Olite
Limita al N con Tafalla, al E con San Martín de Unx, Beire, Pitillas y Murillo el Cuende, al S con Caparroso y al O con Marcilla, Falces y Tafalla. El rasgo más característico del relieve olitense son las extensas llanuras escalonadas a diversos planos. Algunas han sido diseccionadas por barrancos afluentes del Cidacos o del Arga. Son de dos tipos morfogenéticos: glacis o superficies suavemente inclinadas y cubiertas de canturrales angulosos y heterométricos, y terrazas con cantos rodados y hornométricos que acompañan longitudinalmente a los ríos. Los glacis dominan en la orilla izquierda y al E del Cidacos, hasta la sierra de Ujué, y las terrazas en la orilla derecha y al Q de dicho río. Desde el punto de vista geológico dominan las arcillas miocénicas, que tienen intercalaciones de calizas, y los depósitos del Cuaternario. La mayor parte del término municipal se halla comprendido entre el anticlinal de Tafalla y el sinclinal de Miranda de Arga.
Comunicaciones: Situado en la carretera general N-121, Pamplona-Tudela.
HERÁLDICA MUNICIPAL. El primer escudo conocido es el sello de su Concejo, en cera amarilla con lacre verde, del año 1291 y que se conserva en su archivo municipal: un olivo cargado de fruto, acompañado el tronco de dos estrellas de ocho puntas, sumado de otra en jefe, ocho torres de tres almenas y dos ventanas puestas en orla. Leyenda: Sigillun jura(to)rum et concilii de Olito. El primer escudo labrado data de 1574 y se conserva en la fachada del hospital: De oro, un castillo en su color almenado y mazonado, con puerta y dos ventanas circulares, surmontado de un olivo entre dos torres de homenaje también mazonadas. En la actual bandera de la ciudad figura de la siguiente forma: De oro, el olivo de sínople arrancado y acompañado de dos castillos almenados y mazonados en su color. Coronado y circundado por una cadena de oro sobre fondo rojo. En las vidrieras del palacio de la Diputación: Trae de plata y un olivo de sínople coronado de oro y flanqueado de dos castillos del mismo metal, almenados. Bordura de gules con las cadenas de Navarra de oro.
CASA CONSISTORIAL. Situada en la Plaza de Carlos III el Noble, fue construida en 1949 sobre el solar de la anterior. El diseño es de Víctor Eusa. El edificio es de ladrillo, con tres fachadas al exterior. Tiene planta cuadrada y está elevado en tres cuerpos. En el primero cuenta con un pórtico articulado en una galería de arcos, destacando el central en mayores dimensiones. En el último cuerpo tiene una galería de arquillos. El edificio se corona con un pequeño cuerpo sobre la cubierta, de inspiración clásica, rematado en un pequeño frontón, donde se aloja el reloj. La primera sede del concejo estuvo, antes del siglo XIV, en el Portal del Chapitel. Él Ayuntamiento está regido por alcalde y diez concejales.
ARQUEOLOGÍA. Una sistemática prospección realizada en los rebordes occidentales de la sierra de Ujué, dio como resultado el descubrimiento de catorce asentamientos, además de diferentes piezas sueltas. Se ha puesto de manifiesto así la ocupación de aquel espacio durante sucesivos períodos prehistóricos y protohistóricos. Los más antiguos rastros de poblamiento se localizan en la Hoya Grande de Olite. Se trata de un yacimiento del Magdaleniense Superior que no tuvo continuidad en las posteriores etapas epipaleolíticas o mesolíticas. Entre los rasgos singulares de este asentamiento cabe destacar su carácter de estación al aire libre y su latitud. Está situado en el escarpe de una antigua terraza del torrente cuaternario de Vallacuera, es decir un paraje dotado de recursos hídricos y protegido por su orientación de los rigores climáticos. Su hallazgo ha enriquecido el conocimiento de las últimas fases del Paleolítico en tierras navarras. Ocho de los citados asentamientos corresponden al período Eneolítico o Calcolítico y la Edad del Hierro, dentro, pues, de un horizonte cultural caracterizado ya plenamente por el afianzamiento de los modos de producción de subsistencias. Sobre las terrazas de la derecha del Cidacos, se han recuperado algunos materiales líticos en los parajes de Geringa, San Antón y Varetón; aunque sus evidencias arqueológicas son escasas y poco expresivas, pueden considerarse estaciones al aire libre, paralelas a la de Bescos (Beire), donde existen indicios de un taller de sílex, probablemente calcolítico, así como unos interesantes petroglifos de problemática atribución. Merece especial atención un hacha plana de cobre descubierta sobre la margen izquierda del río; como otros testimonios semejantes de la región, acredita la existencia de relaciones de comercio con determinados focos metalúrgicos.
Ofrecen materiales tipológicamente muy distintos, que alcanzan ya la Edad del Hierro, los asentamientos de la Falconera (Olite), El Pardo (Beire), La Tejería (Olite) y Turbil (Beire), ubicados sobre una elevación del terreno de superficie amesetada; podría sumarse a ellos el yacimiento de Santa Cruz (San Martín de Unx), más conocido por sus restos de época romana. Todos estos lugares de implantación humana se hallan en la cercanía de barrancos y torrentes, con seguridad de abastecimiento hídrico y un paisaje de amplias posibilidades de cultivo. Los restos encontrados parecen confirmar una actividad agrícola. No se puede precisar el tipo de viviendas de tales poblados, pues solamente en Turbil se aprecian vestigios de estructuras rectangulares. Los hallazgos arqueológicos de época romana sugieren notorios desarrollos de los núcleos de habitación y actividad económica. Permanecen ciertamente algunos asentamientos anteriores en las laderas de la sierra de Ujué, como el de Santa Cruz, en e! término de San Martín de Unx, y Turbil y el Pardo, en el de Beire. Pero se observa una clara tendencia a la ocupación de parajes llanos próximos a los cursos de agua y más aptos para una agricultura intensiva, como San Blas y Planilla en Olite y San Julián en Beire.
Como los materiales se recogieron todos en superficie, es difícil precisar con rigor su cronología. Puede, sin embargo, afirmarse que casi todos los citados puntos de actividad humana permanecieron vivos entre los siglos I o II y IV; sólo el de Turbil ha alumbrado restos exclusivamente bajoimperiales. Ninguno de estos núcleos revela explotaciones (villaé) de dimensiones semejantes a las bien conocidas de Liédena o el Soto de Ramalete (Tudela). Parecen más bien modestos caseríos o «granjas» con funciones de aprovechamiento diseminado de un contorno agrario de escasa superficie.
Capítulo aparte constituye el análisis del antiguo recinto urbano de Olite, amurallado en todo su perímetro. Es bien sabido que el llamado «cerco de fuera», hacia el sur, reproduce un ensanche medieval. Debe ser, pues, posterior al «cerco de dentro», enclavado en la parte algo más elevada, hacia la cota de 391 metros.
