Peralta
Limita al N con Falces, al E con Marcilla, al S con Funes y al O con Azagra, San Adrián y Andosilla. En su término municipal se pueden diferenciar dos mitades: al E dominan los aluviones fluviales y al O los yesos. De más antiguos a más modernos son los de tipo Falces, Cárcar y Lerín; entre estos dos últimos se intercalan las arcillas de Marcilla. De N a S se distinguen tres pliegues, el anticlinal de Falces, el sinclinal de Peralta y el anticlinal de Andosilla. Son de tipo halocinético y la erosión los modeló en una serie de crestas de dirección NO-SE separadas por valles excavados en las margas yesíferas: Alto de Carricas, 410 m; Barranco de Vallacuera; sierra de Peralta (Casanueva, 458 m); Caluengo (466 m); Olivos (462 m); Los Prados; Dehesa (383 m); Montecillo (373 m). Los aluviones de la orilla izquierda del Arga, que atraviesa el término de N a S, se escalonan (300-400 m) en tres niveles, el más bajo de los cuales y el más extenso, es la llanura de inundación extrema.
Comunicaciones: situado en la carretera comarcal NA-115, Tafalla-Peralta-Rincón, que se une a la general N-121, Pamplona-Tudela, entre Olite y Tafalla.
HERÁLDICA MUNICIPAL. Trae de azur y un puente de arcos de oro sobre ondas de plata y azur, sumado de una torre del mismo metal. Su escudo más antiguo data de 1308 y representa un castillo sobre una peña, almenado de tres almenas terminadas en punta. La puerta central es de medio punto y la ventana de en medio tiene ajimez.
CASA CONSISTORIAL. Se Construyó en 1953 tras demoler la anterior. Es un edificio de tres cuerpos, ejecutado en ladrillo y con cuatro fachadas al exterior, orientada la principal a la plaza. Él cuerpo bajo tiene un pórtico de arcos de medio punto sobre pilares. En la primera planta un balcón corrido, al que se abren cinco vanos adintelados, y una galería de arquillos en la planta superior. El Ayuntamiento está regido por alcalde y 10 concejales.
HISTORIA. El propio nombre, «Petra Alta» y «Petralta» en los textos de los siglos XI y XII sugiere un emplazamiento originario sobre las alturas que dominan el actual recinto habitado. Debió de desempeñar ya durante el siglo X una función de reducto avanzado en las fronteras todavía fluidas de la naciente monarquía pamplonesa. Constituyó luego el punto de apoyo de uno de los distritos político-militares o «tenencias» del reino; lo tuvieron a su cargo, entre otros, los séniores Fortún Sánchez (1027-1054), Sancho Fortuñones (1063-1066), otro Fortún Sánchez (1080-1087), Jimeno Fortuñones (1096-1124), Martín de Leet (1135-1166), Jimeno Almoravid (1171-1176), García Bermúdez (1179-1182), Gonzalo de Baztán (119.6-1201), Rodrigo de Baztán (1210-1211), Hurtado de Mendoza (1237). En premio a su fidelidad ante una ofensiva de Alfonso VII de Castilla, el rey García Ramírez otorgó (1144) diversos privilegios a los pobladores del lugar. Estos debían estar instalados ya junto a la orilla del río, pues entonces se les invitaba a volver a ocupar la «peña» contigua. El fuero no alteraba la condición social de los vecinos «infanzones», «francos» y «villanos»; suponía, sin embargo, el reconocimiento de un ámbito o coto jurisdiccional común a todos ellos, con alcalde propio y un heterogéneo compendio de normas procesales, penales y civiles que, al parecer, provenían de un derecho consuetudinario local. Aunque liberada de los denominados malos «usaticos», es decir, ciertas cargas señoriales anteriores, como la mañería y las prestaciones personales («azofras» y «facenderas»), la masa de población villana siguió sujeta a un régimen de exacciones anuales; en 1280 su pecha sumaba 200 cahíces de trigo y otros tantos de cebada, más 150 sueldos en concepto de «cena». Parece que los propios «francos» -a quienes se llama entonces «gascones»- debían abonar un censo por la ocupación del solar de sus viviendas. La Corona conservaba sus «palacios» y «cámaras» o graneros, así como el molino con su presa; percibía además, la lezda del vino y la sal y los derechos de «escribanía» de los judíos. La villa