EL PRETENDIENTE DE LA NIÑA GUAPA
Era un hombre que tenía una hija muy guapa. Y había un pretendiente que quería casarse con ella a toda costa y, para ello, vino muchas veces a pretenderla. Para evitar tanta insistencia, un día le dijo el padre de esa niña tan guapa:
–Cuando seas torero, le cortes a un toro la punta del cuerno y me la traigas, entonces te casarás con mi hija.
Entonces, el pretendiente se fue y se hizo torero, como quería el padre de la niña. Y, un día toreando en la plaza, le cortó un cuerno a un toro y se lo llevó. Se presentó ante el padre y le entregó el cuerno, por lo que tuvo que cumplir su palabra y dijo resignadamente a su hija:
–Pues ahora no tienes más remedio que casarte con él. La hija, obediente, accedió:
–Bueno.
Pero, después, no llevaba buena vida con su marido y se le escapó. Y recordó que anteriormente le había aconsejado su padre:
–Tú, escápate; que ya aparecerás por algún sitio.
Así, una noche, se le escapó, cuando la llevaba el torero. Y a todo el que se encontraba ella le decía con astucia mientras con los dedos índice y corazón se indicaba el hueco de la manga:
–Si viene un hombre preguntando si me ha visto, dígale que por aquí no ha pasado nadie.
Con lo cual, cuando llegó su marido y le preguntó a ese hombre, él le contestó a la vez que hacía el gesto de mostrar el hueco de la manga:
–Por aquí no ha pasado nadie.
Poco después, llegó esta chica a otro pueblo y le dijo a un hombre al que una astilla le había sacado un ojo cuando estaba haciendo leña, mientras le señalaba el ojo tuerto:
–Usted, si viene alguno, dígale que no ha visto nada.
Al rato, pasó su marido y se dirigió a ese hombre que estaba ahí haciendo leña:
–Perdone usted; ¿ha pasado por aquí una chica muy hermosa?
–Con este no he visto nada –le respondió indicándose el ojo tuerto. Y el marido, extrañado, se decía:
–¿Pero habrá pasado o no?
Y siguió buscándola y buscándola sin éxito. Llegó, más tarde, a otro pueblo donde estaba otro hombre regando y le dijo:
–¿Ha visto usted por aquí a una mujer muy hermosa?
Y el que regaba, como ya había convenido con la chica, le respondió señalando el suelo de su huerta:
–No, aquí no. Ya le he dicho a la mujer que no íbamos a coger nada. Y así va a ser la cosa: no hemos cogido nada.
Tras lo cual, él ya entendió que no podría recuperarla y se volvió a su casa. Y ella regresó a la casa de su padre después de esos tres días. Su padre la recogió y, como ella amenazaba con irse al monte a matarse si su padre la devolvía a su marido, no se la dejó más y quedó contento.