Se trata de una planta de unas dos hectáreas, de forma trapezoidal, con cuatro sectores bien diferenciados. Ceñía su contorno de 600 m. una obra de muralla bastante homogénea, destruida en parte por el reaprovechamiento posterior de sus materiales. Quedan, sin embargo, restos de las veinte torres cuadrangulares simétricamente distribuidas, así como algunos fragmentos de los lienzos de pared que las unían cada treinta metros. Donde han desaparecido las torres, los paramentos intermedios se prolongan hasta 60 o 90 m. La arquitectura de los tramos de lienzo y las torres que se conservan es uniforme en todo el recinto: hiladas horizontales de sillares rectangulares de considerable tamaño -algunos de 1,2 me¬ros de longitud y 0,6 de altura-, bien trabajados y unidos a canto seco; forman un aparejo en opus quadratrum y en su mayoría lucen labra de almohadillado. A partir de la primera noticia escrita conocida, se ha fechado tradicionalmente la edificación de este reducto en época visigoda, como una secuela de la campaña del rey Suintila; B. Taracena y L. Vázquez de Parga plantearon en 1946 un principio de duda. Desde entonces se han dividido con sus propios argumentos la hipótesis visigoda y la romana. A favor de esta última puede alegarse la técnica constructiva de apariencia imperial, como la distribución en torres y el sillar almohadillado, frecuente en los siglos I y II; cabe añadir la aparición de monedas imperiales y bajoimperiales y restos de cerámica romana común y «sigillata», así como el reciente hallazgo de una figurita de bronce de 15 cm. de altura, probablemente una diosa. El silencio de los textos escritos no es una prueba decisiva en contra del origen romano del primer «cerco». Éste quizá reproduce la modesta planta de una escala o mansión de cierta entidad en el trayecto, poco conocido, de la calzada que unía directamente Pompaelo (Pamplona) con Caesaraugusta (Zaragoza). Los contados núcleos urbanos menores (oppida) que están expresamente documentados para la franja intermedia de la actual Navarra, no agotan sin duda el presumible repertorio de los que efectivamente existieron. Entre ellos pudo figurar Olite, tanto por su posición en el sistema viario, como también por su casi obligada función organizadora de una periferia inmediata de pequeñas explotaciones campesinas, como las que desvelan los hallazgos arqueológicos de San Blas, Planilla, San Julián, e incluso Santa Cruz, Turbil y El Pardo.
HISTORIA. Dicho establecimiento, que no sería más que un oppidum de efímera existencia, sirvió de base a una nueva instalación militar, propiciada por el rey visigodo Suintila en 621 como respuesta a un ataque vascón sobre la Tarraconense; San Isidoro narra los rasgos más relevantes de la acción. Se trata de la primera mención de la villa, que abarcaría una pequeña superficie aún visible por los lienzos de muralla con torres cuadradas, pero la vida de la comunidad no es posible captarla todavía.
La invasión musulmana la pondría bajo control islámico, integrada en el dominio de los Banu-Qasi, y la función defensiva se prolongaría, mirando hacia el norte cristiano o hacia el sur musulmán, hasta que a comienzos del siglo XII la conquista del valle del Ebro por Alfonso I el Batallador alejó definitivamente la frontera e hizo desaparecer el carácter de barrera protectora que habían adquirido, casi de forma permanente, las tierras llanas al pie del saltus Vasconum medio-oriental. A partir de ese momento la villa adquirió funciones comerciales y agrícolas gracias a su situación de proximidad a la vía Tudela (Ebro)-Pamplona y al Camino de Santiago, y al general desarrollo de la economía occidental. El primer punto de la transformación lo señala la concesión (1147) del fuero de Estella, que, derivado del de Jaca, favorecía el asentamiento de nueva población al otorgar a los vecinos la categoría de «francos» y la posibilidad de roturar tierras en un amplio término de realengo. Los efectos fueron inmediatos y un siglo después, en 1224, el número de fuegos censados para el pago de la «talla» se elevaba a 1.098 que, unidos a las familias que todavía no habían logrado la vecindad y a los judíos residentes en la villa, da una población aproximada de 6.000 habitantes. Esta es una cifra muy elevada que, además, se incrementaría en decenios posteriores, pues según el Registro del Concejo entre 1285 y 1330 fueron admitidos 200 nuevos vecinos. El aumento de población obligó a la modificación del antiguo recinto militar, y antes de finalizar el siglo XII se habían iniciado la construcción de la iglesia románica de San Pedro y pocos años después la gótica de Santa María; los cuatro barrios (San Miguel, del Burgo, de la Carnicería, y Santa María) que constituían el «cerquo de dentro», se tuvieron que prolongar con nuevos distritos y paulatinamente fueron naciendo la Rúa Mayor de Foras, el barrio de Martín Suspirón, el de Seco, Medios, Pero Gorría, Primicia, San Pedro y de la Solana, que en 1264 ya estaban englobados en una nueva muralla que triplicaba la extensión del primitivo núcleo. La población estaba integrada por los descendientes de los antiguos vecinos y por los llegados de otros lugares, principalmente de Navarra (valle de Orba, Ribera, valle de Aibar) y Aragón (zona de Cinco Villas, Zaragoza), pero también por castellanos, catalanes, vizcaínos, franceses, alemanes y algún africano (de Marruecos). La vida profesional y espiritual estaba regulada por diez cofradías: Rocamador, San Felices, San Gil, Santo Tomás, San Miguel, de Clérigos, de Zapateros, de Carniceros, de Peleteros, y de Tejedores. Aparte de la agricultura (el 90% de los vecinos censados en 1264 poseen tierras), la población estaba formada por artesanos y comerciantes (más del 90% de esos vecinos declaran también disponer de bienes muebles e inmuebles urbanos), entre los que destacan tejedores, peleteros, zapa¬teros y carniceros, pero también toqueros, plumaceros, litereros, costureras, carpinteros, albañiles, ballesteros, basteros, molineros, horneros, alfareros, telleros, loseros, caldereros, carreteros, carreros, barberos, tenderos, etc. El total de bienes declarados por los vecinos ascendió en 1264 a 66.484 libras, de las que el 24,76% correspondían a bienes muebles, el 31,98% a inmuebles urbanos y el 43,26% a inmuebles rústicos, porcentajes que traducen el equilibrio entre la dedicación agrícola y la mercantil.
