Fitero
Zona no vascófona.
Limita con Corella por el N, Cintruénigo y Tudela por el E. Tarazona (Zaragoza) y Cervera del Río Alhama (Rioja) con el S y con este último municipio y Alfaro (Rioja) por el O. Desde el punto de vista geológico. en su término entran en contacto discordante y transgresivo las formaciones detríticas del Mioceno de la Depresión del Ebro con el Mesozoico del Sistema Ibérico, formado por yesos y arcillas abigarradas del Triásico (Keuper), conglomerados y areniscas del Jurásico y calizas diversas del Cretácico, todo ello muy fracturado en la zona de los Baños. Las mayores alturas se hallan en los conglomerados marginales de La Atalaya (739 m) y La Menor (400 m) en la muga de Cintruénigo y corresponde al cauce del Alhama, río que atraviesa el término poco después de haber sido engrosado con el Linares.
Clima
El clima es de tipo mediterráneo-continental, propio de la Depresión del Ebro y caracterizado por las fuertes oscilaciones de la temperatura, la escasez e irregularidad de las lluvias, la sequía intensa y prolongada del verano y la frecuencia e intensidad con que sopla el cierzo. Algunos de los valores meteorológicos medios anuales son 13º-14ºC de temperatura, 400-500 mm de precipitaciones, caídas en unos 55-60 días y 750-800 mm de evapotranspiración potencial.
Flora
Un índice de las profundas transformaciones experimentadas por la vegetación originaria, de tipo mediterráneo, es el que no quede ningún resto de bosques ya que los que hoy quedan son de repoblación.
HERÁLDICA. Hasta el siglo XIX, por su dependencia del monasterio de Santa María, usó su sello y escudo que era: Partido y cortado en su mitad inferior. 1.º representa la apoteosis de San Raimundo. El 2.º las cruces de Calatrava, Alcántara, Cristo y Montesa puestas en cruz. El 3.º un brazo empuñando el báculo abacial. Todo el escudo sostenido por la cruz de Calatrava. En 1861, al decorarse el Salón del Trono de la Diputación se pintó de la siguiente forma: Trae de plata, con un romero de sínople en la parte superior y una parra del mismo color en la inferior y una corona abierta por timbre. Así figura también en las vidrieras del palacio de la Diputación, aunque se omitió la cruz de Calatrava.
CASA CONSISTORIAL. El antiguo edificio estuvo situado en la plaza del ayuntamiento, llamada también "Placilla", a causa de su pequeño espacio. Fue construida en 1599 por Francisco de Inestrillas. Recientemente, dado su estado de deterioro, el ayuntamiento se ha trasladado a un edificio anexo al monasterio cisterciense, en el ala sur, cuya construcción se remonta al siglo XVII. Su fachada exterior es de piedra, con dos cuerpos superiores de ladrillo, articulados por pilastras y placado de piedra en los entrepaños, rematándose en un alero cóncavo sobre ménsulas. En el interior cuenta con una escalera imperial de la segunda mitad del siglo XVIII. Las obras de reforma de este edificio para adaptarlo al uso de sede municipal han supuesto una inversión de 9,5 millones, financiados con ayuda del Gobierno de Navarra. La corporación municipal está regida por alcalde y diez concejales.
ARQUEOLOGÍA. En su término se localiza un asentamiento de la Edad del Hierro, en el lugar de la Peña del Saco. De época romana quedan vestigios en la Peña de Fitero, cerca del balneario y próximo al río. También en el lugar denominado la Morería, se ha descubierto un yacimiento de época romana.
HISTORIA. Su término perteneció a Castilla hasta 1373. El origen del núcleo vecinal debe buscarse en las familias de los siervos y criados del monasterio que hasta el siglo XV residían en la zona hoy denominada «el Cortijo», en el centro de la actual villa. A causa de las guerras civiles entre beaumonteses y agrarnonteses durante el siglo XV el abad fray Miguel de Peralta quiso aumentar la seguridad del monasterio y para ello inició la creación del pueblo (1482). Atrajo población de la Rioja mediante la exigencia de pequeñas pechas y tributos, lo cual permitió un rápido crecimiento. El abad Martín de Egúés I dictó las primeras ordenanzas municipales en 1524, pero pronto la política del monasterio hacia la villa dio un considerable giro.En 1542 su sobrino y sucesor Martín de Egüés II se hizo con la jurisdicción civil baja y mediana, confirmadas por sentencias del Consejo Real de Navarra (1546-47). Se inició así una constante pugna entre el municipio y el monasterio, cuyo abad designaba al alcalde, regidores y demás cargos. Otra sentencia del Consejo Real reconoció que la villa no pertenecía al obispado de Tarazona, sino que era nullius dioecesis y correspondía al abad el ejercicio de la jurisdicción espiritual. El papa Pío IV lo confirmó en 1560.
