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EL CABALLO MATALOBOS

  • Audio mota:
  •       - Testimonio
  • Sailkapena:
  •       - Herri ipuinak
  • Ikertzailea / laguntzailea:
  •       - Ekiñe Delgado Zugarrondo
  • Audioaren kokapen:
    Desojo
  • Informatzaile mota:
    Individual
  • Audioaren informatzaileak:
    Lanz, Antonio
  • Audioko agenteak:
    Alfredo Asiáin Ansorena

Era un pueblo en que había muchos lobos. Tantos lobos, que más ya no podía haber. Y fue un quinquillero a vender quincalla. Y llegó con un caballo al que ordenó: –Pasa allá, Matalobos. –¿Cómo es que llama a ese caballo Matalobos? –le preguntaron interesados los hombres del pueblo. Y dijo engañándoles: –Pues porque a todos los lobos que encuentra a su alcance los mata. –¡Uy! ¿Quiere usted venderlo? –le propusieron ilusionados los del pueblo. –Pues no me importaba mucho –les dijo con astucia el quincallero, porque estaba deseando vender ese caballo que estaba “sí me muero, no me muero”. Y empezaron los tratos para comprar el caballo: –¿Cuánto quiere usted por él? –Trescientos duros –les pidió. Que, en aquellos tiempos, trescientos duros eran mucho dinero. –De acuerdo, pues para mí –se decidió uno del pueblo y le preguntó: –¿Y qué hay que hacer con el caballo? Entonces le explicó el quincallero: –Mire; a la noche cójalo con una caldereta de cebada y súbalo a la cordillera donde pasan todos los lobos. Y lo deja allí atado y bien alimentado. Así que lo subieron esa misma noche. Fueron a la mañana siguiente y que no estaba el caballo. –Uy, ¿qué ha pasado aquí? –dijeron sorprendidos. Entonces vieron que había un labrador que iba al campo y le gritaron: –¿Ha visto usted, si acaso, por aquí un caballo? –Aquí está atado en el corral –les respondió el labrador. –¿En el corral? ¡Qué raro! –se dijeron los del pueblo. Bajaron al corral y, cuando entraron, encontraron todo el corral lleno de lobos, por lo menos cincuenta lobos. Había entrado por la puerta el caballo Matalobos al galope perseguido por los lobos y con el dogal, que tenía un palo cruzado oblicuamente, se enganchó en la puerta y la cerró con aldaba cuando escapaba. Los lobos gruñían sin parar, por lo que fueron rápidamente al pueblo a por las escopetas. Y mataron allá a todos los lobos. Y preguntó otra vez al quincallero: –Oye, ¿y qué hay que hacer para otra vez? –Pues la misma operación. A la noche cójanlo y llévenlo al monte –aconsejó el quincallero. Regresaron al monte a la mañana siguiente y sólo vieron un pedazo de pelo en el aparejo. Y, como el caballo no estaba, se sorprendieron: –¡Mecagüendiez! ¿Qué ha pasado aquí? Al no saber dónde estaba, fueron a pedir ayuda al quincallero. –Vayan ustedes a una adivinadora y ella les dirá –les recomendó. Y les dijo la adivinadora: –El aparejo buscará el jumento. Así que cogió los aparejos él al hombro y marchó por la Sierra de Codés adelante. Por debajo de ella discurría un río grande. Se acercó a la orilla y, al mismo tiempo que tiraba el aparejo al río, se le enganchó la tranca y se cayó al río, que se lo llevó también. Y colorín, colorado, este cuento se ha acabado.