debió de constituir un animado centro de acogida y redistribución de pobladores de variada procedencia; así se explica que a comienzos del siglo XIII se considerara preciso verificar la condición social de algunas familias presuntamente villanas que se habían infiltrado en el círculo privilegiado de los infanzones. Los hidalgos representaban en 1366 un tercio de la población y había, por otra parte, una minoría de 10 fuegos judíos. Carlos II recompensó los servicios prestados por los peralteses en la guerra con Castilla (1378) autorizándoles a compartir los yerbazgos de los términos de Funes y Villanueva (Peñalén), privilegio confirmado poco después por Carlos III (1398). Este último monarca, que atribuyó al concejo competencias para castigar hurtos menores (1412), incluyó la villa y sus rentas en el principado de Viana (1423). Con todo, los reyes Blanca y Juan II la donaron hereditariamente a Pierres de Peralta (6.8.1430), como premio de su intervención en las treguas de Majano. La población se convirtió así en señorío nobiliario y uno de los puntales de la facción agramontesa. A instancias de los vecinos, la princesa Leonor intentó en vano reintegrarlos al dominio directo de la Corona (1469); les concedió al menos el privilegio de celebración de mercado los primeros lunes de mes (1473). Carlos III les había otorgado ya (1389) una feria anual de 12 días a partir del 27 de abril. Con Alonso Carrillo de Peralta el señorío recayó en los marqueses de Falces (1513), los cuales compraron luego con ayuda del concejo la jurisdicción criminal (1630). Los vecinos habían cedido a Teobaldo I (1252) el patronato de la iglesia local de San Juan.
Quedó como villa de señorío hasta la desaparición de este tipo de jurisdicciones en la primera mitad del siglo XIX. El marqués de Falces, nombraba un alcalde del estado general de labradores; el gobierno político residía en un ayuntamiento, compuesto por el alcalde y cuatro regidores, los tres primeros del estado noble y el cuarto del general, sorteados anualmente de sus respectivas bolsas y confirmados por el Consejo del reino. Con las reformas generales de la administración local de 1835-1845, desaparecidas las jurisdicciones especiales, Peralta quedó como ayuntamiento de régimen común. El privilegio de celebrar mercado el primer lunes de cada mes le había sido ratificado a la villa por Fernando el Católico en 1514 y seguía celebrándolo en 1802, además de la feria del 25 de abril al 8 de mayo. En 1847 había escuela de niños, frecuentada por 160 y atendida por un maestro y un pasante, que percibían respectivamente 5.200 y 1.580 reales, y escuela de niñas, a la que acudían cien y para las cuales había así mismo maestra y pasante, con una dotación respectiva de 1.825 y 770. La iglesia parroquial estaba servida por un vicario y quince beneficiados (diecisiete en 1802), todos presentados por la villa en hijos naturales y patrimoniales excepto dos: uno presentado por el obispo de Pamplona, a cuya dignidad correspondía la abadía y que antiguamente nombraban los vecinos (cedieron este derechos los reyes de Navarra), y el otro presentado por el marqués de Falces.
En 1629 se había fundado un convento de capuchinos que contaba en 1802 con diecinueve religiosos sacerdotes, tres legos y dos donados. Fue suprimido con la exclaustración y desamortización de los años treinta del siglo XIX, y el edificio del convento pasó a albergar el hospital, que ya existía. En esos años iniciales del siglo XIX se regaban en Peralta 17.000 robadas. La cosecha de vino se cal¬culaba en 50.000 cántaros en 1802 y 80.000 en 1847. En esta última fecha se producían melones y pimientos bastante apreciados. A comienzos del siglo XIX la villa tenía varios sotos y prados para pasto y algunas corralizas. Entre Peralta y Funes formaban un cuerpo o mesta para el ganado lanar, que por concordias no podía exceder de 11.500 cabezas de vientre y dos mil carneros (aunque en 1847 se reducían a 7000). En 1802 había cinco molinos harineros (uno sólo en 1847) y cuatro de aceite.
