Tudela
Tudela es la segunda ciudad navarra; organiza desde el período musulmán la Ribera, aunque hacia el Oeste su influencia entra en litigio con Calahorra y Logroño. El primitivo emplazamiento de la ciudad se hizo al cobijo de un cerro testigo, sobre la terraza media del Ebro, y entre una doble vía de afluentes, el Mediavilla y el Queiles. De la larga etapa musulmana queda un casco irregular y sinuoso entre el cerro y Mediavilla. En el siglo IX se añade un barrio judío, y otro cristiano de plano regular, siendo entonces cuando la ciudad llega al Queiles. Durante el siglo XVIII el esplendor comarcal se refleja en la expansión urbana extramuros que incluye también la Plaza de los Fueros (año 1677) sobre el Queiles, que fue cubierto. A fines del siglo XIX comienza la revolución agrícola que apenas repercute en la expansión del tejido urbano, pero se crean industrias basadas en los recursos locales -azucarera, tejería, cerámica, alimenticia- y en la estación de ferrocarril. La incorporación de Navarra a la segunda revolución industrial y agraria ocasionó un notorio crecimiento del tejido urbano y profundas transformaciones de la economía de base urbana. La ciudad se extendió hacia el E de forma anárquica, incluyéndose varios barrios, de los que el mayor y mejor ordenado es fruto de una iniciativa social (Lourdes) y de una inspiración urbanística propia de la época («Chantrea»). Hacia el S, aguas arriba del Queiles, se localiza buena parte de la industria local, en un polígono que se sitúa entre los mayores y de mejor infraestructura de Navarra. La ciudad no ha traspasado el Ebro, que ha actuado como muralla urbana, siendo escasas las edificaciones aisladas sobre la baja terraza (planta industrial adosada al puente por el que atraviesa la carretera Zaragoza-Pamplona). La evolución reciente del empleo y la actividad industrial revela un proceso de contracción y a la vez mantenimiento de cierta diversidad. Tudela contaba con 4.176 empleos en 1974, que se vieron reducidos a 2.527 en 1984. Según las fuentes de que se han sacado datos, cuyas cifras están infravaloradas (Catálogos de Industria de la Diputación Foral, 1974, 1984), la ciudad se halla bastante especializada en el sector metalúrgico y tiende a aumentar dicha especialización (49,9% en 1974 y 73,5% en 1984 del empleo industrial), seguida por el sector alimenticio (que sufre un fuerte descenso desde un 23,1 a un 8,4% en relación con la crisis del sector y el reajuste de mano de obra realizado en estos años); y conservero, de poca entidad (2,3 y 1,1%); y por la construcción (11,1 y 8,0%); siendo muy escasos los porcentajes metalúrgicos, no llegan a 100 los empleos en cada uno de los sectores químico, conservero, cerámica, papelero, artes gráficas y mármoles.
Muy significativa del grado de complejidad urbana alcanzado por Tudela es la información relativa a la estructura socio-profesional. Según el censo de 1981, del total de empleos (7.798 personas), un 40,63% son obreros (3.012); después siguen los empleados en servicios con un 21,21% (1.654) y las categorías intermedias con el 15,93% (1.242), los artesanos y especialistas autónomos con un 8,85% (690); y finalmente, los directivos y profesionales liberales con un 7,8% (608. que obviamente incluyen propietarios agrícolas), los comerciantes y propietarios gerentes de empresas de servicios con el 4,44% (346), y los profesionales y titulados medios con el 3,15% (246). La distribución de los sectores sociales en el espacio urbano no se atiene a las pautas segregadoras de las ciudades de mayor tamaño. En el casco antiguo y pequeños barrios adyacentes a su fachada occidental (distritos I y II) vive un tercio de los obreros (1.045) y un 40,87% de los artesanos; en el barrio de San José otro tercio y un 39,42% de los artesanos (1.117), distribuyéndose el resto de los obreros en el barrio articulado en torno a la travesía de la carretera de Zaragoza-Pamplona y la estación del ferrocarril. Es en este último sector donde predominan los directivos y profesionales (47,04 y 47,97% respectivamente), así como las categorías intermedias (40,1%) y los comerciantes (39,02%). El centro urbano se halla ubicado en el contacto del Casco Antiguo con el «Ensanche-expansión» que ha fraguado en las dos últimas décadas en torno a la travesía de Zaragoza, que sirve de nervio a la extensión de las actividades centrales desde la Plaza de los Fueros, y las calles de Mercado, Gaztambide y Soldevilla. A lo largo de la segunda mitad del siglo XIX y durante las dos primeras décadas del XX la población de Tudela osciló entre 9.000 y 10.000 habitantes. Después creció moderadamente hasta 1950 y aceleradamente a partir de esta fecha, gracias al desarrollo de la industria.
HERÁLDICA. Trae de azur y un puente de tres arcos de oro sobre ondas de plata y azur, sumado de tres torres de oro, la de en medio más alta que las laterales, almenada de tres almenas, donjonada de tres torres y adjurado de azur. Bordura de gules con las cadenas de Navarra en oro. Por timbre una corona real abierta. En todos los sellos usados por la ciudad, el puente es el motivo invariable. Según las épocas, han cambiado los motivos ornamentales (peces, pájaros...), por lo que no es necesario detenerse en cada caso particular.
CASA CONSISTORIAL. Está situada en la Plaza Vieja, junto a la Catedral. Integrada en el casco histórico, sigue siendo núcleo primario de toda la actividad municipal. Fue construida hacia 1490. Su anterior propietario había sido Mosén Pierres de Peralta. Ha sufrido numerosas reformas, principalmente en los siglos XVII, XIX y XX. La actual fachada obedece a una reforma de 1938. Tuvo su sede anterior en unas dependencias del claustro de la Catedral, cedidas a comienzos de 1550 al Obispado, para construir el Palacio Decanal. El Ayuntamiento está regido por alcalde y veinte concejales.
ARQUEOLOGÍA. En su término se han hallado diversos materiales líticos, cerámica campaniforme y algún útil pulimentado de la Edad del Bronce. También se han localizado asentamientos arqueológicos en los lugares de Balsa del Pulguer., Barranco de Valdelafuente, Camino de la Albea, Portillos de Tudela, Mosquera y Soto de Ramalete, así como un tramo de vía romana.
HISTORIA. No obstante los divesos y estimables vestigios anteriores de ocupación humana de su solar y sus alrededores, el núcleo urbano surgió de nueva planta a comienzos del siglo IX por iniciativa del muladí oscense Amrus ibn Yusuf, enviado por el emir Al-Hakam I a la Marca Superior (al-tagr a/-a´la), la cuenca del Ebro, especialmente para vigilar a los Banu Qasi y a su parentela cristiana de las tierras de Pamplona. La población creció muy pronto a impulsos precisamente del gran qasi Muza ibn Muza y sus descendientesque hasta comienzos del siglo X la tuvieron como su principal centro de operaciones.
Fue a continuación cuartel general de las campañas de intimidación y castigo contra el naciente reino pamplonés. En ella sentó sus reales, por ejemplo, el emir cordobés Abd Al-Rahman III al-Nasir a comienzos de julio del año 924, «a la cabeza de guerreros tan numerosos corno granos de arena», para marchar sobre las recónditas guaridas de Sancho Garcés I. Relegó a un segundo plano a la antigua sede episcopal del territorio, «Tarasuna» (Tarazona), «cuyas gentes fueron en gran número a establecerse a Tudela, y mostraron su preferencia por esta ciudad por la excelencia de sus tierras y su espacioso emplazamiento». El mismo autor árabe subraya (Al-Himyari) la riqueza de su suelo que «produce cereales de la mejor calidad, se presta a la cría de ganado y al cultivo de árboles frutales y asegura la riqueza de su periferia».
Los Tuchibíes, que habían sustituido a los Banu Qasi como gendarmes de la frontera superior, señorearon ésta por su propia cuenta al desplomarse el califato Omeya de Córdoba. Los tres primeros régulos (hachib, «mayordomo de palacio», como Almanzor) de la gran taifa de Zaragoza tuvieron como lugarteniente o caíd de Tudela y Lérida a otro magnate árabe de estirpe yemení, Sulayman ibn Hud, quien a los veinte años les arrebató el poder (1038). Uno de sus hijos, Mundir ibn Sulayman «al-Zafir» (el Triunfador), gobernó con autonomía, hasta acuñar moneda, en el distrito o pequeño reino taifa de Tudela (1046- 1051) hasta que fue suplantado por su hermano el brillante Abu Chafar Ahmad al-Muqtadir (1046-1081), constructor del palacio zaragozano de la Aljafería, mecenas de hombres sabios y letrados. En este ambiente ilustrado, encendido desde la corte Hudí nacieron dos celebérrimos judios tudelanos, el poeta Yehuda HaLevi (ca. 1075) y el polígrafo Abraham ibn Ezra (ca. 1092). La poderosa taifa se derrumbó inundada por los almorávides tras la derrota y la muerte en Valtierra (24.1.1110) de Ahmad Al-Mustain, nieto de AlMuqtadir, a manos de los caballeros pamploneses de Alfonso I el Batallador, campeón de la reconquista. La capitulación de Zaragoza (18.12.1118) arrastró la de sus ciudades satélites, como Tudela. Tras la apropiación militar y política de esta ciudad (22.2.1119), Alfonso I procedió a la reordenación del espacio y sus grupos humanos. El primitivo núcleo urbano nacido entre la alcazaba o fortaleza y el arroyo o alhandaka (barranco o foso) de Mediavilla se había desdoblado hasta el Queiles, quizá ya en tiempos de los Banu Qasi. El recinto así formado, unas 23 hectáreas, con puertas hacia el puente del Ebro, en dirección a Zaragoza y a Calahorra, más la que en el sur se abría al «zoco» o mercado viejo, albergaba una población plural: cristianos (mozárabes), en el barrio noroccidental, con su iglesia de Santa María Magdalena; y tal vez la de Santa María la Blanca, junto a la mezquita mayor y futura catedral; judíos, en el sector nororiental, hasta el Queiles; en el resto, la mayoría musulmana.
En la capitulación suscrita con los moros que no habían sucumbido o huido (illos bonos moros) (15.3.1119), el rey ofreció a éstos respetar sus bienes, formas de vida y estatuto jurídico, aunque al cabo de un año debían instalarse bajo su protección, fuera de la muralla en el suburbio. La futura Morería, ensanche meridional del casco urbano, hacia el término de Velilla. También se garantizó amparo a los judíos, fugitivos en un primer momento, y se les otorgó el fuero tradicional de sus correligionarios de Nájera; siguieron habitando de momento la denominada ulteriormente judería vieja. El grupo mozárabe, una minoría, debió de quedar asimilado en su condición social a los repobladores cristianos. Se otorgó a estos la carta puebla que se acababa de aplicar en Zaragoza, un estatuto válido al mismo tiempo para nobles de sangre o infanzones y para simples ciudadanos o «burgueses, hombres libres, francos e ingenuos, como los que habían ocupado o estaban formando en el interior del reino los burgos de Jaca, Estella, Sangüesa, Puente la Reina o San Saturnino de Pamplona. Los elementos comunes consistían simplemente en la titularidad ingenua y libre disposición de bienes raíces, las limitaciones del servicio militar («con pan de tres días») y las oportunas garantías judiciales, con un juez o alcalde propio. Pocos caballeros o infanzones, consagrados por nacimiento a la guerra o arraigados en sus «solares» campesinos de origen, estarían mentalmente dispuestos para enclaustrarse en el tráfago de tiendas, negocios, talleres y oficios de un reducto de vida ciudadana. A quienes habían participado en las acciones militares les bastaba el botín o una porción en el reparto de «almunias» confiscadas con mano de obra segura, moros («exavicos») vinculados a la tierra que no precisaron desplazarse: además, les aguardaban los insondables horizontes de la nueva frontera. Un nuevo privilegio de Alfonso 1 (17.8.1127) asignó a los pobladores de Tudela un amplio término de libre aprovechamiento de aguas, pastos, leña y materiales de construcción, garantizó su libertad de comercio y reforzó la jurisdicción local incluso en casos de violencia (tortum) cometida contra un vecino en otros lugares; los «veinte mejores hombres» elegidos por la comunidad debieron jurar la observancia de estos fueros, cuya vigencia parece excluir al mi/es o infanzón. Aparece configurado así el órgano colegial representativo del concejo, los veinte jurados responsables de la vida municipal junto con el acalde o juez y el «justicia» investido de las prerrogativas coercitivas emanadas de la potestad regia. Otro texto de dudosa tradición manuscrito extiende el disfrute de yerbas hasta la Bardena y el «monte de Cierzo» y encuadra en el área del derecho tudelano todas las villas y almunias de su comarca.
