Estella-Lizarra
Zona mixta.
Ciudad situada aguas abajo de la confluencia del río Urederra sobre el Ega, allí donde éste abandona su tramo E-O iniciado en la llanura de Santa Cruz de Campezo, y comienza el recorrido N-S en dirección al Ebro. Limita con los municipios de Yerri al N, Villatuerta al E, Aberin al S y Ayegui y Allín al O.
Geomorfológicamente, el término lo forma básicamente un diapiro, el más meridional entre los de Tierra Estella, este ha sido modelado en forma de colinas abarrancadas que se abren al Ega mediante un rente escarpado cuya culminación corresponde a Paña Negra (641 m). El diapiro ha provocado el levantamiento de las calizas lutecienses en la Peña de los Castillos y en San Millán (669 m). El municipio se halla limitado entre las crestas diapíricas de Montejurra (1.045 m) y Monjardín (890 m). Las orillas del río Ega se encuentran jalonadas por dos niveles de terrazas entre Estella y Villatuerta.
Clima
El clima corresponde a la transición entre el mediterráneo-continental de la Depresión del Ebro y el suboceánico de la Burunda. La temperatura media de Enero es de 3,9° C y la de Julio de 20,5° C, siendo la media de las mínimas de 0,1° y la de las máximas de 27,2% las temperaturas extremas son -14,5° y 41°. La precipitación media anual es de 671,8 mm. El régimen pluviométrico es intermedio entre el tipo atlántico vasco y el de la Depresión del Ebro, con dos máximos equinociales y dos mínimos solsticiales (un mes seco, Julio, y otro subseco, Agosto).
Flora
Como consecuencia de su situación entre dos franjas climáticas, el dominio vegetal es el propio de un medio de transición, con el quejical o bosque mixto de robles y encinas. En sustitución del sustrato arbóreo se ha desarrollado el matorral de tomillos, espliegos, etc.
El Ega tiene en Estella, tras recibir al Urederra, 15,16 m/s. El Urederra cuenta por su parte con 7,11 m/seg en Eraul. Es un río caudaloso, cuyo régimen fluvial se encuentra regularizado porque nace en un manantial Kárstico situado en el puerto de Zudaire (Sierra de Urbasa).
HERÁLDICA MUNICIPAL. Trae de gules y una estrella de oro de ocho puntas. En bordura, también de gules, las cadenas de Navarra de oro. Antonio Moya, en su obra "Rasgo Heróico" (1756), manifiesta, equivocadamente, que el color del escudo es azur.
CASA CONSISTORIAL.Fue construida a comienzos del siglo XX en estilo ecléctico. En la fachada principal tiene dos cuerpos con revoco, imitando el ladrillo rojo, que contrasta con los elementos arquitectónicos de color piedra. En el centro, una elevada estructura en la que se integra la portada con arco de medio punto y el balcón con arco rebajado.
Actualmente se está concluyendo una importante reforma de todo el edificio, con un presupuesto de 106 millones, financiado en un 77% por el Gobierno de Navarra.
Durante las obras, el Ayuntamiento ha tenido su sede en el Palacio de los Reyes de Navarra.
Tuvo sede anterior en el edificio del actual juzgado, construcción barroca del XVIII. En él celebraba sesiones el Concejo, al menos desde 1280.
El Ayuntamiento está regido por alcalde y quince concejales.
HISTORIA.
En su término se localizan una serie de asentamientos arqueológicos en los lugares de Ordaiz, Zarapuz y
el Fosal. Entre los
hallazgos sueltos destacan un hacha
pulimentada de la Edad
de Bronce y un fragmento de estela funeraria
de época romana, aprovechada como
material constructivo en uno de los
muros de la iglesia de San Pedro de
Lizarra. También se tiene noticia de diversos hallazgos de época romana
en el término de Merkatondoa.
Se ha datado tradicionalmente el nacimiento
de la ciudad en el año 1090. El rey Sancho Ramírez la instituyó expresamente en el término de su villa
de Lizarrara o Lizarra como nueva escala y desvío del camino de Santiago que hasta entonces discurría por
Zarapuz, señorío de San Juan de la Peña. Así se recuerda en un privilegio de aquella fecha
por el cual dicho monarca compensaba al monasterio aragonés con todos
los derechos parroquiales y la décima parte de las exacciones regias en la
flamante población. No se conserva, sin
embargo, el acta fundacional del núcleo de vecinos «francos» cuyas
pautas de convivencia reprodujeron originariamente, como se sabe, las
otorgadas poco antes (1076) a la villa de Jaca, convertida así en una ciudad;
suponían, en especial, la plena propiedad y libre
disposición de bienes raíces, ampliar facultades de cohesión e iniciativa
comunitarias y cautelas jurídicas aptas para generar una activa economía
mercantil y dineraria.
Lizarrara, aldea de señorío realengo,
había sido centro de uno de los distritos o «tenencias» de la monarquía
pamplonesa, regido sucesivamente por los seniores Simeno Ochoaiz
(1024), Fortún López (10311040) y Jimeno Garcés (1047-1083). El posterior
«tenente», Lope Arnal (1084-1093), consta ya en la documentación a cargo de Stella,
Estella, en lugar de Lizarra. Cabría, pues, remontar a 1084 la primera
implantación –de hecho y hasta quizá de derecho– de un «burgo» de hombres
libres e ingenuos. Entre estos figuraron tal vez uno de los «francígenas» que
seis años después aparece como socio en la
construcción de un molino en Puente la Reina; a su nombre foráneo, Bernero, añadía ya
como sobrenombre el de Estella, sin duda su lugar de arraigo, donde todavía en 1111, el espacio asignado a los recién
llegados comprendería los aprovechamientos comunes –Pastos, bosques y aguas–
del término de Lizarra. En todo caso, el
recinto habitado creció sobre la
orilla derecha del Ega, a lo largo de
una «rúa» jalonada de «tiendas» y establecimientos para atender primordialmente a los peregrinos.
La incipiente colectividad
tuvo ya como centro de convocatoria la capilla u oratorio de San Martín, pero la parroquia matriz se consagró a San Pedro,
la misma advocación que la iglesia de Lizarra. El rápido incremento del burgo
de San Martín propició la temprana erección de las nuevas parroquias de San
Nicolás, al oeste, y el Santo Sepulcro, al este, documentadas ya en 1122 y 1123
respectivamente. Devoró además la aljama primitiva,
cuya sinagoga fue entregada por el rey García Ramírez (1145) para que el obispo
pamplonés instituyera otra parroquia, la de Santa
María v Todos los Santos. Los judíos se alojaron desde entonces en las alturas
contiguas, al abrigo del castillo, cuya «tenencia» iban a desempeñar durante el siglo XII magnates de
reconocido prestigio, como los Azagra y los Lehet. De haberse ejecutado el testamento de Alfonso I el
Batallador (1131), inviable por otros
conceptos, Estella y su «castro» se hubiesen convertido en un señorío jurisdiccional compartido por Santa
María de Pamplona y San Salvador de Leire.
Los inconvenientes de semejante
régimen, como se iba a demostrar en el caso de la jurisdicción temporal
del obispo sobre Pamplona, hubiesen agravado en el plano político ysocial los prolongados conflictos
eclesiásticos ocasionados por la afiliación originaria de las parroquias estellesas (San Pedro de la Rúa con San Nicolás, Santo Sepulcro y luego
San Miguel) como un priorato de San Juan de la Peña.
A los negocios
relacionados con el flujo de peregrinos debieron de añadirse desde un
principio lucrativas transacciones con las poblaciones agrícolas circundantes,
habitadas por modestas gentes de condición social villana, pero también por una minoría infanzona con mayor capacidad de consumo, sin olvidar los
establecimientos religiosos, en particular el floreciente
monasterio de Irache. Surgió, en consecuencia, un mercado estable al otro lado del río, extramuros del burgo fundacional. Se celebraba los jueves con habitual concurrencia de
hombres foráneos y gran variedad de productos, como acredita, por ejemplo, la confirmación del fuero estellés por Sancho VI el Sabio (1164). En
estas fechas se había desdoblado ya el caserío en un segundo burgo
nacido al calor de aquel «mercado viejo»,
su parroquia, consagrada a San Miguel,
está documentada ya en 1145. El lugar
impresionaba ya muy favorablemente incluso a los transeúntes más cosmopolitas, como el gran abad cluniacense Pedro
el Venerable. «Hay en tierras de Hispania, –escribe hacia 1141– un noble y
famoso castillo que, por lo adecuado de su situación y la fertilidad de sus
tierras próximas, y por la numerosa población que lo habita, en todo lo cual supera a
los castillos que lo rodean, estimo que no
en vano se llama Estella».
Coetáneamente, el exigente autor de
la «Guía» del peregrino, Aymerico
Picaud, encuentra la villa «llena de toda felicidad» y ensalza la calidad
y la cantidad de sus vinos y comestibles.
El desarrollo
urbano culminó tras fundar Sancho VI el Sabio (1187) una tercera población en un
parral de su propiedad y otras tierras
compradas a los propios burgueses de Estella, entre San Miguel y
Lizarra. Este nuevo «burgo del rey» configuró
la parroquia de San Juan, encomendada al monasterio de Irache (1188).
