La boda del brujo (2)
Había uno de Ganuza que era brujo o, por lo menos, decían que era bru- jo. Y se subía a las doce de la noche a la Peña de Santiago, porque tenía que coger la simiente de los helechos para hacerse los ungüentos. Y, un día, cuan- do subía a la peña, empezaron a sonar unos truenos, tan fuertes que parecía que se caían las peñas. Sintió tanto miedo, que se volvió e inmediatamente fue a la puerta de la iglesia a rezar. Se encontró con el cura y le dijo éste:
–Buenas noches, ¿qué hace usted?
Y le contestó con gran arrepentimiento:
–Pues aquí estoy convirtiéndome, porque he leído todos estos libros de brujería y no tengo perdón.
–Sí, hombre, sí. No se apure usted, que usted ya tiene perdón –le tran- quilizó el sacerdote.
Pero aún guardaba los untos que obtenía de los helechos y, como quería casarse con la novia que tenía en Larrión y ella no se quería casar, porque de- cían que era brujo, fue un día a verla.
–¿Sabes lo que he pensado? –le dijo con miedo un día que estuvieron los dos juntos. –Que no me voy a casar contigo, porque me han dicho que tú eres brujo. Y que no, que no quiero casarme contigo.
–Pues mira; dame palabra de que te vas a casar conmigo o, si no, maña- na te voy a cortar todo la mitad del pelo –la amenazó el brujo.
–Pues yo no me caso –le contestó decidida su novia.
El brujo no se sabe qué hizo con esos ungüentos, pero, a la otra maña- na, la muchacha se miró al espejo; no sé si vería mal o estaría con los ojos cerrados, pero tenía la mitad del pelo cortado. Eso es cuento: no obstante, que tenía la mitad de la cabeza rapada, por el conjuro o por las “mañarías” que había hecho el brujo con los untos y la brujería. Y, al otro día, fue a verla:
–¿Qué? ¿Lo has pensado?
–Sí. Ya me voy a casar contigo –le contestó resignada su novia.
–Porque, si no, mañana tienes toda la cabeza afeitada. Había tantos cuentos.