Sorlada
Limita al N con Mendaza y Piedramillera, al E con Etayo, al S con Los Arcos y al O con Mués.
Su término municipal consta de una parte llana al N y otra montañosa al S. Esta última forma parte de la alineación que une Codés con Monjardín y que aquí culmina en San Gregorio (720 m) y en la Ermita del Ángel de la Guarda (700 m); se trata de una cresta de areniscas alternantes con arcillas y limos de color rojo pertenecientes al Oligoceno Inferior. La parte llana se corresponde con una fosa de hundimiento que separa la alineación serrana, antes citada, de la sierra de las Dos Hermanas; en ella afloran las areniscas y limos del Oligo-Mioceno, modelados en forma de glacis inclinados de S a N.
HERÁLDICA MUNICIPAL. Trae de gules y un castillo de oro, mazonado de sable y aclarado de azur.
CASA CONSISTORIAL. Está situada junto a la iglesia. La última reforma se llevó a cabo en el año 1984. Consta de una planta. Sus muros exteriores están enfoscados y pintados.
El edificio incluye, además, salas para sociedad, bar, y consultorio médico.
Su Ayuntamiento está regido por alcalde y cuatro concejales.
HISTORIA. El monasterio de San Clemente, sito en su término, fue donado (1058) por el rey Sancho de Peñalén a la abadía de Irache, que sostuvo a finales del siglo XI otras heredades en el lugar, incluida una viña dada en permuta (1084) por el monasterio de San Juan de la Peña. Desde el siglo XIII los Hospitalarios de San Juan de Jerusalén disfrutaron así mismo de rentas en la villa. Ésta, junto con la de Burguillo, había pertenecido al alférez del reino Fortún Almoravid que la vendió a Pedro Torres, de quien pasó a García Regue, cuñado de su hija. La Corona las adquirió por 1.000 libras, aportando sus vecinos, que querían ser realengos, más de la mitad de esa cantidad y unificó (1325) la pecha debida por la villa estimándola en 610 sueldos anuales. Despoblado Burguillo, el concejo de Sorlada obtuvo (1378) el derecho de su disfrute. El rey Juan II donó (1460) sus rentas a Pedro Sanchiz de Echevarri.
Contaba en 1366 con 12 fuegos reducidos a 11 en 1427, uno de ellos hidalgo. Eran 33 en 1553 y 52 en 1646. Sumaba 259 habitantes en 1786 y 248 en 1857. Su iglesia parroquial está dedicada a Santa Cecilia y alberga en su término la de San Gregorio Ostiense, sede de la cofradía de dicha advocación. Junto con la aldea de Burguillo, que se le agregó al quedar luego despoblada (1378) había sido señorío de Fortún Almoravid, alférez del reino, quien en 1299 vendió el señorío de los lugares. En 1327 fueron incorporados al patrimonio de la Corona, se reglamentaron su régimen y sus cargas y fueron declaradas villas de realengo a perpetuidad, pero el rey Juan II enajenó más adelante sus rentas (1460).
Sorlada permaneció como lugar perteneciente al valle de La Berrueza tras la incorporación de Navarra a la corona de Castilla a comienzos del s. XVI. En 1630 obtuvo de Felipe IV (VI de Navarra) la calidad de villa, con jurisdicción civil y criminal propia, a cambio de 2.100 ducados que dio para el sostenimiento de las guerras de Italia. Pero enseguida (en 1665 ó 1666, porque las fuentes no concuerdan), "agoviada por pleitos y empeños" vendió aquella jurisdicción a Juan de Subiza, del Consejo de Su Majestad, pasando a ser con ello villa de señorío. Yanguas recoge de otro modo la noticia, diciendo que acaso aquella adquisición de 1630 no llegó a efecto, y cita como nuevo señor, en 1665, a Francisco de Subiza, quien adquirió con la villa el asiento en Cortes y la concesión para su casa de la condición de palacio de cabo de armería.
En todo caso, Sorlada quedó como villa sometida a régimen señorial hasta 1744, en que recuperó de los herederos de Subiza la jurisdicción y, por tanto, la condición de realengo. Con las reformas municipales de 1835-1845 pasó a someterse al régimen común, y poco después, al disgregarse el valle de La Berrueza, se convirtió en municipio independiente.
Al mediar el siglo XIX el pueblo contaba con escuela, que frecuentaban treinta y cinco alumnos; servían la parroquia un abad y dos beneficiados. A comienzos del siglo XX se constituyó en Sorlada una Caja Rural y funcionaba un molino de aceite.