En la década de 1920 el municipio contaba con dos fábricas de harina, seis molinos de aceite, una central eléctrica, dos fábricas de aguardiente y sendas fábricas de conservas y chocolate. Un colegio privado se había sumado a las dos escuelas públicas. Para sostener la beneficencia funcionaban las conferencias de San Vicente de Paul, y seguían rindiendo tres fundaciones, una de don Miguel de Ezpeleta, otra del siglo XVIII para sostener el hospital y una tercera de 1907, constituida por don Miguel Revuelta y Ruiz con parecido fin.
Enlaces a archivos de interés:
Archivo General y Real de Navarra
Archivo Diocesano del Arzobispado de Pamplona y Tudela
Portal de Archivos Españoles (PARES)
Enlaces a hemerotecas de interés:
Hemeroteca del Diario de Navarra
Hemeroteca del Diario de Noticias
Hemeroteca de la Biblioteca Nacional
CASTILLO. En época medieval la villa estuvo defendida por un castillo
cuyos orígenes se remontaban al siglo X. Su emplazamiento era encima de
la peña que domina la población, y que todavía se conoce como "la
Atalaya". En época de Teobaldo I, en 1237, era gobernador de la
fortaleza el caballero Hurtado de Mendoza, que tenía también a su cargo
la de Catarroso. En 1256, la guardaba Corbarán de Leet. Siendo alcaide
Diego Pérez de Sotés, en 1280, se hizo un horno nuevo para cocer pan, y
un postigo «contra el mont». A la vez, se preparó un lugar para hacer
una cisterna o algibe. Por entonces, la retenencia suponía 15 libras y
75 cahíces de trigo al año.
En 1307, siendo alcaide Juan Ruiz de Funes, se recubrieron las casas y
las dos torres del castillo. En 1315 pasó a ocupar el alcaidío Ferrán
Ruiz de Peñalén, con 7 libras y 35 cahíces de asignación por la guarda
«del castieillo et de la torr». Continuaba en 1321. Carlos II confió la
guarda en 1351 a Martín Pérez de Urabáin, con 4 libras y 20 cahíces. En
1366 le sucedió Pero Sánchez de Caparroso, escudero, al cual se le
entregaron ballestas y artillería para defender el castillo, ante el
temor de las Grandes Compañías.
La villa de Peralta fue sitiada por las huestes castellanas en 1378,
siendo defendida por sus habitantes, que tras resistir al asedio
salieron a recobrar la plaza de Funes, que había caído en poder del
enemigo. La torre o atalaya estaba en ruinas ya en el año 1400. Cinco
años más tarde dice una cuenta que «caída es grant tiempo ha». Sin
embargo, el castillo permaneció en pie.
En 1423, por expreso deseo de Carlos III el Noble, la villa y su
castillo quedaron integrados en el Principado de Viana, erigido por el
rey en favor de su nieto Carlos de Aragón. Más tarde, en 1430, con
ocasión de la guerra con Castilla, llegaron a formar la guarnición de
Peralta 45 hombres, a las órdenes de Guillén Arnaut de Santa María;
aparte, se destinaron cinco ballesteros al castillo. Ese mismo año, los
reyes Juan y doña Blanca dieron el señorío de esta villa y la de Funes,
con sus castillos y jurisdicción, a mosén Fierres de Peralta, por sus
servicios en las negociaciones con los reyes de Castilla y Aragón.
Al tiempo de las luchas civiles, en 1457, era alcaide Gil de
Inchaurreta, con 3 hombres de armas y 5 jinetes a su servicio. Más
tarde, en 1469, se alzó mosén Fierres en armas con éste y otros
castillos, a una con el mariscal y otros caudillos agramonteses, en
contra del acuerdo de paz suscrito por la princesa doña Leonor con los
beaumonteses. La princesa se vio obligada a poner sitio a la villa para
dominar la insurrección. En 1470, tras este episodio, los de Peralta,
queriendo evitar cosas parecidas en el futuro, pidieron a la princesa
que el castillo fuese derruido, «en tal manera que por jamás non sea
fecha nin rehecho a perpetuo». Al propio tiempo, solicitaban ser
vinculados perpetuamente a la corona, y no al dominio señorial. La
petición de demoler el castillo no debió de tener efecto. En u relación
de fortalezas existentes en Navarra al tiempo de la conquista del Reino
por Fernando el Católico, conservada en Simancas, se cita la de Peralta
como perteneciente al marqués de Falces. Fue derribada, al parecer, en
1516, junto con otras varias del Reino.