Entre 1643 y 1664 los vecinos intentaron fundar un nuevo pueblo, que se llamaría Villa Real, para librarse del dominio monástico; pero los monjes se lo impidieron. En 1665 la villa de Fitero y otras seis más compraron al rey los montes del Cierzo y Argenzón, salvo los términos de Niencebas y Tudején, que eran del monasterio: pero sus límites no se fijaron. A pesar de que en 1630 el pueblo había comprado al rey la jurisdicción criminal, no terminó de pagarla y el abad fray Jorge Alcat la obtuvo en 1675 ofreciendo más dinero. Esto originó un violento motín y el asalto y saqueo del monasterio por parte de los vecinos. En 1770 el pueblo quiso crear una parroquia propia, separada del monasterio dependiente del obispo de Tarazona pero fracasó.La villa no consiguió su definitiva emancipación hasta la desamortización de 1836. Cuando a mediados del siglo XIX se planteó la disolución de la facería de Montes del Cierzo, la villa de Fitero intentó ser considerada como sucesora del monasterio, excluyendo del reparto la totalidad de Argenzón y parte del Cierzo. El Tribunal Supremo fallo en su contra en 1894 y en 1901 se procedió al reparto.
En un primer momento, en la primera mitad del siglo XVI sobre todo, el crecimiento de la autoridad temporal de los monjes fue paralela a su relajación.
Sin embargo, las reformas a que los cenobios y cabildos regulares navarros se sometieron desde la segunda mitad del siglo XVI y en la primera del XVII (Leire; La Oliva;
Iranzu) permitieron una notable floración de hombres de letras. De ella formaron parte Marcos de Villalba, Ignacio de Ibero, Jerónimo de Álava, Manuel Ros, Gregorio Alfonso, Vicente Arcaya, Anselmo Arbués, etc.
Por otra parte, en los Baños Viejos de Fitero nacía, en 1600, el futuro obispo y virrey Juan Palafox y Mendoza, tres siglos antes de que en la vida eclesiástica española destacasen también Miguel de los Santos Díaz Gómara y José María García Lahiguera, fiteranos igualmente.
La situación jurídica que el pueblo padeció hasta 1835 no debe confundirse con su economía que, aun dependiendo también y por completo del monasterio, fue próspera en general. A comienzos del siglo XIX tenía mucho ganado, se sembraba trigo, centeno, cebada y avena. La mayor parte de la huerta la ocupaban olivos y viñas y otra se empleaba en la siembra de cáñamo. Sobre el Alhama había un molino aceitero, otro harinero y algunos batanes para las fábricas de paño. El gremio de pelayres contaba con 20 maestros, 120 oficiales y 100 hilanderas, con ocho telares y cuatro calderas de tinte; empezaba a decaer no obstante. En cuanto a los alpargateros -los más florecientes-, eran entre 260 y 280 personas.
Como los demás pueblos situados al sur del Ebro, Fitero fue desgajado de Navarra e incorporado a la nueva provincia de Logroño en 1822 y en 1840; pero en 1823 Fernando VII derogó toda la legislación de las Cortes y los gobiernos constitucionales de 1820-1823, y la ley de 1841 no se cumplió porque la Diputación se opuso.