Además, es importante comprobar la armónica distribución de las propiedades, pues el 44,1% de los vecinos controla el 40,2% del patrimonio, constituyendo un bloque que podemos considerar de clase media (con fortunas entre 25 y 100 libras), que suaviza las diferencias entre los extremos: una exigua minoría de «ricos» (sólo 6 vecinos tienen más de 500 libras) y una discreta clase pobre (55 familias declaran no poseer nada y otras 70 sólo declaran disponer de menos de 5 libras). La situación observada para mitad del siglo XIII es de prosperidad y se prolongó al menos hasta 1330 en que los problemas políticos del reino y, sobre todo, el cambio de la coyuntura general alteraron la trayectoria ascendente. Demográficamente no sólo se frenó el ingreso de nuevos vecinos (entre 1330 y 1485 apenas se registran 60 altas), sino que la peste negra y el desbarajuste económico redujeron considerablemente la población. Así, el censo de 1350 consigna 485 fuegos y el de 1366 sólo 262, cifra que a pesar de estar muy condicionada por los fraudes, no llega al 25% de la contabilizada cien años antes. Pero, a pesar de esta decadencia, la villa mantuvo su categoría. Carlos III creó en 1407 una nueva merindad centrada en ella, agrupando parte de las de Tudela, Estella y Sangüesa. Antes de 1400 los monarcas navarros eligieron su antiguo palacio para residencia, realizando una amplia labor de embellecimiento que duró casi medio siglo, convirtiéndolo en centro de vida cortesana y, en muchas ocasiones, capital política del reino. Pero a finales del siglo XV las alteraciones políticas devolvieron a la población su función militar y los vecinos, alineados en el bando agramontés, sufrieron frecuentes acosos por parte de las tropas beamontesas. A primeros de marzo de 1495, el ejército del conde de Lerín atacó y tomó al asalto la villa con gentes de Castilla, Aragón, Rioja, Guipúzcoa, Álava y Navarra, que la sometieron al saqueo y la destrucción.
Tras la incorporación de Navarra a la corona de Castilla en los comienzos del siglo XVI, Olite mantuvo su importancia política, ya relativa. Residieron en ella algunos virreyes y albergó Cortes; mantuvo su Estudio medieval, incluso con la pretensión (1527) de que se cerraran los de Tafalla y Falces, y en él debió formarse el teólogo Miguel de Oronsuspe. Olite había adquirido de Felipe IV (VI de Navarra) la condición de ciudad por 15.500 ducados en 1630. Sufrió, como tantos pueblos navarros, las destrucciones de las guerras del siglo XIX. Fue cabeza de merindad, y de partido judicial hasta la primera guerra carlista, en que esta función se trasladó circunstancialmente a Tafalla, sin que se moviera ya de allí.
A fines del siglo XVIII su riqueza agrícola era considerable, producía principalmente cereales y vino. En las zonas regadas se recogía lino, legumbres y bastantes olivas. Mediado el siglo XIX contaba con dos escuelas, una de niños, a la que asistían 160 y cuyo maestro percibía 7.095 reales al año; y la otra de niñas, frecuentada por 52 y dotada con 862. Las dos iglesias parroquiales de la ciudad estaban servidas en 1802 por dos párrocos y diecisiete beneficiados, todos patrimoniales y de provisión de la ciudad; constituían un solo cabildo. En 1847 a San Pedro correspondían dos beneficios de media ración y seis de entera y a Santa María tres y nueve respectivamente.
El convento de claustrales que había desde 1240 fue suprimido a comienzos del XVI por orden de Cisneros, y demolidos en 1523 sus edificios. Pero se restableció luego como convento de franciscanos recoletos misioneros; En torno a 1800 reunía a dieciséis religiosos sacerdotes, siete legos y dos donados. En 1834 fueron exclautrados, aunque en 1880 retornó una comunidad de franciscanos. Mediado el siglo también existía un convento de monjas de Santa Clara, ocupado por éstas en unión con las recoletas de Lerino, a doscientos pasos de la ciudad. La ciudad creció de manera muy notable durante el siglo XIX, hasta el último cuarto de siglo, en que sobre todo el problema de la filoxera y la consiguiente crisis vitícola provocó la inversión del ritmo demográfico, impulsando la emigración. Fue éste uno de los factores que hicieron que, sobre todo desde 1884, la necesidad de replantear su economía agrícola diera fuerza especial al problema de las Corralizas; problema que rebrotó en Olite durante nuestra centuria, especialmente en 1914 y 1930. Por lo mismo, aunque en otro sentido, Olite se convertía a comienzos del siglo XX en foco principal del desenvolvimiento del agrarismo y en particular de las Cajas rurales, de la mano del párroco Victoriano Flamarique.
En los años veinte existían cuatro molinos harineros (dos de ellos paalizados) y seis trujales (sólo tres en funcionamiento), dos grandes bodegas cooperativas y seis menores, dos fábricas de harina, tres talleres de construcción de carros, dos de guarniciones y atalajes, dos tonelerías, cuatro fábricas de chocolate, panadería de la Caja Rural y otras particulares, un colegio privado además de las dos escuelas y puesto de la guardia civil. Seguían rindiendo sus servicios al menos cuatro fundaciones piadosas: una para el sostenimiento del hospital; dos para costear estudios eclesiásticos y una cuarta constituida en 1.892 por Jenaro Ibáñez y su esposa Polonia Galdiano para prestar trigo a los labradores en la época de la siembra. Había telégrafos y teléfonos.
HOSPITAL. Los establecimientos dedicados al cuidado de enfermos contaban con una larga tradición en la ciudad, se sabe con certeza que en el año 1574 ya existía el Hospital, pues en dicho año se hizo una fundación para atender a los enfermos pobres en sus casas y a los que ingresaban en el Hospital. Años más tarde el Hospital fue municipalizado, estando a su cuidado las Hijas de la Caridad de San Vicente de Paúl. Otro Hospital que tuvo gran importancia tanto en Navarra como fuera de ella, fue el Hospital de los Religiosos Antonianos. Tenía éste la facultad de pedir limosnas en Navarra, Aragón y Castilla, privilegio del que únicamente gozaban los Hospitales de Pamplona y Zaragoza. En dicho Hospital se acogían los enfermos afectos de la enfermedad conocida con el nombre vulgar de "fuego de San Antonio o fuego sagrado" ,especie de erisipela que dejaba seco, como si estuviera quemado, la extremidad afectada por esta enfermedad. No se conoce con exactitud el origen de la Casa-Hospital, pero existen indicios de su funcionamiento en el siglo XII.
Ya en el siglo XVI, el rey Felipe II intentó suprimir esta Orden, habida cuenta de que apenas había enfermos afectos al "fuego de San Antonio". Dicha supresión se llevó a cabo en 1777 por decreto del Papa Pío VI. La casa de Olite fue posteriormente ocupada por las monjas de Santa Engracia, al quedarse éstas sin el convento que tenían en Pamplona, destruido en la guerra con Francia en el año 1793.
Enlaces a archivos de interés:
Archivo General y Real de Navarra
Archivo Diocesano del Arzobispado de Pamplona y Tudela
Portal de Archivos Españoles (PARES)
Enlaces a hemerotecas de interés:
Hemeroteca del Diario de Navarra
La ciudad de Olite es un importante centro artístico que incluye dos parroquias, dos conventos e importantes edificios civiles, con el castillo-palacio como ejemplo más destacado, incluso dentro del panorama de la arquitectura civil gótica Navarra.