La ciudad configuró desde el principio una nueva «tenencia» del reino. Encomendaba de momento al senior Aznar Aznárez (1119-1121), pasó después en honor al conde Rotrou de Perche, que colaboraba en la reconquista con su primo hermano Alfonso I. Es presumible que el conde, ausente con frecuencia en su señorío bajonormando, dejara un lugarteniente, Iñigo López en 1123 y, desde enero de 1133 García Ramírez, el futuro rey de Pamplona, titular entonces de la honor de Monzón; este magnate pamplonés debió de casar por tal fecha con Margarita, sobrina de Rotrou. Tales son las circunstancias que pueden explicar la inserción de Tudela y su distrito, porción del «reino de Zaragoza», en la nueva monarquía privativa de Pamplona. La separación dinástica de Aragón planteó en el caso tudelano también un conflicto eclesiástico. Evacuados los moros, había consagrado la mezquita mayor el obispo Miguel de Tarazona (14.4.1121), bajo cuya jurisdicción quedaba la iglesia colegial de Santa María, con un cabildo sujeto, como era habitua,l a la regla de San Agustín. El rey García Ramírez la incorporó pasajera-mente, hasta 1143, a la diócesis de Pamplona. Se arregló este conflicto, pero la inadecuación entre la geografía política y la eclesiástica iba a enturbiar con frecuencia las relaciones entre el obispo turiasonense y el cabildo tudelano con su prior. Este último logró en 1193 que la Santa Sede acogiera bajo su protección directa el priorato, el cual se iba a convertir más adelante en deanato (1239) con un cabildo secularizado. A instancias de Teohaldo II el papa Alejandro IV concedería (1259) al deán prerrogativas casi episcopales, como, los atributos de anillo y mitra. Ulteriormente intentaron erigirlo como sede episcopal los reyes Felipe III de Evreux (1330), Carlos III (1406) y Catalina y Juan III (1500).
Eran de su dependencia directa las iglesias de Tudela, Murillo de las Limas, Fontellas, Urzante, Murchante, Ablitas y Pedriz. La restauración cristiana de la ciudad comportó una rápida proliferación de establecimientos eclesiásticos.
Aparte de Santa María Magdalena y la colegiata de Santa María, a comienzos del siglo XIII existían las iglesias de San Nicolás; dada a Oña (1131) y convertida en priorato benedictino, San Pedro, bajo el castillo, San Miguel, San Jaime o Santiago. San Jorge, San Salvador, San Julián y la Santísima Trinidad o Santa María de las Dueñas, primera sede de las monjas cistercienses de Tulebras. La trama parroquial informó el cuadro urbano hasta el punto de que en Libro de Fuegos de 1366, por ejemplo, el vecindario aparece agrupado en los barrios de la Magdalena. el más populoso, San Salvador, San Jaime, Santa María, San Julián, San Jorge, San Pedro y Santa María de las Dueñas. El auge demográfico parece haberse alcanzado hacia 1260-1270 cuando la ciudad albergaba más de 1400 familias, entre 160 y 170 más que Pamplona. Se había instalado ya extramuros el convento de Clarisas (1241-1243), Teobaldo II fundaba el de los premostratenses de San Marcial (1268) y tal vez existía ya el de Franciscanos.
Había hospitales y cofradías, como San Lázaro, junto al puente. Santa María, San Cristóbal y Santa Eulalia ya en el siglo XII y, en el siguiente, Santa Cristina, la Natividad y San Bartolomé y Santa Catalina, San Nicolás de los Pescaderos y San Leonardo de los Zapateros.Sancho VII el Fuerte demostró singular predilección por Tudela, en cuya iglesia colegial descansaban los restos de su madre la reina Sancha. Trató de reforzar la presencia de la corona y su dominio directo en aquel delicado y valioso apéndice del reino. En lo alto de Santa Bárbara, encerrado en la antigua alcazaba, convertida en castillo, pasó los largos años de su ancianidad y allí tuvo que subir Jaime I de Aragón para firmar el incumplido pacto de prohijamiento mutuo (1231). El vigor de la ciudadanía y su concejo se manifestaron incluso con violencia y crueldad en la llegada y la primera ausencia de Teobaldo I, el monarca extraño recién proclamado. Las victimas fueron los judíos. Estos ya habían dejado su antiguo gueto. la Judería Vieja, donde había nacido (1127) y vivido Benjamín de Tudela, el afamado viaje. Sancho VI el Sabio les había autorizado (1170) a vender sus casas e instalarse en la Nueva Judería, a la sombra del castillo que habían tenido en honor Gonzalo y Rodrigo de Azagra (1142- 1158) y pasó entonces precisamente de las manos de Pedro de Arazuri a las de su yerno Pedro Ruiz de Azagra, el señor de Albarracín (1171- 1178), en fechas próximas al nacimiento de Guillermo de Tudela, el trovador de la cruzada albigense. En su tenso diálogo con Teobaldo I (1235-1237), ante quien debieron probar sus alegaciones «según su fuero», trastocaron posiblemente los jurados tudelanos la carta puebla de 1119. Se arrogaron la condición colectiva de infanzones, solidarios moralmente de la turbulenta pequeña nobleza ásperamente encarada con el soberano forastero y sus sucesores. Al autorizarles luego a celebrar una feria anual de 15 días desde la víspera de la Candelaria (1251), Teobaldo I se dirigió a sus «burgueses» de Tudela. Estos, sin embargo, no se adhirieron hasta 1283 a la junta de las buenas villas de francos.
Aunque estaban exentos de pechas y censos no del monedaje y otros «servicios» extraordinarios-, sus transacciones mercantiles, y su alta capacidad de consumo y tono de vida deparaban cuantiosos ingresos a la Corona, en concepto de tasas de peaje, 16.000 sueldos en 1280, por ejemplo, del almudí, 7.500 sueldos, de los cuatro baños, 1.180 sueldos; la aljama judía tributó entonces con 16.000 sueldos más 300 por derechos de escribanía; la morería, con 1.940 sueldos. Sancho el Fuerte había comprado (1227) casas con el juego de la «tafurería»; quizá debe identificarse con la «tafurería de moros y judíos» arrendada por la Corona casi un siglo y medio después (1368). Aprovechando nuevamente el cambio de dinastía, el concejo propuso a Felipe III de Evreux diversas proposiciones sobre el régimen de la ciudad (1330). Pedía tener alcalde perpetuo, ocho jurados de los «mejores y más sabios hombres de la villa» y no elegidos por parroquias, dieciséis consejeros igualmente escogidos, más los «bailes» de los términos designados anualmente por los jurados. Expresaba su deseo de que se deshicieran las «cofradías de los menesteres» y de los«menestrales»; y manifestaba que su fuero «antiguo original» de Sobrarbe debía guardarse en una cadena en Santa María para evitar sus falseamientos y corrupciones. Aunque, al parecer no tan gravemente como en otros lugares, la gran peste negra de 1348 también causó estragos. La población se redujo quizá algo más de la cuarta parte. En 1366 había 21 hogares hidalgos, 591 francos, 270 judíos y 79 moros; los clérigos sumaban 69. Entre los hidalgos figuraba algún Azagra todavía y ciertos sobrenombres locativos, como Limoges, seguían evocando el origen ya bicentenario de algún franco. El traslado de las clarisas (1369) parece denotar mayor disponibilidad de espacios intramurales. Todavía en 1421 se lamentaba el deán de las «calamidades de los tiempos» y el deterioro de las rentas que ya no permitían sostener a los 25 canónigos de su cabildo. Carlos III había concedido a la población otra feria anual de 23 días, a partir del 23 de julio. Juan II fijó las dos ferias entre el 1 y el 21 de marzo y del 22 de julio al 11 de agosto, con exención de imposiciones, peajes y embargos (1469).
La población, que tenía uno de los primeros asientos en las Cortes del reino, fue honrada con el titulo de ciudad (1390) y el propio Carlos III dispuso que su representante trabara de un anillo del escudo en la ceremonia de elevación de los monarcas. La exención total de alcabalas e imposiciones (1469) supuso el mantenimiento de cincuenta hombres, vecinos de la ciudad, prestos a defenderla con buenas armas y caballos; se formó luego (1497) la hermandad de los caballeros de las cincuenta lanzas para salvaguarda de los privilegios y la libertad de la ciudad.El decreto de expulsión debió de suscitar bastantes conversiones de judíos, cuyos descendientes verían sus nombres expuestos (1610) en la «Manta» o lienzo colgado en la catedral. En cambio, con la expulsión de los mudéjares (1516) quedaron vacías 200 casas de la Morería, cuya mezquita mayor sirvió para erigir la parroquia de San Juan Bautista. Allí se edificó el convento de Dominicos (1517). Años atrás se habían instalado los Antonianos junto al puente (1480). Había ya signos claros de renovación y crecimiento urbano cuando la población capituló (9.9.1512) ante el ejército de Fernando el Católico y juró al mes siguiente (4 octubre) «los fueros y privilegios usados y por usar, exenciones, gracias y mercedes» de su ciudad de Tudela y su Morería.
Durante la guerra de Navarra de 1512 Tudela dio buenas muestras de lealtad a la casa de Labrit, reinante hasta entonces. De su rendición, lograda el 9 de septiembre de 1512, se encargó Alonso de Aragón, hijo natural de Fernando y arzobispo de Zaragoza.
Tudela permanecería proclive a la casa de Albret y, así, hubo de ver destruidas sus fortalezas y murallas por orden de Cisneros (1516), que pretendía de este modo evitar una nueva sublevación, y no dudó la ciudad en acatar a Enrique de Labrit cuando invadió efímeramente Navarra en 1521.En este último trance probaron una especial actitud favorable a la vieja dinastía los judíos conversos que habían restado de la expulsión de 1498. No fueron condenados por ello, pero la ciudad procuró que quedase eterna constancia de su existencia, para que sus linajes no pudieran confundirse con los de los cristianos viejos. Para eso se acordó colocar en 1610 un lienzo en la catedral («La manta») donde figuraban los nombres de quienes se habían convertido.
