NAFARROAKO ondare materiagabearen ARTXIBOA

CENICIENTA

  • Audio mota:
  •       - Testimonio
  • Sailkapena:
  •       - Herri ipuinak
  • Ikertzailea / laguntzailea:
  •       - Ekiñe Delgado Zugarrondo
  • Audioaren kokapen:
    Santacara
  • Informatzaile mota:
    Individual
  • Audioaren informatzaileak:
    Remón, Jesús
  • Audioko agenteak:
    Alfredo Asiáin Ansorena

Era un pueblo muy pequeño. Unos señores, que eran muy pobres, tuvie- ron una chica. Y a esa chica se le murieron los padres y se quedó huérfana. La recogió una madrina que tenía, pero ella tampoco podía mantenerla, por- que eran muy pobres en todos aquellos pueblos. Entonces, como su madri- na tenía unos conocidos ricos de casa bien, que además tenían dos hijas, la mandó allá. La recogieron y la tenían de sirvienta, de fregona. Y le llamaban la Gatica Cenicienta, porque la tenían para fregar y todas las labores de la ca- sa. Y un hijo del rey de un pueblo mayor que había allá, como eran dos días de fiesta, echó un bando por todos los pueblos de los alrededores para que acudieran las chicas al baile. Pero, para ir al baile, las hijas de la casa don- de estaba le dijeron a su madre: –Mira qué bando han echado. Ya puedes prepararnos unos buenos ves- tidos para ir allí. Y la Gatica Cenicienta dijo ilusionada: –Yo también iría. Las otras le dijeron riéndose: –¿A dónde vas a ir tú, Gatica Cenicienta, si no tienes ropa y eres tan fea? Llegó, por fin, el día del baile y se marcharon las otras chicas. Mientras, la Gatica Cenicienta se quedó en casa llorando. Después, fue a casa de su madrina y le contó qué le pasaba. Y su madrina, enternecida, pidió a Dios que favoreciera a la chica, porque no tenía padre ni madre. Entonces, Dios le presentó una vara mágica y, con aquella vara, conseguiría cuanto quisie- ra para la chica. Pidió, pues, unos vestidos, unos zapatos y un sombrero. Le pidió también un cochero con dos caballos y una carroza para asistir a la fiesta, sin saberlo las otras chicas. Pero la madrina le advirtió: –Para las doce tienes que estar en casa. Si no estás en casa, ya no ten- drás nada. Esto se habrá terminado. Tú, a las doce aquí. En cuanto llegó al baile tan guapa, se fijó el hijo del rey. Estaban bai- lando y les miraban sus hermanas, porque en aquella casa la habían recogi- do como a una hija, aunque la trataban mal. Bailaba el hijo del rey con ella, le hablaba y ella a lo justo le contestaba; no le decía casi nada. Y las otras mirándole sin pensar que pudiera ser ella. Cuando iban a dar las doce, se dio cuenta ella y se le escapó al hijo del rey; echó a correr por las escaleras y, aunque todos corrieron tras ella, como tenía el coche con los caballos y el cochero en la puerta, no pudieron detenerla. Se dirigió a casa de la ma- drina y de allá se fue a la casa donde estaba sirviendo. Al rato, llegaron las hermanastras y su madre les preguntó a ver qué tal había estado la fiesta. –¡Oy! ¡Qué fiesta! Y había muchas chicas guapas y bien vestidas –y la Gatica Cenicienta estaba oyendo. –Había una en la que se ha fijado el hi- jo del rey enseguida y con la que ha estado bailando toda la tarde –expli- caron sus hijas. Y entonces ella, cuando limpiaba la casa, cantaba: –Casi sí, casi no, casi sería yo. Y las hermanastras la humillaban: –¡Gatica Cenicienta, qué vas a ser tú! ¿Cómo vas a ir tú así vestida? Pero, como al día siguiente se celebraba otra fiesta, porque el hijo del rey había organizado dos días de baile, marcharon otra vez las hermanas- tras y a Gatica Cenicienta la dejaron en casa. Fue de nuevo a casa de su ma- drina, que le preparó otra ropa con la que ir al baile. Y en cuanto llegó, el hijo del rey y las otras hijas se fijaron. Estaban bailando y, antes de dar las doce, se le escapó otra vez. Pero, previéndolo, el hijo del rey había manda- do que echaran pez por las escaleras para que el zapato se pegara y queda- ra allá. Así, después, fue con el zapato a ver si la podían encontrar. Y el hi- jo del rey echó otro bando por aquellos pueblicos pequeños para que estu- vieran las chicas en casa, porque iban con un zapato a probárselo y ver de quién era. Pero entraba a los pueblos y a ninguna le venía bien el zapato. Ya, por fin, fue a esa casa, se lo probaron y no les venía bien a ninguna de las dos hermanas de Gatica Cenicienta. Entonces, le preguntaron a su ma- dre: –¿No tiene usted alguna chica más? –Ah, no. Bueno, tengo por ahí una pobre chica fregona –contestó sin darle importancia. –Pues sáquela, usted –le ordenaron. Sin embargo, no querían presentársela, porque iba mal vestida. Pero al final ya se la sacaron. Y como le estaba bien el zapato, le dijo el hijo del rey que se preparara porque al otro día iría por ella. Pero, en vez de darles a Ga- tica Cenicienta, le entregaron a una de las hijas y a ella la encerraron en un cuarto. Estando allí encerrada, la chica pidió a Dios que le ayudara y Dios le puso una estrella en la frente. Y a las otras, que también pidieron algo, les creció, en vez de una estrella, una cola de burro. El hijo del rey, por tan- to, iba con la otra en el coche. En eso, se paró delante de los caballos un cuervo y empezó a cantar. Y el hijo del rey ordenó al cochero: –Para, a ver qué dice ese pájaro. Y cantaba el cuervo: –Con la de burro en coche va y Estrella de Oro en casa está. Entonces, al oírlo, detuvo el coche, le quitó el sombrero que llevaba, le miró la frente y, aunque ya se la había cortado, se le notaba la marca de una cola de burro que le había salido, un círculo pequeño en la frente. Se enfa- dó mucho y regresaron a por la Gatica Cenicienta. Volvió a casa con la del rabo de burro y a la mujer le riñó mucho porque le había engañado y eso no estaba bien. Preguntó a ver dónde estaba la otra chica y, aunque al prin- cipio no se la querían entregar, la liberaron de su encierro. El hijo del rey le miró en la frente y llevaba la estrellica de oro. La recogió, se la llevó a sus padres y se casaron y fueron felices.