IGLESIA DE SAN PEDRO. La parroquia de San Pedro es la más antigua de las dos que quedan y se localiza en el extremo sureste de la ciudad. En la administración de esta iglesia se han sucedido desde su fundación diversas instituciones. En un principio, a raíz de la donación en 1903 de Sancho Ramírez, pasó a depender del monasterio de Montearagón, hasta que en 1574 quedó bajo la jurisdicción del obispo de Barbastro. Fue en el Concordato de 1851 cuando el obispo de Pamplona logró integrar esta iglesia en su demarcación.
El estilo que presenta la construcción, románico en los muros y portada y cisterciense en la cubierta, parece indicar que la iglesia se levantó bajo los auspicios de Montearagón a partir de la últimas décadas del siglo XII. Sin embargo la unidad primitiva se perdió tras las obras de ampliación llevadas a cabo entre 1770 y 1708 por Domingo de Aguirre, quien se ajustó a los planes de obra del maestro Juan de Anchieta. La iglesia medieval consta de tres naves con dos tramos cada una, crucero y triple cabecera, destruida ésta en la ampliación del siglo XVIII, conservándose sin embargo el resto del espacio. Marcan los diferentes tramos de esta nave pilares cruciformes, con dobles columnas adornadas en los frentes y una en los codillos montadas en basamentos. La decoración de los capiteles con palmecas, pencas, piñas y bolas es típicamente protogótica, excepto los correspondientes a los pies, donde se observa un lenguaje más avanzado, gótico ya, en la interpretación de la flora y motivos figurados, fechables por tanto en el siglo XIII. Completa la fisonomía del interior del templo medieval la cubierta y ventanales. Las naves laterales se cubren a menor altura que la central, aunque las tres lo hacen con bóvedas de crucería simple que incorporan en algún caso claves enmarcadas por cabezas. Refuerzan la cubierta arcos fajones de medio punto y formeros apuntados. Bajo la cubrición se incorporan los vanos: ventanales y rosetón sobre el coro. En sus elementos se aprecia una evolución desde el estilo protogótico al pleno gótico del siglo XIII. El coro alto que se levanta a los pies corresponde a un gótico más avanzado, ya del siglo XIV. En el siglo XVI se levantó la capilla del Santo Cristo, adosada a la nave de la Epístola, con planta cuadrada y cubierta por bóveda de terceletes.
Sin embargo, fue en la primera década del siglo XVIII, cuando se abordaron las obras más trascendentes. Estas consistieron en derribar la triple cabecera semicircular para ampliar la nave con un tramo, crucero y cabecera recta que tan sólo abarca la nave central. La cubierta se hizo con bóvedas de aristas, lunetos para la cabecera y cúpula sobre el crucero siguiendo criterios barrocos. Este sistema de cubrición tiene como soportes unos pilares cruciformes con cornisa superior que se prolonga por todo el perímetro. Animan estas estructuras placas de yeserías con hojarasca, propias de comienzos del siglo XVIII.
La iglesia cuenta con un claustro de planta cuadrada que se adosa a la fábrica medieval por el lado del Evangelio y cuya construcción, de mediados del siglo XIII, es contemporánea de las naves del templo. Lo forman arcos de medio punto que apoyan en capiteles decorados y sustentados en dobles columnas sobre basas circulares. Gran parte de los capiteles desarrollan motivos puramente ornamentales, en los que una hojarasca de un gótico temprano alterna con cabezas de tamaño menudo, salvo en la crujía oriental que narra pasajes del Génesis protagonizados por Adán y Eva. El exterior de la parroquia muestra muros de sillería, tanto los correspondientes a la fábrica medieval como a la barroca, si bien en el remate de ésta se incorpora ladrillo. De la construcción medieval destaca la fachada, erigida a los pies en etapas sucesivas, según se deduce de la estilística que ofrece. A un primer impulso corresponde la portada, de un románico ya tardío de finales del siglo XII. La compone un arco de medio punto que abocina en seis arquivoltas de grueso baquetón, en alternancia con unas cenefas decorativas que incluyen motivos de ajedrezado y vegetales de variado diseño. El conjunto apoya en columnas y baquetoncillos con capiteles decorados con motivos vegetales y figurados. Entre estos últimos se reconoce a San Jorge luchando contra el león y una arpía haciendo lo mismo con un centauro. El tímpano que luce la portada obedece a una reforma gótica del siglo XIII, momento al que pertenece el resto de la fachada, que incluye el rosetón de hermosa tracería. Él tímpano presenta tres figuras casi de bulto en el interior de una triple arquería trilobulada, la central se identifica con San Pedro, el titular de la parroquia, mientras que los otros dos pueden representar a San Andrés y Santiago. Denota mayor finura en la talla el dintel dedicado a la vida de San Pedro, en el que se deja ver la influencia francesa.
El exterior queda completado por dos torres. La llamada Torre Alta se levanta a la altura del crucero como obra contemporánea a la antigua cabecera, aunque la fecha de coronamiento data ya del siglo XIV. Mayor sobriedad denota la torre que se integra en la fachada. El auge que experimentó Olite en el siglo XV con motivo de la magna empresa real, el palacio, también alcanzó a la parroquia de San Pedro, donde se conservan dos hermosas piezas de escultura de clara influencia borgoñona, atribuidas por ello al taller de Jehan de Lome. Una de Santiago, de gran tamaño en el que tanto la expresión del rostro, con una detenida dedicación al cabello y barbas como el esmerado tratamiento del ropaje hablan del alto nivel artístico alcanzado por el escultor. Igualmente importante es el sepulcro del notario Enequo Pinel, cuya estructura sigue muy de cerca modelos de Tournai. Preside el arcosolio un relieve de la Trinidad con la familia de los donantes presentados por San Juan Bautista, los hombres, y Santa Catalina, las mujeres, dispuestas a cada lado. La pintura mural gótica también dejó interesantes muestras en la capilla de la Virgen del Campanal, si bien hoy se conservan en el Museo de Navarra. Su ejecución se llevó a cabo en dos momentos diferentes dentro del estilo gótico. Las primeras pinturas, obra del llamado «Primer maestro de Olite», datan de los últimos años del siglo XIII o comienzos del XIV y muestran un estilo de transición emparentado con el maestro más antiguo del Cerco de Artajona, si bien sus referencias al románico son más acusadas. Representan a Cristo y la Virgen acompañados por Apóstoles y Santos, así como algunas escenas de la infancia de Cristo. Las segundas pinturas se deben al «Segundo maestro de Olite», con una fecha aproximada entre 1340-1360 y en conexión con el arte de Juan de Oliver y el maestro Roque de Artajona, si bien algunos detalles del Trecento italiano lo hacen más progresivo. El mural se organiza a manera de retablo con las escenas, en su mayoría dedicadas a Jesús y la Virgen, representadas por figuras de gran esbeltez y elegantes ademanes que se introducen en espacios arquitectónicos o paisajes. Por su cronología y estilo gótico del siglo XIV cabe incluir aquí la talla de la Virgen del Campanal, titular de la capilla decorada con esas pinturas.