PALACIO. No figura como de cabo de armería en la nómina oficial del Reino, ni en la relación de la Cámara de Comptos de 1723. Sin embargo, consta que el año 1665 se otorgó una real merced de cabo de armería con asiento en cortes a favor de Juan Francisco de Subiza, caballero de la Orden de Santiago y secretario del Consejo de Castilla. En 1766 se mandó despachar rebate a Francisca Javiera de Subiza y Tajonar, dueña del palacio y residente a la sazón en Méjico. El año 1808 solicitó nuevamente rebate de cuarteles José de Orlo y Subiza.
Según el Libro de Armería, el primitivo palacio de Sorlada tenía por armas tres palos de azur en campo de oro. Eran éstas las del antiguo y noble linaje de Almoravid, uno de los doce de ricoshombres de Navarra. Fortún Almoravid vendió el señorío del lugar en 1299.
Enlaces a archivos de interés:
Archivo General y Real de Navarra
Archivo Diocesano del Arzobispado de Pamplona y Tudela
Portal de Archivos Españoles (PARES)
Enlaces a hemerotecas de interés:
Hemeroteca del Diario de Navarra
Hemeroteca del Diario de Noticias
Hemeroteca de la Biblioteca Nacional
ARTE. En el extremo de la población se localiza la parroquia de Santa
Cecilia, edificio de origen medieval, confirmado por la existencia de
una pila bautismal de esta época, aunque la actual fábrica de planta de
cruz latina obedece a las obras llevadas a cabo en los siglos XVI y
XVIII. A aquella centuria pertenece la nave con dos bóvedas góticas de
terceletes, elevadas en ménsulas platerescas, y en coro alto a los
pies, que también presenta bóveda de terceletes en el sotocoro. Entre
1774 y 1777 se construyó el crucero con su cabecera recta y la
sacristía contigua, conforme al proyecto de José Pérez de Eulate, cuya
ejecución fue encomendada al cantero de Gastiáin José de Garay. Esta
parte del edificio recibe bóvedas de medio cañón con lunetos, salvo el
tramo central del crucero, que tiene una media naranja con pechinas,
montando dichas cubiertas sobre muros articulados por pilastras jónicas
con guirnaldas de laurel y cornisas molduradas. Al exterior los muros
son de sillería rojiza, típica de la Berrueza, reformados con grandes
contrafuertes diagonales a los pies, uno de los cuales incluye escalera
de caracol; la caja de la cúpula, sin embargo, es un cuerpo octogonal
de ladrillo, decorado con óvalos y placas. Adosada al hastial se
levanta una torre, compuesta por un alto pedestal prismático y dos
cuerpos octogonales, que en 1781 comenzó José de Garay, también con
traza de Pérez de Eulate. Garay construyó igualmente el pórtico del
lado de la Epístola con una curiosa estructura adintelada sobre tres
columnas toscanas, bajo el cual se conserva la portada del siglo XVI,
así como la lonja que antecede al edificio, cuyos ingresos son unos
arcos de cantería, guarnecidos con aletones y frontón de remate.
El
interior de esta iglesia lo preside un retablo mayor, fechable hacia
1570-1580 dentro de un romanismo temprano, que se considera obra del
estellés Pedro de Troas. Presenta una traza ordenada en la que se
superponen dos cuerpos de columnas, soportes que forman tres calles y
dos entrecalles, más un ático con amplio arco. El ornato lo componen
niños desnudos, frutos, roleos y otros motivos semejantes,
especialmente en columnas y frisos. Bultos y relieves, propios de un
romanismo miguelangesco, componen la iconografía del retablo,
sucediéndose la serie de los milagros de Cristo, la Pasión y las
escenas del martirio de Santa Cecilia, que encuadran una talla sedente
de la santa. Con este retablo forma conjunto el de San Sebastián,
también atribuido a Pedro de Troas. En él se cobijan las tallas de
Santa Águeda y Santa Lucía, junto a unos relieves que representan sus
martirios. Sirven de colaterales dos retablos rococó dedicados a San
Gregorio Ostiense y la Virgen del Rosario, que en 1778 se encargaron a
Eusebio Abarca, arquitecto de Estella. Tienen trazas elegantes con
columnas compuestas y cornisas mixtilíneas. El propio Abarca se ocupó
asimismo de la sillería del coro. Completan el ornato del templo unas
pinturas murales de estilo neoclásico, fechadas en 1832. Con ellas se
simulan mármoles polícromos y también representan historias como el
Nacimiento, la Epifanía, la última Cena, la Asunción y Santa Cecilia
con el órgano. En la sacristía se guarda un busto relicario de esta
mártir, obra romanista del último tercio del siglo XVI, relacionado con
la escultura del retablo mayor. El tesoro parroquial incluye una
valiosa cruz procesional, obra plateresca del segundo cuarto del siglo
XVI, que ostenta la marca de Sangüesa. Es de esquema gótico, aunque se
recubre de una decoración "a candelieri", que produce un gran efecto de
riqueza.
