EL LOBO Y LA CERDA
El lobo y la cerda. Estaba la cerda por el monte con sus crías. Y se les acercó el lobo con sigilo y le dijo a la cerda:
–Tengo hambre y te voy a comer las crías.
–Hombre, ¿por qué me vas a comer las crías, si no son mías? Tú no me puedes comer las crías –le suplicó la cerda.
–Sí, tengo hambre y voy a comértelas –insistía el lobo.
–Además, si están sin bautizar –le intentaba engañar con astucia la cerda.
–Me es igual; te las voy a comer –amenazaba el lobo.
–Pues, entonces, vamos a bautizarlas y, después, haz lo que quieras; ya bautizadas es otra cosa –le dijo astutamente la cerda.
–¿Y dónde las bautizamos? –preguntó con ingenuidad el lobo.
–Pues, mira: allá abajo hay un molino que muele con una presa que está llena de agua –indicó la cerda.
–Pues vamos –decidió el lobo.
Y, después de decirle al lobo donde estaba la presa, la cerda bajó con sus crías a bautizarlas. En cuanto llegaron al molino, le dijo:
–Mira la presa.
En esos momentos estaba moliendo el molinero y la presa se encontraba un poco baja de agua en comparación con cuando estaba llena. Y la cerda mandó al lobo:
–¡Hala! Tú coge el agua.
Se encorvó para coger agua y, cuando estaba agachado, la cerda le pegó un golpe con el morro y lo tiró a la presa. Como el lobo no podía salir de la presa, la cerda cogió a sus crías y se fue con ellas al monte tranquilamente. Mientras, el molinero estaba moliendo, por lo que la corriente no le dejaba salir y llevó al lobo hasta la compuerta que se abre para que el agua mueva las piedras. La corriente lo llevó y taponó esa compuerta. Al cerrar el paso al agua, el molino se quedó sin agua y no se movían las piedras. Se asomó el molinero y dijo sorprendido:
–Oye, ¿qué es esto?
Llamó a la molinera a ver qué era. Comenzaron a estirar, pero no podían sacarlo. El molinero hasta le agarró de las orejas, aunque no lo logró. Y le ordenó el molinero:
–Tú levanta un poco más la compuerta para que lo saque yo.
Su mujer la levantó y el molinero sacó al lobo y gritó con sorpresa:
–Ah, ¿tú estás aquí?
Cogieron el molinero y la molinera un palo cada uno y, “pim, pam”, le dieron una enorme paliza al lobo. Así que lo dejaron desriñonado a palazos. Después, ya oscureció y lo echaron para el monte. Y en el monte se encontró con un raposo y, tras contarle qué le había pasado, le dijo:
–Tengo mucha hambre y te voy a comer.
–No, hombre, no. ¿Por qué? –dijo amedrentado el raposo. Rápidamente, como el zorro es muy astuto, le preguntó:
–¿Te gusta el queso?
–Sí –contestó con ingenuidad el lobo.
–Pues ya te voy a enseñar un sitio en que hay un queso grande con el que vas a quitar el hambre –le engañó el raposo.
Llegaron a una balsa donde brillaba una luna grande. El raposo le ense- ñó el queso y el lobo tenía que beberse toda el agua.
–Mira, ahí está el queso; mira qué grande es. Pero, para comértelo, tienes que beberte todo el agua: es lo natural –le engañó el raposo.
Así que el lobo intentó beberse toda el agua. Y bebió todo lo que pudo, pero se le salía por todos los orificios. Mientras tanto, el otro, el zorro, tapón por aquí, tapón por allá.
–No puedo más. No puedo beber más –se quejó el lobo.
–Bueno, pues si no puedes beber más, al menos puedes coger el queso –se burlaba el raposo.
–¿Y ahora? –preguntó el lobo que seguía hambriento.
Y el raposo, muy tuno y con miedo de que se lo comiera, le dijo:
–Mira ahí abajo; hay un convento de frailes donde nos darán de comer. Como ahora están trillando, si les ayudamos algo, seguro que nos quitarán el hambre.