En 1850 contaba el pueblo con escuela de niños, cuyo maestro percibía 5.000 reales y a la que acudían 72 alumnos, y escuela de niñas, dotada con 2.600 y frecuentada por 67. En la agricultura se empleaba en abundancia el estiércol, incluso importándolo de Cervera y Alfaro, algunos labradores fertilizaban la tierra con el limo que sacaban de las acequias al limpiarlas. El puente sobre el Alhama se arruinó en 1827 y se construyó nuevo en 1843. Una diligencia unía Fitero con Tudela un día sí y otro no, durante la temporada de baños. Subsistían 100 alpargateros que exportaban sus productos a las provincias limítrofes, a Madrid y alguna vez a Portugal: pero había desaparecido la industria de paños desde la introducción de las máquinas.En los años veinte de nuestro siglo las escuelas eran ya cuatro y había otra de párvulos y un colegio de las hermanas de la Caridad de Santa Ana: contaba con puesto de la guardia civil; talleres de herrería, carpintería, tonelería, carretería, sastrería, zapatería, guarnicioneros, dos molinos harineros, uno de ellos de cilindros, dos fábricas de ladrillo y teja y dos de jabones, pastas para sopa y aguardientes, una de alcoholes, central eléctrica, caja rural, seis trujales, una fábrica de aceite industrial, varias de yeso, una de velas y dos de chocolates. Se celebraba la feria anual del 9 al 15 de septiembre.
MONASTERIO DE FITERO. Al abandonar los monjes cistercienses en 1835 su monasterio, parte de las dependencias de aquel quedaron como Parroquia de la villa, bajo la advocación de Santa María La Real. El resto de los edificios pasaron a propiedad particular, sufriendo notables modificaciones y arreglos.
En el vasto conjunto del monasterio, primero de la orden cisterciense, fundado en 1140, se distinguen en la actualidad dos grandes épocas constructivas, correspondientes a la etapa medieval -siglos XII y XIII- y a la Edad Moderna -siglos XVI y XVII-, coincidiendo por una etapa de Reforma y esplendor. A la primera pertenecen el templo abacial, la sala capitular, así como restos del dormitorio y refectorio, piezas estas últimas transformadas para otros usos siglos más tarde. De la segunda gran fase constructiva datan el claustro y sobreclaustro, palacio abacial, convento, hospedería, sacristía, biblioteca y capilla actual de la Virgen de la Barda.
El gran templo cisterciense se inició hacia 1175 por las cabeceras y se continuó en el siglo XIII por las naves, hallándose concluido para el año 1247, en que Rodrigo Ximénez de Rada, arzobispo de Toledo y gran mecenas de los monasterios de Huerta y Fitero, impetró bula de indulgencias de Inocencio IV para los que lo visitasen en el día de su dedicación.
Su planta sigue muy de cerca el tipo de las iglesias abaciales de los monasterios franceses de Clairvaux y Pontigny y es muy parecida a la de Poblet. Presenta una gran cruz latina con tres naves, con cabecera de girola de cinco capillas radiales, la central de mayores proporciones, siguiendo la tradición borgoñona. Capillas con ábsides semicirculares se adosan asimismo a los brazos de la cruz, dos a cada lado. El sistema de alzados se resuelve siguiendo el tipo de apoyos hispano-languedocianos, con grandes pilares cruciformes con pares de semicolumnas adosadas en sus frentes y columnillas en los codillos, si bien en las naves se simplifican. En la cabecera, rodeando la capilla mayor, se utilizan unos grandes fustes cilíndricos en los que apoyan arcos apuntados y las nervaduras de las cubiertas, de clara raigambre protogótica, ya que preanuncian lo que unos años más tarde se iba a emplear en la Colegiata de Roncesvalles en uno de los primeros ejemplos del gótico de L'île de France. Finalmente, también se utilizan con profusión las ménsulas típicas del arte cisterciense. Como cubiertas se utilizan las bóvedas de crucería, jalonadas por potentes fajones y configuradas con grandes nervios de sección cuadrada. Las capillas de la cabecera lo hacen con bovedillas de cuarto de esfera sin nervios, a excepción de la central, que incorpora dos debido a sus mayores dimensiones; el presbiterio lo hace con una cubierta gallonada. De la primera mitad del siglo XVI datan las tres bóvedas estrelladas gótico-renacentistas de los tres tramos de los pies, levantadas en la misma época que el claustro y bajo el mecenazgo del abad fray Martín Egüés y Pasquier. La iluminación del templo se logra a través de vanos de dos tipos; ventanales abocinados de medio punto a lo largo de las naves y la girola -éstos de proporciones más reducidas- y grandes rosetones en los brazos del crucero y hastial.