Podríanocuparlo
con las ventajas del Fuero vigente gentes de
toda condición social y no sólo «francos» de nacimiento. Sus vecinos
quedaban, sin embargo, obligados ahora a abonar a la Corona el censo anual de un
morabetino por razón del solar ocupado con sus respectivos hogares. El mismo
molde jurídico se aplicó al ensanche que promovió
igualmente Sancho VI el Sabio (1188)
en el «arenal» situado a la entrada de la población de San Miguel; la oportuna parroquia se dedicó a San
Salvador. Resultaban evidentes las ventajas del Fuero de Jaca para la
plasmación de un dinámico centro de vida ciudadana. La versión estellesa adquirió enseguida desarrollo propio y, a diferencia de los textos jacetanos y pamploneses, congeló prácticamente su caudal
jurídico a partir del cuerpo de
preceptos confirmado por Sancho VI el Sabio (1164). El modelo se había trasplantado con éxito a Puente la Reina (1122), Olite (1147) y Monreal (1149); luego aún se extendería con
variada fortuna y diferentes coyunturas y
alcance, a San Sebastián (1180),
Tiebas yTorralba (1264), Urroz (1286) y Huarte-Araquil
(hacia 1363)-, y tardíamente, a Tafalla yArtajona (1423) y
Mendigorría (1425).
Al comenzar el siglo XIII había concluido, pues, la vertebración del
recinto urbano de Estella, como corroboran también los vestigios arquitectónicos.
La «villa vieja», ciudad-camino, escala señera de la peregrinación compostelana, radicaba en el burgo de San Martín con
sus cuatro parroquias; andando el tiempo
el caserío periférico conformaría las unidades topográficas llamadas «Sobre San Martín» o «Yuso el Castillo», la primitiva judería, y el «Boro Nuce» o burgo nuevo. La ciudad-mercado
de San Miguel se había ampliado hacia
oriente, como se ha indicado, con su anejo de San Salvador del Arenal e
incorporaba de momento hacia poniente la primitiva villa de Lizarra y su parroquia
de San Pedro. La «población» de San Juan, concebida como prometedor
receptáculo de los sobrantes demográficos
del extenso contorno rural estellés, generó lógicamente un nuevo
mercado.
A las ocho parroquias
mencionadas, exponente de un acusado minifundismo eclesiástico, fue añadiendo
la piedad local una constelación extramural de santuarios y conventos. En las alturas que dominaban de cerca el caserío de San Miguel y Lizarra, la iglesia o ermita de la Virgen del Puy, documentada ya en 1171, se ha atribuido tradicionalmente a los pioneros «francos», oriundos mayoritariamente
de Auvernia y el Limousin. En mimetismo análogo, aunque algo posterior, debió
de alzarse el templo de Nuestra Señora de Rocamador. Para consolidar quizá su radicación local, pronto discutida,
San Juan de la Peña
patrocinaría su sucursal de monjas benedicitinas de “Santa María de la Huerta”, cuya existencia está acreditada al menos
desde 1268. A
instancias presuntamente de Teobaldo II habría adoptado poco antes (1266) la
regla cisterciense la comunidad femenina de
Nuestra Señora de Salas, dependiente del
monasterio de Iranzu hasta que fue suprimida (1402). Hay constancia en 1245 de un convento de
Agustinas de paraje denominado San Lorenzo, junto al cual había en 1290 otro
establecimiento masculino de la misma regla, trasladado pronto (1322) al interior del barrio del Arenal.
Acaso antes de mediar el propio siglo XIII se
había instalado la primera comunidad de frailes franciscanos sobre el
solar de la actual casa consistorial; el convento de clarisas había arraigado
ya en 1289. Por iniciativa de Teobaldo II
(1260) se establecieron los dominicos encima del barrio de San Martín,
cerca de la parroquia de Santa María y Todos los Santos. Esta última iglesia,
llamada ya Santa María «de Yuso el Castillo», fue encomendada por dicho monarca (1265) a los
monjes de Grandmont, que la habían abandonado a comienzos del siglo siguiente. Había también por aquellas fechas un
convento de mercedarios, trasladado después a la fábrica del extinguido monasterio
de Salar.
De acuerdo con su carácter fundacional
como escala de peregrinos, en la
nueva población proliferaron enseguida
no sólo los albergues u hostales de
iniciativa privada ylucrativa, sino también los establecimientos
asistenciales concejiles y las cofradías o asociaciones benéficas. A mediados del siglo XII por lo menos, funcionaba junto al camino francés y a cierta distancia del recinto
vecinal el hospital de San Lázaro, especializado
en la atención de leprosos yperegrinos
enfermos. Seguía, junto a la entrada
del Arenal, el denominado hospital de
Estella (1188). A la cofradía de los
«Sesenta» de Santiago había
encomendado el obispo de Pamplona (1174) el cuidado de la iglesia de
Santa María del Puy: sus miembros moraban probablemente en el burgo de San
Martín, como Remón Rabi, al parecer un acaudalado judío converso. Aún son anteriores las referencias documentales (1123) sobre las cofradías del Santo
Sepulcro y de Lizarra. En la siguiente
centuria existían los hospitales
intramurales de San Pedro (1236) y la Navarrería (1266) y una
cofradía del hospital de San Juan (1269);
databa probablemente de la misma época la
cofradía de «abades y legos» del hospital de San Miguel.
Además de semejante
pujanza piadosa y caritativa, con un trasunto monumental brillante y generoso, conviene
subrayar el relieve adquirido paralelamente por la población en la vida política del reino. Lo sugiere meridianamente el excepcional palacio regio, cuyo famoso capitel de Roldán y Ferragut trasciende la anécdota yevoca una atmósfera mental de dimensiones continentales. Edificada hacia finales del siglo XII en el corazón del primitivo burgo, casi
enfrente del oratorio concejil de
San Martín, aquella mansión alojó con
frecuencia a Teobaldo I y la eligieron sede predilecta Teobaldo II y Enrique I; este último monarca perdió precisamente a su único hijo varón,
el niño Teobaldo, en una desdichada
caída desde el roquedo del castillo
estellés. En los albores de la
reordenación jurisdiccional de la monarquía, todavía bajo Sancho VII el Fuerte, se situó en Estella, aparte
de Pamplona, la primera audiencia de “alcaldes de mercado”, jueces de competencias
territoriales, ybajo Teobaldo I se convirtió en cabeza de
una de las merindades, los nuevos distritos
creados entonces para el mejor
gobierno de los derechos regios. Tras
la pérdida de Álava
(1200) había adquirido altas
funciones militares como bastión neurálgico de un tramo considerable de las fronteras con Castilla; antes de acabar el siglo XI-XII
se extendía sobre la «Peña de los Castillos»
el definitivo dispositivo castral de Zalatambor, la Atalaya y Belmecher, este
último un baluarte edificado o rehecho tal vez por el gobernador Eustaquio de Beaumarchais
(1275-1277), cuyo nombre parece
rememorar. Los antiguos servicios del «tenente» en cuanto responsable de la fortaleza, habían recaído ya en
un alcaide.
Estación de primera categoría en la ruta de
Santiago, singular concentración de
instituciones religiosas, capital
mercantil, política y militar de una extensa periferia, Estella vivió su apogeo ciudadano durante el siglo
XIII. Se ha calculado que su complejo recinto
murado cobijaba hacia 1264 un total de 1.128 familias por lo menos, óptimo demográfico hasta el
siglo XIX.
San
Martín era todavía el barrio más habitado, con un 40% de los pobladores; seguían S. Juan, con el 18%, y San Miguel, con el 14%; el 10% restante correspondía a la próspera judería. El término rural coincidiría
originariamente con el de Lizarra; el de la vecina villa de Zarapuz, que en
1330 contaba con 24 familias pecheras, estaba adscrita al valle de La Solana. La creciente demanda
de productos agrícolas puso muy pronto en evidencia la penuria de tierras de
cultivo. A comienzos del siglo XII se advierte ya una corriente de inversiones
en bienes raíces por los confines más feraces de los términos contiguos.
Vecinos «francos» compran o toman a censo viñas
y campos en Belin y Ayegui, propiedad de la abadía de Irache; pagan en moneda de plata u oro y no raras veces en especie, como lienzo,
pimienta o incluso incienso. Hacia el este más de un centenar de estelleses, en gran parte mercaderes y
artesanos (peleteros, tejedores, zapateros, molineros, incluso un monedero) se
fueron posesionando, probablemente en compras irregulares o por simple
roturación de espacios yermos, de una masa
considerable de heredades legalmente “pecheras” en los términos de Murillo de
Yerri y Villatuerta y los parajes de Sarrea y Noeleta (Noveleta); Teobaldo I
sancionó los hechos consumados (1248) y
declaró la franquicia de tales heredades a cambio de una indemnización global
de 12.000 sueldos. Esta presión colonizadora
condujo quizá a la inscripción de
Noveleta en el término de Estella, según permite conjeturas una sentencia de los «alcaldes de fuerzas»
designados por Teobaldo II. El cúmulo de inversiones
denota una ingente expansión económica en el lapso de poco más de tres generaciones. Las iniciales atenciones de hospedaje y menuda oferta artesana habían repercutido
inmediatamente en periferia más cercana animando el drenaje de alimentos y
primeras materias y, como contrapartida, la
demanda campesina de utillaje y
modestas manufacturas. Pero este
tráfico de corto alcance no explica la cuantiosa multiplicación de
rendimientos y capital. Las relaciones de
negocio se extendieron sin duda pronto a largas distancias. Como
muestran la compilación foral de 1164 y otros
documentos menores, el comercio se había diversificado y enriquecido;
incluía, por ejemplo, sedas y paños de alta
calidad, pieles y cueros selectos,
valiosas piezas de orfebrería, especias y perfumes exóticos. Todo ello supone además una progresiva
especialización de la artesanía local y un creciente volumen de las operaciones de crédito y cambio de moneda.
