Ujué
Zona no vascófona.
Limita al N con Lerga y Eslava, al E con Gallipienzo, al S con Murillo el Fruto, Santacara y Pitillas y al O con Beire y San Martín de Unx. La mayor parte del término municipal está ocupado por la facies miocénica de arcillas y areniscas con paleocanales, cuyos estratos buzan ligeramente hacia el S o se hallan prácticamente horizontales. Los afluentes del Cidacos, por un lado, y los del Aragón, por otro, han atacado fuertemente a este conjunto sedimentario detrítico, reduciéndolo a una cadena de cumbres planas que suelen llamarse sierra de Ujué (700-850 m) y que hace de divisoria de aguas entre los dos mencionados ríos. Por el SE llega el municipio hasta el mismo curso del Aragón. En el N, en cambio, más cercano al eje del anticlinal de Tafalla, los buzamientos son fuertes y las areniscas y conglomerados oligocénico-aquitanienses (conglomerados de Gallipienzo) arman una cresta enérgica de dirección ESE-ONO que culmina en Chucho Alto a 932 m.
Comunicaciones: Carretera local que empalma con la NA-132, Estella-Tafalla-Sangüesa, entre San Martín de Unx y Lerga.
A) Clima de la localidad
En función de la altitud, los principales datos climáticos, expresados por sus valores medios anuales, varían así: 12,5º-13,5° C de temperatura, 450-800 mm de precipitaciones, caídas en 70-90 días, y 700-750 mm de evapotranspiración potencial. Los inviernos son fríos, sobre todo si sopla el cierzo, los veranos moderados y relativamente secos; el clima puede calificarse de mediterráneo-continental.
B) Flora
La deforestación de los encinares y robledales originarios fue muy intensa, hasta el punto de haber quedado reducidos a pequeños rodales degradados; la repoblación forestal se hizo principalmente con pino de Alepo.
HERÁLDICA MUNICIPAL. Trae de azur y un castillo de oro de tres torres, la de en medio más alta que las laterales, adjurado de azur, surmontado de una paloma de plata. En el flanco diestro un ángel y en el siniestro la figura de la Virgen.
CASA CONSITORIAL. Construida en piedra de sillería, con el escudo de la Villa igualmente en piedra. Las características constructivas se integran totalmente en las del conjunto urbano. El Ayuntamiento está regido por alcalde y seis concejales. La Secretaría está compartida con San Martín de Unx.
HISTORIA. Proceden de su término dos aras votivas romanas, una dedicada a Júpiter, y la otra a Lacubegis, divinidad local simbolizada por una cabeza de toro. Asimismo se localizan diversos asentamientos de época romana. CJS. Constituyó durante casi dos siglos el principal bastión del reino de Pamplona frente a los dominios musulmanes de las riberas del Ebro. Por los senderos de montaña conectaba directamente con la retaguardia de la monarquía, escudada por las sierras de Izco y Aláiz. Sus alturas y anchos horizontes permitían, por otra parte, vigilar las cabalgadas enemigas articuladas por los accesos fluviales del Arga, el Cidacos y el Aragón. Una noticia árabe referida a la época de García Sánchez I (931-970) el castillo que llama de «Santa María» como el primero del sistema defensivo de Pamplona, el más sólidamente construido, el de emplazamiento más elevado, «sobre una altura que domina el río Aragón a tres millas de distancia» (Al-Himyarí). La inseguridad de los vecinos somontanos y planicies, apenas habitados entonces, debió de propiciar la acumulación de pobladores en aquella proa serrana. Alrededor del baluarte, centro de acogida en casos de peligro, pudo existir una constelación de aldeas y caseríos, quizá los «desolados» cuyos nombres se recordaban todavía a principios del siglo XVI, como Andiaga, Beiperate, Uterga, Otroyos, Muestracas y Lerbez. La fortaleza generó, en definitiva, una villa, sin duda populosa, centro organizador de un amplio contorno, la «tenencia» que, con las grafías de «Ossue», «Ussue», «Uxua» y «Uxue», aparece en la documentación del siglo XI, en ocasiones con referencia previa a «Santa María». Rigieron entonces el castillo-villa y su distrito los séniores Íñigo Sánchez (1055), García Jiménez (1066), Jimeno Garcés (1068), Fortún López (1077), Íñigo Fortanones (1096-1103); seguramente por su función todavía fronteriza, casi todos ellos dispusieron de otra «tenencia» en las honduras del reino, la de Salazar, como complemento de sus recursos. El avance de la reconquista hasta Arguedas (1084), Sádaba (1096) y Milagro (1098) favoreció la ocupación estable y las roturaciones de las «tierras nuevas», ancha franja de somontanos oteada desde el nido de águilas de Santa María. Se iría definiendo entonces el área de influencia de la villa cuyo término se estiraba por el suroeste hasta las aguas del Cidacos, incluyendo Pitillas y su laguna y. probablemente, Olite. Parece