LOS LADRONES
Vivía en una casa un poco apartada del pueblo un hombre solo y, en aquellos tiempos, había muchos ladrones por todas las partes. Y resultó que, un día, ese hombre observó que subían ladrones por el tejado e iban a entrar por la chimenea.
–¡Ay, Dios mío! ¿Y qué hago yo ahora? Bueno, voy a empezar a hablar fuerte y a mover sillas, como si estuviéramos muchos –ingenió ese hombre que vivía solo.
Y así lo hizo: empezó a mover sillas y a meter ruidos por la casa.
–Oye, tú pon los platos. Oye, tú tal. Oye, tú no sé cuántos. Oye, tú no sé qué –gritaba como si estuvieran muchos.
–Oye, que hay unos cuantos ahí arriba. Y yo voy a hacer fuego, para ha- cer la cena, porque hoy por lo menos estamos ocho o diez –seguía gritando.
–Oye, que hay unos cuantos y no podemos bajar –susurraba uno de los ladrones en el tejado.
–Aquí hay que bajar porque no hay más que uno –decía el jefe de los la- drones autoritariamente.
Al final, uno de los ladrones ayudó al otro a meterse por la chimenea y, como el hombre de abajo prendió fuego en el fogón, se quedó a mitad abra- sado, mientras el otro ladrón se escapaba. Por lo que, gracias al miedo que suscitó con sus artimañas con las sillas y con la hoguera, consiguió asfixiar al ladrón y salvarse él solo.