ARCHIVE of the immaterial heritage of NAVARRE

EL JUAN Y LA MARÍA (3)


Vivían madre e hijo solos. Y el hijo era muy tonto. Los dos iban muy mal, de mal en peor: no tenían ni qué comer. Así que tuvieron que salir de casa para encontrar algo que comer. –Vamos a mudarnos de pueblo –le dijo la madre. Cuando estaban preparando la mudanza, preguntó Juan: –Bueno, ¿y qué llevaremos? Y, aunque su madre le mandó que cogiera la maleta, él le entendió que llevara la puerta y, como era tan tonto, se la echó al hombro. Salieron, por tanto, a buscar fortuna por el mundo adelante y se les hizo de noche. –¿Dónde nos quedaremos? –preguntó Juan. Estaban en mitad del monte, al lado de un roble muy grande. Se subieron al roble con la puerta al hombro todavía y se acurrucaron allá arriba con mucho miedo. Al poco tiempo, llegaron unos ladrones y se pusieron a hacer el rancho para cenar justamente debajo del árbol donde estaban Juan y María. –Estos nos van a matar –dijo aterrada María. Al oírlo, Juan se cagó de miedo y los ladrones, cuando observaron que algo caía desde arriba, gritaron alarmados: –Arriba hay alguien; corred. Con las prisas se dejaron el dinero. Descendieron Juan y María del árbol, cogieron el botín y, más tarde, encontraron un pueblo donde vivir. Pero en la casa de ese pueblo no tenían de nada. Por lo que a Juan le dijo su madre: –Vete a Estella tú a comprar pez para poner las puertas y sal para guisar. Sin embargo, como era muy tonto, compró, en vez de pez, sal. Hacía un día de muchísima calor y le advirtieron, pensando que había comprado pez: –Pues, mira, con la calor que hace se te deshará; para que eso no te pase, tienes que meterla en agua para que se mantenga dura. Y eso hizo, pero como en vez de pez le dieron sal, iba metiéndola poco a poco, hasta que llegó a casa y ya no le quedaba nada. En cuanto lo vio, salió su madre al encuentro y le preguntó: –¿Y qué has traído? –Pues he traído esto, porque me han dicho que viniera mojándola por el camino, pero, nada, al final se ha deshecho –le respondió Juan ingenuamente. –¡Uy, qué hombre más tonto! No se puede vivir contigo –le reprendió su madre. Días más tarde, le mandó otra vez a por pez para empezar un puchero. Y le ordenó: –Esta vez tienes que traerla debajo el brazo. Que no te la vean; tú, debajo del brazo. Así lo hizo, pero con la calor se le pegó el brazo y el cuerpo con la pez. Y, como no se la podían soltar y él era tan tonto que no hacía ninguna cosa bien, tuvieron que marcharse de casa y abandonarlo todo.