El resto del ajuar tiene menor importancia, con todo cabe referirse al retablo mayor, cuya mazonería de un barroco temprano corrió a cargo del arquitecto Juan de Eguílaz, que lo había terminado para 1681. Lo más interesante del mismo lo constituye la serie de lienzos pintados por Vicente Berdusán entre 1681 y 1683, con el dedicado a la Inmaculada como ejemplo más acabado, con evidentes referencias en lo compositivo y color a la escuela madrileña del momento. El resto de los retablos pertenecen a fases diferentes dentro del estilo barroco, así el de la Virgen uel Rosario es una interesante obra de la primera mitad del siglo XVIII, en tanto que los colaterales adquie-íren el dinamismo del Rococó. . En el capítulo de las artes suntuarias destaca un cáliz de plata dorada fechado en 1552, cuya estructura dependiente todavía en parte de modelos góticos se cubre de una rica ornamentación de temas a «candelieri» que remiten ya al plateresco. Entre los ornamentos, aunque de época tardía -1850- interesa por su riqueza la capa pluvial blanca regalada por el obispo Úriz y tejida en La Real Fábrica de Molero Hernández (Toledo), al igual que otros ornamentos pertenecientes a la parroquia de Santa María.
IGLESIA DE SANTA MARÍA. La parroquia de Santa María se levanta en un lugar más céntrico, englobada en parte dentro del castillo-palacio. Su construcción se prolongó durante todo el siglo XIII hasta incluso los comienzos del siglo XIV. Tan dilatada cronología explica que el estilo gótico incipiente con soluciones cistercienses, plasmado en la cabecera y nave, evolucione hacia un gótico más pleno que se manifiesta en la zona del coro y la fachada. El esmero artístico presente en esta iglesia se explica por el favor que le dispensaron los monarcas, especialmente los Evreux, quienes la utilizaron en ocasiones por su mayor amplitud para ceremonias de gran solemnidad. Aunque en el interior de la iglesia domina la sobriedad arquitectónica todavía deudora del císter, la exactitud de sus proporciones, con una clara dependencia entre planta y alzado incorpora nuevos valores estéticos. La planta es de nave única, coronada por cabecera pentagonal más estrecha que la nave, procedimiento no desconocido en otras iglesias navarras de la época. Como so portes se recurre al pilar pentagonal con triples columnas adosadas en los frentes y pilastras en los codillos que rematan en capiteles de hojarasca, ya naturalista salvo en algún ejemplar donde el esquematismo del áster todavía se mantiene. Este sistema de apoyos da paso a la cubierta de crucería simple con nervios rectangulares y claves decoradas que se extiende sobre la nave, en tanto que la correspondiente a la capilla mayor presenta mayor complejidad. La apertura de ventanas con tracería gótica además del gran rosetón refuerza el sentido gótico de este edificio, que sin embargo no luce en toda su riqueza al haberse inutilizado alguna. Con el paso del tiempo se ha alterado en cierta medida el planteamiento espacial al abrirse alguna capilla lateral, entre las que destaca por su mayor tamaño la del Santo Cristo, hoy sacristía, construida a partir de 1767 con planta cuadrada. En el exterior destaca el tratamiento de la fachada con aportes del gótico pleno de comienzos del siglo IV. Configura un parámetro rectangular rematado por un piñón entre dos pequeños cuerpos que semejan torres inacabadas, si bien uno presenta mayor desarrollo. La parte inferior de la misma repite un modelo visto en algunas iglesias navarras, como el santo Sepulcro de Estella y San Saturnino de Artajona. Tiene una gran portada con abocinamiento, a la que enmarcan unas galerías de arcos trilobulados que alojan esculturas. La puerta, cuajada de ornamentación, consigue ricos efectos entre la exuberante hojarasca que decora las arquivoltas y los temas figurativos que se centran en el tímpano, capiteles y pies derechos. La amplia iconografía que aquí se desarrolla con escenas del Antiguo y Nuevo Testamento, así como referencias a la vida cotidiana aglutinan de alguna manera la historia de la Redención. Se ha querido ver en las estatuas reales que de forma irregular interrumpen las arquivoltas alusiones a los mecenas, identificados con Juana I y su esposo el rey francés Felipe el Hermoso (1274-1304). Por otra parte, la vinculación existente entre la monarquía gala y la navarra en las fechas en que se data esta portada -hacia 1300- explica la influencia que en ella se respira de los talleres de Nótre Dame de París.
En cuanto a la autoría parece verosímil, dada la unidad del conjunto y los rasgos físicos de gran parte de los personajes, la intervención de un amplio taller con varios maestros. Delante de la fachada se dispone un patio con arquerías góticas del siglo XV, cuya procedencia ha ocasionado múltiples opiniones. Las arquerías siguen el modelo del momento, con mayor relevancia la central al estar flanqueada por esculturas, bajo dosel, de una Virgen con el Niño y de la reina Doña Blanca, hija de Carlos III, relacionadas con el taller de Jehan de Lome. El retablo mayor muestra un bello conjunto de pintura sobre tabla realizado antes de 1514 por el pintor aragonés Pedro de Aponte, en tanto que la escultura es obra del maestro Uguet, avecindado en Olite. La traza es todavía gótica, aunque el banco aporta soluciones platerescas al incorporar balaustres y tondos. El repertorio pictórico está más acorde con el momento; en él se despliega una amplia iconografía que incluye temas de la vida de la Virgen y Cristo, con una importante intervención del taller de Aponte a juzgar por la desigualdad de las tablas. En algunas, al característico estilo del pintor con gusto por lo caricaturesco y lo dramático está presente, mientras que en otras resulta más evidente una tendencia hacia lo delicado y lo suave. En cuanto a la escultura, hay que detenerse en el Calvario del ático, excelente ejemplo del estilo expresivo del primer tercio del siglo XVI, en conexión con lo aragonés. No pertenece al retablo la talla de la Virgen con el Niño, gótica del primer tercio del siglo XIV, que repite un tipo muy arraigado en la región, el de Andra Mari.
En esta iglesia se venera el Crucificado de la Buena Muerte, gótico de mediados del siglo XIV y que se ha relacionado con algún ejemplar castellano de Paredes de Nava. Existen piezas de orfebrería relevantes, como dos cálices bajorrenacentistas con la marca de Hernando de Oñate y unas crismeras de comienzos del siglo XVII, todas ellas con bellos repertorios decorativos.
