ARCHIVE of the immaterial heritage of NAVARRE

LOS TRES CONSEJOS


Mi padre me contaba unos cuentos, que no eran tan intrascendentes. Por ejemplo, contaba uno que era de una mujer que se casó con uno del pueblo. Y el matrimonio no tenía buena vida, porque no tenían qué comer. Por lo que el marido se marchó por el mundo a buscar comida. Se decidió y dijo: –Bueno: esta situación hay que solucionarla. Se marchó y tardó en regresar dieciocho años. Y estuvo trabajando por ahí, en otro pueblo, hasta que un día le dijo al patrón: –Pues he pensado en irme a mi casa. –Bueno, si ha pensado en volver a su casa, puede irse. Y ganó en esos dieciocho años dieciocho onzas, a dieciséis duros la onza. Poco antes de marcharse, le preguntó al patrón: –¿No me daría usted algún consejo? –Sí, y buenos, pero los vendo caros –le respondió el amo. –Bueno, si son buenos, ya está bien –aceptó él. Así que le aconsejó: –Aunque los vendo caros, te los voy a contar. Pues, mira, lo primero que vamos a hacer es amasar mañana por la mañana todo lo que has ganao y te lo vamos a meter en una torta, de pan. Y no la empiezas hasta que no llegues a tu casa. –Bueno, bien. ¿Y los otros consejos? –preguntó el criado. –Mira, estos son: no preguntes lo que no te importa; no vayas nunca por caminos senderos, sino por caminos anchos; y, si tienes un atentado, guárda- lo para el día siguiente –le dijo. Ya se marchó con los consejos hacia su casa. Como estaba lejos, le iba a costar tres días llegar a casa. Antes de llegar a un pueblo para quedarse a dor- mir, se encontró con un arriero que le dijo: –Vamos por esta senda, que adelantamos más. Pero se acordó del consejo que le dio el patrón y pensó: –No, no, a mí me ha dicho que por caminos anchos. Para eso me ha da- do ese consejo y lo he pagado. Tomó el camino ancho y, antes de llegar al pueblo, oyó un disparo; eran unos ladrones que habían atracado al arriero y le habían matado. Y dijo ilu- sionado: –Me ha salido bien este consejo. Llegó al pueblo y buscó posada. Se sentó en una mesa a cenar y por de- bajo de la mesa andaba un animal grande comiendo migajas. Un animal que merodeaba una y otra vez. Y el hombre sentía curiosidad y pensaba: –¿Qué animal será éste? Ni era un perro ni era un animal conocido. Seguía pensando: –¿Y si preguntara qué es? ¡Pero qué me importa! El amo me ha dicho que no pregunte lo que no me importa y no voy a preguntar. Cenaron, se retiraron todos a la cama y, a la mañana siguiente, cuando se marchaba, le dijo el dueño de la posada: –¿Ve usted este animal que estaba comiendo debajo de la mesa? Era mi sue- gra, que es tan mala, que se disfraza de demonio y viene a casa cuando quiera. Y, si usted le hubiera preguntado qué animal era, se lo habría comido. Y ese hombre se ilusionó: –Me han salido bien los dos consejos. Al otro día por la noche, llegó a casa y, al asomarse a una ventana que ha- bía a media altura, vio su mujer con un cura joven de unos veinte años. Sa- có la pistola enfurecido, pero reflexionó: –La mujer con otro. Yo los mato. Aunque el amo me dijo que si tenía algún atentado que lo guardara para el día siguiente. Este consejo no significa nada. Pero decidió seguir el consejo: –Pues bien, voy a guardarlo para mañana. Entró en casa, saludó y habló con ellos. Enseguida preguntó a su mujer: –¿Y éste quién es? –Éste es un hijo tuyo; porque me dejaste embarazada cuando te fuiste ha- ce dieciocho años. Y se ha ordenado de cura –le explicó su mujer. –Me han salido bien los consejos –pensó el marido aliviado. Y su mujer le preguntó: –Bueno, ¿y tú qué has ganado? –Toma este pan. Todo esto es lo que he ganado en dieciocho años –le di- jo entregándole el pan en que el patrón había metido las dieciocho onzas. Éste es un cuento que narraba mi padre.