El interior del templo, de acuerdo con las ideas depuradoras de San Bernardo, se reduce a pura estructura sin concesión alguna para el ornato. En la nave mayor confluyen los espacios adyacentes, naves, cruceros y girola. La luz que traspasa los ventanales determina un espacio grandioso, a la vez que recogido, por la limpieza de muros de toda la fábrica.
A partir del siglo XVI, superada la crisis en que se vio inmerso el monasterio, se levantaron nuevas dependencias, algunas de ellas para el servicio del templo. La capilla bautismal se levantó aneja a la nave de la Epístola, en un momento en que el pueblo de Fitero se iba formando poco a poco y era necesaria la ubicación de una parroquia que administrase los sacramentos. A finales de la misma centuria, se levantó el coro alto a los pies del templo en sustitución de otro medieval que estuvo situado en el centro de la nave mayor.
Del segundo cuarto del siglo XVIII datan la sacristía y la actual capilla de la Virgen de Barda, construidas ambas en estilo barroco. La sacristía, situada entre el brazo del crucero sur y la girola, es de planta rectangular, con tres brazos cubiertos por bóvedas de medio cañón con lunetos y hornacinas de medio punto abiertas en los lados mayores para albergar las cajoneras. Su aspecto barroco le viene dado por las pilastras suspendidas con placados golpes de yesería y las ménsulas de angelotes de las esquinas. Su decoración de cornucopias, mesa rococó y florones dorados de la techumbre cooperan decisivamente al aspecto dieciochesco de la estancia. La actual capilla de la Virgen de la Barda lo fue hasta 1918 del Santo Cristo de la Guía y bajo su advocación se había construido entre 1732 y 1736 para servir de panteón a los restos mortales de un noble adad del siglo XVII, Plácido del Corral y Guzmán. Tiene una planta combinada, parecida a la de San Isidro de Madrid, con la sucesión de dos tramos cuadrados, el primero cubierto por bóveda de medio cañón con lunetos y el segundo por cúpula con linterna, y cabecera en artesa rematada en cuarto de esfera. Un extenso programa decorativo llenaba sus muros, aunque actualmente sólo quedan las yeserías de las cornisas y fajones y las pinturas fingidas y de perspectivas de las pechinas y la cúpula.
Al exterior, la iglesia aparece como una enorme mole pétrea que emerge sobre el caserío; sus muros son de sillería bien trabajada y se hallan jalonados por grandes contrafuertes prismáticos, entre los que se alojan las ventanas. En la fachada, situada a los pies, se abre una pequeña portada abocinada de medio punto de filiación con el Románico tardío en estructura y decoración. De ladrillo son los muros de las obras barrocas -sacristía y capilla-, así como la esbelta torre prismática que emerge rompiendo la horizontalidad de las edificaciones conventuales. Esta última fue levantada en el siglo XVII tras derruirse las antiguas torrecillas de vigilancia, aprovechando la escalera de caracol de una de ellas.
Por lo que respecta a las dependencias medievales, tan sólo queda en pie la sala capitular, estancia de dimensiones cuadradas cubierta por nueve tramos de bóvedas de crucería con nervios de sección trilobulada que apean en cuatro columnas exentas y en otras adosadas a los muros, siguiendo un plan similar al de otros capítulos monacales. Los capiteles, tallados en poco relieve, se decoran con diversos motivos inanimados como acanaladuras, arcos diferentes, hojas esquemáticas y entrelazos. Su construcción data del siglo XIII y no distará mucho del año 1247 en que se finalizaron las obras del templo. Al igual que en éste último, la impresión es de gran sobriedad y de una exquisita armonía en todas sus proporciones. Restos medievales quedan en los muros de la zona inferior de la biblioteca, estancia que se levantó a principios del siglo XVII, hundiendo la techumbre primitiva del refectorio medieval, pero aprovechando sus muros con las ventanas abocinadas. El dormitorio medieval conserva aún su estructura rectangular, cubierta por grandes fajones apuntados, pese a las transformaciones que ha sufrido a lo largo de los siglos.
Asimismo, son perceptibles restos de la muralla que rodeaba el recinto en 1285, de la cocina y bodega.
