LA BRUJA DE ZÚÑIGA
De casos de brujas incluso me acuerdo de que mi padre, que era un hombre fuerte que no creía en brujas, pensaba que había aquí en Zúñiga una mujer que era bruja. Yo le podría dar el nombre, pero no quiero, por- que es un poco comprometido. La gente del pueblo no es que creyera, pe- ro tampoco estaba convencida de que no tuvieran algún don extraño esas mujeres.
Y una noche, en mi casa, en casa de mi padre, había muchos ruidos por arriba y ya mi padre sospechó:
–¡Cagüen diez! Tiene que ser la bruja.
Y seguían produciéndose muchos ruidos extraños por arriba, en el grane- ro de la casa. Cogió entonces mi padre una porra, subió y dijo:
–Bruja, aunque no creo que seas bruja ni nada, pero como lo seas, ya te voy a dar yo una buena.
Pero vio que todos los ruidos los producían los gatos, que, cuando se per- siguen, hacen unos movimientos y unos ruidos muy extraños.
–Ya le voy a dar yo a la bruja ésa –había amenazado mi padre, porque al- guien de casa decía que tenía que ser la bruja.
Es decir, que no se lo creían, pero tampoco estaban tan seguros. Y mi pa- dre, que era muy valiente; pegó a los gatos con la porra y, al otro día, esa mu- jer tenía la pierna rota.