ARCHIVO del patrimonio inmaterial de NAVARRA

Leyre

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  • Denominación oficial:
    Leyre
  • Tipo de localidad:
    Lugar habitado
  • Censo:
    4 (2014)
  • Extensión:
    0.00 km2
  • Altitud:
    771 m
  • Pamplona (distancia):
    51.00 Km
  • Localidad superior:
    Yesa


Zona no vascófona.

Monasterio situado en el término municipal de Yesa, Merindad de Sangüesa. Tenía 11 habitantes en 1887, 19 en 1910, 9 en 1920, 18 en 1930, 5 en 1940, 14 en 1950, 29 en 1960, 21 en 1970, 37 en 1981, y 38 en 1986.Historia

Sus primeras noticias escritas se remontan al año 848, con motivo del viaje a tierras pamplonesas de San Eulogio de Córdoba. Ya entonces contaba con una comunidad monástica modélica y una buena biblioteca, rasgos que han llevado a pensar en la influencia que pudo tener en su génesis la reforma monástica carolingia. Sin embargo sus orígenes, probablemente anteriores al siglo VIII y relacionables con actividades eremíticas, deben encuadrarse dentro de la variada tradición del monacato hispano-visigodo. A finales del siglo IX recibió los restos de las mártires oscenses Nunilo y Alodia, en torno a los cuales surgió una amplia devoción, plasmada posteriormente en numerosas donaciones de bienes.
La documentación anterior al siglo XI está cuajada de falsificaciones, por lo que resulta difícil aventurar su trayectoria hasta entonces, aunque no es difícil atribuirle una Arqueta de San Sal, suerte de liderazgo espiritual sobre el naciente reino pamplonés, algunos de cuyos monarcas lo eligieron como sepultura.

En el reinado de Sancho III el Mayor (1004-1035) inició su período más brillante, que se prolongó hasta 1134. La unión en una misma persona de los cargos de obispo de Pamplona y abad de Leire, propiciada por el susodicho monarca reafirmó más su liderazgo espiritual. Paralelamente comenzaba el despliegue de su patrimonio, auspiciado inicialmente por la realeza. La construcción de una nueva iglesia y su correspondiente cripta, consagradas en 1057, dan fe del auge, al que cooperaron importantes abades como Sancho (1024-1054) y Juan (1055-1068).
El sistema de los obispos abades entró en crisis en la segunda mitad del siglo XI. La definitiva configuración canónica del monasterio fue fruto de la reforma gregoriana que, junto al cambio del rito mozárabe al romano, supuso la adopción de la regla de San Benito como único texto normativo de la vida monástica, apartándose de la tradición hispano-visigoda hasta entonces vigente. El ejecutor de las reformas, como en otros cenobios, fue un extranjero, probablemente francés, el abad Raimundo (1083-1121). En su época se produjo un espectacular desarrollo del patrimonio legerense, que alcanzó su plenitud. Las posesiones se concentraban preferentemente en los alrededores de la abadía, en las Cuencas de Pamplona y Lumbier-Aoiz, en los valles de Roncal y Salazar y en lugares de la Rioja Alta y Álava. Sus límites máximos eran bastante más amplios, pues abarcaban desde el Pirineo hasta Zaragoza y desde Huesca a la Bureba. Sus rentas permitieron la ampliación de la iglesia, consagrada en 1098.

El prestigio y el poder de la abadía chocaron pronto con el obispo de Pamplona, de cuya autoridad pretendieron eximirse los monjes, de acuerdo con los esquemas cluniacenses. Fue el origen de un largo pleito que consumió las energías del monasterio durante la segunda mitad del siglo XII. Una decisión de Alejandro III reconoció la exención a Leire (1174), pero el triunfo definitivo fue del obispo de Pamplona quien consiguió su revocación definitiva por Clemente III (1188) y Celestino III (1191).
Una crisis disciplinar hizo que el abad fray Domingo de Mendavia promoviera el abandono de la orden benedictina y el ingreso del monasterio en la orden cisterciense, que se pelearon durante tres cuartos de siglo por el control de Leire. Triunfaron los segundos, pero sus esfuerzos por recuperar el prestigio y mejorar las rentas se vieron truncados por la peste negra (1348) y la crisis subsiguiente. Durante dos siglos el patrimonio del monasterio se fue erosionando hasta quedar reducido, a mediados del siglo XVI, a escuetas dimensiones. La guerra civil del siglo XV contribuyó al proceso de deterioro. Leire quedó en manos de abades agramonteses, que se sucedieron hasta 1560.