La plenitud demográfica que revela el despliegue
de la nueva población de San Juan, agudizó las actividades mercantiles y
la competencia. Los burgueses de San Martín
y San Miguel compraron a Teobaldo I
por 30.000 sueldos el monopolio de todas
las transacciones (1236), pero el propio monarca
debió rectificar ante su «cort
general» (1245) y restituyó a los de
San Juan su pujante «mercado nuevo». Es posible que entonces estuviera ya en vigor el privilegio concejil –confirmado sucesivamente en 1296,
1366 y 1379– por virtud del cual quedaba para
provecho público una mano llena de
grano de todas las medidas o sacas
vendidas en mercado viejo salvo los jueves; las palmadas de este día las
concedería después Carlos II para el culto de
San Andrés, futuro patrón de la ciudad
(1626). Parece, pues, que en el mercado viejo se ventilaban preferentemente las transacciones de la órbita campesina. Hay, por otro lado,
pruebas explícitas del desarrollo adquirido
por las operaciones de mayor entidad.
Alfonso VIII de
Castilla concedió libertad de comercio en
todos sus dominios (1205) a los mercaderes de Estella. Las mismas
ventajas les dispensó en Aragón el rey Jaime
I (1294) en la delicada minoridad de Teobaldo
II. Precisamente en esta misma coyuntura lograron los estelleses que los «alcaldes de fuerzas» los eximieran de la «mala tolta», recargo impuesto por Sancho VII el Fuerte sobre las tasas de peaje abonadas en Lecumberri y Maya, es decir en
las rutas de comercio con San Sebastián y
Bayona. Cesaron también
entonces las restricciones aplicadas
por Teobaldo I en el cambio de
moneda. Este monarca había otorgado, sin embargo, a los mismos burgueses
de Estella (1251) una feria anual de una quincena a partir del decimoquinto día después de la fiesta de
San Miguel; se ubicó probablemente en los
aledaños de la población de San Juan.
No obstante la
sucesiva yuxtaposición de barrios con recia
personalidad propia, parece que
siempre hubo un solo concejo; su
estructura, latente en el fuero
jacetano, se pone de manifiesto en la recopilación de preceptos aprobada por Sancho VI el Sabio. Este texto fue retocado en una versión
oficiosa que se preparó en tiempos de
Teobaldo I con objeto principalmente de normalizar y actualizar el
léxico institucional. La conurbación
estellesa formaba un ámbito jurisdiccional exento, con su propio derecho, emanado del núcleo foral de origen y acrecentado por la
costumbre y las sentencias del alcalde o juez local. Como colegio
representativo permanente de la comunidad o
concejo constan ya en 1164 doce
«buenos vecinos» que en el siglo XIII habían recibido la denominación
definitiva de «jurados», renovados anualmente; debió de arbitrarse pronto un sistema equitativo de elección por burgos o barrios y en este
sentido cabe interpretar el diploma de protección dispensado por Enrique I
(1274) a San Salvador del Arenal. Teobaldo II no
había pretendido sino corroborar la unidad tradicional del concejo recordando a
los estelleses (1266) que debían ser «todos unos», a
diferencia de los pamploneses cuya pluralidad de concejos provocó tantas discordias.
El concejo, consiilun
ville, tenía competencia —ya en1164—
para dictar libremente «cotos» u ordenanzas sobre los asuntos
privativos de la comunidad, por ejemplo los aprovisionamientos de pan, carne,pescado. Se conserva en efecto desde 1280 una
serie de ordenanzas que ilustran interesantes aspectos de la vida cotidiana. En ellas figura desde un principio la
«cuarentena», asamblea vecinal
restringida de «consejeros» que
cooperan con los jurados en las tareas normativas.
El señor de la villa, senior
ville, se identifica sin duda en 1164 con el «tenente» que, como se ha indicado, regía la población ysu distrito en nombre del rey; sus funciones militares pasaron en el siglo XIII al alcaide, las judiciales al alcalde mayor y las demás competencias al merino en cuanto
rector del nuevo tipo de demarcación o merindad. El delegado inmediato del soberano ante el concejo
fue siempre el prepositus o preboste, depositario del sigillum regis
indicador de sus facultades coercitivas.
Desempeñaba tareas policiales, incoaba los procesos penales, ejecutaba las sentencias del alcalde, se encargaba de la cárcel, disponía las formalidades de la «batalla» o duelo
judicial. La redacción foral de 1164,
de vocabulario todavía fluido, designa indistintamente a este magistrado local
como baiulus o baile, merino o justicia; desde el siglo XIII prevalece
el título de prepositus o preboste,
utilizado por otra parte en los
textos documentales al menos desde 1120. No debe confundirse con el
«sayón», subalterno suyo, ni menos con el «baile» que, desde mediados del siglo XIII, asumía dentro de la villa
las competencias fiscales que, según
se ha dicho, correspondieron en adelante al merino para el conjunto de
su merindad.
El concejo estellés tuvo representación
en la «Cort General» en cuanto
empezaron a participar en ella los
«hombres de rúa», mandatarios de las
«buenas villas», por lo menos desde
1245. Intervino luego, de modo destacado, en las uniones, juntas o
hermandades a través de las cuales compareció
la burguesía navarra en los azares políticos de la minoridad de Teobaldo II, la sucesión de Enrique I yel conflictivo gobierno
de los monarcas Capetos.
Las
crisis institucionales, la zozobra social y el marasmo
económico se iban a cebar con crudeza en la floreciente
población estellesa. Falta
información expresa sobre el proceso
de fusión entre la descendencia de los «francos», fundadores de San
Martín y San Miguel, y los sucesivos aluviones
de pobladores oriundos del contorno navarro. Según el fuero, la admisión de
vecinos requería la conformidad del
rey y de «todos los estelleses»; en el siglo XIII era suficiente la venia del alcalde, el preboste
ylos jurados, como ratificó Teobaldo II (1269). En las nuevas poblaciones de San Juan (1187) y San Salvador
del Arenal (1188) se equiparó con los
francos a los clérigos y navarros que desearan avecindarse; quedaba en
claro que estos «navarros» o villanos
seguían obligados a abonar su pecha
al dueño de las heredades que
conservaran en los lugares de procedencia.
Es posible que la memoria de este estigma hereditario provocara todavía al cabo de algunas generaciones
sucesos esporádicos de vejación formal. Pero llaman, sobre todo, la atención los
testimonios fehacientes del dinamismo y mayor
crecimiento relativo de la población
de San Juan, diseñada para el
encuentro de los dos sectores –el
franco y el «navarro» o villano– que, acantonados así en un mismo marco
físico, jurídico yeconómico, liberaron las iniciativas y energías
derivadas de un estrecho y fecundo mestizaje.
Cuesta, por tanto, admitir que se perpetuasen las animosidades étnicas y, lingüísticas en el seno de
una solidaridad concejil,
heterogénea pero compacta y, por otra parte, económicamente tributaria de la oferta y la demanda de sus
anchas orillas campesinas.
Es cierto que, a
comienzos del siglo XIV, se habían desatado graves enconos vecinales, con «muchos males, daños y escándalos, muertes y otros
muchos peligros». Fue preciso acordar la
expeditiva ordenanza de que «quien
mate que muera», sancionada por el
gobernador Enguerrand de Villiers
(1310), renovada por sus inmediatos
sucesores y, luego, por el propio
rey Carlos II, quien todavía lamentaba las frecuentes “peleas, heridas
y muertes”. Las tensiones políticas del reino, la depresión económica general,
y la consiguiente porfía de los intereses locales habían conducido
probablemente a una escisión endémica entre las fuerzas vivas del concejo. No
debe olvidarse, por lo demás, siquiera como factor secundario de perturbación,
el lastre de la discriminación fiscal impuesta originariamente a los pobladores
de San Juan y el Arenal, cuyos censos sumaban en 1280, por ejemplo, 2180
sueldos. Parece que algunas antiguas cofradías piadosas habían articulado la
pugna entre las facciones de vecinos acomodados, en perjuicio del “pueblo
menudo”; así justificaron los inquisidores del reino el decreto de supresión de
las añejas cofradías de los “Sesenta” y Santa María del Puy (1323), reacias a
fundirse en una sola. El año anterior el homicidio de un vástago de la familia
Pelegrín por un miembro del linaje Ponz había causado “una muy grande
tribulación”, con riesgo “de perderse los unos con los otros”. Este clima
explica en parte la violencia que revistió en
Estella (6 marzo 1328) el golpe de
mano contra las aljamas judías de
Navarra, atizado por las prédicas de fray Pedro de 0llogoyen, franciscano del convento estellés precisamente, durante el vacío
de autoridad abierto por el fallecimiento
del rey Carlos I el Calvo. El concejo
fue condenado a pagar 10.000 de las 22.920 libras que
Felipe III de Evreux impuso (1331) como multa a los responsables de todos los
estragos. La boyante aljama estellesa venía
aportando a la Corona
un tributo anual de 1.100
libras, equivalente a un 27,5% de cuanto se liquidaba en todo el reino por el mismo concepto. Aunque no desapareció aquella industriosa minoría, su
declive fue notorio al menos a corto plazo;
en 1345 abonaba solamente 500 libras, yde los 85 hogares Judíos registrados en 1366 la cuarta parte
era oficialmente pobre, «no pudientes».
Parece, pues, que la supuesta «matanza» de 1328 debe entenderse más
bien en términos económicos.