al menos discutible la autenticidad del «fuero» presuntamente otorgado a los hombres de Ujué por Sancho Ramírez (julio 1076) como premio de la fidelidad que le mostraron cuando fue alzado nuevo rey de Pamplona. En todo caso, el ulterior estatuto villano o pechero de la mayoría de los vecinos obliga a descartar una concesión colectiva de «libertad e ingenuidad» y la correlativa abolición de todos sus «malos fueros» («servicios» señoriales, hospedaje del «tenente» o su «amirat»). Un texto poco posterior (1089) atribuye al mismo soberano la edificación de la iglesia local, a la cual habría afiliado las otras iglesias del término, más las del castillo de Sangüesa, San Julián de Aibar, la almunia de Olite, Carcastillo, Murillo el Fruto y Santa Cara, con una masa considerable de rentas. Se trata de otro documento de dudosa fiabilidad, arreglado tal vez en la abadía de Montearagón, a la cual incorporó Sancho Ramírez (1093) buen número de iglesias navarras, entre ellas la de Santa María de Ujué. Esta iba a formar, más adelante, con las de su periferia inmediata (Olite, Murillo el Fruto, Santacara, Carcastillo) un priorato dependiente de aquel monasterio aragonés. El rey García Ramírez trató de vincular tales iglesias a la capilla regia (1137), pero en un convenio posterior fueron reconocidos los derechos de patronato y las cuartas episcopales a favor de Montearagón, sin perjuicio de las facultades jurisdiccionales del obispo pamplonés (1150). Esta duplicidad de régimen eclesiástico, que plantearía sucesivos pleitos en centurias posteriores, subsistió incluso después de la supresión del monasterio de Montearagón, pues sus prioratos fueron atribuidos (1570) a la nueva sede episcopal de Barbastro. Con el avance de las repoblaciones la antigua «almunia» de Olite había cobrado entidad suficiente para erigirse en villa separada, dotada además del fuero de franquicia dispensado por García Ramírez (1147) a instancias precisamente del «tenente» de Ujué Ramiro Garcés.
Aunque no existía ningún riesgo por parte de los musulmanes, Ujué conservó su calidad de plaza vigilante, ahora de la frontera navarra con Aragón. Subsistió, pues, el castillo e incluso se puso al día su «retenencia» (1376) en momentos difíciles para el reino. Entre tanto, se había afirmado la primitiva villa, configurada en concejo, con su alcalde o juez local, sus jurados y un preboste o agente local del poder regio. Parece que hacia mediados del siglo XIII alcanzó su apogeo demográfico, con la consiguiente demanda de tierras de cultivo. Se sabe, por lo menos, que el infante Enrique, en nombre de su hermano Teobaldo II, autorizó (1270) la libertad de roturaciones en el término por parte de los vecinos. Estos eran en su mayoría villanos de señorío realengo y debían entregar anualmente a la Corona una pecha global que en 1280 se cifraba en 2.000 sueldos, mas 100 cahíces de trigo y otros tantos de cebada: abonaban también tasas tanto por moler en la «rueda» situada en Gallipienzo, como por los pastos del pueyo de Arasa, junto al término de Santacara. Debían, por otro lado, contribuir a las reparaciones y abastecimiento del castillo y prestar mano de obra en la antigua «reserva» señorial, el viñedo del rey en La Serna de Olite. Se puede calcular para comienzos del siglo XIV una población aproximada de 250 familias, incluidas 50 de Pitillas, pues este lugar seguía dependiendo de Ujué como una aldea con mayorales propios. La gran peste negra de 1348 resultó catastrófica. Casi veinte años después sólo quedaban 50 hogares habitados, siete de ellos hidalgos. Se había tenido que disminuir el número de racioneros de la iglesia, de 20 a 10 enteros y 4 medios. Era imposible soportar las cargas tradicionales y los sucesivos monarcas Carlos II, Carlos III, Blanca y Juan II y el príncipe Carlos de Viana, tan devotos de la Virgen de Ujué, accedieron una y otra vez a sucesivas reducciones y moratorias; la pecha se rebajó en 1376, por ejemplo, en un tercio y, en 1422, a la mitad durante los seis años siguientes, medida aplicada también al tributo por «cuarteles». A la espiral de epidemias, escasez de mano de obra y malas cosechas se añadieron, a mediados del siglo XV, los estragos de la guerra civil. A cuenta de la pe¬cha local se había concedido tiempo atrás (1393) a Carlos de Beaumont un beneficio hereditario de 300 florines anuales. Tal vez esta gravosa punción señorial volvió la villa en reducto inexpugnable de Juan II y su facción agramontesa. Durante más de diez años tuvieron que anticipar los vecinos provisiones para la propia guarnición y contemplar desde arriba el desfile de mesnadas enemigas que, como los castellanos en 1461, arrasaban las mieses y robaban el ganado.
