ARCHIVO del patrimonio inmaterial de NAVARRA

SANTA GENOVEVA DE BRABANTE

  • Tipo de audio:
  •       - Testimonio
  • Clasificación:
  •       - Cuentos populares
  • Investigador / colaborador:
  •       - Ekiñe Delgado Zugarrondo
  • Localización del audio:
    Ganuza
  • Tipo de informantes:
    Individual
  • Informantes del audio:
    Vidán, Gloria y Socorro
  • Agentes del audio:
    Alfredo Asiáin Ansorena

Santa Genoveva de Brabante era hija de algún rey de fuera de España. Un día se marchó su marido Wisifredo a la guerra y quedó sola Genoveva en la corte, donde ostentaba mucho poder un hombre que le tenía mucha envidia. Este señor, que debía de ser de mala condición, estaba celoso de que ella fue- ra tan buena y tan guapa y, como el marido estaba lejos, quiso abusar de ella. Al no acceder ella, despechado, escribió al marido unas cartas donde le decía que su mujer le engañaba. Entonces, el marido, sin venir a ver qué sucedía, mandó que la recluyeran en la cárcel para después matarla. Y en la cárcel dio a luz un niño. Allá todos los días bajaba a visitarla una criada muy fiel que tenía. Un día, a esa criada, le había pedido que le llevara papel, pluma y tin- ta para escribir a su marido una nota donde le explicaba que ella estaba allí, aunque era inocente, y quién había sido el causante de toda esa calumnia y el porqué. Después, la criada, como era muy buena y muy fiel, cogió la car- ta y la puso entre los libros que le gustaba leer al marido. Después de unos días, ese señor que la quería mal mandó a dos criados que la llevaran a ajusticiar al monte. Se adentraron en el monte y, cuando iban a matar a Genoveva y su hijo, ella les suplicó: –Por favor, a mí mátenme, si quieren; pero a este niño, no, que es un ni- ño inocente. Se enternecieron los criados y, entonces, le dijeron: –No os vamos a matar ni a ti ni al niño; métete en el bosque y que no te vea ninguna persona en toda tu vida. A su lado, había un perro y un corderico. Mirándolos, urdieron cómo di- simular ese perdón: –Mira, como tenemos que presentarle a ese que nos ha mandado vues- tros corazones, vamos a matar a ese perrico y a ese corderico y le diremos que son los de Genoveva y de su hijo. Se perdieron en el bosque Genoveva y su hijo. Entonces, los criados ma- taron al perro y al cordero y extirparon sus corazones.Volvieron a la corte y se los presentaron a ese hombre. –Retíralo de mí, que no quiero saber nada –les dijo él con repulsión, mientras apartaba la mirada. Genoveva, mientras tanto, se adentró en el monte y encontró una cueva donde se refugió con su hijo recién nacido. Sin embargo, no tenía nada que darle de comer. Salió un poco a la luz del sol en busca de comida y vio a una cierva que tenía leche. Inmediatamente se imaginó: –Pues estará criando. Al final, la pudo coger y la metió dentro de la cueva. La cierva, ensegui- da, se echó donde estaba el niño. Entonces, Genoveva puso al niñico a su la- do y éste le mamaba a la cierva. Así, pasaron los años allí dentro de aquella cueva, hasta que tuvo quince años el niño. Genoveva le enseñaba a rezar el padrenuestro y su hijo, moles- to, le preguntaba: –Madre, ¿cómo es que, teniendo un padre en el cielo, no nos saca de es- tas miserias? –Hijo mío, ten confianza, que Él lo arreglará todo –le respondía con gran religiosidad Genoveva. Al pasar los años, su marido Wisifredo regresó de la guerra. Y, un día, ho- jeando unos libros y otros papeles, se encontró la carta en que su esposa le confesaba que era inocente. Al enterarse, a ése que era tan malo lo mandó en- cerrar y él se quedó muy triste, abatido por el arrepentimiento que le produ- cía haber mandado matar a su mujer inocente. Pero tenía un criado que era muy bueno y se apenaba mucho de verlo tan triste y sin querer salir de casa. Y siempre le proponía: –Pero, mire, señor, que el mal ya está hecho y usted no se puede pudrir aquí. Vámos de cacería. Aunque nunca quería él. Hasta que, un día, parece que sintió una cora- zonada de que tenía que ir a cazar e hicieron una cacería. Cuando estaba ca- zando, de repente le salió la cierva y él quiso matarla, pero no le fue posible, porque, cuando apuntaba en una dirección para dispararle, la cierva aparecía en otro sitio distinto. Así estuvieron, hasta que lo acercó hasta la entrada de la cueva. Dentro de ella, estaban rezando Genoveva y su hijo. Al oír los re- zos, él ordenó autoritariamente: –Si hay gente humana, que salga a la claridad del día. Sintió Genoveva que había gente y salieron fuera de la cueva tal como es- taban: ella, con los vestidos todos rotos, y el niño, con una piel de cordero que le había puesto. Ella enseguida lo reconoció y le dijo sorprendida: –Wisifredo. –Genoveva –gritó él. –Sí, soy Genoveva y éste es tu hijo –susurró con humildad Genoveva. Entonces, al reconocerlos, se abrazaron todos. Después, recogió a Geno- veva, al niño y a la cierva y los bajó al castillo donde vivía. Y al culpable lo mataron, porque, aunque Genoveva no quería que lo mataran porque le per- donaba, Wisifredo mandó ejecutarlo, ya que creía que lo que había hecho no tenía perdón. Al poco tiempo, ella se puso muy enferma y se murió. Enton- ces, Wisifredo educó lo mejor que pudo al niño, hasta que se le coronó rey.