LAS MISAS PARA EL PADRE
Un día estuvo el cura del pueblo en Piedramillera con dos viejicos. Y aque- llos viejos le decían que los curas eran tremendos para los cuartos. Una vez allí se murió un hombre y al cura primero le pagaron el entierro: un montón de du- ros. Y ya, al otro día mismo, fue el cura a donde el hijo del difunto y le pidió:
–Pues, mire, que es costumbre decir las misas gregorianas para los difuntos. Y eran un montón. Y le dijo el heredero:
–Bien, bien, bueno, pues si es costumbre... Hala, hágalas.
Y le dio otra vez muchos duros. Y terminaron las misas gregorianas y fue de nuevo el cura a casa del hijo:
–Mire, el caso es que ahora es costumbre en estos pueblos hacer un no- venario de misas.
Y el hijo ya desconfió:
–Pero, hombre, ¿qué? ¿No sale mi padre con tanto cuarto del purgatorio todavía?
–Pues, hombre, mire usted; es que... ¿cómo le haría yo a usted entender? Pa- ra el caso es como si hubiera sacado un brazo y el otro, no –le explicó el cura.
–Pero, hombre, parece mentira que hable usted así. ¡Con los cojones que tenía mi padre! –le respondió enfadado el hijo del difunto.