Desde comienzos del siglo XIV por lo menos pagaban pecha aparte por llevar sus rebaños a los pastos de las Bardenas. A la merma de la cabaña se añadiría el quebranto de la caza que el concejo probablemente explotaba ya en provecho común. Con la paz política, siquiera muy precaria, se desató el azote de los malhechores que circulaban impunentemente de uno a otro lado de la frontera contra Aragón; contra ellos se adhirió la villa (1469) a la hermandad acordada entre pueblos de ambos reinos. La princesa Leonor había cancelado de una vez la deuda con los Beaumont vinculando perpetuamente el lugar a la Corona (1468). Poco después declaró a sus vecinos «quitados, enfranquidos y descargados» de cualquier especie de pecha, haciéndolos «hidalgos, libres e ingenuos», aunque sujetos a un gravamen conjunto anual de 800 sueldos y la oportuna tasa por «cuarteles», 160 sueldos los legos y 30 los clérigos (1478). Sólo quedaban 26 casas en pie, una docena de ellas desocupadas.
La princesa consideraba que el abandono del lugar redundaría en «deservicio» de la Virgen María, el olvido de una basílica de tan señalada devoción; y evocaba la memoria de sus antepasados que, sobre todo, desde Carlos II tanto habían ensalzado y difundido el culto de la imagen allí venerada desde tiempo inmemorial. El santuario iba a salvar la villa que a mediados del siglo siguiente albergaba ya medio centenar de vecinos. La pacificación de Navarra en la primera mitad del siglo XVI caracterizó también la vida de Ujué en adelante. Permaneció su significación religiosa, desprovista ya de cualquier implicación política. Desde el siglo XVI comenzaron a extenderse por Navarra las hermandades de apostolado, que en Ujué tenían una finalidad principalmente peregrina. Se efectuaban las peregrinaciones sin fecha fija, hasta 1725 en que el obispo de Pamplona decidió fijarlas en el primer domingo después de San Marcos, a petición del concejo de Tafalla.
Subsistió en plena actividad hasta el siglo XIX el hospital abierto en el XIV para atender a los caminantes; se mantenía con rentas propias y con limosnas, que un comisionado del propio hospital de peregrinos recogía por Navarra con las debidas autorizaciones; en 1772 las extendía en concreto el vicario general de la diócesis. Juan Miguel de Echenique. También, como tantos otros lugares navarros de culto, Ujué sufrió de forma capital las guerras y las decisiones nacionalizadoras de la primera mitad del siglo XIX. Fue saqueado por soldados franceses en la guerra de la Independencia (1808-1814) y en los años treinta se nacionalizaron las posesiones del santuario y sus principales alhajas.