Durante el siglo XVI, la ciudad siguió siendo importante centro cultural; en ella trabajan los impresores Porralis de Saboya; los nobles Miguel de Eza y Veraiz y Pedro Ortiz fundan respectivamente el hospital de Nuestra Señora de Gracia (1549) y el de los niños huérfanos (1596), y viven personajes de nota como el poeta Jerónimo de Arbolanche, los militares Mateo de Santesteban, Juan Sanz de Berrozpe y Lope de Soria y el eclesiástico Domingo de Gaztelu, además, quizá, del sabio Miguel Servet, los términos de cuya vinculación a Tudela tanto se han debatido. En 1630 compró al rey los oficios municipales y el peso público.
La vida económica de la ciudad continuó basándose principalmente en la agricultura y el comercio. A fines del siglo XVIII se decía que el Ebro proveía a la ciudad de pescado abundante, aunque la mayoría de sus habitantes se dedicaban al campo, muy fértil, gracias al riego del propio Ebro, del Queiles y del de las Minas.
En Tudela se cosechaba entonces sobre todo trigo y cehada, también habas y aluvias, vid, aceite, cáñamo, hortalizas y frutas.Tenía asimismo gran importancia el ganado lanar, que continuaba desplazándose a la Montaña desde que se les concediera autorización para ello en las Cortes que se celebraron en Olite en 1399. Esto hacía que se hallara en estado floreciente el oficio de pelaires, que trabajaban paños y bayetas de buena calidad, para los cuales había batán. Formaba cofradía desde 1438. Además la abundancia de yerba salobre y la de aceite mantenían seis fábricas de jabón al comenzar el XIX. Y aún las había además de tejas, ladrillos y cántaros, dos molinos harineros (uno de cuatro muelas sobre el Ebro, construido en 1602, y otro sobre el Alrneznet), 24 de aceite y ocho hornos de cocer pan.
Subsistieron las ferias y el mercado semanal; de aquéllas, tanto las de marzo (que sin embargo en 1802 apenas era concurrida sino por los montañeses de Jaca y Roncal) como la de julio y agosto que registraba gran afluencia. El mercado semanal de los martes fue trasladado a los lunes por las Cortes que se reunieron en Olite en 1766: pero en 1802 se dice que su privilegio no estaba en uso.Durante aquellos trescientos años de pertenencia a la corona de Castilla dentro del reino de Navarra (1518-1837), Tudela había ido acumulando además las instituciones propias de una ciudad compleja: en el mismo s. XVIII se había establecido la Sociedad Económica de los Deseosos del Bien Público; subsistía la antigua Escuela de Gramática; había en 1802 tres de primeras letras; se mantenían asimismo el Colegio de San Cosme y San Damián de médicos cirujanos y boticarios que se fundó en 1537, aquellos dos hospitales del mismo siglo XVI y el anterior de Santiago (1355): los esposos Ignacio de Mur y Andión y María Hugarte y Francia fundaron en 1790 la Casa de Misericordia.
La ciudad era gobernada por un merino, un alcalde, un justicia y varíos jurados o regidores (diez hasta 1545, en que pasaron a ser elegidos por insaculación u se redujeron a siete, en vez de ser designados por los vecinos de cada una de las diez parroquias).
Tudela fue además cabeza de Diócesis desde 1783 hasta 1851. Entre 1512 y 1802 destacaron como hombres de letras: Vicente de Tornamira , el ya citado Arbolanche, el farmacéutico Miguel Martínez de Leache, el historiador Juan Francisco de Tornamira, el obispo Diego del Castillo y Artiga, el escribano Pedro Agramont y Zaldívar, el oidor Luis de Mur y Navarro, los canónigos Pedro Amigo y Ezpeleta y José Conchillos, el padre Bernardo Sartolo, el gramático Francisco de la Torre y Ocón, el benedictino Bernardo Ruiz de Conejares, el oidor Pedro Pasquier.Entre los puramente eclesiásticos, Pedro de Veraiz. Agustín de Arellano y Miranda, Bernardo Cariñena e Ipanza. José Vicente Díaz Bravo, Francisco Rodríguez, Diego Felipe de Itúrbide y Oco. Y a ellos habría aún que añadir el orador eclesiástico Raimundo Aguirre, el dominico Antonio Pérez de Aguilar y Ederra, los eclesiásticos Francisco y Joaquín Ruiz de Conejares, el fiscal Jerónimo Sola y Fuente, el gobernante Fermín Veraiz y Dicastillo, el religioso Manuel Liñán, el marqués de Cadreita, el dominico Antonio Mur, el piadoso Diego Ordóñez y Ortiz, el pintor Vicente Berdusán, el fiscal José Gurpegui, el historiador Juan Antonio Fernández, el marino José Ezquerra y Guirior, el cisterciense Joaquín Díez de Ulzurrun, el escritor Cristóbal Cortes y Vitas, los Aperregui. Altadill aún recuerda a los militares Domingo y Eusebio Lizaso, al didacta Luciano Velasco, al obispo Juan López, al canónigo José Martínez, al militar Francisco Villalba.Entre los gobernantes y militares, el citado Juan de Berrozpe o Sanz de Berrozpe, Carlos, Dionisio y Fadrique de Eza, Fernando Manuel de Sada y Antillón, Juan de Mur y Aguirre, Pedro González Castejón. Destacaban por su fama de santas sor Jerónima de la Ascensión y la madre Ignacia de Gante.
Alejada de la frontera francesa, Tudela no sufrió como las poblaciones septentrionales de Navarra las guerras con la nación vecina, salvo la de la Independencia (1808-1813), en la que desempeñó un papel importante por su propia envergadura como ciudad y por su papel de antesala de la plaza de Zaragoza, tan apetecida por los invasores. Fue saqueada por los hombres del general Lefevbre en julio de 1808 por haber cortado el puente sobre el Ebro a fin de hacer imposible su paso hacia la capital aragonesa. Y en sus aledaños tuvo lugar la importante batalla del 23 de noviembre, tras la cual fue de nuevo saqueada. La guarnición francesa la abandonó definitivamente el 28 de junio de 1813, tras la derrota de Vitoria.
En las Guerras carlistas sus padecimientos fueron menores. Situada muy al sur y en tierra llana, fue casi siempre dominada por los ejércitos liberales, auxiliados desde la primera guerra civil (1833-1839) por la propia milicia local.En conjunto, la primera mitad del siglo XIX debió de ser de estancamiento en Tudela. En 1849 tenía seis fábricas de jabón, treinta molinos aceiteros, dos harineros, cuatro alfarerías, una tintorería para paños negros y ordinarios, la única novedad era una fábrica de regaliz y otra de pastas. Se importaban frutos coloniales y manufacturas catalanas y francesas para el consumo de la población, y sólo se exportaban los productos sobrantes, principalmente lana. Durante el siglo XVIII y los comienzos del XIX se habían hechos las carreteras reales de Pamplona y de Zaragoza. Y había tres caminos carretiles que llevaban hasta Logroño, Corella y Tarazona.La fisonomía de la ciudad comenzó a cambiar como consecuencia de la exclaustración y desamortización eclesiástica de los años treinta del XIX. Algunos de los conventos así suprimidos habían pasado a desempeñar funciones sociales de tipo benéfico o estaban convertidos en edificios privados; el de los dominicos funcionaba como hospicio de huérfanas y casa de beneficencia, en el de los carmelitas descalzos se había establecido el seminario conciliar de la aún existente diócesis tudelana, y el de los calzados se había convertido en casa particular. De los tres hospitales, había desaparecido el de Santiago; pero además el de niños huérfanos se había unido a la Casa de Misericordia, estableciéndose ambos corno esa casa de beneficencia que se albergaba en el citado ex-convento de dominicos, y la escasez de sus rentas (consecuencia también, seguramente. de la desamortización) no les permitía atender sino un «escaso número de hospicianos».
Incluso la enseñanza había retrocedido, sin duda como fruto del propio proceso desamortizador, que había afectado asimismo -y antes, muy a comienzos de siglo- a los bienes de las entidades de carácter benéfico; quedaba sólo una escuela de enseñanza primaria y se había constituido un Instituto «de segunda clase», donde se cursaba gramática latina y castellana, retórica, poética, religión y moral, lógica, matemáticas, física experimental, historia general y natural, francés y geografía. Se había construido con todo un teatro (1833) y una plaza de toros (1841- 1842).
Las cosas cambiarían de forma drástica durante la segunda mitad de la centuria, especialmente el último tercio, y también en el siglo XX. Y ello, principalmente, porque el crecimiento de la población -que buscaba tierras- y la coyuntura agrícola -favorable alternativamente al desarrollo de la viticultura y de los cereales- hicieron de la Ribera la comarca más rica de Navarra. Hacia 1920 la economía de Tudela, manteniéndose agrícola sobre todo, daba muestras de una evolución y especialización muy notables. El mosaico de pequeños molinos aceiteros se había reducido a cuatro trujales; existían 17 almacenes de venta al por mayor (de pieles, lanas. maderas, carbones, paja, esparto, leña, etc.); se habían constituido cuatro grandes bodegas junto al sinnúmero de pequeñas, y cinco grandes graneros y dos enormes pajares, con otros muchos de menor entidad; se había desarrollado la industria carpintera y metalúrgica vinculada a la agricultura, con fábricas de carros y cubas, además de «corambre, construcción de muebles y balconaje»; contaba con dos centrales eléctricas, cinco máquinas de vapor, fábricas de alcoholes y de cal -aparte la conocida ya de regaliz-, dos de harinas, una de productos químicos, embutidos, conservas vegetales, aguardientes, lejía, jabón, cuerdas, cerillas, chocolates, gaseosas, fuegos artificiales, dos serrerías, tres imprentas etc.A la enseñanza primaria y secundaria pública se habían sumado siete colegios privados. Se publicaban tres periódicos, existían sucursales bancarias del Crédito Navarro y de la Agrícola, una Caja Rural, seis casinos.
La sociedad se había ido articulando con la floración de asociaciones característica de las comunidades urbanas europeas de finales del siglo XIX; funcionaban el Círculo Mercantil (1878) y el Centro de Agricultores (1886), con carácter más bien profesional; la Nueva Peña 1903), el Nuevo Casino Tudelano (1903) y el Casino de Tudela (1904) con carácter recreativo; que en la Juventud Carlista (1904) se sumaba al político; se revitalizó la Casa de Misericordia (1861) y se constituyeron las típicas sociedades de socorros mutuos y similares: la Sociedad Humanitaria (1886) y la Sociedad de Socorros de Santa Ana (1888); finalidad que en parte compaginaban las propiamente religiosas; tras la vieja cofradía del Santísimo Sacramento (1264), de la Merced (1605) y de San Francisco de Asís (1704), las nuevas hermandades del Santo Sepulcro (1845) y de Santa Ana (1879), el Apostolado de la Oración (1879), la Adoración Nocturna (1905), la Asociación de San Luis Gonzaga (1906) etc., exponentes de una especialización gradualmente desvinculada de las necesidades económicas.Tras la exclaustración y el paréntesis de las décadas medias del siglo XIX, Tudela registró la reconstrucción del estamento religioso eclesiástico -especialmente femenino- que se da en toda la Iglesia en la segunda mitad de la centuria; a los conventos de clarisas (1261), dominicas (1622), Enseñanza (1687) y capuchinas (1756), que habían conseguido subsistir, se suman los de las hermanas de San Vicente de Paúl (1854), siervas de María (1886), Oratorio de San Felipe Neri (1891), capuchinos (1896)..., además de los jesuitas, cuyo colegio nuevo se había inaugurado en 1891.