Se
desconoce la sangría causada en Estella por las pestes de 1348 y 1362. La
población cristiana había descendido en 1366 a 745 fuegos, en una proporción quizá bastante menor que el resto de la merindad;
la pobreza afecta a un 20% del vecindario
y afectaba principalmente a la parroquia de San Miguel. La de San Juan era ya
la más próspera y con su anejo de Lizarra
acogía el 35%, de los hogares, mientras que San Pedro (San Martín), antaño la más populosa, sólo alcanzaba un 20%; casi se habían invertido las proporciones en el transcurso de un siglo. La plaza resistió gallardamente en la guerra con Castilla
(1378), pero su economía sufrió un
nuevo y grave quebranto. Razones militares habían aconsejado poco antes (1370) la demolición
de la parroquia de San Salvador del Arenal y
el traslado intramuros del convento
de Agustinos. Carlos II liberó
sintomáticamente a los mercaderes estelleses
de todas las tasas de peajes, lezdas, pontajes, pesos, barrajes y barcajes del reino (1379), y su sucesor obligó a los clérigos a abonar los mismos
impuestos concejiles que los demás vecinos (1396).
Persistía, sin embargo, la pobreza cuando Carlos III la atribuyó curiosamente
a «las excesivas galas de las dueñas y otras mujeres», a las cuales prohibió ostentar joyas de oro, plata y piedras preciosas, así como pieles de
gran valor (1405); el testimonio, aparentemente
anecdótico, revela quizá el comportamiento de familias venidas a menos que retienen a toda costa y exhiben con orgullo los lujos de
sus afortunados mayores.
El mismo monarca estimuló, en cambio, el oficio de los plateros autorizándoles a marcar libremente sus piezas
(1414). La vida ciudadana seguía alterada por
la enemistad de las facciones adictas
a los Ponces o los Learza, que se
disputaban los cargos municipales,
como se deduce de las ordenanzas
acordadas por el propio Carlos III
(1407) para la elección de alcalde,
jurados y preboste. El concejo
reglamentó a su vez la entrada de vino
y pescado y prohibió el juego (1415 y 1417). A las nuevas hostilidades con Castilla (1429-1430)
y, sobre todo, la guerra civil encendida a mediados de siglo, se añadieron poco
después otro asedio castellano (1463) y una descomunal riada del Ega que arrasó casi la mitad del caserío (1475). Los reyes Blanca y Juan II habían concedido a la villa (1436) dos ferias
anuales de quince días, una a partir de la
primera decena después de Pascua de Resurrección y la otra desde la
fiesta de San Martín del 11 de noviembre; además la habían declarado exenta del tributo
sobre la renta en las triperías. Por su fidelidad a la causa agramontesa, Juan II condonó los antiguos
censos sobre ciertas casas –seguramente las de San Juan y el Arenal–, así como los derechos regios sobre
molinos y otras heredades (1456). Por su negativa y tenaz resistencia a la anexión de la plaza al reino de Castilla, convenida en la sentencia de Bayona (1463), la princesa Leonor liberó para siempre a los estelleses de toda alcabala sobre la
venta de pan y grano (1465); y al suprimir también cualquier tipo de exacción fiscal en el mercado semanal de
la plaza de San Juan, volvió a evocar con
énfasis las destrucciones y gran
despoblación de la villa (1467); las inundaciones justificaron luego una desgravación de la mitad de los
cuarteles durante una década (1475). Estella se aproximaba, pues, a la época moderna abrumada por las calamidades, sembrada de ruinas, medio
vacía de gentes. La recuperación demográfica estaba, sin embargo, en marcha cuando Fernando el
Católico trató de activarla cifrando en 640 libras anuales la cuota
máxima de los conceptos tributarios de
alcabala y cuarteles (1514); y buscando sin duda un crecimiento
equilibrado de los diferentes barrios,
dispuso el mismo año que las dos
ferias, que tenían su sede en la
parroquia de San Juan, se celebraran
también por rotación en las de San Pedro y San Miguel. Entre las medidas
de saneamiento económico adoptadas por el
propio concejo, cabe señalar las referentes a la salvaguarda del
término municipal (1480, 1505, 1510) yla protección a las viñas y
plantaciones de frutales. Razones de austeridad pública debieron de
mover, por su parte, a la jerarquía eclesiástica en la supresión de nueve de las doce fiestas de santos que la
ciudad venía observando por voto oficial (1489). El concejo, aludido ya
hacia 1524 con la denominación castellana de «regimiento», había alterado levemente su estructura. El
número de jurados se había reducido a seis, pero con ellos actuaban otros tantos «voces», dos por cada uno de los tradicionales barrios; los
reyes Catalina y Juan III establecieron su procedimiento de elección (1501). Tres décadas después
tales «voces» recibían ya el nombre de «regidores». Los procuradores del
concejo estellés siempre habían tenido
asiento preferente, detrás de los de
Pamplona, en el brazo
de las «Universidades» de los Estados o Cortes del reino. Estas se habían convocado frecuentemente en Estella
durante la Edad Media
y todavía se celebraron allí en siete de las
74 sesiones de los siglos modernos.
Carlos III había dispuesto (1390) que en el alzamiento de monarca el alcalde estellés o su delegado
sujetara el escudo por la misma anilla que
el de Pamplona. Con todo, sólo en 1483 obtuvo oficialmente la villa el rango de ciudad, que Tudela
lucía desde 1390. Es probable, como ya se ha insinuado, que continuara casi hasta finales del siglo XV la
regresión demográfica tan crudamente acusada en 1427-1428, cuando el número de
hogares apenas sobrepasaba la mitad de los existentes seis décadas antes. Se
desconoce la incidencia de la expulsión de los judíos (1498), aunque por el
importe de la pecha global, 380
libras en 1470, cabría estimar en torno a cuarenta el
número de familias del gueto. En la primera mitad del siglo XVI se produjo un
fuerte ascenso de la población, hasta los 881 fuegos censados en 1553 y algunos
más que en 1366, pero bastantes menos que en 1264, como ya se ha hecho notar. Iba a seguir durante tres centurias
una congelación del vecindario, acorde con la inmovilidad del radio mercantil yel estancamiento de la producción
artesana.
Durante los siglos XVI y
XVII se fue consolidando el sistema de gobierno
municipal: el Regimiento de la ciudad se
elegía anualmente, por insaculación, según un sistema de representación en el que participaban por
igual los vecinos de las parroquias de San Pedro, San Miguel y San Juan. La corporación estaba formada por el alcalde, seis jurados y seis regidores. Ocasionalmente, en el
siglo XVI, los vecinos se convocaban
agrupados por quiñones, según un procedimiento de consulta ya
contemplado en las Ordenanzas Municipales de
1280. La organización del Regimiento se regulaba mediante las
Ordenanzas de 1520, que sustituían a las concedidas en 1407. Más adelante, en
1535, 1621, 1645 y 1670 se introdujeron
novedades en la organización, composición y funcionamiento del
municipio.
La ciudad mantuvo un Estudio de Gramática
al que acudían los jóvenes de la comarca; su actividad se prolongó
hasta finales del siglo XVI‑XVII. La
imprenta se instaló en fechas tempranas por
iniciativa de Miguel de Eguía que,
juntamente con Adrián de Amberes,
imprimió en Estella entre 1546 y 1567
un total de 32 obras. En 1524 el Regimiento, a instancias del Virrey, acordó erigir un Hospital General en el que se integraron
los seis pequeños hospitales que en
aquel tiempo funcionaban
independientemente, sufragados por
parroquias y cofradías. Durante la Guerra de la Independencia, en junio de 1808, se constituyeron algunas de las primeras compañías armadas contra el invasor francés, levantadas primero por Antonio Pérez, y más tarde por Andrés de Eguaguirre. A partir de 1809 la ciudad recibió
destacamentos franceses; las partidas de Javier Mina y Francisco Espoz y Mina hostigaron a las
tropas napoleónicas y ocuparon esporádicamente
la ciudad, que en 1813 pasó
definitivamente bajo control español.
Durante el trienio constitucional Estella
vivió la agitación realista y en octubre de 1822 Guergué tomó la ciudad para la
causa del realismo.
Durante la primera guerra carlista el 14 de
noviembre de 1833, en el paseo de los Llanos,
Zumalacárregui fue nombrado
comandante general de las tropas de
Don Carlos. Desde 1835 la ciudad
permaneció bajo control carlista hasta el 20 de setiembre de 1839, cuando fue tomada por los liberales, coincidiendo con el final de la contienda.
Durante la tercera guerra carlista, tras una semana de asedio al fuerte de San Francisco, en
el que se habían refugiado unos 300 liberales mandados por el teniente coronel Francisco Sanz, Estella fue tomada por los carlistas el 24 de agosto de 1873,
que la ocuparon ininterrumpidamente hasta
el final de la guerra. El 18 de febrero de 1876 las tropas liberales tomaron la cima de Montejurra y al día siguiente entraron en la
ciudad conducidos por Fernando Primo de
Rivera, que por esta acción fue
recompensado con el título de Marqués de Estella.
En las
dos primeras décadas del siglo XX la ciudad experimentó cambios
sustanciales en su plano urbano,
prácticamente invariable desde el
siglo XVI. Se derribaron las murallas
entre 1905 y 1906; en 1907 se elaboró
el plan de expansión hacia Los Llanos y, como consecuencia, se
definieron los nuevos ejes de circulación del Paseo de la Inmaculada y de la calle
de San Andrés. Durante el primer tercio del siglo la
ciudad estuvo regida alternativamente por los conservadores, a cuya cabeza figuraba Enrique Ochoa, y por los carlistas, dirigidos por Joaquín Llorens. El sector nacionalista vasco tuvo su origen en torno a las familias
Aranzadi, Irujo, 0llo y Zubeldía; sin
embargo hasta la II República
no alcanzó representación en el Ayuntamiento.