Coincidiendo con la Reforma del monasterio en el siglo XVI, se levantaron y reformaron los viejos edificios de los siglos XII y XIII; así, se construyó a lo largo de aquella centuria el claustro y un poco más tarde el sobreclaustro, biblioteca, hospedería y otras más. Todas ellas se organizaron en torno a unos nuevos espacios, la Plaza de la Orden y la Plaza de las Malvas, a las que asoman. El claustro es de planta cuadrada, en la que se suceden arcadas apuntadas y contrafuertes exteriores, el sistema de apoyos y cubiertas varía según la época constructiva; así, en la crujía oriental levantada en la primera mitad del siglo, se encuentran múltiples columnas con capitel corrido, arcos muy apuntados y sencillas bóvedas estrelladas mientras que en el resto de las pandas, construidas a partir de 1550, aparecen pilares cada vez más simplificados y bóvedas de diseño muy complicado y arcadas menos apuntadas. Como obra de estilo plateresco, la decoración de medallones, heráldica, símbolos, mascarones, bucráneos y motivos "a candelieri" cubre las claves, frisos y ménsulas, destacando por su calidad algunos bustos como los de Elías, San Bernardo y San Benito, así como algunas ménsulas con capiteles similares a los que Sagredo publicó en su tratado Medidas del Romano. El sobreclaustro, construido en estilo herreriano a partir de la última década del siglo XVI, se concluyó para 1613, siendo abad fray Ignacio de Ibero, según reza una inscripción que recorre el friso. El esquema purista de las arcadas de sus galerías con medios puntos entre pilastras y antepechos cajeados, todo en noble sillería, representa al arte escurialense que impuso una férrea disciplina estética en todas las construcciones de la época.
En cuanto a las otras dependencias, merecen mención el dormitorio nuevo, levantado a fines del siglo XVI y muy remodelado y la biblioteca, que se fabricó sobre los muros del refectorio medieval en torno al año 1614. Está formada por un rectángulo cubierto por bóveda de medio cañón con lunetos y remodelada en el siglo XVIII con gran cornisa y placados de finas yeserías. Manierista, de fines del siglo XVI es el palacio abacial, aumentado con otra ala en la segunda mitad del siglo XVII al estilo barroco corresponde la fachada de las oficinas de la Plaza de la Orden, en la que se combina sabiamente el ladrillo, la piedra de diferentes colores y la cerámica. Por último, la gran escalera imperial construida en el último tercio de siglo XVIII con trazas del pintor cascantino Diego Días del Valle, se relaciona con los fríos y grandiosos modelos neoclásicos.
Dentro del templo abacial se custodia una buena parte del tesoro artístico del cenobio cisterciense en la, diferentes artes. El retablo mayor con tablas pintadas de Rolan Mois es una de las mejores obras pictóricas conservadas en Navarra de aquella centuria del quinientos. Su arquitectura y las esculturas estaban colocadas en 1583, en tanto que la obra del pintor flamenco data de 1590-1591. La traza, debida a Diego Sánchez, es de estilo vignolesco con órdenes arquitectónicos superpuestos entre dos grandes columnas de orden gigante sin ningún tipo de decoración, algo inusual en los retablos renacentistas del momento que pone al de Fitero en clara relación con el del Escorial. Las esculturas, por el contrario, se pueden incluir en el romanismo miguelangelesco, estilo imperante en la región durante aquellas décadas del siglo XVI. En las tablas se representan diversos ciclos, uno con escenas de la Infancia de Cristo, otro con santos de la orden del Cister y otro con otros santos de la iglesia universal y de gran popularidad entre los monjes. Todas las pinturas destacan por la gama de colorido veneciano y por las cuidadas composiciones; en la Epifanía realizó una réplica del mismo tema que años antes había hecho para el monasterio de la Oliva, la Adoración de los Pastores supone una experiencia lumínica, similar a las que realizaban algunos pintores como Navarrete el Mudo en el Escorial. Otras tablas como el San Juan Bautista derivan directamente de Tiziano, mientras que el Evangelista es miguelangelesco. Rolan Mois fue ayudado por su colaborador Felices de Cáceres, en cuyo círculo hay que situar el retablo de la Asunción de la Virgen, también de tablas pintadas y fechable al igual que el mayor en los últimos años del siglo XVI, dentro del círculo aragonés. Obra escultórica manierista de los primeros años del siglo XVII es el Cristo de la Guía, imagen salida