Como lo había sido el anterior, el siglo XIX y luego el XX fueron prolíficos en tudelanos ilustres: José Yanguas y Miranda, el jesuita José María Castillo, el médico Ángel Frauca e Ibarra, el músico Joaquín Gaztambide, el compositor Manuel Villar y Jiménez, Nicolás Falces y Galán, Joaquín Ezquerra del Bayo, la madre María de la Concepción Puig y Arbeloa, los escritores José María Iribarren, Julio Segura Miranda, Francisco Subirán Moneo, Alberto Pelaire Garbayo, Francisco Fuentes Pascual, José Ramón Castro Álava, Ecequiel Endériz Olaverri, José Joaquín Montoro Sagasti; los músicos Tomás Jiménez Gutiérrez, Felipe Bernad Magaña, Luis Gil Lasheras y Fernando Remacha; los pintores Nicolás Esparza Pérez, Miguel Pérez Torres y José Serrano Amatriain; el también músico Francisco Carrascón Aguado, los eclesiásticos Jesús María Azpilicueta Yaben y Joaquín Fidel de Tudela, aunque no todos nacieron en Tudela, aquí desempeñaron una función notable.
HOSPITALES. Hubo muchas Cofradías en Tudela y en consecuencia se puede deducir que proliferaron los Hospitales. No obstante se tienen solamente noticias fidedignas de tres.
HOSPITAL DE SANTIAGO. Su fundador fue al parecer Fray Pedro de Berayz, Arzobispo de Tiro, que entregó el Hospital a la Cofradía de Santiago. Esta data del 1 de junio de 1355 y sus estatutos fueron refrendados por el Rey Carlos II. Del año 1474 existe un documento en el que consta cómo Pedro Beraiz, posiblemente sobrino del fundador, hizo traspaso del hospital a la Cofradía representada por sus Mayorales.El hospital tuvo una vida próspera gracias a las donaciones que, entre 1495 y 1518, hicieron los feligreses. Se hallaba situado junto a la iglesia denominada de San Francisco. Al disminuir las aportaciones voluntarias, la vida del hospital languideció y fue destinado a hospicio de peregrinos transeúntes. Desde el siglo XVIII a la mitad del XIX, la cofradía decayó de forma ostensible y fue incapaz de restaurar el Hospital, que por entonces estaba ya semiderruido.
HOSPITAL VIEJO. Posiblemente fue fundado en el siglo XV y estaba situado en la calle de Candeleros en una vía que iba desde San Antón al Puente del Ebro. La Junta de Gobierno del hospital estaba constituida por un Vicario y un Ministro o Regidor. El hospital tenía iglesia, y en el mismo había un hospitalero, una mujer y una sirvienta.
HOSPITAL DE NUESTRA SEÑORA DE GRACIA. Fue fundado por Fray Miguel de Eza, Caballero de la Orden de Alcántara. Su construcción duró desde 1551 a 1566, año en que se hizo el traslado de los enfermos que había en el Hospital Viejo. La vida de este Hospital transcurrió con toda normalidad gracias a las donaciones y testamentos que hicieron los tudelanos. De entre ellos cabe destacar la de José de Salazar (7.10.1658) que dejó 2.000 ducados y la de Juan Lerma y esposa (3.8.1672) que contribuyeron con 1.000 ducados.
ANTIGUOS HOSPITALES. Tal y como se ha indicado con anterioridad, hubo en Tudela ilustres cofradías (San Jaime, San Agustín, San Dionisio, San Lucas, etc...), que con toda probabilidad poseyeron cada una de ellas su propio hospital. De ellos se tienen datos fehacientes sobre la existencia de: el de San Juan, el de los Ballesteros que dependía del Priorato de Santa Cruz de los Monjes Cistercienses, el del Caballico de San Jorge y el de los Zapateros. En 1195 existía también la Iglesia de Santa Eulalia, morada de los templarios que con toda probabihdad tendría el Hospital correspondiente.
Enlaces a archivos de interés:
Archivo General y Real de Navarra
Archivo Diocesano del Arzobispado de Pamplona y Tudela
Portal de Archivos Españoles (PARES)
Enlaces a hemerotecas de interés:
Hemeroteca del Diario de Navarra
Hemeroteca del Diario de Noticias
Hemeroteca de la Biblioteca Nacional
CASTILLO. En época medieval, Tudela fue una importante plaza fuerte. Contaba con recinto amurallado, jalonado por numerosos torreones y cubos. Sin embargo, la llave de la población era su castillo, cuyos orígenes habría que buscar en los siglos IX y X, en tiempos de la dominación musulmana. Estuvo emplazado sobre el cerro de Santa Bárbara, donde hoy se levanta el monumento al Sagrado Corazón de Jesús. Todavía son visibles algunos vestigios de muros y pasadizos. Tras la reconquista de la plaza en 1119 por Alfonso el Batallador, pasó a manos cristianas, iniciándose una nueva etapa de su historia.Sancho el Fuerte pasó los últimos años de su reinado en esta fortaleza, lo que le valió el sobrenombre de «el Encerrado», y aquí murió en 1234. Más adelante, en 1269, Teobaldo II cedió la capellanía con sus derechos y rentas a los frailes de la orden de Grandimont.En 1276 prestó homenaje a la reina Juana, como alcaide, el caballero Juan Sánchez de Monteagudo. Cuatro años después se reparaba «el ingenio» que había para la defensa, se obraba la cocina mayor y se rehacían en piedra los muros de la sala principal. Según Mariano Sainz, en 1284 el castillo resistió valerosamente un asedio del infante Pedro de Aragón, defendiéndolo Juan Núñez de Lara.
Se hicieron diversas obras en los primeros años del siglo XIV, que afectaron a la cámara de las armaduras, algún piso de la torre donde estaban los molinos, y varias salas. En 1305 se reconstruyó todo el muro del recinto exterior, que se había hundido y sostenía todo el castillo. Dos años más tarde se reparaban el comedor real y la capilla. Se conoce con detalle lo que había en la fortaleza en 1308, gracias al inventario que se hizo con motivo de la toma de posesión como alcaide de Hutier de Fontanas, senescal de Tudela.
Se hicieron nuevas obras en 1338, en la cava, casilla de los ingenios, pasaje de la torre mayor, pozo y chimenea de la gran sala. Hacia 1350 registran las cuentas otras reparaciones. Era alcaide por estos años Juan de Robray, merino de la Ribera, a cuyo cargo estuvo vinculado el alcaidío. En 1365, siendo alcaide Pero Alvarez de Rada, se destinaron 200 libras para reparaciones, la mitad para los muros de la judería. Por esta época estaba a cargo de la puerta exterior o Ferrena, como guarda, un tal Guillén Barón. Otra tanda de obras, que como se ve eran casi continuas, se registra a partir de 1370, interviniendo en ellas maese Zalema Zaragozano. En 1373 el merino ordenó al fraile reparar los puentes levadizos y ponerles tornos nuevos, por recelo que había de un posible ataque del rey de Castilla. Carlos II confió la guarda del castillo en 1377 a Gaillart de Fourdinay.
Entre los años 1379 y 1387, el castillo permaneció en poder del monarca castellano, como rehenes, como garantía del desastroso tratado de Briones. Recuperado al acceder al trono Carlos III el Noble, éste rey lo hizo objeto preferente de su atención. En l388 mandó emprender importantes obras, designando como administrador de las mismas a Andreo Dehán, que debería realizar las contratas que fuesen necesarias. En una primera estimación, se señalaron 2.000 florines a este objeto. Al año siguiente nombró el rey merino y alcaide a su chambelán Martín de Aibar. Por este tiempo, en 1391, se calculaba que una reparación a fondo podría costar 10.000 libras, si bien los peritos creían que de momento se podría salir del paso con 1.000 o 2.000. Lo cierto es que a partir de entonces se ejecutaron una serie de obras, atendiendo particularmente los aspectos decorativos, que debieron de variar sustancialmente la fisonomía de la fortaleza. En 1394 maese Guillequín, pintor, cobró 20 florines por decorar "la cambra del paramento", hecha de nuevo por entonces. Tres años después, maese Henric, pintor de Zaragoza, trabajaba una ornamentación a base de hojas de castaño doradas. Sólo la decoración de la ventana de la cámara costó 106 libras. El rey nombró a Lope Barbizano, en 1399, maestro de las obras del castillo.
La reina Leonor, mujer de Carlos III, nombró merino y alcaide en 1404 a Martín Ramírez de Baquedano. Dos años después puso el rey en su lugar al mariscal mosén Martín Enríquez de Lacarra. En 1421 se llevaron a cabo nuevas obras a cargo de Mose Perlero que costaron 204 libras. Tres años después se mandó al patrimonial que facilitase dinero para fortificar el recinto, que se hallaba "en muy grant necesidat". Reinando ya Blanca y Juan de Aragón, en 1429, se destinaron 50 libras para reparar portillos abiertos en los muros. Al año siguiente, con motivo de la guerra con Castilla, se reforzó la guarnición y se tomaron diversas medidas para facilitar la defensa del castillo. Pasado el peligro se inició una nueva fase de obras, que afectaron fundamentalmente a las zonas residenciales del castillo, que quedaron transformadas en algo similar a un palacio, sin perder su esencial carácter de conjunto defensivo.
Se nombró comisario de las obras a Ranalt de Gaxiafort, y supervisor a maestre Lope Barbicano. En 1432 se trabajaba en las cámaras de la reina y del príncipe, a base fundamentalmente de artífices musulmanes: Amet Madraz, Muza Alpelmi, Mahoma de Burgus, Farax y otros muchos. Al año siguiente se gastaron 150 libras en rehabilitar un taller, en la «cambra» sobre la capilla y "el petit paradís", para el argentero Jaime Vilanova. Era a la sazón alcaide y merino mosén Martín de Peralta. Lope Barbicano certificaba en 1434 las obras de la sala mayor y del terrado de la cámara de las armas. Cinco años después se seguía trabajando en la sala, terrados, galería de los Reyes, guardarropa de la reina y cámaras «do solía posar el rey». Mahoma Alí puso planchas de hierro a las puertas del «palacio nuevo», mientras numerosos yeseros y carpinteros moros trabajaban en las distintas cámaras y galerías. En 1442 continuaban las obras en varias salas, entre ellas la «cambra del mirador», donde se alojaba el príncipe. El año siguiente, los mazoneros Johan de Lome y Giles de Mares revisaron los muros de la parte hacia el campo del moro, que estaban a punto de caer. En 1446 se nombró alcaide a Juan Martínez de Artieda; en el documento real se calificaba al castillo de «cosa insigne y singular». Ese mismo año, Lome y Mares hicieron el plano o avís de las obras que todavía quedaban por hacer, mandando el Príncipe que se recaudasen las medias primicias para atender a los gastos.