CONVENTO DE SAN FRANCISCO. Extramuros de la ciudad de localiza el convento de San Francisco, sobre el que ejercieron especial favor alguno de los monarcas navarros desde Teobaldo II, que en 1270 ofreció 2000 sueldos por la obra de la iglesia. Posteriormente, Juana II, hacia 1345, favorece el traslado del convento a su actual emplazamiento. De edificio medieval no se conserva más que la portada de la iglesia, ya que se destruyó dado su mal estado a mediados del siglo XVIII. De entonces data el actual que incluye templo, claustro y convento. Las obras del nuevo complejo monacal abarcan desde 1749 a 1763 y las dirigió el maestro de obras Francisco Ibero con trazas del fraile dominico madrileño fray Marcos de Santa Rosa. A pesar de su cronología apenas hay novedades con respecto al tradicional planteamiento de los edificios conventuales, con la iglesia adosada a un claustro en torno al cual se organizan las dependencias. El templo presenta una planta de cruz latina, no marcada en el plano, cabecera recta y capillas laterales que se comunican entre sí. Como cubierta se extiende una bó veda de lunetos excepto en el crucero, potenciado mediante una gran cúpula con linterna, ricamente ornamentada en contraste con el resto del edificio, donde únicamente se utiliza la placa recortada. Para acceder a la iglesia se aprovecha la portada gótica, de mediados del siglo XV, que presenta un sencillo diseño reducido a un arco apuntado con tres arquivoltas y baquetoncillos de apoyo. La decoración la forma el Calvario del tímpano, los doseletes de las jambas y los escudos de las ménsulas exteriores, donde se esculpen las armas de doña Blanca y su esposo Juan de Aragón, ya que las dos esculturas laterales se han llevado al interior. El autor de la obra, aunque desconocido, se relaciona con el círculo de Jehan de Lome.
El mismo ambiente artístico respiran los dos sepulcros que se conservan a los pies de la iglesia, una muestra más del auge que experimentó el monumento funerario en la época de Carlos III. Siguen el esquema de arcosolio con una decoración de tracería gótica a la que se añaden los escudos de los difuntos, a pesar de ello no identificados, y una imagen que los preside. En un caso es San Miguel y otro era la imagen de la Virgen lactante que se conserva en el Museo de Navarra, tallada con gran delicadeza en alabastro bajo una clara influencia de la escuela borgoñona, tan aceptada en los círculos cortesanos navarros del momento. Al construirse el nuevo convento se debió renovar el conjunto de retablos de la iglesia -excepto el renacentista que hoy se expone en el Museo ya citado-, ya que prácticamente todos ellos corresponden a la segunda mitad del siglo XVIII, ofreciendo unas tallas de los titulares destacan por su calidad, explicable en parte por el mecenazgo que ejercieron en este convento personas como el marqués de Feria, don Francisco Mendinueta, doña Bernarda Munárriz y el Virrey de Navarra don Francisco Bucarelli y Ursua. Doña Bernarda regaló en 1746, procedente de Madrid, la magnífica talla de Santa Rosa de Viterbo, atribuida al escultor Luis Salvador Carmena, con e! que asimismo se relaciona el San Francisco de Asís. La escultura del retablo mayor se le encargó en el último tercio del siglo XVII al artista francés Juan de Labast y Phelipe, salvo el relieve de la Estigmatización de San Francisco, realizado por uno de los escultores más prestigiosos de aquel momento en Navarra, Lucas de Mena. Al mismo maestro se le debe el bulto de San Buenaventura. Aunque de autor desconocido, el San Antonio de Padua es un excelente ejemplo de la escultura barroca que deriva hacia el concepto amable del Rococó. Tam¬bién presidió su correspondiente retablo, aunque ahora se localiza en el claustro, un gran lienzo con la Aparición de Cristo a Santa Margarita de Cortona, firmado por Vicemte Rpdoez de Cascante (Navarra). Roma 1757.
También hay que destacar, entre la colección de lienzos barrocos del convento, una Asunción con ¡a firma del pintor madrileño Antonio de Castejón (1625-1690). Las artes suntuarias están espléndidamente representadas por la custodia de manos, de plata dorada y esmaltes que se incluye dentro de talleres peruanos y que ofrece un decorativo conjunto barroco de finales del siglo XVII o comienzos del siguiente.
MONASTERIO DE LAS CLARISAS. También es un edificio destacable el monasterio de Clarisas. La comunidad de monjas se instaló en este convento, que perteneció a los Antonianos, en 1804. Éste se fundó en el siglo XIII, época a la que pertenece el núcleo primitivo de la iglesia, a pesar de las reformas de los siglos XVI y XVII, que desvirtuaron su aspecto primitivo. Del edificio del siglo XIII se conserva la planta de nave única, salvo la zona del coro que se amplió en el siglo XVII, además de restos de la cubierta protogótica que se alzan sobre la actual de lunetos. Al exterior también se aprecia el cambio de obra entre la fábrica de época medieval y moderna. En diversas zonas del convento se aprovechan escudos con las armas de los Evreux, que hablan de los favores que éstos dispensaron a los frailes antonianos. Los traslados a que se ha visto obligada la comunidad de clarisas hacen que su ajuar se haya mermado. La escultura del retablo debe mencionarse por su calidad, especialmente Santa Engracia, una talla de comienzos del siglo XVII que muestra una belleza y compostura clásica, aunque con ecos ya naturalistas. Plenamente romanista es el San Francisco de Asís, en tanto que Santa Clara pertenece ya al siglo XVII. Anterior, en estilo hispano-flamenco de hacia 1500, es un dramático crucificado, obra de un excelente escultor.
La colección de lienzos es muy numerosa, con obras muy importantes como la Inmaculada firmada por Ezquerra en 1710. En relación con el pintor tudelano Vicente Berdusán, máximo exponente del pintura barroca en Navarra, hay que poner el cuadro de Esther y Asuero, lo mismo que el de San Francisco acompañado de Santo Domingo. La escultura de la clausura está representada por un Niño Jesús vestido de peregrino del siglo XVII. En otro orden de cosas hay que mencionar la lápida sepulcral de una priora de la familia de los Cruzat, muerta en 1573, que se decora con hermosas arquitecturas renacentistas.
ERMITA. A cierta distancia del pueblo se encuentra la ermita de Santa Brígida, construida hacia 1200 de acuerdo con el estilo protogótico. A ella tuvieron gran devoción algunos miembros de la dinastía Evreux. La arquitectura, que en nada se aleja de lo usual de la época, se decoraba con pinturas murales de estilo franco-gótico de mediados del siglo XIV, de las que se ha recuperado algún fragmento, muestra de un pintor ingenuo y popular.