El número de monjes era exiguo. La abadía era un ejemplo de la crisis general que sacudía a las órdenes monásticas durante el Renacimiento.
Aunque Felipe II dio los primeros pasos para su reforma (1562), el proceso halló mucha resistencia y los ideales tridentinos no se aceptaron plenamente hasta el ingreso de los monasterios cistercienses navarros en la congregación de la Corona de Aragón y Navarra (1636). Su impulso aumentó el número de monjes y elevó el nivel intelectual y disciplinar durante el resto del siglo XVII. El saneamiento de las rentas a partir de 1562 permitió la lenta y fatigosa construcción del monasterio nuevo, culminado a mediados del XVII.
Un incendio (1702), inauguró los avatares de una centuria difícil, en la que el gobierno central sangró las rentas eclesiásticas de los monasterios mediante varios gravámenes (casa mayor, dezmera, seminario, etc.). A finales del siglo XVIII la comunidad era amplia, pero sus recursos escasos y el entorno social y político eran adversos a la subsistencia de las órdenes contemplativas. Esto explica la escasa resistencia social al proceso desamortizador desarrollado en el primer tercio del siglo XIX. Después de dos intentos fallidos (1809-1820), las medidas desamortizadoras de Mendizábal provocaron la extinción definitiva del monasterio (1835).

Su condición de antiguo panteón regio promovió tareas restauradoras. A pesar de que los restos reales fueron trasladados a la parroquia de Yesa, el edificio del monasterio y la iglesia fueron declarados monumento nacional (1867). El culto se reanudó en 1875 y los restos reales volvieron en 1915. La Diputación Foral de Navarra compró toda la finca de Leire (1937 o 1938) con el objetivo de reanudar la vida monástica. Después de varios intentos fallidos, se llegó a un acuerdo con los monjes benedictinos de Silos, abadía perteneciente a la congregación de Solesmes (1945). Tras la restauración del conjunto, una reducida comunidad benedictina reanudó la vida monástica en 1945. La Santa Sede devolvió el título canónico de abadía a Leire (1961). El proceso de refundación se cerró con la elección del primer abad, fray Augusto Pascual (1979).

 

El origen de la iglesia del monasterio es antiguo. Quedan restos de un primitivo templo prerrománico o carolingio, de los siglos IX-X, cuyos cimientos han aparecido bajo el pavimento de la nave gótica actual. Estaba constituido por un ábside y nave únicos con sacristía y estancias laterales anexas; posteriormente se le añadieron ábsides laterales y porche con su tribuna a los pies. Este edificio fue destruido en las campañas musulmanas de finales del siglo X, iniciándose enseguida su reconstrucción y ampliación. Durante la primera mitad del siglo XI los monarcas de Pamplona realizaron donaciones cuantiosas que permitieron importantes obras en el monasterio.

Del 27 de octubre de 1057 data la primera consagración de la iglesia, correspondiendo a esta fase de obras la cripta y actual cabecera, así como la airosa torre. Dado lo temprano de la fecha, lo que parecía tosquedad e impericia se convirtió en originalidad y fuerza, con un estilo que refleja la situación de guerra que atravesaba la población. En el exterior se yerguen los ábsides que responden a una perfecta unidad de obra, resaltando su sobriedad y elegancia. Los tres son de igual altura y están totalmente desprovistos de adornos. Su cronología es anterior a los ábsides románicos de León, Jaca y Frómista. La torre tiene forma de prisma cuadrangular y presenta los cuatro frentes abiertos por galerías de arquillos. Presta a la mole maciza de los ábsides una gran agilidad.
La cripta o iglesia baja salva el desnivel del terreno respecto de la iglesia primitiva. Su aspecto es de gran arcaísmo. Sin embargo, debe admitirse que el maestro que la construyó fue un artista de enorme audacia, pues supo resolver el problema de estática que planteaba la cabecera, por el fuerte peso que ejercía sobre la iglesia baja. Así en su planta casi cuadrada, con tres ábsides orientados al este, la nave central se desdobla en dos y queda como ahogada por la presencia de unos pilares cruciformes y unos enormes capiteles que sostienen los arcos formeros. El sistema de apoyos de las naves laterales está constituido por poderosos pilares de doble codillo, semejantes a los de la iglesia alta, si bien éstos adosan columnas donde aquéllos se refuerzan con contrafuertes prismáticos. Todos los tramos se cubren con sólidas bóvedas de cañón corrido. Lo más destacado sin duda son los descomunales capiteles, todos distintos, que ostentan decoración esquemática característica del románico de Leire.