Juan II confió la guarda del castillo y de la merindad en 1451 a mosén Martín de Peralta. Dos años más tarde se destinaban más de 500 libras para repararlo. Se hicieron nuevamente trabajos en la sala mayor, que seguían en 1157. Parece que en 1462 hubo algún intento de entregar el castillo, por trato, al rey Enrique IV de Castilla, que no llegó a consumarse. Posteriormente, en 1465, mosen Pierres de Peralta se avino a entregarlo, bajo ciertas condiciones, a los príncipes doña Leonor y don Gastón, interviniendo como mediadores los jurados de la ciudad. Sin embargo, las diferencias sobre esto continuaban en 1469.A partir del año 1189 aparece como alcaide García Pérez de Veraiz, consejero real. En 1512, frustrada toda esperanza de recibir ayuda de gentes leales a don Juan de Labrit, la plaza y su castillo se entregaron a Fernando el Católico. En 1516 la fortaleza fue exceptuada de las órdenes de demolición que afectaron una gran parte de las torres y castillos del Reino. Carlos V nombró alcaide en 1521 a Fausto Pérez de Veraiz. Ese mismo ano, en el intento que hubo de recuperar el Reino por parte de don Enrique de Labrit, la ciudad y su castillo se entregaron a don Antonio Enríquez de Lacarra, señor de Ablitas, que los recibió en nombre de dicho príncipe. Fracasada la tentativa, el Emperador mandó que el castillo fuese arrasado enteramente. Al año siguiente, hizo merced a la ciudad de la piedra, madera y herraje resultante del derribo, excepto los mármoles, alabastros y materiales nobles, que concedió al último alcaide, Fausto Pérez de Veraiz.
En 1610 subsistía en pie la torre mayor, aunque deteriorada. Ese año, una dama tudelana, Bárbar Corella, obtuvo licencia para convertirla en ermita, bajo la advocación de Santa Bárbara, que había de permanecer en pie hasta el siglo XIX. En los años XVI y XVII, las ruinas de la fortaleza sirvieron de cantera gratuita para diferentes obras y mejoras hechas en la ciudad, desde el humilladero del puente al cubrimiento del Queiles para edificar la Plaza Nueva. Durante la ocupación napoleónica, entre 1808 y 1813, fue fortificado por los franceses el emplazamiento del castillo. Más tarde, en la primera Guerra Carlista, se hizo un fuerte aprovechando los restos de la torre, desapareciendo la ermita que había desde el siglo XVII. En 1842, en unas excavaciones, aparecieron "vestigios de bóvedas, cisternas y otros signos de antigüedad". Hacia 1875, en la última Guerra Carlista, volvió a habilitarse un fortín en los cimientos del castillo.Desde 1942, se levanta en medio de lo que fue el recinto de la fortaleza tudelana, sirviéndole de basamento sus viejos sillares, el monumento al Sagrado Corazón de Jesús, proyectado por el escultor italiano Buzzi.
TRAZADO DE LA CIUDAD. La fundación de Tudela por los musulmanes en el 797 es la causa y razón de su trama urbana desordenada, surcada por callejas sinuosas quebradas en ángulo recto que producen la sorpresa y desorientación en el viandante. Este casco viejo que conserva en su trazado la tradición islámica estuvo rodeado de murallas de cuyas puertas quedan aún recuerdos en los topónimos de la ciudad. El recinto amurallado completaba la función defensiva del castillo situado en un alto desde donde se domina el puente sobre el Ebro que da entrada a la ciudad. Tras la reconquista por Alfonso el Batallador en 1149 la ciudad construyó la Catedral sobre los terrenos de la Mezquita Mayor y en las proximidades de la Iglesia mozárabe de Santa María la Blanca a la par que se levantaron, según J. Yanguas y Miranda, once parroquias románicas. De estas parroquias antiguas se conservan únicamente la de Santa María que radica en la Catedral y las de Santa María Magdalena y San Nicolás.
CATEDRAL DE TUDELA. La Catedral, antigua colegiata de Tudela, se edificó en el último tercio del siglo XII y parte del siglo XIII siguiendo las formas constructivas de la arquitectura cisterciense y aprovechando en su fábrica elementos de la mezquita mayor. El inicio de la construcción data de hacia 1168, año en el que el prior Fortón compró unas casas próximas a la mezquita para ampliar el espacio disponible. En 1188 el estado de las obras debía permitir ya el culto, puesto que tiene lugar la dedicación del templo. En 1204 el arzobispo de Tarragona. Ramón de Rocaberti, consagró el ara del altar. Pero las obras continuaron durante la segunda mitad del siglo XIII, estando al frente de ellas entre 1262-1263 el maestro Domingo Pérez. Finalmente Teobaldo II dejó en su testamento (1270) una manda de 500 sueldos para la obra catedralicia.
Su planta presenta tres naves de cuatro tramos, un amplio crucero de cinco tramos que da paso a una cabecera quíntuple en forma de T. Esta se compone de un ábside central semicircular, muy profundo, flanqueado por capillas semicirculares que llevan adosados en los extremos otras de planta cuadrada siguiendo un esquema parecido al de la Oliva, monasterio que se estaba construyendo por aquel entonces. Los alzados se sustentan sobre grandes pilares que responden al modelo languedociano, esto es, base cruciforme y columnas adosadas a los frentes a los codillos. En los pilares del crucero las columnas son dobles al igual que en los frentes, que soportan los formeros apuntados de las naves. Los capiteles de la cabecera y crucero, que es la parte más antigua, presentan follaje estilizado a manera de palmetas bien talladas que se encuentran aún en la tradición del románico. De igual forma son los capiteles bajos de las naves, excepción hecha del tramo de los pies, en tanto que los capiteles altos de la nave central van evolucionando hacia un lenguaje vegetal más naturalista y se incorporan escudos con flores de cuatro pétalos y figuras humanas y de animales. Este lenguaje decorativo ya gótico indica la fecha más tardía en que se construyó la parte alta de la nave central. Finalmente, las cubiertas son de crucería con nervios trebolados cuyos tramos se hallan separados por potentes fajones apuntados con baquetones en las esquinas. Sus claves se decoran con pámpanos y racimos de uvas, excepto la de la bóveda de los pies que ostenta un escudo de los Evreux, lo que hace pensar en una reparación de este lugar. El sistema de cubrición de la cabecera consiste en una bóveda de nervios precedida por un tramo de cañón para el ábside mayor, cañón apuntado y cuarto de esfera para los ábsides interiores y crucería simple para los extremos. A este espacio medieval se abrieron varias capillas en los siglos modernos. Al siglo XVI pertenecen la capilla del Cristo de la Cama y la de San Pedro, esta última construida por Bartolomé Villalón en 1545. En el siglo XVII se fechan la capilla de la Soledad, patronato de los Egüés y en el XVIII las capillas de Santa Ana y del Espíritu Santo.
La primera de ellas data de 1716-1724 y fue construida siguiendo los planes de Juan de Lazcano y Juan de Estanga. Consta de una planta central de forma octogonal cubierta por cúpula sobre pechinas con tambor abierto por ocho ventanas y linterna. Cubre sus muros un zócalo de mármoles de colores sobre el que se despliega una profusa decoración de yeserías que sirve de encuadre a un programa escultórico que alcanza la cúpula y la linterna destinado a exaltar a María y a Santa Ana, que preside el retablo barroco realizado entre 1751 y 1753 por José Ortiz y Antonio del Río El arco de acceso a la capilla presenta una rica decoración de yeserías con San Juan Bautista y Santiago cerrado por una reja de bronce que preside San Miguel, una escultura barroca de madera, antiguo titular de la capilla.
La capilla del Espíritu Santo cuenta también con una decorada embocadura de yeserías flanqueada por machones cóncavo-convexos que rematan en un cortinaje recogido por ángeles trompeteros. Da paso a una planta combinada consistente en un tramo cubierto por bóveda de arista y otro centralizado, sobre el que voltea una cúpula ovoide con linterna. De 1737 data la construcción de esta capilla, que funcionó como parroquia de Santa María la Mayor y cuenta con sacristía propia. De ahí que las yeserías que la recubren sean más avanzadas que la decoración de Santa Ana. Preside la capilla un retablo barroco trazado en 1659 por Sebastián de Sola y Calahorra y realizado por Francisco de Gurrea, que alberga lienzos tenebristas de Vicente Berdusán de hacia 1660.
La catedral muestra al exterior, al igual que al interior, la sillería bien encuadrada que compone los volúmenes muy definidos de la cabecera y crucero, jalonados por ventanas apuntadas, triples las del crucero más rosetón a los pies que iluminan el interior. Soportan el tejaroz una serie de modillones de rollo con distintos motivos decorativos, perceptibles sobre todo en el crucero, que son restos de arte califal procedentes de la desaparecida mezquita. Cuenta el templo con tres portadas, una en la fachada principal, llamada puerta del Juicio, y otras dos en los brazos del crucero. La meridional, conocida como la portada de la Virgen, se compone de un arco de medio punto de ingreso sin tímpano y tres arquivoltas decoradas con motivos geométricos, vegetales y entrelazos que descansan en capiteles historiados. Estos representan por un lado la Incredulidad de Santo Tomás, los apóstoles tras la Resurrección y la Aparición de Cristo a los apóstoles y por el otro lado Jesús caminando sobre las aguas, la Unción de la Magdalena, la Entrega de las llaves y la Entrega de Ley a San Pedro y San Pablo. Su estilo dentro del románico se relaciona con el taller del claustro catedralicio. Más tardía es la portada septentrional del crucero llamada de Santa María que tiene ya arco apuntado de ingreso y tímpano liso. Las tres arquivoltas de que se compone tienen decoración vegetal diversa de carácter plástico y descansan sobre tres columnas a cada lado. Sus capiteles, algo deteriorados, representan a San Martín dando la capa, Cristo mostrando la mitad de la capa y San Martín con el neófito de Liguré y tres escenas relacionadas con el Bautista: Bautismo de Cristo, Banquete de Herodes y Salomé con la cabeza del Bautista.
El conjunto de escultura monumental más espectacular es la Portada del Juicio, que pertenece ya a comienzos del siglo XIII. La portada, con ligero apuntamiento, abocina en ocho arquivoltas que apoyan en columnas acodilladas cuyos capiteles representan el ciclo de la Creación, el Pecado y el Castigo, con la Expulsión del Paraíso, Caín y Abel, Noé y el Arca y el Sacrificio de Isaac. El programa de la historia de la Humanidad, desarrollada en los capiteles, se completa con el Juicio final representado en las arquivoltas. Escenas de la Resurrección de la carne y de los bienaventurados por parejas acompañados de ángeles ocupan las cincuenta y dos dovelas de la parte derecha y los condenados empujados por los demonios que los castigan de acuerdo con sus pecados las cincuenta y tres dovelas de la parte izquierda. Marcan el centro las claves presididas por el Agnus Dei, la Virgen, ángel, mártir, rey, obispo y otro rey. El tímpano es liso y descansa en ménsulas con ángeles que llaman al Juicio con sus trompetas. Este despliegue decorativo que narra con detalle y hasta con ferocidad los pecados y castigos de los hombres participa del espíritu del románico que ya declina y anuncia con su naturalismo los nuevos tiempos del gótico. La portada, que estuvo policromada, se cobija bajo un gran arco apuntado entre contrafuertes flanqueado por una pequeña torre medieval. Al otro lado de la fachada se levantó en 1682 una torre nueva de ladrillo sobre basamento de piedra, a cargo de Domingo Gil y José Ezquerra que consta de tres cuerpos de planta cuadrada el primero y achaflanados los demás que remata en balaustrada de piedra.