El auge de las romerías que se experimentó en toda la Iglesia durante el siglo pasado afectó también a Ujué. En 1885, el párroco de Beire, Vicente Navascués, propuso públicamente que se celebrara el milenario del hallazgo de la imagen, sin duda animado por el éxito del coetáneo centenario de la Virgen del Puy de Estella, y así se hizo durante el mes de mayo de 1886. En 1952 la imagen de la Virgen de Ujué fue restaurada y tuvo lugar su restauración canónica. En cuanto a la evolución material, a fines del siglo XVIII producía buenas cosechas de trigo, cebada y avena; aunque escasa cantidad de vino y aceite. Las principales actividades eran la agricultura, el fabricar carbón, y la conducción de leña, maderas y aceite de enebro a la capital y otras partes. Tenía montes poblados de robles y pinos y abundantes pastos para el ganado lanar que se criaba en ellos.
Al mediar el siglo XIX tenía escuela de niños, a la que asistían noventa y cuyo maestro percibía 150 robos de trigo y setenta duros al año, y escuela de niñas, frecuentada por cuarenta y dotada con cien robos de trigo anuales para la maestra. La iglesia era servida por un prior y tres beneficiados; el primero era de presentación del rey, y éstos del prior y del rey mismo, según el mes en que se diera la vacante. Funcionaba un molino harinero y sólo había caminos locales. A comienzos del siglo XX la villa contaba con un molino de aceite -aparte el harinero-, tres fábricas de chocolate, Caja rural y pastos que alimentaban 13.000 cabezas de ganado lanar y buen número de otras especies. Seguían en vigor tres fundaciones benéficas: una para sostener el hospital, la otra «para memorias pías» y la tercera para dotar y socorrer a doncellas pobres; esta última había sido instituida por Francisco Garay y Joaquín Oroquieta.
CASTILLO. En época medieval formaba un cuerpo con la iglesia, dominando el caserío. Parece que existía ya en 1076, año en el que los vecinos lo entregaron a Sancho Ramírez de Aragón, cuando entró en Navarra a la muerte de Sancho el de Peñalén. En época de Sancho el Fuerte, hacia 1220, lo tenía como gobernador Pedro Jordán. Más tarde, reinando Teobaldo II, en 1264, Jimeno de Aibar. En 1276 Roldan Pérez de Sotes prestó homenaje a la reina Juana por esta fortaleza, ante el condestable de Francia Imberto de Belpuch. Le sucedió Jimeno de Sotes, hacia 1280. En los últimos años del siglo XIII aparece como alcaide Diago Pérez de Sotes, con 13 libras y 65 cahíces de retenencia. En los primeros años del siglo XIV tenía la guarda del castillo Martín López de Urroz, con una asignación de 6 libras y 30 cahíces. Le sucedió Jimeno Arnalt de Oroz hacia 1315, quien todavía estaba en el puesto en 1322. Carlos II confió la retenencia en 1351 a Martín López de Ujué, hijo de Pedro Martínez, caballero. Más tarde, hacia 1370, ocupaba el puesto Juan Pérez de Arbeiza. En 1372, el recibidor de Sangüesa se arregló con el mazonero Salvador de Ujué acerca de las reparaciones que era preciso hacer. Por entonces tenía el alcaidío Pero Martínez de Sarasa. El rey nombró en su lugar en 1376 a Per Arnaud de Úriz, o de Urtubia, que en 1387 fue confirmado por Carlos III y estuvo hasta 1405. Reinando Blanca de Navarra y Juan de Aragón, en 1434, se gastaron más de 700 libras en obras de reparación, que fueron adelantadas por los tributadores de las sacas de Tudela y Sangüesa. Juan II nombró alcaide en 1450 a Jimeno de Olleta, escudero de Murillo el Cuende, y dos años después designó para sustituirle a Miguel de Reta.
En 1473 la princesa Leonor perdonó a los vecinos de Ujué los atrasos que debían de la pecha de 1471, considerando los gastos que habían hecho en la defensa de la iglesia y su fortaleza. A raíz de la conquista de Navarra por Fernando el Católico, se ordenó la demolición de este castillo, junto con otras torres y fortalezas del Reino. Únicamente quedaron en pie las dos torres que forman parte del cuerpo de la iglesia. JJMR.