Otras notas son la monumentalidad, energía y austeridad de la construcción. La cabecera de la iglesia superior supone una proyección en altura de la estructura de la cripta; sin solución de continuidad al exterior, es contrapunto en el interior por su esbeltez y gran ímpetu ascensional. Abierta en sus frentes por medios puntos, presenta el mismo sistema de apoyos y abovedamiento que la cripta y su ornamentación, acotada en los capiteles, sigue la misma tónica.

El proceso cronológico de la construcción de Leire puede seguirse atendiendo a las cuatro puertas del monasterio. Inicia la serie la de la cripta, significativa por su severidad. Los tres arcos de dovelas desiguales que la conforman, se embuten cada uno en el siguiente asentando directamente sobre los machones. Una arquivolta exterior prismática completa el conjunto. En la segunda portada, hoy sita en el muro septentrional de la iglesia alta, la triple arcada está visiblemente descentrada. La evolución se advierte por el avance decorativo que suponen las dos columnas laterales con capiteles de talla elemental. Su data debe de estar cercana a la segunda consagración de la iglesia el 24 de octubre de 1098. La tercera puerta está abierta en el muro sur y es el acceso a la capilla de las Santas Nunilo y Alodia. Su cronología penetra en el siglo XII avanzado y su estilo está claramente relacionado con lo jaqués-leonés. Por último y cerrando la serie se encuentra la portada principal, situada a los pies de la gran nave. Es llamada la «Porta Speciosa» y pudiera ser un lejano trasunto de la puerta de Las Platerías Compostelana; su situación en el hastial de la nave del siglo XIV hace sospechar que fuese entonces rehecha, explicándose el desorden existente en la distribución de las tallas. Su cronología se remonta al siglo XII y en su iconografía se aprecian los ecos del maestro Esteban, con la presencia de aves entrecruzadas picándose las patas y mujeres mesándose los cabellos. Una esbelta columna con basa y capitel decorados sostiene el tímpano que acoge a seis hieráticas figuras, ataviadas con ceñidas túnicas y amplios mantos acampanados; apean sobre animales monstruosos.

Completan el tímpano dos fajas decorativas de palmetas. Sobre ellos cuatro grandes arcos muy decorados con numerosas esculturas de figuras humanas, monstruos, animales y otros objetos, según la iconografía propia del románico. En las enjutas y sobre el conjunto, a modo de friso corrido hay tallas y relieves de temas muy variados. Junto a monstruos apocalípticos aparecen temas hagiográficos como el martirio de las Santas Nunilo y Alodia, cuyas veneradas reliquias guarda el monasterio; escenas de la Vida de La Virgen, como la Visitación, y un Obispo con su báculo, entre otras. En los machones laterales se ven dos santos rodeados de leones. Actualmente la portada está protegida por un amplio tejado que lo desvirtúa. Dentro de la complejidad de esta fachada pueden diferenciarse varias fases constructivas. A la más antigua corresponderían las tallas del tímpano, a la segunda los capiteles y sus columnas y a la última los cuatro grandes arcos que voltean sobre el parteluz y los diversos relieves del friso superior y enjutas. La complicación aumenta dado el supuesto rearmado de la fachada al concluirse las obras del siglo XIV.

Estilísticamente responde a un románico pleno con influencia de los talleres de la ruta jacobea.
El interior de la iglesia fue asimismo construido en diversas etapas. A la cabecera tripartita del 1057 sigue la grandiosa ampliación de 1098. Presenta sillares regulares, de buena cantería y menor tamaño que los de la cabecera; la sustitución de los monjes por la orden del cister supuso una importante transformación en el templo, pues la estructura románica fue cubierta con un bello abovedamiento gótico; se convierte en una amplia nave única jalonada por cuatro tramos señalados por triples columnas de estructura románica provistas de un coronamiento gótico, del que parten los nervios de la bóveda ojival. En el lado sur y frente al arcosolio que acoge al panteón de los Reyes de Navarra, se abre la capilla de las Santas Nunilo y Alodia presidida por un retablo del siglo XVII bajo su advocación.
Entre las joyas del monasterio, y hoy custodiada en el Museo de Navarra en Pamplona, se encuentra la arqueta de Marfil, obra hispano-árabe delicadamente tallada con una serie de relieves que van desde lo geométrico y vegetal hasta la iconografía humana. Está firmada «Obra de Faray con sus discípulos» y fechada en 1005. Su esquema se adapta al generalizado en este tipo de piezas. Buena prueba de la pujanza del cenobio legerense es la importancia que siempre ha tenido su escritorio. En él se elaboró en los siglos XII y XII el Cartulario de Leyre conservado en la Cámara de Comptos y Archivo de Navarra, ilustrado con dibujos y miniaturas en pluma.