EL ZORRO Y EL GALLO
Vivía una viuda con sus tres hijas. Y tenían un gallinero. Y el gallo es muy fanfarrón.
Y fue un zorro a aquel gallinero y, en cuanto lo vio, el gallo se subió a lo alto, comenzó a chillar y avisó a todos los animales.
–Tranquilo, –le dijo el zorro tranquilizándolo–, que vengo aquí en son de paz, hombre. ¡Si yo era muy amigo de tu padre! ¡Menudo cantador era tu pa- dre! Tu padre se ponía así de puntillas, estiraba el cuello, cerraba los ojos y cantaba un quiquiriquí que se oía desde la Ulzama.
El gallo, como era muy vanidoso, le dijo:
–Mejor canto yo que mi padre.
–Bueno, bueno, pues a ver cómo cantas –le respondió con astucia el zorro. Se irguió allí el gallo, cerró los ojos, estiró el cuello para comenzar a can-
tar y, cuando estaba a punto de entonar su canto, saltó el zorro y lo apresó por el cuello. Se lo echó al hombro y corrió veloz hacia el monte.
Vio la viuda la escena y gritó alarmada:
–Eh, chicas, mirad, mirad: el zorro se lleva al gallo.
Comenzaron a correr detrás de él y, al llegar a la ladera del monte, las hi- jas de la viuda le pisaban los talones. Y el gallo, aunque estaba algo aturdido, le dijo al zorro:
–Si yo fuera tú, ahora mismo me paraba, me comía a la presa y que fue- ran a buscarla la viuda y sus tres hijas.
–Eso voy a hacer –dijo el zorro.
Pero, cuando abrió sus fauces para decir “Eso voy a hacer”, aprovechó el gallo para escapar y volar hasta la copa de una encina.
Y el zorro rodeaba la encina una y otra vez, pero no podía subir. Le dijo al gallo:
–Hombre, baja, que yo no quería más que asustarte, hombre, que somos amigos.
Le contestó aliviado el gallo:
–Sí, ya. Si yo fui tonto de cerrar los ojos, tú has sido tonto de abrir la boca. Colorín, colorado, este cuento se ha acabado.