ARCHIVO del patrimonio inmaterial de NAVARRA

EL RAPOSO Y EL LOBO

  • Tipo de audio:
  •       - Testimonio
  • Clasificación:
  •       - Cuentos populares
  • Investigador / colaborador:
  •       - Ekiñe Delgado Zugarrondo
  • Localización del audio:
    Aramendía
  • Tipo de informantes:
    Individual
  • Informantes del audio:
    Segura Munárriz, Pedro
  • Agentes del audio:
    Alfredo Asiáin Ansorena

El raposo y el lobo. El raposo, que era mucho más astuto, se encontró con el lobo y marcharon juntos, pero, como el lobo tenía hambre, le dijo que se lo iba a comer. Entonces le dijo con astucia el raposo: –Hombre, no. Eso no lo hagas, porque no se puede hacer. Y además sin confesar. Y añadió el raposo: –Ya te voy a llevar a un sitio en el que vas a poder comer todo lo que quie- ras. Accedió el lobo y el raposo, más astuto, lo llevó a un pomal. Cuando es- taban allí, lo engañó de nuevo: –Ya te voy a decir qué has de comer, porque, si no, tú no sabrás y te ha- rán daño. Coge estas pomas, que yo ya me voy a comer estas otras podridas, que son malas. Y, claro, como estaban verdes, al lobo no le sabían buenas y no se quedó satisfecho, por lo que protestó: –Yo no estoy nada satisfecho. –Ya te voy a decir otro sitio –le tranquilizó el raposo. Lo llevó entonces a una balsa en la que se reflejaba una luna muy gran- de. Y volvió a engañarle: –Mira, ¿ves allí abajo? Eso es un queso. Y es muy bueno el queso pero, para poder comértelo, te tienes que beber toda el agua. Empezó a beber y a beber, pero se le salía el agua por el culo y no llega- ba a comer el queso. El raposo, para impedir que se le escapara el agua, le po- nía tapones en las orejas y en el trasero, hasta que se quejó el lobo: –Ya no puedo más. –Pues, aunque no puedas mucho más, no te dejes el queso –se burlaba el raposo. Así que dejó de beber de la balsa y se marcharon. Cerca estaban unos frai- les trillando trigos en una era y el raposo pensó: –Pues vamos a ver si nos dan de comer esos frailes. Y los frailes estaban moviendo la parva y, aparte, tenían la comida. La vie- ron el raposo y el lobo y se comieron toda la comida de los frailes. Al verlo los frailes, cogieron al lobo y le pegaron una paliza tan grande, que no podía moverse. El raposo, siempre más astuto, se escapó y dijo asustado: –Buh. Para disimular, se untó la frente con unos huevos, como si de la paliza se le hubieran salido los sesos. Y ya los despacharon a los dos: al lobo con una gran paliza y al raposo sin daño. Subían después por el camino hacia la peña y en un repecho le dijo el lobo: –Como tengo más daño que tú, te voy a comer. Empezaron a discutir a ver quién de los dos tenía más daño. Se encon- traron entonces a un hombre y le preguntaron a ver cuál tenía mayor dolen- cia: el raposo al que le habían sacado los sesos o el lobo al que le habían da- do la paliza los frailes. Lo pensó un momento este hombre y les respondió con seguridad: –Pues, hombre, el de la paliza tiene mucho daño, pero los sesos se consi- deran peor dolencia. Por lo tanto, el lobo, que sufría heridas más leves, tenía que subir a hom- bros al raposo, que tenía más daño. Tenía que subirlo a la cueva que se ha- llaba en lo alto de la peña. Y el raposo se lo recordó al lobo: –Me tienes que subir. –Bueno, pues cuando esté arriba, te he de comer –le amenazó el lobo. –Bien, ya te diré por dónde has de pasar –simuló aceptar con astucia el raposo. El lobo lo subió a hombros y comenzaron a ascender. Así iban pasando y, en eso, ve el raposo su cueva, brinca desde los hombros y se mete en la cue- va. El lobo lanzó una dentellada y consiguió agarrarle un poco del rabo para intentar sacarlo. Y el raposo, que se sentía ya seguro, se burlaba del lobo: –Tira, tira. Tira tú para allá lo que quieras. A mí no me sacas. Entonces, el lobo ya lo dejó porque pensaba que ya no podía sacarlo. Y el raposo se metió sano y salvo en su cueva.