El
14 de junio de 1931 se celebró en Estella la asamblea de ayuntamientos vascos,
que aprobó, con 427 votos favorables, el proyecto de Estatuto de Autonomía, llamado a partir de esta fecha
Estatuto de Estella.
En
1936, desde los primeros momentos de la sublevación contra el gobierno
republicano, numerosos voluntarios carlistas
estelleses se unieron a las tropas de
la guarnición, mandadas por el
teniente coronel Cayuela, y se
dirigieron al frente de Guipúzcoa, en
tanto que otras partidas llegaron a la Ribera para reprimir a los núcleos republicanos. Unas
cincuenta personas fueron ejecutadas en los primeros meses de la guerra, entre ellas Fortunato Aguirre, alcalde de la ciudad en julio de 1936, nacionalista vasco, fusilado el 29 de
setiembre de ese mismo año. Durante la
contienda, Estella, alejada del
frente, recibía a los heridos en los
cuatro hospitales de sangre que mantenía abiertos.
Tras la muerte de Franco, durante los actos carlistas del 19 de
mayo de 1976, los seguidores de Don Sixto, adscritos
a la corriente más reaccionaria del
carlismo atacaron a los partidarios de
Carlos Hugo, propiciador de una
corriente más progresista, socialista y autogestionaria, produciendo dos muertos, Ricardo García
Pellejero y Aniano Giménez Santos. Con estos hechos el partido carlista vio agravado el proceso iniciado años antes hacia su desintegración.
Dada la importancia que tuvo Estella
en la Edad Media
había gran cantidad de hospitales, que sirvieron tanto para el alojamiento de los
peregrinos como para el cuidado de los enfermos.
Varios de ellos son destacables, el Hospital de Ordoiz estaba cerca de Estella, en 1374, por donación del Rey D. Carlos, pasó con todas sus rentas a ser tutelado por el Prior y
Cabildo de la Catedral
de Santa María de Pamplona. El Hospital de San Pedro ya existía en 1280, del de San Miguel consta su existencia en 1389, en
este Hospital se guardaba el pan del Rey. También se tiene constancia del
Hospital de San Juan de la Caridad en 1428 y del Hospital General de Estella, este se construyó debido a los numerosos hospitales existentes en aquella época, todos ellos con
condiciones higiénicas y económicas muy dispares, pensando en la conveniencia de reunir en un solo Hospital
todos los enfermos que estaban diseminados
por otros más pequeños. Así, por
Cédula Real, Carlos I de España comisionó en 1524 al Regente del
Consejo y Cancillería de Navarra, Fortunio García de Ercilla, para que iniciase
su edificación. Esta fue costeada con
las limosnas de los lugareños, así como con los bienes y rentas recolectadas en
los otros hospitales. El Hospital se trasladó
en el año 1624 al lugar llamado de la Mota. En 1789 se estableció una Junta para el
mejor gobierno del Hospital. Con posterioridad el Hospital pasó al cuidado de
las Religiosas Hijas de Santa Ana.
Un cometido diferente al del Hospital tenía la Casa-Misericordia,
constituida en octubre de 1795 y el Asilo de
San Jerónimo. Este último había sido
constituido el 15 de Julio de 1904 por voluntad testamentaria.
CASTILLO. Dominando la población, en la peña
llamada todavía la Cruz
de los Castillos, existió hasta el siglo XVI una importante fortaleza, que
en época medieval constituyó uno de los principales enclaves defensivos del Reino. Tenía tres fuertes (Zaratambor,
Bermechet y Atalaya) que constituían prácticamente fortalezas aisladas, que contaban incluso con alcaides
distintos. La de Belmecher o Bermechet debió de ser construida o reedificada
por el gobernador Eustaquio de Beaumarché, de quien tomó el nombre, hacia 1276. El castillo mayor dataría
posiblemente de finales del siglo XI y
habría sido fortalecido tras la repoblación de Sancho el Sabio.
En 1234, reinando Teobaldo I, era alcaide
Robert de Sezanne, al que siguió Odón de Bazot. Más tarde, en 1274,
murió despeñado al caer de lo alto de la torre, el infante Teobaldo, hijo del rey Enrique de Champaña. Era
alcaide por entonces don Juan Sánchez de Monteagudo, que en 1276 prestó
homenaje como tal a la reina doña Juana. La capilla del castillo, dedicada a
San Salvador, se estaba construyendo en 1280. En los primeros años del siglo
XIV se hicieron distintas obras, por entonces
era alcaide de Belmecher Filipot de
Coynón, con 10
libras y 50 cahíces de retenencia,
y de Zalatambor Drouet de Sant Pol, que percibía únicamente 60 sueldos
en dinero y 15 cahíces de trigo.
El año 1328 se rehizo el muro
inferior, veinte años después se trabajaba en
el castillo mayor, asegurando la peña que sostenía la torre principal, y
también la de Zalatambor, dirigiendo las obras el mazonero Pero Andreo. Carlos
II nombró en 1351 alcaide de Belmecher a Mateo le Soterel, mandándole repararlo en todo lo necesario, y
del de Zalatambor a Roy Martínez de Artaza. En 1369 era merino y alcaide
Remiro de Arellano, que cuatro años después
gastó más de 650 libras
de reparaciones mandadas hacer por la reina en el castillo mayor y en
Belmecher. Este mismo caballero hubo de mantener el castillo en rehenes, por el
rey de Castilla, como garantía tras la guerra de 1378. Percibía en 1383
una asignación de 100
libras, 100 cahíces de trigo y 200 de cebada. El año
siguiente, Carlos II mandó a Judas Leví examinar las cámaras y edificios, que
estaban para caer, y ordenar su reparación. En 1396 se hicieron obras en varios lugares del recinto,
que administraban Pedro Ochoa y Martín de
Santa Cruz. Ese año se alojaba en el castillo el patriarca de
Alejandría. Siendo alcaide de Belmecher el
notario Pere de Urbiola, en 1400, el maestro de obras Juan de Calatayud trabajaba para habilitar allí un
nuevo alojamiento para las infantas. Más
tarde, en 1407, siendo merino y alcaide Gonzalo Ramírez de Baquedano, se celebraron cortes en el
castillo, alojándose en él el rey.
La parte que servía de residencia real se reparó
nuevamente en 1412, gastando más de 500 libras, mientras el mazonero Juan de Almarza trabajaba en la puerta del castillo. En 1425 se
arreglaban los terrados, así como la prisión. Con ocasión de la guerra con
Castilla en 1429, siendo alcaide Juan de Echauz, se emprendieron obras urgentes, requiriendo a los
vecinos. La guarnición era de 6 hombres de
armas y 25 ballesteros. El año
siguiente seguían los trabajos, a
cargo del mazonero Martín Pérez de Estella. Lope Sanz de Morentin defendió por entonces el castillo de
Belmecher únicamente con 6 hombres. En 1432 se rehizo en buena parte el de Zalatambor y dos años
después se recubría el castillo mayor. Las
obras seguían en 1441, en 1452 se
habían gastado más de 100
libras en los muros y almenas, en Belmecher y en limpiar
los algibes.
Con ocasión del ataque castellano de
1460, Juan Ramírez de Baquedano, señor del palacio de Ecala,
recobró para Navarra el castillo, ocupado por los invasores.
Juan II le premió con las quintas de Encía y Andía. En 1462, el rey dio el
castillo de Belmecher a don Nicolás de Echavarri, que lo permutó con el vicecanciller Juan de Gúrpide, quien lo fortificó
y defendió en 1463 contra un ataque de Enrique IV.
Francisco Febo, en 1482, hizo merced
del molino de la Tintura
al alcaide Lope de Baquedano, por sus trabajos
y gastos defendiendo el castillo. En 1491 el lugarteniente de los reyes hizo cierto convenio con él, asignándole varias mercedes y rentas en Francia, a cambio de la entrega del castillo
mayor y de la fortaleza de Zalatambor. Entre
1499 y 1511 aparece como alcaide el
señor de Sala. En 1512, la guarnición del castillo protagonizó una tenaz resistencia frente a las
gentes castellanas y beaumontesas que fueron a rendirlo.
Tras la conquista de Navarra por Fernando
el Católico, el primer alcaide
castellano fue el coronel Cristóbal de Villalba, que siguió disfrutando de las tierras anejas al castillo y
percibiendo derechos de castillaje sobre los pastos de Andía, Encía y Urbasa.
Por entonces constituían la guarnición 50
soldados de infantería. En 1537,
Carlos V nombró alcaide a don Iñigo
de Guevara, por renuncia de su padre
don Pedro Vélez de Guevara. En 1572,
por orden de Felipe II, siendo virrey Vespasiano Gonzaga, fue totalmente demolida la fortaleza con los distintos bastiones que la integraban. Las
piedras y cascotes, al caer, causaron grandes destrozos
en el claustro y capillas de la iglesia de San Pedro la Rúa, valorados en 1000 ducados. Los m
La Parroquia de San Pedro de la Rúa, cuyos orígenes pueden remontarse a la fundación de la ciudad en 1090, aunque en la documentación no se le cite hasta 1174, es la principal de las parroquias de la ciudad y como tal ostenta el título de Iglesia mayor desde 1256. Sancho Ramírez la donó junto con las iglesias estellesas del Santo Sepulcro, San Miguel y San Nicolás al monasterio de San Juan de la Peña, lo que fue causa de tensiones entre el obispo de Pamplona y el citado monasterio.