ARQUITECTURA CIVIL. Si en Olite existen grandes edificios civiles con hermosas fachadas, sin contar el palacio, no menos interés alcanza su estructura urbana, que se remonta a época romana con la organización de un recinto defensivo, un "oppidum". En la documentación medieval se le conoce a esta zona como "Cerquo de Dentro". Este recinto se adaptaba a una planta trapezoidal de la que todavía se puede reconstruir parte, que se ajusta a la característica organización de las civitas romanas. El Cardo Máximo coincidiría con la actual calle de San Francisco, que conectaba el Portal de Tafalla con el Chapitel; por el contrario identificar el Decumanu Maximo resulta más problemático, si bien parece que discurriría por la Placeta y la segunda Belena de San Francisco para alcanzar el Portillo. A esta organización ortogonal se adaptaban las restantes vías. El carácter defensivo de esta ciudad romana se reforzó con un sólido cinturón de murallas ya comentado. Completaba la fortificación romana el "praesidium", edificio rectangular con cuatro torres en las esquinas que se reutilizó como núcleo del castillo real y que cabe identificar con el actual Parador Nacional.
La ciudad romana se amplió en el siglo XII. A esta ampliación medieval para distinguir de la parte romana se le llamó el "Cerco de Fuera" y conecta con aquélla a través de un amplio espacio abierto, la plaza de Carlos III, que desde entonces se ha convertido en el centro neurálgico de la población. El casco medieval se organizó en torno a dos núcleos separados por la calle Mayor, calle que viene a ser una prolongación del Cardo máximo, uniendo la puerta del Chapitel con la de Tudela, situada en el extremo sur de la ciudad. El barrio que se extiende al lado oriental de la calle Mayor se organiza según un esquema bastante anárquico, debido quizás a su mayor antigüedad, en torno a la parroquia de San Pedro, en tanto que en el barrio occidental rige mayor ordenación, con calles casi paralelas: la de Mirapiés, de Medios y Seco. Este tipo de urbanismo sigue los modelos de repoblación que se impusieron en Navarra desde el siglo XII. La nueva ciudad medieval ,a ejemplo de la romana, se fortificó aunque sus murallas no alcanzaron la monumentalidad de las otras. Los portales que permitían el acceso a esta parte de la ciudad eran el de Falces, Tudela y el del Río. En el recinto urbano conviven mansiones señoriales renacentistas y barrocas con sus fachadas decoradas por escudos y rematadas en aleros de madera o ladrillo, con otras cuyo carácter sencillo se advierte en el material y en la ausencia de elementos que las individualicen. En algunas la pervivencia de unas ventanas geminadas o el amplio portal de arco apuntado o de medio punto de grandes dovelas, con escudos en la clave en ocasiones, ayuda a clasificarlas según los modelos tardogóticos que se prolongan hasta el siglo XVI, de los que en Olite hay numerosos y buenos ejemplos. Esta gran variedad obliga a detenerse únicamente en aquellas casas de mayor empaque y envergadura. En la calle San Francisco, junto a casas del siglo XVI, muchas con escudos en la fachada, destaca el nº 23, un palacio de comienzos del siglo XVI con fachada de sillar estructurada con vanos rectos a excepción de la galería de arquillos del remate, donde asienta un volado alero con ménsulas decoradas. Un escudo de orla manierista enriquece esta severa fachada. Un buen conjunto arquitectónico lo ofrece la plaza de los Teobaldos, uno de cuyos lados cierra la fachada del Parador y la parroquia de Santa María, mientras que los restantes lo forman casa más sencillas. En la calle Mayor destacan varios palacios, entre ellos el del Marqués de Rada, construcción renacentista del tercer cuarto del siglo XVI, con fachada de sillar salvo la galería de arquillos, donde se introduce el ladrillo. El rico alero de madera es otro elemento destacable, al igual que el escudo de campo oval y orla con motivos renacentistas. Posterior, de época barroca es la escalera interior cubierta con cúpula. El n" 17 de esta misma calle corresponde a otro interesante palacio renacentista que repite el esquema propio de la Ribera. Mayor avance denota el n° 30, que coincide con una casa señorial barroca del siglo XVII. El palacio de ios marqueses de Feria, situado en la esquina de la calle San Pedro, es otro hermoso ejemplar de palacio del siglo XVI, de aspecto monumental con su curioso alero decorado por multitud de bolas.
En Olite todavía se conservan algunos portales que circundaban el sistema amurallado tanto romano como medieval, tal es el caso del portal de Tafalla, el Chapitel o Tudela. La presencia del castillo-palacio confiere a Olite una individualidad e importancia singular. El castillo de Olite tenía su núcleo originario en el «praesidium» romano, a partir del cual se fueron haciendo nuevas reformas y ampliaciones que alcanzaron su cumbre en la empresa llevada a cabo en el siglo XV bajo la dirección de Carlos III el Noble, quien le confirió su definitivo aspecto gótico. Los monarcas navarros residieron en Olite desde el siglo XIII, en el «praesidium» romano, el actual Parador, defendido por las cuatro torres; en el interior de una de ellas se dispuso la capilla de San Jorge. A esta parte del palacio se le conocía con el nombre del «Viejo» para distinguirlo del nuevo que hizo Carlos 111(1387-1425). Este monarca no sólo logró el esplendor arquitectónico y suntuario del palacio, sino tam¬bién es de estos momentos cuando alcanzó el máximo brillo social, con reuniones festivas y ceremonias políticas.
La esposa del Monarca, Leonor de Castilla, participó decididamente en la empresa, e incluso parece que a ella se le deben las primeras iniciativas. Por todo ello se establecieron ciertas relaciones entre esta obra navarra y el Alcázar de Segovia, que por entonces estaba construyéndose bajo los auspicios de los Trastámaras, parientes de la reina. En este contexto se explica que algunos artistas que obraban en Olite visiten Segovia para «devisar ciertos obrages que son ailli, en los patios del Rey de Castieilla».