SANTUARIO DE SANTA MARÍA DE UJUÉ. El santuario de Santa María de Ujué constituye uno de los hitos más destacados y significativos de la arquitectura navarra de la Edad Media, tanto por su obra románica como por su obra gótica. Esta empresa, de promoción real, es el resultado de sucesivas etapas constructivas, que han conformado una iglesia de gran empaque, con una amplia nave y crucero cerrado por triple cabecera. Sin embargo, la nave no está bien encajada con los ábsides, ya que la torre románica obliga al muro de la Epístola a adelantarse. En el interior presenta tres niveles de pavimento, de los cuales el más alto corresponde a la cabecera, el del medio a la nave y el bajo al coro. La gran nave gótica es un importante jalón en la serie de iglesias navarras de los siglos XIII y XIV, como Santa María de Olite y San Saturnino de Artajona entre otras, caracterizadas por amplios espacios únicos, que conectan con las construcciones góticas del Midi francés. El espacio de Ujué está dividido en tres tramos rectangulares, jalonados por pilares adosados con cinco baquetones de aristas sobre basas poligonales y que rematan en capiteles corridos de temática variada. Todo ello es de calidad aceptable y está relacionado con la decoración del claustro de la catedral de Pamplona, empresa coetánea. La temática de los capiteles recoge lo vegetal, lo animal y lo humano. La nave también incluye un coro gótico del siglo XIV, elevado a sus pies. Monta sobre triple arcada apuntada, de arcos de sección muy moldurada. Cierra el coro una rica balaustrada pétrea con bella tracería, en la que apoyan dos atriles y sendos ángeles de piedra policromados. La iluminación de la nave proviene además de las ventanas del coro que centra un gran óculo, de tres ventanas abocinadas de arco apuntado sitas en el sotocoro y de otros tres grandes vanos, horadados a gran altura, en el muro de la Epístola. Bóvedas de crucería de nervios moldurados con baquetón central grueso entre otros menores cubren los tres tramos de la nave.
La historia de la construcción del templo se había iniciado varios siglos antes, y existió sin duda un primitivo templo prerrománico de reducidas dimensiones. Es notable asimismo la coincidencia entre el proceso de formación de esta iglesia y el de la de Leire. En las dos, la nave gótica conduce a la cabecera románica, de gran solidez. Tres arcos de medio punto peraltados, que apoyan en robustos pilares cruciformes, se abren en la mitad interior del muro testero de la nave, dando paso a la cabecera del siglo XI. El arco central destaca por su mayor amplitud y por estar enriquecido con labores decorativas muy esquemáticas en sus capiteles. La triple cabecera es profunda, y está cubierta en todos sus tramos con bóvedas de medio cañón. Siguen los tres ábsides semicirculares con sus bóvedas de horno. La labor escultórica que ostenta, señala una evolución respecto del románico de la cripta y cabecera de Leire, algo anterior. Labores vegetales, de taqueado y de sogueado, completan la decoración. El ábside central ofrece triple ventana, mientras el vano es único en los laterales.
Al exterior el templo es una sólida fábrica de sillería, constituida por diversas construcciones que rodean a la iglesia: torres almenadas, pasos y robustos contrafuertes de la segunda mitad del siglo XIV le dotan de un aspecto más cercano a una fortaleza militar que a un santuario mariano.
Dos torres se alzan sobre el conjunto. La más antigua corresponde a un románico tardío, que ya incorpora elementos protogóticos en sus ventanales; se concibe como un sólido prisma de sillería con una de las esquinas achaflanadas, en la que un amplio nichal de esquema apuntado cobija un asiento de piedra. Sencillas líneas de imposta estructuran los tres cuerpos, si bien tan sólo el superior, que aloja en vanos de medio punto y apuntados las ventanas, es visible. Culmina la torre un saliente mirador almenado, añadido en la segunda mitad del siglo XIV para asimilar esta torre a la que se levantó en ese momento a los pies del templo. La segunda torre, algo menos elevada, también se configura como un prisma cuadrado pero de aspecto más grácil, menos robusto. Conserva una ventana apuntada con tracería trilobulada en el segundo cuerpo.