El edificio actual emplazado sobre la Rúa en un alto rocoso con función defensiva, se empezó a levantar en el último cuarto del siglo XII, continuándose la obra a comienzos del siglo XIII. La cabecera, la parte más temprana de la construcción, pertenece a un románico tardío, mientras que el cuerpo de naves señala el predominio del estilo cisterciense, llegado aquí sin duda del próximo monasterio de Irache que se estaba construyendo por los mismos años. Su planta es irregular debido a su difícil emplazamiento y está formada por triple cabecera románica de tres naves, las laterales de distinta altura, divididas en tres tramos. Lo más suntuoso del interior es el ábside mayor, de gran altura, al que se accede por un doble arco toral apuntado. Aquél se divide en dos alturas por una imposta de tacos, de las cuales la inferior presenta tres absidiolos y la superior otras tantas ventanas entre columnitas con capiteles de volutas y piñas y arquivoltas de dientes de sierra. Finalmente se cubre con un cascarón rasgado por tres medios puntos. Los ábsides laterales, menos altos, culminan con bóvedas de horno y son recogidos v oscuros. Las naves las forman arcos apuntados dobles que apoyan sobre cuatro soportes cilíndricos muy modificados en gótico, a excepción del que se halla junto al coro en el lado del Evangelio, que conserva las medias columnas adosadas del pilar languedociano.
La iglesia sufrió una remodelación en el siglo XIV que afectó a las bóvedas de las naves laterales, con tramos de crucería, así como a la decoración de capiteles y ménsulas. También se abrieron ventanales de tracería gótica, entre los que destaca el que se halla a los pies de la nave del Evangelio, iluminando esta zona tan oscura. Las bóvedas de la nave central son de medio cañón con lunetos y se construyeron a comienzos del siglo XVII, ya que las medievales amenazaban ruina tras el derribo del castillo en 1572, cuyas piedras cayeron sobre el claustro y afectaron las cubiertas de la iglesia. En 1600 una comisión de maestros de obras, después de efectuar un reconocimiento, decidió construir la bóveda de lunetos citada, pero rebajando la altura de la nave. De la empresa se encargó Francisco del Ponton. Para entonces se había construido un tirante en forma de arco rebajado como refuerzo entre los dos primeros pilares próximos a la capilla mayor. Un coro medieval se alza a los pies de la nave central.
La capilla de San Andrés, patrón de la ciudad de Estella, se abrió en la nave del Evangelio en 1.596 con las limosnas dadas para tal efecto por el obispo de Pamplona don Antonio Manrique y el propio Felipe II. Asentada sobre estructuras antiguas, consta de una planta cuadrada cubierta por una cúpula sobre pechinas culminada por una linterna, todo ello decorado profusamente con yeserías. La construcción fue llevada a cabo por Juan de Bulano, pero en 1699 Miguel de Iturmendi rehizo la cúpula, y Vecente López Frías se encargó de la ornamentación. A la capilla se accede por un arco de medio punto con intradós casetonado que cierra una cancela.
Los exteriores de la iglesia se caracterizan por la torre y la portada, elementos determinantes del perfil de la ciudad. La torre, de estructura prismática, presta a la iglesia aspecto de fortaleza y acusa en los cambios de sillar las diversas épocas de su construcción. La zona media parece responder a la reforma del siglo XIV, época en que se fortificaron las parroquias de Estella, añadiéndole un paso de ronda en tanto que el cuerpo de campanas de ladrillo es barroco. Todavía en 1628 se tasaban tres taludes realizados en la torre por los Gorospe, maestros de obras. La portada localizada en el lado del Evangelio corresponde a fines del siglo XII. Por su composición se relaciona con las portadas de San Román de Cirauqui y de Santiago de Puente la Reina, aunque es más avanzada tanto por el apuntamiento de sus arcos como por la decoración utilizada en la arquitectura cisterciense. Es abocinada y presenta ocho arquivoltas que descansan en columnas acodilladas, cuyas bases con decoración floral de cuatro pétalos apoyan en pedestales de considerable altura que se adaptan a las gradas de acceso. En los capiteles se reproducen motivos vegetales en forma de palmetas esquematizadas y pencas cistercienses que incorporan piñas o bolas en sus extremos. El arco de ingreso es apuntado y angrelado con diez lóbulos de ornamentación de entrelazos, por ello de influencia islámica, y asienta sobre pilares reforzados por cuatro medias columnas adosadas, cuyos capiteles corridos representan parejas de grifos, un centauro disparando la flecha a una sirena, y arpías emparejadas. Muy rica es la decoración que muestran las arquivoltas, de carácter geométrico y vegetal, sucediéndose a partir de la puerta y hacia el exterior roleos, rosetas, retícula, palmetas, puntas de diamante, roleos trilobulados seguidos de roleos más pequeños y cubriendo el conjunto una imposta taqueada. En las claves aparece el Crismón, una estrella, el Agnus Dei, una figura humana saliendo de las aguas entre estrellas y la mano de Cristo bendiciendo.
La parroquia tiene un claustro románico del que únicamente quedan en pie las crujías norte y oeste, pues las otras dos, según se ha mencionado antes, se destruyeron en 1572 cuando la demolición del castillo. Lo conservado compone un conjunto escultórico importante de estilo románico tardío, con la complejidad y riqueza propia de esta fase final. Se estructura a base de arcos de medio punto, nueve por panda, sobre columnas dobles que en las esquinas se agrupan en ocho o forman con el pilar una L. Por excepción, un grupo de cuatro columnas situadas en el centro de una crujía se inclinan y retuercen sobre sí mismas con flexibilidad, al igual que en Burgo de Osma y Santo Domingo de Silos. La escultura que enriquece las basas de las columnas y otros lugares se concentra en los capiteles. Los de la crujía occidental tienen motivos vegetales como pencas o palmetas combinados unas veces con cuadrúpedos que se enfrentan en las esquinas y otras con arpías y águilas con las cabezas vueltas y colas
Están realizados con una gran perfección técnica en la que se aprecia el uso del trépano. Esta serie de capiteles se adscribe a un artista relacionado con el segundo maestro de Silos. Por el contrario, los capiteles del ala norte representan escenas de la vida de San Pedro, San Andrés, San Lorenzo y de la vida de Cristo. Varias figuras de canon alargado componen las escenas enmarcadas por arquitecturas. En este grupo de capiteles se advierten dos manos, si bien de estilo próximo entre ellas, en relación con el románico de la Calzada.
Además del exorno propio de la parroquia se conservan en su interior diversas obras procedentes de otras iglesias y conventos desaparecidos de Estella. Destacan entre ellas las tallas románicas de la Virgen de Belén y, un Crucificado, fechables en el siglo XIII, ambas procedentes de la iglesia del Santo Sepulcro y situadas en la cabecera. Góticas del siglo XIV son las tallas de Santa María Jus del Castillo, titular de su iglesia y un Crucifijo de tamaño natural perteneciente al mismo templo. También góticas y de la misma centuria son las tallas de la Virgen del Rosario, que preside un retablo barroco trasladado del convento de Santo Domingo, y de San Nicolás, en pie y revestido de pontifical, imagen venerada en la iglesia desaparecida de esa advocación. Preside el templo un San Pedro en cátedra, de estilo barroco, que lleva la fecha de 1.687 y que sustituyó a la imagen titular primitiva de estilo románico y realizada en piedra que se encuentra en el claustro.
Especial relevancia tiene la capilla de San Andrés, patrón de Estella. La preside un retablo rococó de la segunda mitad del siglo XVIII, en cuyo centro se halla un templete abierto. Los muros laterales de la capilla se decoran por grandes lienzos barrocos de formato horizontal, con sus correspondientes marcos a juego, que representan diversas escenas de la vida de San Andrés. En la propia iglesia se guardan varios lienzos más, entre los que cabe mencionar uno de la Virgen de Guadalupe y otro de Nuestra Señora de los Remedios firmados por Juan Correa, pintor mejicano de la segunda mitad del siglo XVII.
Un conjunto de importantes piezas de orfebrería forman el ajuar de esta parroquia. Destacan entre ellas tres relicarios de brazo góticos del siglo XIV y un hermoso cáliz bajorrenacentista. Entre las piezas robadas figuraban el relicario de San Andrés y un báculo de Limoges en cobre dorado con esmaltes datable en el siglo XIII, regalo del obispo de Patrás.
Parroquia de San Miguel. Está enclavada en un alto, fuera del núcleo de la primitiva Lizarra, en la zona de expansión de Sancho el Sabio; esta parroquia comparte antigüedad y honores con la de San Pedro dela Rúa. El año 1145 es la fecha más antigua referida a la fábrica primitiva, que fue remodelada posteriormente. La iglesia, perteneciente a un románico tardío datable en el último cuarto del siglo XII, tiene una cabecera con triple ábside semicircular. Bajo el central se ha descubierto recientemente una cripta construida para salvar el desnivel del terreno. Sigue a continuación un cuerpo de tres naves de cuatro tramos cuadrados, los seis pilares que sustentan la cubierta, así como sus responsiones en los muros, son de tipo languedociano y sus capiteles están decorados con flora cisterciense. Sobre ellos apoyan los formeros, que son apuntados y de sección prismática. El templo tiene crucero de brazos desiguales. Las cubiertas primitivas se conservan en la cabecera y consisten en bóvedas de horno, precedidas en el caso del central de un tramo de cañón apuntado. Los brazos del crucero y las naves laterales están cubiertas por crucería sim¬ple en tanto que la nave mayor recibe bóvedas estrelladas de diverso diseño, probablemente realizadas por Juan de Aguirre en 1.537.