Fuera del casco urbano, en la cima de un monte próximo,
conocido como el Alto de Piñalba, queda la monumental basílica de San
Gregorio Ostiense*, uno de los edificios más representativos del
Barroco navarro. El santuario se levantó para conmemorar el lugar
donde, según piadosas tradiciones, fue enterrado el cardenal italiano,
tumba que a mediados del siglo XIII descubrieron los obispos de
Pamplona y Bayona, Pedro Ximénez y Sancho de Axco, gracias a unas
milagrosas luces. Lo cierto es que en dicho sitio se guardan las
reliquias del santo en una urna e imagen de plata, depositadas en el
altar mayor del templo, que de esta manera se convierte en un relicario
semejante a los "martyria" paleo-cristianos. A juzgar por ciertos
vestigios del muro del Evangelio, el santuario existe desde época
medieval y debió sufrir diversas transformaciones hasta que se erigió
la fábrica barroca, en un momento en el que el culto y la veneración de
San Gregorio alcanzaban su mayor esplendor. Fue en ese momento cuando
quedó configurado el templo como un edificio de planta de cruz latina
con un curioso crucero trebolado.
En el tránsito de los siglo
XVII y XVIII se iniciaron las obras que afectaron a la parte de la nave
con la gran portada y la torre a ella adosada, aunque su interior fue
objeto de una reforma neoclásica en torno a 1831, pero que pasa
desapercibida ante el barroquismo dominante en todo el conjunto. La
nave comprende cuatro tramos marcados por pilastras, con altos
pedestales y capiteles compuestos de extraordinaria ejecución, asiento
de una cornisa clásica. Sobre ella montan los tramos de bóveda de medio
cañón con dobles fajones casetonados y ventanas terma entre ellos.
Estas cubiertas neoclásicas ocultan unas bóvedas barrocas decoradas por
motivos vegetales esgrafiados, en las que parece que intervinieron Juan
Antonio Jiménez y Juan Ángel Nagusia, cuya actividad está documentada
en 1724. La nave, a pesar de su amplio desarrollo, funciona
prácticamente como un vestíbulo del gran crucero, auténtico
protagonista del templo. Se erigió a partir de 1757, año en el que
presentaron proyectos para su realización el carmelita de Logroño Fray
José de San Juan de la Cruz y el arquitecto tafallés José de Marzal, a
los que un año después se sumó el de Fernando Agoiz, maestro de obras
de San Ignacio de Loyola. Elegidas las trazas del primero, se ocuparon
de los trabajos el cantero de Piedramillera José del Castillo y los
albañiles de Estella Miguel y Juan José Albéniz. Las obras llevaron un
curso rápido y en 1764 estaban terminadas. Resulta sumamente original
la solución trebolada de este crucero al sustituirse brazos y cabecera
por unas gigantescas exedras rematadas por cuartos de esfera
peraltados, sobre las que monta una monumental cúpula de tambor
octogonal. Por si fuera poco tan compleja concepción espacial, desde la
cúpula desciende una cascada de luz, en contraste con la mayor penumbra
de la nave, que convierte el recinto en un atractivo y fulgurante
escenario, más propio de los artificios teatrales que de la
arquitectura religiosa. Acentúa la espectacularidad del crucero una
vistosa decoración rococó, labrada en yeserías por Juan José Murga,
escultor de Oteiza, ornato que se hace más abundante al progresar en
altura. Los muros de las exedras reciben un entramado de pilastras con
capiteles compuestos y unas pequeñas portadas, la mayoría ciegas,
formadas por soportes semejantes y unos vistosos remates con jarrones
de aspecto chinesco. En los casquetes superiores edículos de complejo y
decorativo diseño acogen altos relieves de San Gregorio Ostiense, San
Fermín, San Saturnino y otros santos obispos. Chispeantes rocallas
agrupadas en prietas composiciones llenan las pechinas y la cúpula,
sirviendo de marco a las figuras de los Evangelistas, los Santos Padres
y Doctores de la Iglesia más los Apóstoles, así como a una serie de
relieves que representan la historia del titular del templo. En 1765,
Santiago Zuazu, dorador activo en Los Arcos por estas fechas, completó
el ornato con una policromía en la que dominan los oros. Detrás del
altar mayor y abierto al crucero se encuentra el camarín, al nivel del
templo para facilitar el acceso a los fieles. Es una sencilla
dependencia de planta rectangular con cúpula elíptica, pero que
complica el espacio de la cabecera con sus perspectivas y luces.