En el segundo tramo de la nave, por el lado de la Epístola, se abre la portada sur, puerta principal del templo y una de las portadas más sobresalientes del gótico navarro, comparada con la «Puerta Preciosa» del claustro Pamplonés. Responde a las características propias del gótico avanzado del siglo XIV en su segunda mitad, presentando un esquema apuntado y abocinado de diez arquivoltas muy molduradas, de carácter eminentemente lineal. Una ornamentación de flores rizadas orla la arquivolta exterior, descargando en ménsulas con relieves figurados. En dichas ménsulas aparecen un guerrero con cota clavando su espada en la boca de un dragón, a la par que pisotea a otro monstruo muerto, en la primera, y un guerrero matando a un león en la segunda, con clara alusión a la lucha de la virtud contra el vicio. Una hojarasca muy delicada en la que se entremezclan figurillas y escenas diversas, que incluyen episodios evangélicos de la Vida de la Virgen e Infancia de Jesucristo, decoran la portada. El amplio tímpano está dividido en dos registros, desarrollándose la Santa Cena en el registro inferior y la Epifanía en el superior. Adoran al Divino Niño los Tres Reyes Magos y un cuarto personaje orante ataviado como clérigo, en quien algunos ven a Carlos II, patrocinador de la obra. Tanto la Santa Cena, de labra muy bien resuelta como el grupo superior, responden a un estilo naturalista gótico que hace sonreír a los Magos. Un amplio y alto nichal de arco rebajado protege esta portada. En él se inicia un paso de ronda que rodea toda la iglesia. Su construcción es contemporánea a la de la nave gótica. Los diversos tramos se cubren con bóveda de crucería, cuyos nervios descargan en ménsulas decoradas con figuras de labra de calidad, como los cuatro evangelistas plasmados sentados ante unos curiosos pupitres y en actitud de escribir. Continúa una galería protegida por una rica balaustrada de cuadrilóbulos, que a través de una serie de pasos interiores, desemboca en un amplio pórtico formado por grandes arcos rebajados. En la decoración de las ménsulas que recorren estos tramos, destacan las figuras de dos «greenman» y dos bustos de rey y reina.
La segunda portada del conjunto, orientada al norte, presenta idéntico esquema a la principal, más con sólo cinco arquivoltas. Los capiteles de las jambas son corridos y la decoración que los cubre se pone asimismo en relación con la escultura del claustro de la capital navarra, aunque son menos finos que los de la portada sur. La temática, de tradición románica, incluye episodios de gran fantasía y capricho. Un arco rebajado ampara el conjunto. Junto a él se encuentra un Calvario pétreo de estilo romanista, policromado, que proviene de un desaparecido retablo mayor. Impresionante por su robustez y tamaño es el triple ábside, semicircular. Tanto el central como los dos absidiolos laterales están articulados por dos contrafuertes no muy gruesos y por dos líneas de imposta taqueadas, entre las cuales se encuentran las ventanas.
Un complejo conjunto de edificios de diversa índole, que se extienden desde el pórtico del lado del Evangelio, protegen estos ábsides románicos. En el interior, el recinto de la cabecera está separado de la nave por medio de unas rejas góticas del XVI que cierran los tres arcos de embocadura. Todas rematan en puntas lanceoladas, incorporando la reja central una cruz flordelisada entre las figuras de la Mater Dolorsa y San Juan Evangelista. En el ábside del lado del Evangelio se conservan unos restos de reja románica con espirales enfrentados.
Presidiendo el templo desde su trono, en el ábside central, se encuentra la venerada imagen de Nuestra Señora de Ujué. Su categoría artística la hace situarse entre las más importante tallas del románico navarro. Se trata de una figura de madera revestida de plata, excepto en la cabeza y manos; data de fines del siglo XII o comienzos del XIII. Probablemente sería coetánea de las obras románicas de las desaparecidas naves y la gran torre. María aparece como sedes sapientiae, sentada sobre un escabel con los brazos abiertos. Sostiene al Niño, que bendice con la diestra y porta el Libro de los Evangelios en la mano izquierda, sobre sus rodillas. Ambos se adaptan a la típica composición frontal e hierática del románico. La Virgen va ataviada con una complicada indumentaria que consta de una larga túnica y manto que se recoge encima de las rodillas. Un velo que cae sobre los hombros y espalda cubre su cabeza. Puntiagudos zapatos ocultan sus pies. El Niño viste piezas semejantes y va descalzo. Los pliegues que originan las vestiduras son esquemáticos y rígidos, imponiéndose los verticales sobre los circulares de las mangas y los cruzados que surgen en torno a las rodillas. Lo que más sobresale de la imagen es su rostro de rasgos geométricos, con grandes ojos almendrados y pequeña boca de delgados labios levemente girada hacia la izquierda, que disminuye en gran medida su frontalidad y dota al rostro de una dulzura y encanto especiales. El chapeado de plata le fue añadido en época de Carlos II junto con escudos esmaltados de la Casa de Evreux y medallones en bajorrelieve, emplazados a ambos lados del trono y por la peana. Tanto la aureola que rodea a la imagen como la corona son modernas. Una pequeña hornacina del ábside principal contiene el corazón del monarca que tanto favoreció al santuario, Carlos II, guardado en un cofre lígneo que en 1406 fue pintado con corazones y las armas de Navarra por el maestro Jaymet.