En el interior del templo se conserva un conjunto espléndido de sepulcros y retablos tanto pintados como esculpidos. Entre los primeros destaca el sepulcro del Canciller Villaespesa, situado en la capilla extremo del crucero de la epístola que lleva su nombre. Realizado en alabastro, es un sepulcro de tipo arcosolio estructurándose por un gran arco conopial centrado por pilares rematados en pináculos. Sobre la cama sepulcral se encuentran las figuras yacentes del Canciller, fallecido en 1421 y de su esposa. Isabel de Ujué, rodeando la losa una inscripción fúnebre. Monjes plorantes ocupan el frontis del sepulcro, en tanto que el fondo del mismo está dividido en tres registros ocupando el central la iconografía funeraria de la Misa de San Gregorio a la que asisten los propios difuntos acompañados por sus familiares, culminándose por la Trinidad con tres cabezas sobre un solo cuerpo. El conjunto, de estilo gótico datable a comienzos del siglo X, se atribuye al taller de Jehan de Lome, autor del sepulcro de Carlos III el Noble. Preside la capilla de Villaespesa el retablo de la Virgen de la Esperanza, obra de estilo gótico internacional debida al pincel del aragonés Bonanat de Zaortiga que firma la obra. La tabla central representa a la titular con el canciller y su esposa corno donantes, completándose el conjunto con escenas de la Infancia de Jesús y de la vida de San Francisco y de San Gil. Una bella reja gótica cierra la capilla.
Otro sepulcro gótico es el de Sancho Sánchez de Oteiza que debió ser encargado con anterioridad a 1418, ya que al ser nombrado obispo de Pamplona decidió enterrarse en esta catedral en una nueva sepultura. Situado en uno de los ábsides contiguos al mayor se halla adosado al muro y se compone por un arco lobulado bajo el que se encuentra el yacente vestido de pontifical entre ángeles llorones. El retablo mayor es otra importante obra de pintura gótica, en este caso de estilo hispano-flamenco y realizado por el pintor Pedro Díaz de Oviedo entre 1187 y 1494 con la colaboración de Diego del Águila.Su tracería gótica se compone de un doble banco más dos cuerpos rematados por doseles y un esbelto pináculo en la calle central, enmarcándose por un guardapolvo. Sobre un primer banco de medallones con cabezas de apóstoles descansa un segundo en el que se representan escenas de la Pasión de Cristo. Las calles del retablo se dedican a la vida de María, cuya imagen titular es una escultura realizada en 1606 por Juan Bazcardo en estilo tardorromanista. Los personajes, de rostros fuertes y caracterizados, se mueven en espacios conseguidos por las arquitecturas del fondo y la azulejería de los pavimentos. El colorido intenso a base de rojos y verdes y el abundante oro relacionan a Díaz de Oviedo con la escuela aragonesa del momento.
El retablo de Santa Catalina alberga pinturas de estilo gótico internacional que por su elegancia y exotismo se han atribuido al pintor aragonés Juan de Leví. La tabla de Santa Catalina con el donante y las escenas de la vida que le rodean, así como las pequeñas tablas del banco, alcanzan el preciosismo de la miniatura tanto en calidad como en colorido.
Obra también sobresaliente es la escultura de la Virgen Blanca, imagen en piedra que preside uno de los ábsides menores y que pertenece al románico de finales del siglo XII. Algo más avanzada es la imagen de Nuestra Señora de los Desamparados, de estilo gótico del siglo XIV, aunque muy transformada en el siglo XVIII.
Entre los retablos del siglo XVI hay que mencionar el de San Pedro, que preside la capilla de su nombre, con escultura de estilo romanista; el de San Martín con pinturas manieristas debidas al pintor zaragozano Pedro Pertús y el de San José, con una bella representación del Santo en su obrador en relación con el pintor Juan Fernández Rodríguez. Finalmente el retablo barroco de la capilla de la Dolorosa es semejante al del Espíritu Santo, por lo que deben ser sus autores los mismos artistas, correspondiendo las pinturas de estilo tenebrista a Vicente Berdusán.
La catedral cuenta con una interesante sllería de coro realizada por el francés Esteban de Obray, cumpliendo así el encargo del deán Villalón. Compuesta por treinta y siete asientos bajos y cuarenta y nueve altos se inscribe por su estilo dentro del gótico flamígero con algunos brotes italianizantes que corresponden a las fechas de ejecución de la obra, que fue comenzada en 1519. Cierra el coro una reja de madera con balaustres y tableros decorados a candeieri obra del citado maestro francés. En el muro del fondo del trascoro hay dos grandes pinturas murales que representan la Resurrección de la Carne y el Juicio Final, flanqueadas por las monumentales figuras de los profetas Oseas y Enoc. El estilo manierista de estas figuras, a juzgar por sus escorzos y formas miguelangelescas, las datan de finales del siglo XVI, si bien la iconografía inspiradora del Juicio Final es flamenca. También en el trasero se halla el altar de Santo Tomás de Villanueva, que alberga un hermoso lienzo de Vicente Berdusán de hacia 1666 con valiente pincelada y tonos cálidos.
En el tesoro artístico catedralicio se guarda una talla del siglo XVI con un Juicio Final inspirado en composiciones del Bosco y obra de uno de sus epígonos, así como sus pequeñas placas de alabastro de origen flamenco, pertenecientes al siglo XVI, con escenas de la Vida de Cristo. Diversas son las piezas de platería que forman el ajuar litúrgico. Entre ellas destaca la cruz parroquial de estilo rococó y varios cálices, copones y ostensorios de los siglos XVII, XVIII y XIX. Entre los ornamentos sobresale el terno rojo de Santiago de estilo manierista y otro negro con calaveras del mismo estilo y época.
La catedral cuenta entre sus dependencias con la sacristía, la sala capitular y un bello claustro románico. La sacristía data de 1632, pero fue reformada en Neoclásico y forma una estancia rectangular cubierta por dos tramos de bóvedas de lunetos bien amueblada con cajonería, retablos, lienzos y cornucopias.
La sala capitular forma una planta rectangular, cubriéndose por una bóveda gótica de gallones a pesar de la fecha tardía de su construcción, iniciada en 1657. Sus muros están cubiertos por nueve lienzos que representan escenas de la Vida de la Virgen, obra firmada por Vicente Berdusán ejecutada entre 1669 y 1671. El claustro forma un conjunto escultórico de gran riqueza dentro del románico tardío. A él se accede por un estrecho tránsito, en uno de cuyos muros se conservan tres sepulcros del siglo XIII más uno aislado con el sarcófago apoyado sobre leones, culminado por un calvario gótico en piedra que remata en la parte superior con un tejaroz sobre canes, al igual que una portada románica. El claustro, situado al sur del templo, se estaba construyendo en 1186, pues según documentación que obra en el Archivo catedralicio, en ese año María, viuda de Arnaldo de Ainchem cede unas casas para su obra. Según De Egry la construcción debió de coincidir con el reinado de Sancho el Sabio, datando las crujías norte, sur y oriental entre 1180 y 1194, y la occidental, más tardía, entre 1194 y 1200. De planta rectangular, sus alzados se articulan por dobles y triples columnas sobre las que montan arquerías de medio punto, nueve en los lados menores y doce en los mayores, decoradas por dientes de sierra. En los ángulos y en el centro de los lados hay pilares prismáticos con columnas pareadas en sus frentes; sostienen otro orden de columnas superpuesto que queda a la altura de los arcos. Muy rico es el conjunto que componen sus capiteles, de estilo románico inspirado ya por cierto naturalismo en relación con las portadas del crucero y menos avanzado que la Puerta del Juicio. La figura humana es de canon corto, con grandes cabezas de rasgos expresivos. Las escenas se narran con minuciosidad, ocupando el personaje principal los ángulos del capitel y cubriendo los fondos, arquitecturas cuando así conviene a la narración.
En la escultura se pueden descubrir las manos de tres maestros. El programa iconográfico muy completo, sigue en parte el Manual Bizantino y también los textos agustinianos, pues los canónigos de Tudela eran de la regla de San Agustín. En los capiteles se representa el ciclo de la Infancia de Cristo, Vida Pública de Jesús, el ciclo de la Pasión y el ciclo Pascual, más los ciclos hagiográficos de San Pablo. San Lorenzo, San Andrés, Santiago el Mayor y San Juan Bautista, más el capitel de las Parábolas, San Martín, escenas de caza y capiteles decorativos que responden a un distinto concepto escultórico.
Ocupa el lado oriental del claustro la Escuela de Cristo, una capilla rectangular cubierta con armazón de madera de par e hilera policromado, de estilo gótico mudéjar que debe fecharse a mediados del siglo XIV. Sus muros tienen esgrafiados geométricos también mudéjares, como lo es el coro con antepecho de madera tallado con entrelazos. Preside la capilla un retablo con el busto- relicario barroco de San Dionís, titular de la cofradía de su nombre cuyo culto fue establecido en Tudela por los Teobaldos, radicando primero en la iglesia de la Magdalena y a partir de 1418 en este lugar del claustro. La sillería de esta capilla es gótica del siglo XV. Adosado al muro frontal sobre el retablo, se encuentra un Crucificado de gran tamaño gótico del siglo XV, con imponente musculatura y paño de cueros encolados Probablemente guarda relación con la escultura de San Sebastián un alabastro policromado con rostro realista, obra atribuida al maestro Hans, escultor del retablo de la Seo de Zaragoza que se guarda en la misma capilla. También hay diversas esculturas, entre las que destacan un calvario muy fino del siglo XVI y varias tallas barrocas, así como tallas pintadas del círculo de Juan de Lumbier.
De particular interés son los restos empotrados en el muro de separación de esta capilla con el claustro, consistentes en ventanas dobles, unas de arco de herradura y otras de medio punto, clasificadas por algunos autores como islámicos y por otros como mozárabes, en los que se han querido reconocer vestigios de la Mezquita Mayor. Algunos restos islámicos de estilo califal procedentes de ella se encuentran expuestos en el claustro: almenas, modillones de rollo, capiteles y parte de una pila de abluciones con arquillos trilobulados y enmarque de sogueados. Este conjunto se completa con otras piezas del mismo origen conservadas en el Museo de Navarra.
IGLESIA DE SANTA MARÍA MAGDALENA. La parroquia de Santa María Magdalena era primitivamente un templo mozárabe sobre el que se construyó el templo actual después de la conquista. Su nave rectangular, de siete tramos, parece seguir la disposición de la iglesia mozárabe, ya que tiene el eje desviado. Los alzados de sus muros se articulan por medias columnas cuyos capiteles historiados representan escenas de la Infancia de Cristo, las Bodas de Caná más otros deteriorados que se relacionan por su estilo con el taller del claustro catedralicio. Sobre ellos apoya una bóveda de medio cañón apuntado con fajones de sección rectangular. A esta nave se añadieron diversas capillas en los siglos XVI y XVII, una sacristía barroca más una fachada románica, todo lo cual fue derribado en 1986 para desembarazar la nave medieval. Quedan así a la vista los alzados exteriores de sillar culminados por un alero sobre canes figurados y las portadas lateral y principal. La primera está formada por tres arquivoltas de medio punto: la exterior, jaquelada, más un guardalluvias, tiene capiteles con la historia de los Discípulos de Emaús, de estilo románico tardío. En torno a 1200 se datan los dos sepulcros contiguos de arco apuntado y estilo protogótico. La portada principal está abocinada por cuatro arquivoltas semicirculares con la representación de un apostolado y la Anunciación en la interior, arpías en la segunda, ciervos en la tercera y follaje en la última. En los capiteles figuran las Tentaciones de Cristo, salvo alguno de ellos que es vegetal. Un tímpano labrado ocupa el centro de la portada en el que aparece Cristo en Majestad en el interior de una mandorla lobulada, rodeada por el Tetramorfos entre dos figuras que se han identificado con la Magdalena y Lázaro. Apoya el tímpano sobre dos ménsulas labradas con la Resurrección de la carne y ángeles tocando trompetas. El conjunto de la portada, perteneciente a un románico evolucionado, se relacionó al igual que el resto de la escultura monumental de la iglesia con el claustro de la catedral. El templo cuenta con una torre románica que se cuenta entre las más bellas de Navarra. De fuste prismático, presenta en cada uno de sus frentes un solo arco doblado sobre columnas con capitel vegetal en el primer cuerpo, dos arcos simples en el segundo, y se remató con un alero de canes labrados semejantes a los del tejaroz de la iglesia.