En el siglo XIV la iglesia se fortificó, añadiéndole un camino de ronda por encima de las naves laterales que se abre a la nave mayor a modo de tribunas. También en esta centuria se retocaron en parte las cubiertas de la nave de la Epístola.
La portada principal, situada en el lado Norte, es uno de los conjuntos más ricos del Románico español en su fase tardía, en el que se despliega un complicado programa iconográfico. Su disposición actual se debe a un rearme moderno que ha trastocado el orden primitivo. Se compone de cinco arquivoltas de medio punto más un guardalluvias exterior que descansa en una importa decorativa que corre a su vez sobre los capiteles a modo de cimacio. Sus columnas, con sus correspondientes basas decorativas, franquean el arco de ingreso. En sus capiteles se representan escenas relacionadas con el nacimiento de Cristo. Los capiteles extremos, a base de entrelazos con figuras clavando lanzas en arpías, responden a un concepto escultórico diferente, más claroscurista y de escala menuda. Las arquivoltas, algo descentradas, se hallan totalmente esculpidas y en ellas se suceden desde el interior hacia fuera; ángeles turiferarios presididos por el símbolo de Dios Padre, ancianos apocalípticos tañendo instrumentos músicos, profetas, escenas de la vida pública de Jesús y vidas de santos -San Martín, San Lorenzo, San Pedro y San Esteban- con el crismón en su centro.
El tímpano está presidido por el Pantocrátor en el interior de una mandorla cuadrilobulada, con una inscripción que hace alusión a la doble naturaleza de Cristo, contraatacando en la difusión de la herejía albigense. Rodean la mandorla el Tetramorfos y en los extremos aparecen en pie María y San Juan. La escultura desborda los límites de la portada para cubrir las jambas, donde se representa a la izquierda a San Miguel alanceando al dragón junto a otro ángel y la Psicostasis o peso de las almas por el arcángel frente a un demonio. A un nivel inferior se reproduce el seno de Abraham y el anuncio del castigo a los condenados. A la derecha aparece la escena de las tres Marías en el sepulcro ante dos ángeles con sonrisa pregótica. La parte superior, ocupada por arcos apuntados, acumula diversas esculturas tales como estatuas columna, figuras sedentes y otras varias en evidente desorden, quedando oculta la parte superior por la cubierta del pórtico. Estilísticamente, en la escultura de la portada se muestra el barroquismo de los plegados, de gran complejidad lineal, propio del protogótico, unido a los, rostros ova¬lados y sonrientes anunciadores de nuevos tiempos. La calidad técnica de este maestro anónimo es excelente, descubriéndose otra mano distinta, de maneras más rudas, en la parte superior de la portada. Mucho más sencilla es la de la Epístola, que consiste en una sencilla estructura rectangular coronada por canes lobulados, tiene inscrita una portada abocinada de cinco arquivoltas que apoyan en una importa lisa y corrida. Sustentan ésta tres columnas a cada lado, con capiteles de hojas y pencas separados por cabezas. Hay cuatro sepulcros góticos de tipo arcosolio en el crucero que llevan adosados escudos. Uno de ellos pertenece a un caballero de la Orden de Malta, otro a los marqueses de Feria al que sigue el de los Eguía con inscripción y fecha de 1520. A este último corresponde una tabla pintada de estilo hispanoflamenco con la Misa de San Gregorio, celebrada ante los donantes y sus cinco hijos.
La parroquia guardó en su interior retablos, imágenes y pinturas de interés. Así el retablo mayor es barroco, realizado por José Velaz, de Lerín para 1737, aunque fue reformado con posterioridad por José Pérez de Eulate y Manuel de Moraza. Se adapta a la forma del ábside gracias a su planta en artesa rematada por un cascarón. Lo más apreciable del retablo es la imagen de San Miguel, que ocupa el óvalo central, cuya alargada figura y la geometría de su rostro, propias del Gótico, hacen identificarla como resto del primitivo retablo que hizo hacia 1502 el entallador maestre Terín. Pieza singular es el retablo de Santa Elena, con tablas pintadas en estilo gótico internacional adscritas al círculo del pintor aragonés Juan de Levi, y más concretamente a Pedro Ruberto. Representan la Pasión de Cristo en el banco y escenas de la leyenda de la Santa Cruz y Santa Elena, realizadas con sinuoso linealismo y exquisito color. Una inscripción facilita el nombre del comitente y la fecha de 1416. También es interesante el reta¬blo de San Crispín y San Crispinino, de la cofradía de los zapateros, que fue realizado por los Imberto en 1602 en estilo romanista. Además deben mencionarse el retablo del Corazón de María, de estilo barroco, que parece obra de taller de Juan Ángel Nagusia, aunque incorpora las imágenes gótico-flamencas de San Cosme y San Damián, en relación con maestre Terín, a las que se añaden otras más de la sacristía. Se conserva también en este templo una sillería rococó realizada con anterioridad a 1768 por Jerónimo de Nagusia.
Respecto a la orfebrería de la parroquia, formada por destacadas piezas, pueden mencionarse un cáliz gó¬tico con un escudo relacionable con las armas de los Eguía, una cruz patriarcal de altar gótica del siglo XIV, otra cruz procesional plateresca de brazos florenzados, y finalmente una obra bajorrenacentista realizada por el platero Juan de Salazar en 1597, de estructura similar a la cruz de Lacar. Pieza excepcional es el relicario de los Santos Inocentes, gótico del siglo XIV, que se compone de base, ástil y nudo poligonales, sobre el que monta el relicario en forma de cabeza cuyo rostro muestra los característicos rasgos góticos. Al mismo siglo XIV pertenece el relicario de brazo de San Marcial y al XVI el relicario de San Blas.
La capilla de San Jorge se halla frente a la cabecera, con la que está unida por un arco apuntado. Su planta de forma trapezoidal tiene abiertas hornacinas en tres de sus muros. Son apuntadas con escudos en sus claves y descansan en columnas con capiteles vegetales. Una bóveda de crucería, en cuya clave figura la Anunciación, sirve de cubierta a esta capilla gótica del siglo XIV. La preside una escultura de San Jorge venciendo al dragón, de gran tamaño y estilo hispanoflamenco, que parece relacionarse con el escultor Terín, activo en torno a 1500. En este lugar se hallan recogidas una serie de tallas de distintos estilos y cronologías.
La parroquia de San Juan, emplazada en el Burgo Real o de San Juan, ocupa uno de los lados de la Plaza de los Fueros. Se construyó a fines del siglo XII sobre un solar conocido como el Parral, propiedad de Sancho el Sabio, monarca que en 1187 donó la parroquia a don Sancho de Yániz, abad del monasterio de Irache. De esta iglesia primitiva, levantada bajo el influjo de la arquitectura cisterciense, restan además de su planta de tres naves y su concepción espacial, algunos soportes del lado del Evangelio. Una reforma del siglo XIV afectó a los pilares de la nave opuesta, que son góticos. Finalmente la cabecera, de forma poligonal, pertenece ya al siglo XVI al igual que la sacristía y la pequeña capilla de la nave de la Epístola, obras todas ellas realizadas por el cantero Domingo de Azpeitia alrededor de 1526. Poco después, hacia 1537, se construyó un coro con su escalera de caracol y una portada renacentista a los pies, que queda hoy oculta tras la fachada neoclásica. Con todo, el aspecto que actual¬mente ofrece la iglesia se debe a la remodelación neoclásica que proyectó el arquitecto Anselmo de Vicuña, que ocultó los pilares medievales en el interior de gruesos cilindros en los que quedan algunos restos de su origen. Monta sobre los pilares cilíndricos un orden de pilastras jónicas, ornadas con guirnaldas, que soportan una cornisa de tacos que corren a lo largo del perímetro de la iglesia, a excepción de la cabecera. La nave está cubierta por una bóveda de cañón con lunetos entre fajones acasetonados, mientras que los laterales conservan algunos tramos de crucería simple del siglo XIV con claves decoraras. Finalmente, la fachada neoclásica que se levanta a los pies de la iglesia fue edificada por Vicuña. Se compone de un gran paramento rectangular coronado por frontón y flanqueado por dos torres construidas por Ansoleaga ya en nuestro siglo, aunque respeteando el proyecto de Vicuña. Además de la portada principal, el templo cuenta con dos portadas medievales abiertas, una frente a otra, en las naves laterales; la del lado del Evangelio es románica y se adorna con palmetas y ajedrezado, en tanto que la opuesta es gótica con capiteles de hojarasca y puede fecharse en el siglo XIV. La parroquia cuenta con una espaciosa sacristía de planta cuadrada, cubierta por cúpula sobre pechinas, que tiene acceso desde el crucero del lado del Evangelio. A partir de 1590 cobraban pagos por su edificación los canteros Domingo de Larrañaga y Domingo Sarobe. La sacristía primitiva de comienzos del siglo XVI debió resultar insuficiente por sus reducidas dimensiones, y en la actualidad funciona como antesacristía.