PALACIO. El que existió figuraba como de cabo de armería en la nómina
oficial del Reino. En tiempos medievales hubo unos palacios del rey,
que por donación real pertene¬cían en 1377 a García Martínez de
Peralta, consejero de Carlos II. Según el rolde del tesorero del año
1513, había en esa fecha varios caballeros cuyas casas gozaban de
remisión de cuarteles, como los palacios, entre ellas las de Martín y
Roldan de Goñi y Johan Romeo. El año 1744 ordenó el Consejo Real que
los palacios de Peralta y Vidaurre se anotasen entre los de cabo de
armería; los poseía por entonces el mariscal de Navarra, duque de
Granada de Ega. Según el Libro de Armería, en el siglo XVI el escudo
del palacio era de gules y un grifo rampante de oro, con el pico, alas
y garras de azur; bordura lisa de plata, que en otras variantes es de
azur, con diez sotueres de oro. Mosén Fierres de Peralta, al cual donó
la villa Juan II en 1430. por privilegio del mismo rey, le añadió las
armas de Navarra, con protesta del Príncipe de Viana como heredero del
Reino.
IGLESIA VIEJA DE SAN JUAN EVANGELISTA. En la parte más alta de la villa se localizan las ruinas de lo
que fue la Parroquia Vieja de San Juan Evangelista, edificio
gótico-renacentista cuyas obras estaban en marcha en 1565 a cargo del
cantero Juan de Anchieta. Apenas sí quedan vestigios de él, pero se
sabe que era de una nave de capillas laterales y cabecera poligonal,
cubriéndose con bóvedas góticas. Mejor fortuna ha tenido la torre del
siglo XVIII que se conserva íntegra en la parte de los pies. Es una
típica fábrica de ladrillo del Barroco de la Ribera, con varios cuerpos
prismáticos decrecientes y otro octogonal de remate, enriquecida a base
de pilastras cajeadas y labores de tipo geométrico.
IGLESIA DE SAN JUAN EVANGELISTA. La ruina de esta iglesia determinó que se construyera la actual
Parroquia de San Juan Evangelista en la calle Mayor, en pleno centro
del pueblo. Su fábrica es neoclásica, erigida entre 1826 y 1833 con
planos del arquitecto de Vitoria, Manuel Ángel Chávarri. Tiene una
sencilla planta rectangular de tres naves, con la central muy amplia y
terminada en una profunda cabecera poligonal, ya que se tuvo que
aprovechar el retablo mayor de la vieja parroquia. Los alzados, sin
embargo, resultan muy complejos y son ellos los que de esta iglesia un
edificio realmente impresionante. En el centro del templo se alzan
cuatro columnas toscanas de orden gigante, pintadas a imitación de
mármol, sobre ellas montan unos fragmentos de entablamento, dispuestos
transversalmente para enlazar con las cornisas perimetrales. Estos
dinteles sirven de apoyo a cuatro medios cañones que transforman la
iglesia de tres naves en un espacio cruciforme, en cuyo centro se eleva
una cúpula sobre pechinas. El resultado es una ingeniosa combinación de
esquemas longitudinal y central que habría sido del total agrado de los
arquitectos barrocos, pero el aspecto del monumento es enteramente
neoclásico con sus correctos elementos arquitectónicos, el medio cañón
casetonado del antepresbiterio y las amplias ventanas terma de los
muros laterales. Acentúan su pureza arquitectónica el blanco dominante,
con el que tan sólo contrastan las pinturas de la cúpula y la cabecera.
En aquélla se representa una balaustrada abierta a un cielo y en sus
pechinas los cuatro evangelistas; la misión de San Juan en Patmos
corresponde al cascarón del ábside. Tan complejo interior queda
encerrado en una sencilla caja de severo volumen prismático, destacando
la fachada principal con un solemne pórtico formado por dos gigantescas
columnas toscanas, como las del interior.