Bajaron, pues, al convento. Era mediodía y los frailes estaban recogiendo la parva al final de la trilla. Se acercaron el lobo y el raposo y dijeron a los frailes con humildad:
–Bueno, tenemos hambre.
–Pero, ¿qué queréis? –les respondieron sorprendidos los frailes.
–Os vamos ayudar y después queremos comer –prometieron el zorro y el lobo.
–Bien. Nosotros vamos a comer ahora. Os quedáis recogiendo la parva y, después, coméis vosotros –les prometieron.
Se fueron los frailes a comer y el raposo, muy listo, cuando se pusieron a recoger la parva, le suelta el tapón del ano al lobo que había bebido tanta agua y el aluvión se llevó toda la parva. El zorro, astuto, corrió a avisar a los frailes. Al enterarse, salieron enfadadísimos y, si el molinero le había pegado una buena paliza, ésos le propinaron una mayor. Sí, una paliza de miedo. Y el raposo, mientras tanto, se comió toda la comida de los frailes.
–Ahora ya estoy harto. Ahora, sí que estoy satisfecho –dijo el zorro.
Y cogió unos huevos de donde los tenían los frailes y se untó toda la cabeza, como si la tuviera llena de chichones. Para cuando regresaron los frailes, el zorro huyó repleto. Después, ya se encontraron los dos en el camino:
–¿Y ahora adónde vamos? –preguntó el lobo que estaba malherido.
–Pues, nada; ahora a nuestra cueva, a la peña –respondió el raposo. Subían, por lo tanto, los dos a esconderse, pero enseguida le engañó al lobo de nuevo:
–Yo no puedo andar; me tendrás que subir tú a mí a la peña.
–¿Cómo voy a subirte yo a ti, con lo que pesas y después de que me han pegado este palizón que estoy desriñonado? –se quejaba el lobo.
–¿Y yo? Si tengo todos los sesos fuera, ¿cómo te voy a llevar? –le recriminaba astutamente el zorro.
Y discutían entre los dos qué era mayor dolencia; le decía el lobo que era mayor herida las costillas rotas que los sesos fuera y el raposo, lo contrario. Iban por el camino discutiendo y más arriba había un hombre haciendo leña.
–A ese hombre le vamos a preguntar a ver cuál de los dos tiene mayor mal: si el de los sesos sacados o el de las costillas rotas –dijo el zorro y aceptó el lobo.
Se aproximaron a él y le preguntó el raposo:
–¿Y a usted qué le parece? ¿Qué es peor? ¿A mí me parece que es peor herida los sesos fuera, que las costillas rotas?
–Hombre, los dos tenéis mucho mal. Las costillas rotas es mucho, mucho mal, pero los sesos fuera es peor, porque sin los sesos no se puede vivir
–respondió con autoridad el hombre de la leña.
Así que lo tuvo que subir al hombro el lobo al raposo. Y le dijo:
–Tú tienes la cueva en tal sitio, ¿verdad? Tienes que pasar por allá.
Vio el raposo que el lobo sabía dónde estaba su cueva y le ordenó astutamente:
–Tú vete por la senda por donde yo te diga.
Empezaron a subir la cuesta e inmediatamente le amenazó el lobo:
–Cuando lleguemos allá, te voy a comer.
–Bueno, pero vamos a llegar allá primero. Cuando esté la cueva más cerca –le engañó el zorro.
Y la peña tenía una senda muy empinada que ascendía recto y, después, se desviaba hasta la entrada de la cueva. Cuando iban subiendo penosamente, antes de que llegaran arriba, pegó un salto inesperado el raposo desde el hombro del lobo y se metió a la cueva. Corrió el lobo detrás, pero sólo le pudo agarrar un poco del rabo con sus fauces.
–Tira, tira, tira de atrás todo lo que quieras –se burlaba ya seguro el zorro.
Después de un rato de intentarlo, el lobo ya lo soltó y se marchó con las costillas rotas.
Así que este cuento colorín, colorado, se ha terminado.