El
exterior del monumento presenta sólidos muros de sillería y unos
interesantes juegos de volúmenes, aunque las estructuras curvas del
interior se transforman en cuerpos poligonales. Culmina este conjunto
la caja octogonal de la cúpula, labrada en ladrillo, que destaca además
por una decoración en marcos de ventana y esquinas, donde se encuentran
unas grandes volutas. Más que estos volúmenes protagoniza los
exteriores del templo la portada del lado de la Epístola, que
constituye la primera obra barroca de la basílica. Por la documentación
se sabe que en 1694 ya trabajaba en ella Vicente de Frías, que aparece
como el encargado de la empresa en ese año y en los sucesivos,
continuando tras su muerte el taller que dirigía su viuda Francisca de
Larraona. También intervino en la portada Juan Antonio San Juan, que se
ocupó de la parte de escultura en torno a 1710. Para 1713 estaba
terminada, pues en esa fecha llevó a cabo su tasación el escultor José
de Ortega. Resultado de estos trabajos es una suntuosa estructura
absidal de disposición en artesa y rematada en cascarón, componiéndose
sus alzados de dos cuerpos de columnas salomónicas de abolengo
berninesco, soportes que definen tres calles, aunque el primer cuerpo
se prolonga con dos más laterales, fuera de la exedra. Una abundante
decoración de follajes retorcidos y placas geométricas recubre la
arquitectura, dotándola de gran riqueza y espectacularidad. Estructuras
y ornatos hacen de esta portada un gran retablo en piedra, que completa
una iconografía en bultos y relieves. Las hornacinas del primer cuerpo
alojan las esculturas de San Pedro y San Pablo y la central del segundo
la imagen de San Gregorio Ostiense, quedando reservados los paños
laterales de este cuerpo a dos relieves alusivos a la historia del
santo. Esta portada viene a ser una versión barroca del nichal
renacentista de Santa María de Viana y es tal su empaque que sólo puede
parangonarse a las portadas vecinas de la Redonda de Logroño y Santa
María de San Sebastián.
El crucero de la basílica alberga tres
retablos rococó, obra de Silvestre de Soria de hacia 1765. Son de
tamaño más bien pequeño, pues la estructura y ornato de las exedras no
permitían otra cosa, pero de diseño muy elegante con banco de planta
mixtilínea, cuerpo único de columnas diagonales y ático curvo, todo
ello guarnecido de una delicada decoración de rocallas, que realza el
brillo y finura del dorado. Esta traza se repite en los tres retablos,
aunque el mayor se enriquece con más columnas y sus estructuras se
hacen caladas por así exigirlo el camarín posterior, por lo que este
altar resulta más complejo; especialmente en sus efectos de
perspectiva. En los nichos de los retablos laterales se encuentran las
imágenes de San Joaquín y San Isidro Labrador; el mayor además de San
Gregorio Ostiense luce las tallas de sus discípulos Santo Domingo de la
Calzada y San Juan de Ortega. Típicas de un barroco clasicista, las
cinco imágenes se deben al francés Roberto Michel, académico de San
Fernando, cuyos recibos se registran en las cuentas de 1768.
La
basílica se enriquece, además, con valiosas piezas de platería,
destacando especialmente la arqueta relicario de San Gregorio,
excelente obra bajorrenacentista labrada entre 1601 y 1610. Resulta
impresionante no sólo por su tamaño sino también por su rica
decoración, parcialmente dorada, que incluye un amplio repertorio de
iconografía en relieve o pintada sobre cristales. La cabeza de plata
dorada del santo fue realizada en 1728 por el platero estellés José
Ventura con modelo del escultor Francisco Barona. Completan el tesoro
de la basílica varios cálices, fechables del siglo XVII al XIX,
sobresaliendo uno rococó procedente de México con su campanilla
compañera. Asimismo un plato limosnero de latón, de los llamados
dinanderie, perteneciente al siglo XVI, un juego de incensario y naveta
de mediados del siglo XVII, de estilo bajorrenacentista, y una cruz
documentada en 1749.
En el término de Sorlada se conserva
también la antigua ermita del Calvario, aunque reconstruida
recientemente. Cobija un Crucificado romanista de comienzos del siglo
XVII. La ermita de Nuestra Señora de la Guarda emplazada en un monte
vecino al de San Gregorio, también es una construcción moderna, si bien
posee un retablo barroco con la imagen de candelero de la titular del
siglo XVIII.
Arquitectura civil. En las calles principales de la población se alzan diversas casonas del siglo XVIII con fachadas de sillería y aleros de madera tallada, conservando sus blasones. Especialmente destaca el inmueble nº 3 de la calle Solana.
Enlaces de interés:
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C) Otros archivos con documentos relevantes sobre la localidad
Archivo General y Real de Navarra
Archivo Diocesano del Arzobispado de Pamplona y Tudela