Ocupa el presbiterio de la parroquia un grandioso retablo mayor, que
figura entre los más importantes del siglo XVIII en Navarra. Se inició
en 1766 por el afamado escultor zaragozano José Ramírez, a quien se
debe la parte central. Su traza está formada por columnas compuestas de
disposición diagonal y un potente frontón curvo roto, todo ello propio
de un barroco tardío y clasicista. Las calles laterales, más planas y
repletas de ornatos rococó, fueron realizadas a partir de 1762 por el
retablista de Calahorrra Diego de Camporredondo. Dicha arquitectura
acoge una iconografía en relieves y bultos, destacando por su factura
la gran historia del martirio de San Juan Evangelista, así como las
tallas de los apóstoles Pedro, Pablo, Andrés y Santiago que
corresponden a la calle principal. El relieve del titular es una
compleja composición con abundantes figuras de gestos declamatorios y
movidas actitudes, presididas desde el centro por el desnudo de San
Juan. Las imágenes de los Apóstoles ofrecen un canon alargado y rasgos
de carácter berninesco. Inferiores son las esculturas de Camporredondo.
El templo también se enriquece con otros importantes retablos
emplazados en las naves laterales, todos barrocos del siglo XVIII,
aunque de diferente cronología, y de una exuberante decoración,
sobresaliendo los altares de San Blas y la Virgen del Rosario. Este
último cobija una bella talla sedente de la Virgen del segundo tercio
del siglo XVI. No menos espectacular que los retablos es el órgano
rococó de una de las tribunas del coro. En la sacristía se guarda un
buen número de tallas,
cuya cronología abarca desde el siglo XVI al XVIII, aunque mayor
importancia tiene la colección de orfebrería, compuesta de valiosas
piezas de plata. Mención especial merecen el relicario de San Blas,
obra gótica de hacia 1500 que conserva los punzones de Pamplona, un
ostentorio del siglo XVII y traza purista y una arqueta eucarística con
abundante decoración repujada de motivos vegetales y flores, típica de
un barroco de hacia 1700. El tesoro parroquial cuenta igualmente con un
pequeño Crucificado de bronce, gótico del siglo XIV. También es de gran
riqueza el capítulo de ornamentos, en el que hay que incluir el
magnífico terno blanco de San Juan, que en 1600 confeccionaba el
bordador de Pamplona Miguel de Sarasa. Por las distintas piezas se
multiplicaban las historias del santo que simulan pinturas por su
variedad cromática y composición, rasgos que se ajustan a un manierismo
de abolengo rafaelesco. Se conserva otro terno blanco de estilo rococó,
muy vistoso y espectacular, que en 1770 bordaron los maestros de
Barcelona José Velat y José Estruch.
BASÍLICA DE SAN MIGUEL. La Basílica de San Miguel, perteneciente a un antiguo convento de
capuchinos, se fecha en 1629 y presenta planta de cruz latina cubierta
por bóvedas de medio cañón con lunetos, salvo el crucero que lleva una
cúpula. Su fachada principal, no obstante, obedece a una reforma
moderna. En su interior hay retablos barrocos y rococós del siglo XVIII
con imágenes de esta misma centuria.
Fuera del núcleo urbano se encuentra la Ermita de San Pedro, de
construcción moderna, pero que conserva la imagen romanista del
titular, fechable hacia 1600.
ERMITA. Asimismo en el término se hallan la
Ermita de Santa Lucía, en estado ruinoso, y la Ermita de San Silvestre,
muy rehecha y transformada.
ARQUITECTURA CIVIL. De la vieja Atalaya medieval y la fortaleza
inmediata, emplazadas en la cima de la peña que domina la población,
apenas se conservan algunos muros. Mejor fortuna ha tenido el puente
gótico, aunque parte de su fábrica fue reconstruida a finales del siglo
XVII, conviviendo por tanto los ojos apuntados y los de medio punto.
Desde este lugar arranca la calle Mayor, vía principal de Peralta, y en
ella se suceden hermosos palacios y casas de época barroca con fachadas
de ladrillo, algunas rematadas en galerías de arquillos, según los usos
constructivos de la Ribera de Navarra. Muchos de estos edificios se
ennoblecen con escudos de aparatosos enmarques.
Enlaces de interés:
A) Documentos digitalizados (públicos y privados) de interés para la localidad
B) Enlace al archivo municipal
C) Otros archivos con documentos relevantes sobre la localidad
Archivo General y Real de Navarra
Archivo Diocesano del Arzobispado de Pamplona y Tudela
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