Preside el templo un retablo mayor que fue contratado en 1551 por Pedro de Segura y Pedro de Navascués «maesos de Sangüesa» y en el que también trabaja desde el año siguiente Domingo de Segura, quienes acaban la obra para 1556. Por exigencias del contrato se sigue la traza del retablo de San Felipe de Zaragoza, obra de Juan de Moreto y Juan Picart que consta de un banco y cuatro calles articuladas por columnas estriadas con el tercio inferior decorado con grutescos y ático decreciente coronado por frontón. Las cinco calles y cuatro entrecalles albergan un elevado número de esculturas de bulto de tamaño pequeño entre las que se identifican Evangelistas, Padres de la Iglesia, Apóstoles y Santos realizados dentro de la corriente expresivista vigente a mediados del siglo XVI. La calle central tiene un Crucificado y sobre él una mandorla con el Ecce Homo culminándose con la Traslación de la Magdalena. El conjunto aparece hoy deslumbrante por la policromía original, con abundante oro que intensifica la expresividad de la escultura. Debe pertenecer al retablo una imagen de Santa María Magdalena repintada en el siglo XVIII.
También merece destacarse el retablo barroco del siglo XVII con lienzos del taller de Vicente Berdusán que preside la capilla de Santa Ana, cuya titular es una hermosa imagen de Santa Ana triple de la segunda mitad del siglo XV y de estilo hispanoflamenco. Un retablo de traza semejante con pinturas del mismo estilo albergo la talla de Nuestra Señora de la Esclavitud, figura sedente de fina realización que puede relacionarse can los maestres del retablo mayor. A fines del siglo XVIII pertenece un grupo escultórico de San Joaquín y Santa Ana con la Virgen Niña que puede atribuirse al escultor catalán Ramón Amadeu. Mención especial merece una gran talla de San Blas, gótica de finales del siglo XIV o comienzos del siglo XV bastante modificada en el barroco.
Se custodian en esta parroquia varias esculturas y piezas de orfebrería, algunas de ellas procedentes de la parroquia de San Nicolás. De este origen es un bello cáliz gótico de base mixtilínea y nudo ovoide aplastado que tiene añadido un copón octogonal renacentista con hornacinas separadas por hermes que cobijan pequeñas figuras de apóstoles y a San Nicolás. La caja está flanqueada por candiles con San Pedro y San Pablo.
IGLESIA DE SAN NICOLÁS. Fue una de las antiguas parroquias románicas de Tudela. Aún conserva del primitivo templo el ábside semicircular cubierto por un cuarto de esfera, en tanto que la nave fue reconstruida en 1733, adquiriendo la apariencia barroca que presenta. Un orden de pilastras toscanas articuló los muros de la nave y se cubre con una bóveda de lunetos que descansa sobre la cornisa. Cinco capillas, algunas remodeladas en el barroco, se abren a la nave. En el lado del Evangelio, la capilla de la Virgen del Pilar está cubierta por cúpula con yeserías, la de San Marcos del siglo XVI lo hace por una bóveda de arista. En el lado de la Epístola la capilla de los Tornarnira es originaria del siglo XVI, aunque fue reformada en el siglo XVIII, y la de la Virgen de los Remedios, copatrona de Tudela, pertenece a la citada centuria y se halla ricamente adornada con yeserías.
En el exterior de ladrillo destaca lo torre del mismo material, de fuste prismático del siglo XVI con remate octogonal dieciochesco. Sobre la puerta de ingreso se aprovecha un hermoso tímpano románico procedente de la antigua fabrica de lo iglesia. En su interior se representa la Trinidad vertical en el interior de una mandorla rodeada por el Tetraformos más dos personajes sedentes en los ángulos, que se han identificado con David e Isaías. El arco que enmarca el tímpano está decorado con tallos vegetales y piñas en relieve resaltado. La escultura, de estimable calidad técnica, profundiza en el detalle avanzando hacia unas maneras barroquizantes en las figuras, cuyos rostros sonrientes son también propios del protogótico.
El retablo mayor, fechado en 1766, es obra atribuida al escultor de Zaragoza Carlos de Salas. Su arquitectura de traza movida, borrominesca, está policromada imitando mármoles de color oscuro, contra la que destacan las esculturas pintadas de blanco de San Nicolás sobre una nube de ángeles y una gloria barroca. Entre los colaterales de la iglesia sobresale el de San Marcos, con lienzos barrocos del estilo de Berdusán, y el retablo de Martín de Sesma, obra de Domingo de Segura realizada en 1564 deudora de la escultura aragonesa del momento. Mención especial merece el retablo de los Tornamina, en la capilla de su nombre, contratado por Pierres del Fuego en 1565, cuya hornacina central está ocupada con un Cristo a lo columna, renacentista de carácter expresivo. El resto del retablo lo ocupan tablas pintadas por Rafael Juan de Monzón, quien las había contratado en 1564, y por Diego González de San Martín, que continúa la obra a partir de 1566. Con un estilo italianizante de marcado linealismo se representa una temprana Inmaculada Concepción con su símbolos y San Cristóbal y el Calvario, más las pequeños pinturas del banco.
COLEGIO DE SAN FRANCISCO JAVIER. Edificación moderna, conserva en su interior la iglesia del convento de Nuestra Señora del Rosario de la orden dominica. Los orígenes de su construcción datan de 1517, cuando el regimiento de la ciudad cedió terrenos en la Morería para levantar el convento cuya iglesia capituló el deán Villalón en 1575 y estaba ya terminada en 1541. Su planta forma un gran rectángulo dividido en tres naves de cuatro tramos por pilares cruciformes. La cabecera triple presenta una capilla mayor de forma pentagonal. Toda la iglesia está cubierta por bóvedas estrelladas a excepción de las naves laterales, que lo hacen con terceletes. La pieza más notable de la iglesia es una escultura del Crucificado, de tamaño natural, del segundo tercio del siglo XVI con dramática cabeza y anatomía muy marcada dentro de la corriente expresivista.
HOSPITAL DE SANTA MARÍA DE GRACIA. Casi contemporáneo del convento anterior es el Hopital de Santa María de Gracia, fundado por fray Miguel de Eza y Veraiz en 1549, aunque la obra no se comenzó hasta 1557, dirigida por Martín de Aybar. La iglesia, que estaba terminada en 1572, consta de una única nave muy alta formada por cuatro tramos que remata con una cabecera ochavada La nave está cubierta por bóvedas estrelladas con grandes claves talla das por Bernal de Gabadi. Descansan sobre ménsulas de yeso policromado que incorporan cartelas con el escudo de los Eza, que vuelve a aparecer en un anda sepulcral situada en el presbiterio junto a la del fundador. Recientemente se ha ampliado la iglesia para albergar la parroquia de Santa Liria.
El retablo mayor responde a modelos tardomanieristas, fue trazado por Jerónimo Estarragán y realizado por Juan de Gurrea en 1635. Se compone de lienzos de estilo tenebrista y de una escultura de la Virgen con el Niño que se encuentra en la hornacina central. La semejanza de este retablo con el de Ablitas, obra de los mismos maestros, parece clara. El hospital conserva una colección de esculturas y lienzos de interés, además de algunas piezas de orfebrería. Entre las primeras destaca un grupo de la Piedad, de estilo hispanoflamenco y varios crucificados del siglo XVI y XVII. Especial mención merecen los hermosos lienzos de Vicente Berdusán, que representan la Virgen Niña con un tratamiento de cabeza muy velazqueño, la Anunciación y la Epifanía.
IGLESIA DE SAN JORGE EL REAL. La parroquia actual de San Jorge el Real es la iglesia del colegio de Jesuitas, cuya construcción fue contratada a raíz de su fundación en 1608, invirtiéndose en ella más de medio siglo. Tras la expulsión de los Jesuitas en 1767, Carlos III por una Real Cédula la convirtió en parroquia con el título de San Jorge el Real. Sigue la iglesia un plan propio de las iglesias jesuiticas, de las que es uno de los ejemplos más tempranos de nuestro país. Consta de una nave, más dos de capillas, un amplio crucero y cabecera recta tras la que se sitúa una sacristía de planta central a la que se accede por una ante-sacristía de bóveda de cañón con lunetos a excepción del tramo del crucero, sobre el que voltea una cúpula. Con motivo de la construcción de un nuevo retablo mayor y colaterales la iglesia se remodeló hacia 1749, sustituyéndose las frías estructuras manieristas por las barrocas, consistentes en un orden de pilastras de capitel corintio más una cornisa saliente. También se ornamentaron con yeserías las pechinas, donde se representan a santos de la compañía, la cúpula y la linterna. En la segunda mitad del siglo XVIII se decoró con pinturas la cúpula de la capilla de la Inmaculada y se construyó un coro alto a los pies de la iglesia. En oposición a la riqueza del interior la fachada es sobria y está realizada en ladrillo. Responde a modelos manieristas de la primera mitad del siglo XVII, pues consta de dos cuerpos enlazados por aletones cóncavos presididos por un escudo rococó con las armas reales mandado colocar por Carlos III.
Sobresale en su interior el retablo mayor, ejecutado por los escultores José y Antonio del Río en 1749, que hace juego con los colaterales de la Virgen de la Misericordia y de la Virgen de Montserrat. El mayor, de trazado mixtilíneo, ajeno a la retablística regional, es una gran máquina que consta de un banco con grandes ménsulas decoradas, un orden gigante de columnas salomónicas y un cascarón desde donde penden cortinajes sostenidos por ángeles. La obra se completa con un templete expositor situado en la calle central. La imaginería es de calidad discreta y representa a San Joaquín y San José, San Ignacio y San Francisco Javier y a San Jorge a caballo en la hornacina central. El dorado se debe a los hermanos Juan Ángel y Juan Lucas de Olleta, quienes lo contrataron en 1757. Mención especial merece el retablo de San Pablo, cuyos lienzos, entre los que destaca el central, con la Conversión de San Pablo, son obra de Vicente Berdusán. Del mismo pintor es el gran lienzo de San Francisco Javier bautizando a los gentiles, perteneciente al primitivo retablo mayor, que es obra firmada por Berdusán; a éste puede atribuírsele el Niño Jesús con la cruz y otras obras firmadas en la parroquia. Otros dos grandes lienzos que forman pareja representan el Sueño de San José y la Virgen con el Niño y San José con otros personajes, son obra documentada del pintor Pablo Rabiella en 1718. Se conservan también buenas esculturas como la Virgen sedente con el Niño y San Juan Bautista, ambas del siglo XVII, y una de San Andrés barroca del siglo XVIII, además del busto relicario de San Esteban, obra de Joly. Entre las piezas de platería destaca una cruz procesional de comienzos del siglo XVI con punzón de Zaragoza en caracteres góticos, además de un cáliz y el relicario de San Babil de la misma época, que conservan estructuras góticas.