En 1399 se amplió el viejo palacio en el espacio comprendido entre éste, la parroquia de Santa María y la muralla romana. Allí se ubicó la capilla de San Jorge, cuya planta todavía se puede ver. Sin acabar esta fase, a partir de 1400 y a lo largo de toda la década, se llevó a cabo la gran ampliación que configuró el palacio nuevo. En ese momento se construyeron una serie de cámaras como la del rey y la reina, con su hermosa galería de arcos y patio de los naranjos, así como la gran variedad de torres, en muchos casos con un papel más festivo que de defensa, tal indican la apertura de miradores o balcones de hermosas tracerías góticas. Son conocidas las torres del homenaje, las Tres Coronas, los Cuatro Vientos y la del Vigía. Otro elemento importante del palacio fueron los fastuosos jardines y exóticas terrazas en las que se aclimataban la flora más variada, traída de muchas ocasiones de países lejanos, y para cuyo cuidado, además de disponer de un complejo sistema de riego se contaba con especialistas venidos de Valencia, Cataluña, Inglaterra, etc. De este deslumbrante conjunto úni¬camente queda el evocador nombre de alguno de los jardines: el huertecillo de los paños, el patio de los Toronjales, el jardín del Cenador... Este ambiente de refinamiento y belleza conecta con las labores de ornato que se realizaron en el interior de todo el recinto palacial, de las que apenas quedan restos. Sin embargo, el alcance que debieron llegar a tener se refleja en la documentación, que en este caso se muestra abundante. Colaboraron en la empresa gran número de artistas de los más variados oficios. Los canteros fueron dirigidos por Martín Périz de Estella, a quien se nombró director de la obra. Los trabajos de carpintería los tomó a cargo el moro tudelano Lope el «Barbicano», con quien colaboró un amplio equipo de maestros, también de origen moro, que realizaron entre otras cosas los ricos artesonados de madera pintada o dorada. También los musulmanes de Tudela corrieron a cargo de las labores de yeserías decorativas, de cuya riqueza nos podemos hacer una idea por los fragmentos que se conservan. De la fabricación del ladrillo barnizado y azulejos se encargaron los moros de Valencia. La pintura también intervenía como complemento a los afanes decorativos, con nombres conocidos como el maestre Henrich y Juan de Laguardia. Tampoco hay que olvidar oficios como los vidrieros, tapiceros, argenteros y relojeros, cuyos maestros procedentes de distintos reinos contribuyeron al esplendor general del palacio. No se puede olvidar la intervención del taller de Jehan de Lome, que labró los hermosos ventanales del palacio viejo, que todavía se conservan. La colaboración de artistas tan variados y de origen tan distinto dio lugar a una obra claramente ecléctica, muy acorde con el gusto cortesano de la Baja Edad Media. El gusto francés no es ajeno a la proliferación de torres y chimeneas con tejados de plomo, así como el recurso de los miradores. De Francia procedían muchos maestros, sin olvidar que el propio Carlos III no solo residió en ese país, sino que lo visitó en varias ocasiones mientras se estaba construyendo el palacio de Olite. El arte hispanomusulmán dejó su impronta en los adarves, labores de carpintería, azulejos y yeserías. Estilísticamente, el monumento es una construcción propia del gótico avanzado que tiene sus mejores logros en las galerías y ventanales de hermosas tracerías afiligradas. Este concepto esencialmente palaciego contrasta con la solidez de los muros, que hablan del carácter de fortaleza.
El palacio como hoy se presenta define una compleja secuencia de estancias y patios, sin contar la parroquia de Santa María que incluye en parte; todo lo cual se encuentra rodeado por sólidas murallas. El perímetro que dibuja el monumento es amplio e irregular, complicado por numerosos quiebros. Si compleja es la planta no menos los son los alzados, con sus bosques de torres de traza y altura diferente que definen la silueta característica de la ciudad cuando se divisa a distancia.
Tras los días de esplendor y tras la anexión de Navarra a Castilla el palacio se fue abandonado, aunque todavía fue residencia de los virreyes. Sin embargo, el incendio ordenado por Espoz y Mina en 1813 en la lucha contra los franceses contribuyó de manera definitiva a su total deterioro, convirtiéndose en motivo de inspiración por su imagen romántica de pintores y viajeros.
El estado actual del castillo es producto de la reconstrucción iniciada en 1925 con la dirección del arquitecto José Yárnoz y Larrosa y bajo los auspicios de la Diputación de Navarra. El esmerado trabajo realizado por el arquitecto, que logró una amplia documentación del estado en que se encontraban las ruinas permite concluir que su labor se limitó casi exclusivamente a reconstruir las partes altas del edificio, las torres, murallas y cubiertas, con lo que no se alteraron las estructuras fundamentales del recinto.
CASTILLO-PALACIO. La parte más antigua sería remodelada en 1414, a fines del siglo XV y varias veces en el XVI; en 1584 se le añadió la actual puerta de estilo renacentista. En esta parte originaria se alzan las torres de las Cigüeñas, de la Prisión y de San Jorge. Contiguos a ella se hallaban en el siglo XIV los palacios de la reina o de! merino, y hacia 1361, el del infante don Luis. Reinando Carlos III el Noble, entre los años 1399 y 1401, la reina doña Leonor llevó a cabo una ampliación, entre la iglesia de Santa María y la muralla exterior, levantando allí nuevos aposentos y una capilla con tribunas, dedicada a San Jorge. Simultáneamente, el rey inició por su parte la construcción del núcleo del palacio, en torno a un recio cuerpo central aglutinante, con la galería dorada y la gran torre o torre del homenaje, que se estaba construyendo el año 1402. Al año siguiente se trabajaba en la torre del Algibe, contigua a la mayor. Por esos años se construía también el Mirador del Rey. Las torrellas o garitas, con sus cubiertas emplomadas, se construyeron hacia 1410. y la primorosa torre de las tres Coronas quedó terminada en 1412. Parece cierto que el propio rey llevaba a los mazoneros trazas o diseños de las nuevas construcciones. La parte posiblemente más característica del conjunto sea la del jardín de los cenadores, edificada a partir de 1406. La torre de los Cuatro Vientos, con sus airosos miradores calados, se construyó en 1414; el año anterior se terminó la llamada de Sobre el Portal, y al año siguiente se concluía la de las Atalayas o de la Joyosa Guarda. Entre los maestros constructores aparecen Martín Périz de Estella y el escultor Janín de Lome, autor del sepulcro del rey en la catedral de Pamplona.
Tras la conquista de Navarra por Fernando el Católico en 1512, no volverían a habitarlo personas reales. En 1556, una real merced autorizó a los marqueses de Cortes a habitar en el palacio por una renta de 50.000 maravedís anuales, corriendo con sus reparaciones. Más tarde se concedió a los Expélela de Beire el alcaidío hereditario por juro de heredad, que mantuvieron hasta el siglo XIX. En los siglos XVI al XVIII, el castillo de Olite, al cuidado de un conserje y del patrimonial, entró en una lenta y progresiva decadencia. En 1794, sirviendo de almacén militar, se produjo en él un incendio. Durante la Guerra de la Independencia, Espoz y Mina mandó darle fuego para que no sirviera de reducto a los franceses. El plomo de los chapiteles fue fundido para hacer municiones. A partir de entonces, el castillo palacio quedó convertido en unas melancólicas ruinas, que poco a poco fue cubriendo la hiedra. Para muchos era un almacén barato de piedra de construcción; a mediados del siglo pasado, Villaamil vio extraer diariamente ocho carretadas de piedra, destinada a obras particulares. En 1888 se prohibió al fin aprovecharla para esos usos. El año 1925, tras largas gestiones, el castillo, previamente adquirido por la Diputación Foral, fue declarado Monumento Nacional y se iniciaron los primeros trabajos de desescombro y consolidación. En 1937. bajo la dirección del arquitecto don José Yárnoz, se emprendió una lenta y cuidadosa restauración del conjunto.
El estilo general del castillo recuerda claramente el de las construcciones cívico-militares góticas de Francia, lo que no excluye otras influencias, como la catalana-mallorquina y la inglesa, justificadas históricamente. Los estucados y yeserías, de los que pocos restos subsisten en la actualidad, respondían a modelos mudéjares y fueron obra de arte.
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Contenidos: Pinturas murales de San Pedro, Santa María (Portada, Crucificado e imagen titular) y Castillo.
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