María (Retablo Mayor y Crucificado); Convento de Recoletas (exterior, Retablo Mayor y Niño Jesús).

A) Documentos digitalizados (públicos y privados) de interés para la localidad

 

B) Enlace al archivo municipal

 

C) Otros archivos con documentos relevantes sobre la localidad 

Archivo General y Real de Navarra

 

  
Archivo General y Real de Navarra 

 
 Archivo diocesano 

  
Archivo Diocesano del Arzobispado de Pamplona y Tudela