El antiguo colegio de Jesuitas, cuyas dependencias se articulan en torno a un patio de ladrillo de tres niveles, se conserva hoy en día formando parte del edificio Castel Ruiz.
CONVENTO DEL CARMEN. Perteneciente a los Carmelitas Descalzos, fue fundado en 1592 y a partir de esa fecha se levantó una iglesia de tipo conventual con planta de cruz latina que se amplió en 1637 con un coro alto a los pies. El interior, de gran sencillez, presenta muros articulados por pilastras clásicas que soportan una bóveda de cañón con lunetos, a excepción del tramo del crucero cubierto por una cúpula sobre pechinas. La fachada de la iglesia sigue modelos manieristas y está realizada en ladrillo, al igual que un patio cuadrado de dos pisos que forma parte de las dependencias conventuales, contratado en 1610 por Juan González de Apaolaza.
Preside la iglesia un retablo mayor de mediados del siglo XVII, obra de Juan de Gurrea contratada en 1653. De traza manierista, se relaciona con retablos del taller de Calatayud de donde procedía Gurrea. Las capillas cuentan también con sus correspondientes retablos manieristas o barrocos. Algunas buenas tallas romanistas - Cristo a la Columna, Ecce Homo, Cristo yacente - se conservan en la iglesia, además de algunos lienzos como la Virgen Niña vestida de carmelita, obra de Vicente Berdusán. Hay también un ciclo de pinturas sobre a vida de San Elías y un gran lienzo que representa la Alegoría de la prensa mística
SEMINARIO CONCILIAR DE SANTA ANA. Contemporáneo del anterior es el convento de Carmelitas Descalzos, hoy Seminario conciliar de Santa Ana, que fue fundado en 1597 bajo el patronato de Don Fermín Ecay y doña Inés Guerrero. El propio Juan González de Apaolaza construyó el convento entre 1601 y 1603, si bien la fachada de la iglesia es obra de Pedro Miravalles y Martín de Lizarza. La iglesia responde al modelo de templo conventual y adornan su cubierta labores geométricas. Su fachada en ladrillo, de esquema muy simple, está presidida por una hornacina con la escultura de San José en alabastro. En su interior destacan los retablos de la Virgen del Carmen y de Santa Teresa, presididos por sus correspondientes titulares. Digno de mención es el lienzo firmado por Felipe Diriksen en 1612, que representa a San José y a la Virgen imponiendo el collar a Santa Teresa, y una talla pintada con la Piedad de estilo hispano flamenco y que procede del despoblado de Pedriz.
CONVENTO DE DOMINICAS. Un conjunto barroco de especial riqueza lo ofrece la iglesia del Convento de Dominicas, fundado en 1622 por doña Estefanía de Uidobro, viuda del secretario real Antonio Orlandiz. La iglesia, construida en 1635 por el maestro Martín de Ozcoidi, es una cruz latina cuyas bóvedas se decoraron con yeserías barrocas. Santas de la orden figuran en los lienzos ovalados de las pechinas. Un gran retablo mayor barroco, atribuido a Francisco Gurrea, preside el altar mayor, que alberga varios lienzos de santos dominicos obra de Vicente Berdusán. Los retablos barrocos de Santa Inés de Montepulciano y de Santa Rosa de Lima son obra de Domingo Romero, arquitecto de Soria, realizados en 1732. En el convento se custodian diversas esculturas barrocas y lienzos, algunos de ellos obra de Vicente Berdusán.
CONVENTO DE CAPUCHINOS. Aunque tuvo su origen en el siglo XVI, data en su construcción de mediados del siglo XVIII. La iglesia, que sigue la tradicional planta de cruz latina, modela sus alzados dinámicamente gracias a una cornisa quebrada que señala un avance en la evolución del barroco, a la par que disminuye el ornato. Su fachada es una versión dieciochesca de la del convento de la Encarnación de Madrid. El retablo mayor, presidido por la Inmaculada Concepción, es de traza clasicista y data de hacia 1780. Su imaginería es obra del escultor de Zaragoza Carlos de Salas y destaca en ella la dinámica imagen de la titular, coronada por un gloria en el corazón de Jesús entre San Joaquín y Santa Ana, situados sobre las puertas laterales. Entre las pinturas existentes en la iglesia destacan la Virgen con el Niño y la Virgen y San José imponiendo el collar a Santa Teresa firmados por Vicente Berdusán. De este último lienzo se conserva un boceto en el mismo convento. Hay además diversas pinturas y tallas, así como piezas de orfebrería entre las que destacan un cáliz rococó de posible origen americano.
COLEGIO E IGLESIA DE LA ENSEÑANZA. El Colegio e Iglesia de la Enseñanza, perteneciente a la Compañía de María fue fundado en 1683, si bien el inicio de la construcción de la iglesia no tuvo lugar hasta 1732. Su planta de origen italiano se compone de un octógono con un deambulatorio en tres de sus frentes, al que se adosa un cuerpo rectangular sobre el que se alza el curo alto. Otros dos coros bajos de forma rectangular se emplazan a ambos lados de los tres altares principales. De esta manera se adapta un proyecto inspirado en la basílica de Loyola a una iglesia conventual femenina, abandonándose la tradicional planta de cruz latina. En el interior la iglesia presenta curiosas perspectivas espaciales, al estar soportada por pilares sobre los que montan arcadas y gran cópula con linterna. La decoración de yeserías es la tradicional en la zona. Presiden los altares diversos retablos del siglo XVIII, entre los que destaca el mayor de planta borrominesca, coronado por un cascarón y que ha sido atribuido a los hermanos José y Antonio del Río, escultores de Tudela. Ocupa el camarín una Inmaculada Concepción moderna, pero son barrocas las restantes esculturas del retablo -San Joaquín, Santa Ana y el Padre Eterno-. Los colaterales de San Rafael y del Sagrado Corazón hacen juego con el mayor. El colegio guarda una colección de pinturas sobre lienzos, tallas y objetos de platería.
CONVENTO DE CLARISAS. Finalmente el Convento de Clarisas, aunque data del siglo XIII, es un edificio moderno que acoge en su interior gran parte del ajuar de la antigua iglesia. En él destaca la Virgen de los Favores, imagen sedente del siglo XIII, el retablo barroco de la Inmaculada y varios lienzos de Vicente Berdusón, además de algunas esculturas romanistas de hacia 1600. De esta época data un procesional de plata con decoración de espejos y cartelas. La imagen de San Juan forrada en plata es obra renacentista que se venera como Santiago.
REAL CASA DE MISERICORDIA. Pertenece al periodo neoclásico, fundada en 1771 por don Ignacio Mur y Andión y doña Francisca Hugarte y Francia, con la protección de Carlos III. El proyecto fue aprobado por Ventura Rodríguez y llevado a cabo por el maestro José Marzal. La iglesia, de planta rectangular, presenta un orden jónico sobre el que monta una cornisa de tacos. En su interior hay varios retablos neoclásicos de yeso.
ERMITAS. Tudela cuenta con tres ermitas: La Santa Cruz, Santa María de la Cabeza y Santa Quiteria. La primera es de origen medieval pero el edificio actual es del siglo XIX. El titular es un crucifijo barroco y conserva además una escultura de la Virgen gótica del siglo XIV bajo la advocación de la Madre de Dios del Molino. Las ermitas de Santa María de la Cabeza y Santa Quiteria fueron reedificadas en el siglo XIX.
ARQUITECTURA CIVIL. El casco urbano de Tudela, de origen islámico, se conserva en gran parte, aunque han desaparecido las murallas que lo rodeaban, de la que quedan sólo algunos restos en las proximidades del castillo además de la torre Monreal, atalaya defensiva sobre el río Queiles. El puente sobre el Ebro ha sufrido muchas reconstrucciones y hoy se compone de 17 arcos, algunos apuntados, que deben ser originarios de la construcción de Sancho el Fuerte. Abunda en la ciudad la construcción de tipo popular en ladrillo, algunas veces enlucido y rematada en galería de arcos, pero cuenta también con soberbios ejemplos de arquitectura palacial y señorial. Unas y otras han sufrido importantes transformaciones a través de los siglos.
CASA DEL DEÁN. Edificio interesante, en esquina con la catedral, perteneciente al último gótico con ornamentación mudéjar. Su construcción debe datar de hacia 1477, aunque la fachada principal fue modificada en plateresco por el deán Villalón en 1515, abriéndose un arco de medio punto de ingreso y sobre él una ventana rectangular con decoración italianizante y el escudo del deán en el interior de una laúrea de follaje.
PALACIO DEL MARQUÉS DE SAN ADRIÁN. El Palacio del Marqués de San Adrián es uno de los ejemplos más notables de arquitectura civil renacentista, con sobrio exterior de ladrillo de estructura y proporciones clasicistas que remata en un alero de madera labrada. Alberga en su interior un pequeño patio de planta rectangular con dos pisos, el inferior adintelado sobre columnas toscanas, el superior con arquillos apoyados en columnas de capitel vegetal. En uno de sus lados se abre una escalera de caja cuadrada que tiene en tres de sus frentes decoración mural en grisallas en la que se representa un programa de doce mujeres ilustres tomadas de la antigüedad grecolatina y de la mitología. El conjunto puede adscribirse a un maestro de obras y a un pintor del foco renacentista de Zaragoza y que, después, trasladados a Tarazona, desarrollan su actividad en la comarca de Tudela hacia 1570.
CASA DEL ALMIRANTE. También al siglo XVI y probablemente a los mismos maestros pertenece la Casa del Almirante, cuya fachada en ladrillo de gran altura presenta dos balcones con elementos decorativos cuyos remates están encuadrados por tres estípites antropomórficos, femeninos los extremos y masculino el central, alzado éste sobre un soporte serliano formado por troncos entrelazados. Remata la fachada un friso de grutescos culminado por un alero saliente de madera.
OTROS EJEMPLOS DE ARQUITECTURA CIVIL. Otra construcción del siglo XVI es el antiguo ayuntamiento, además de otras casas hidalgas, Al periodo barroco pertenece la casa de Labastida del siglo XVIII, aunque dentro de la tipología manierista, si bien la portada tiene en el enmarque un baquetón y su interior cobija una gran escalera imperial. Otra escalera no tan monumental la tiene la Casa de los Arguedicas. Ya en el neoclásico se sitúa el Palacio del Marqués de Huarte, de fachada decorada y con una doble escalera imperial de diseño complejo y gran altura que está cubierta por bóvedas de aristas y cúpula en su centro. También es neoclásico el Palacio de los Condes de Heredia Espínola, con portada mixtilínea y ornamentación de rocallas. Por último el Ayuntamiento es un edificio del siglo XVI reformado sucesivamente en los siglos XVIII y XIX.
Enlaces de interés:
Contenidos: Catedral (Vista exterior desde el claustro; Capilla de Santa Ana; Capitel del Claustro; Retablo de Santa Catalina; Retablo Mayor; Sepulcro de Villaespesa; Retablo de la Esperanza; Capa pluvial); Parroquie de la Magdalena (Retablo Mayor); Hospital de Santa María de Gracia (La Virgen Niña); Parroquia de San Jorge (Conversión de San Pablo y Cruz parroquial).
A) Documentos digitalizados (públicos y privados) de interés para la localidad
B) Enlace al archivo municipal
C) Otros archivos con documentos relevantes sobre la localidad
Archivo General y Real de Navarra
Archivo Diocesano del Arzobispado de Pamplona y Tudela