de la gubia del escultor romanista estellés Bernabé Imberto. De la primera fase del Barroco, la naturalista, se conservan diversas esculturas en sus correspondientes retablos, relacionables con el arte del escultor vallisoletano Gregorio Fernández, como las tallas de San Bernardo y San Benito y, especialmente, la de San Miguel. De cronología posterior, ya plenamente barrocos, son los retablos de la Virgen del Rosario y San José, la caja del órgano, datada en 1660, y otras piezas como canceles. Al siglo XVIII pertenecen varios retablos entre los que destaca el de Santa Teresa y el baldaquino de la capilla de la Virgen de la Barda que fue hecho, hacia 1736, para el Cristo de la Guía. El altar de Santa Teresa responde tipológicamente a un modelo no utilizado en estas tierras y, pese a que se acopla a un muro recto del crucero, su autor, el cascantino José Serrano, supo dotar a su planta de unas líneas movidas y de elementos arquitectónicos y decorativos propios de la fase churrigueresca. Su iconografía es una lección sobre el patronazgo de la iglesia universal, nacional, regional y local. En el baldaquino, se encuentra una prolongación de esa tipología tan abundante en el vecino reino aragonés. Tras el gran tabernáculo se venera la Virgen de la Barda, imagen sedente con el Niño bendiciendo sentado en su rodilla izquierda, datable a fines del siglo XIII o comienzos de la siguiente centuria, la cual responde al tipo de Andra Mari. Conserva en gran parte la policromía original y fue restaurada en 1965.
Se conservan asimismo varias tallas procesionales barrocas de los siglos XVII y XVIII, así como una sillería coral, obra de las postrimerías del siglo XVI realizada en un severo arte purista de raigambre escurialense y organizada en dos órdenes de sillas articuladas por pilastras y columnas con tableros lisos y esfinges en los brazos. Fue finalizada en 1601 por Esteban Ramos, artista que trabajó también el enorme facistol y las puertas de la estancia.
En la sacristía y en otras dependencias se guardan algunos lienzos, restos de la rica colección que poseía la abadía en los siglos de la Edad Moderna. Destacan la Sagrada Familia de estilo manierista de fines del siglo XVI con ecos del Parmigianino, la Transverberación de Santa Teresa, obra de la última época del pintor establecido en Tudela, Vicente Berdusán, así como otros cuadros de la órbita de este último pintor y algunos más importados de otros focos.
Por lo que respecta a ornamentos, se guardan restos de ternos regalados por diferentes abades a fines del siglo XVI y principios del XVII, trabajados en Valladolid y otras capitales. El gran terno pontifical blanco aprovecha las escenas bordadas a todo color en pleno siglo XVII por la carmelita descalza de Pamplona Madre Graciosa de los Ángeles. A la segunda mitad del siglo XVIII corresponde una colgadura eucarística bordada en colores sobre tisú blanco en estilo rococó. Gran interés ofrece la colección de orfebrería por la calidad y la tipología de algunas de sus piezas como la naveta de concha y plata dorada, datable en la segunda mitad del siglo XVI que se relaciona con piezas de Rotterdam de hacia 1590. Muy original es asimismo un copón barroco de filigrana de plata con tapa bulbosa. No faltan cálices puristas, coronas de las imágenes barrocas y relicarios. Entre estos últimos llama la atención el de San Andrés con punzón zaragozano de hacia 1700 y el de San Raimundo de Fitero, primer abad del monasterio y fundador de la orden militar de Calatrava.
Pieza excepcional es la arqueta eucarística de cobre esmaltado de hacia 1200 con diversos temas figurativos que relacionan la arqueta con la píxide de Esparza de Galar, piezas salidas, muy posiblemente, de talleres ambulantes no lejanos a Silos. Otras arquetas de marfil y madera, realizadas en diferentes estilos y técnicas, forman parte del tesoro, encabezando la serie la pequeña caja de marfil firmada por Halaf en el año 1966 y realizada en estilo califal, con decoración de motivos vegetales que la sitúan en la producción de la primera etapa de los talleres califales. En el borde de la tapa tiene inscripción con dedicatoria. A fines del siglo XI se fecha otra arqueta recubierta por finas planchas de marfil, con decoración de círculos incisos con escenas de cetrería. Un tercer cofre románico de madera pintada pertenece al siglo XII y otra arqueta de estilo francogótico completan esta rica colección.
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