A los pies del templo, en el coro, se encuentra una gran sillería rococó, realizada en el año 1774 por los artistas Manuel Martín de Ontañón y Juan Antonio de Bescansa. En sus tableros se desarrolla un amplio programa iconográfico de temática mariana. En el capítulo de orfebrería destaca el cáliz de Carlos III, de plata dorada con esmaltes, que fue donado a la iglesia en 1394 por dicho monarca. Es obra del platero Ferrando de Sepúlveda. Presenta una típica traza gótica con amplio pie polilobulado alternando tres lóbulos lisos con tres mixtilíneos; el astil hexagonal es interrumpido por un gran nudo en forma de manzana esferoide decorada con esmaltes; la copa es lisa y abierta. Otro delicado esmalte con la imagen de Dios Padre decora el pie del cáliz. Una fina ornamentación de motivos vegetales muy esquemáticos completa la decoración.
ERMITAS. El edificio de la ermita de San Miguel se encuentra en estado ruinoso careciendo de cubiertas, aunque se mantienen en pie gran parte de sus alzados con los muros perimetrales y la fachada. Se trata de una construcción del siglo XIII, de un gótico temprano en el que aún subyacen elementos del románico, principalmente en la portada y fachada principal. La ermita de la Virgen Blanca es un pequeño edificio de origen medieval que ha sufrido sucesivas reformas en épocas posteriores. Su planta es una sencilla nave rectangular con cubierta plana moderna. Un revoque de cal tapa la sillería irregular con que está edificada. En el lado de la Epístola se abre una portada del siglo XIII relacionada con la de la ermita de San Miguel, si bien es menos monumental. En el interior, un retablo mayor recompuesto modernamente alberga la pequeña imagen de alabastro de la Virgen Blanca, obra muy popular de época barroca.
ARQUITECTURA CIVIL. El casco urbano de Ujué es un magnífico ejemplo de núcleo de origen medieval, conservando su trazado general, aunque los edificios que lo integran se hayan transformado con el paso del tiempo. El apretado caserío se asienta sobre un montículo de fuertes pendientes por las que desciende escalonadamente, conformándose estrechas calles en cuesta, mientras otras transversales circundan anularmente el alto. El trazado, laberíntico, se ensancha en la parte baja del pueblo donde se ubican dos plazas vecinas. Desde la cumbre domina el conjunto el Santuario de Santa María. Son características de Ujué las casas de fachadas desnudas de apariencia muy antigua y de carácter popular, que normalmente se estructuran en dos o tres cuerpos más un ático, abiertos por abundantes pequeños vanos rectos o de arcos conopiales, que contrastan con los amplios portalones cuyo dintel frecuentemente apea en ménsulas curvas. Todo responde a una tipología medieval, respetada en obras posteriores. A partir del siglo XVI se produce un renacer de la población que se aprecia en las mansiones que se conservan de esta centuria y en las de época barroca, así como en las numerosas casas de tipo popular. El material que se impone es el sillarejo, resultando excepcionales las construcciones en sillar labrado. Son típicas las fachadas en ángulo recto con un pequeño espacio llano ante ellas y que a veces albergan reducidos patios o jardines en el interior. Escudos de diversas épocas ennoblecen algunas fachadas. La Plaza Mayor, en la parte baja del pueblo, se concibe como un amplio espacio irregular de disposición alargada. La flanquean varios edificios de altura semejante, con fachadas horizontales estructuradas en dos cuerpos y ático de vanos rectos.
CRUCERO. Fuera del casco urbano se emplaza un crucero del XVI con astil poligonal elevado sobre cuatro gradas circulares. El Calvario y una imagen de la Virgen de Ujué se sitúan a ambos lados de la cruz.
BAILE DE LA ERA. A finales del siglo pasado se bailaba el Baile de la Era al son de gaitas y tamboril.
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