La parroquia guarda en su interior un conjunto de retablos, esculturas, pinturas y orfebrería de considerable valor. Sobresale entre ellas el retablo mayor dedicado a los Santos Juanes, pieza significativa del Renacimiento navarro. Fue contratado en 1563 por el entallador francés Pierres Picart con la condición de que la escultura fuera de Fray Juan de Beauves, el imaginero que formaba parte de su taller. En su terminación intervino Juan I Imberto, fundador del taller familiar que desarrollará su trabajo en Estella durante el Romanismo. La traza del retablo muestra ya la superación del plateresco en el retroceso del ornato y en la sustitución de motivos de «caballos, bestiones y grutescos» por otros de «ángeles, serafines y niños con alas y cabecillas y hojas y frutos naturales» propios del Manierismo. En la arquitectura se alberga un importante conjunto escultórico que gira en torno a los santos Juanes, cuyos bultos, así como el Bautismo de Cristo, ocupan la calle central. En torno a ella se distribuyen escenas de la Pasión de Cristo, entre las que sobresale el Santo Entierro, la Quinta Angustia de estirpe juniana, y los martirios de los titulares junto a apóstoles, santos y santas, culminado todo ello por el Calvario. Los estudios anatómicos, potenciando la musculatura de los cuerpos, y el apuramiento de la talla hacen de la escultura de este retablo un conjunto de excelente calidad, cuya estilística combina el expresivismo con la influencia miguelangelesca.
Además del retablo mayor se conservan en esta parroquia los retablos barrocos de Santiago y de Santo Tomás, realizados por Lucas de Mena en los primeros años del siglo XVIII. Los altares de la Virgen de las Antorchas y de San José son de estilo rococó, debidos ambos a Miguel de Garnica y realizados en 1765, pero sus patronos son anteriores. La Virgen de las Antorchas es una copia de la escultura medieval, que fue robada hace algunos años, en tanto que San José responde al estilo romanista y puede adscribirse al escultor Bernabé Imberto. Finalmente, el retablo de San Francisco Javier es de estilo neoclásico. Imagen relevante de esta iglesia es un Crucificado gótico de tamaño mayor que el natural que puede datarse en el siglo XIV.
Componen el ajuar de esta parroquia algunas señaladas piezas de orfebrería, entre ellas dos cálices de estilo plateresco y cuatro de estilo purista, además de un ostensorio de plata sobredorada con esmaltes que en 1698 regaló un vecino de Lima -Don José de Cartagena y Ripa- al santuario del Puy, de donde pasó a esta parroquia.
Iglesia de Santa María Jus del Castillo. Próxima al convento de Santo Domingo, se alza sobre un alto en la ladera del Castillo, sobre el lugar donde estuvo emplazada la sinagoga judía, que fue cedido en 1145 por García el Restaurador a la catedral de Pamplona. Consta de una sola nave rectangular de tres tramos cubierta por bóvedas de crucería con claves decoradas y un ábside semicircular en bóveda de horno. La cubierta descansa sobre pilastras, en cuyos capiteles figuran volutas y bolas corriendo una doble imposta la, superior lisa, la inferior con bolas, a lo largo del perímetro de la iglesia. La cabecera es de estilo románico y así lo atestiguan los cauces del exterior, con un repertorio variado de motivos, en tanto que la nave se adscribe a la arquitectura del Císter, todo lo cual se corresponde con una fecha de fines del siglo XII, coincidiendo con la construcción de las restantes iglesias estellesas. La fachada es barroca y fue añadida en la segunda mitad del siglo XVIII. En su capilla mayor hay un baldaquino barroco, y próximo a él un retablo dedicado a Santa Lucía de estilo renacentista que conserva la policromía primitiva.
Parroquia del Santo Sepulcro. Alinea su fachada con la calle de Curtidores. Su complicada fábrica es el resultado de sucesivas obras. La primitiva iglesia fue planteada con una triple cabecera seguida por tres naves de estilo cisterciense, al igual que las parroquias antiguas de Estella. De esta iglesia se conserva un ábside semicircular con su nave, que funciona como iglesia independiente, y varios pilares de estructura languedociana, unos conservados en alzados y otros únicamente en sus arranques, que dan las dimensiones de su planta. La obra se continúa en gótico, en la primera mitad del siglo XIV, por el ábside mayor, al que se da forma pentagonal al igual que el de la Epístola, momento al que debe pertenecer también la gran fachada esculpida. Esta iglesia engloba en su interior otra construcción, quizá del siglo XII, formada por cuatro soportes cilíndricos sobre plintos cuadrados más dos pilares en el muro, sobre los que descansan tres arcos formeros ligeramente apuntados. Su estructura, hoy modificada en las cubiertas, recuerda a la de una sinagoga.
En el muro del Evangelio se dispone la fachada gótica de cuño francés, que se estaba construyendo en 1278, aunque el estilo de la escultura indica una fecha más avanzada, penetrando en el siglo siguiente. La puerta apuntada se abocina por doce arquivoltas que apoyan sobre sus correspondientes baquetones, en un juego geométrico interrumpido por la línea de capiteles corridos con hojarasca mezclada con animales y cabezas y por la vertical de las claves con ángeles portando símbolos pasionarios culminados por una talla de Cristo Resucitado. En el dintel se representa la Cena y en el tímpano se narra la escena de las Marías en el Sepulcro con un ángel, el Descenso al Limbo y el «Noli me tangere» en el registro inferior y un grupo con el Crucificado flanqueado por los dos ladrones, María y San Juan entre Longinos y Stefanos en el superior. Flanquean la parte alta de la puerta sus hornacinas a cada lado sobre friso de cuadrilóbulos que cobijan un apostolado. Dos esculturas de Santiago y de un Santo obispo están situadas a ambos lados de la puerta. Algunos arcos y restos del románico tardío se distribuyen también por la portada. El interior de la cabecera está ocupado por un retablo barroco. La talla del Crucificado románico de esta iglesia se halla hoy en San Pedro de la Rúa.
Iglesia de San Pedro de Lizarra, Se enclava en el núcleo más primitivo de Estella, aunque su fábrica ha sufrido transformaciones sustanciales desde el románico tardío hasta el Barroco. La primitiva iglesia de fines del siglo XII, perceptible hoy en los dos tramos inmediatos al presbiterio, se amplió en el siglo XIV con una cabecera poligonal cubierta por una bóveda gallonada. Al siglo XVII pertenecen los dos tramos restantes, que comprenden el coro alto así como las cubiertas de medio cañón con lunetos que cubren la nave, mal encajadas con los muros medievales. Estos presentan al exterior el sillar, en tanto que la obra barroca está realizada en ladrillo, incluyen¬do la torre formada por cinco cuerpos decrecientes, según la traza que dio en 1618 Francisco Palear Fratin.
Destaca entre su exorno artístico el retablo mayor, obra contratada por Juan II Imberto en 1581. La arquitectura del mismo es de gran sobriedad. La escultura representa es¬cenas de la Pasión de Cristo y de la vida de San Pedro que aparece sedente en «cátedra» en la caja central. Un repinte del siglo XVIII emborrona el efecto del retablo e impide apreciar la calidad originaria del mismo. El calvario, gótico del siglo XIV, perteneciente a esta iglesia se ha trasladado al convento de Concepcionistas de la misma ciudad.
Basílica de Nuestra Señora de Rocamador. Situada a las afueras de Estella, en el camino a Irache, formaba con el hospital anejo un lugar de acogida de los peregrinos a Compostela. Un ábside semicircular y el tramo que lo precede, cubiertos por una bóveda de horno y un medio cañón respectivamente, es lo único que resta de la iglesia románica, datable a fines del siglo XII o comienzos del XIII. Esta cabecera se amplió en el barroco con un crucero cubierto por cúpula y una nave con bóveda de lunetos. Las naves laterales son producto de una ampliación moderna. La fachada, que sigue esquemas conventuales, lleva grabada la fecha de 1691.
La Iglesia la preside la imagen de Nuestra Señora de Rocamador, de estilo románico, que viste una indumentaria complicada y un tocado con el velo anudado en la nuca al igual que Santa María la Real de Pamplona y de Irache. También hay una escultura de Santiago de estilo tardorromanista.
Basílica del Puy de Estella. Se emplaza en un alto sobre el barrio de Lizarra. Al igual que la advocación de Rocamador, la del Puy pare¬e haber llegado aquí por los peregrinos francos. La primitiva iglesia medieval fue sustituida por otra barroca, de la que resta la fachada, cuya disposición y el compás que la cierra responde a esquemas conventuales. La basílica actual fue proyectada sucesivamente en 1929 y 1949 por el arquitecto Víctor Eusa, quien llevó a cabo el segundo plan, de planta estrellada, que simbolizaba a la ciudad de Estella.
La estrella está articulada por un rombo de brazos iguales con capillas que funciona como nave y un vestíbulo de entrada. La cubierta de madera tiene forma estrellada, rematada con linterna exagonal dentro de un estilo neogótico. Preside el templo la imagen de la Virgen del Puy, patrona de la ciudad de Estella, chapeada en plata con rostro de sonrisa gótica. Puede datarse a principios del siglo XIV. Se conserva un arca de madera, expositor de la Virgen, de estilo gótico internacional de la primera mitad del siglo XIV. La Basílica conserva una colección de lien¬zos, tallas y orfebrería de diversas épocas y estilos.
Monasterio de Santo Domingo. Perteneciente a la Orden de Predicadores, fue fundado bajo la protección de Teobaldo II en 1258 durante el Capítulo General de la Orden celebrado en Tolouse. Las obras se hallaban ya muy avanzadas en 1265, y se levantaban sobre un solar donado por el obispo don Pedro Ximénez de Gazólaz a la Orden a solicitud del rey. A la magnanimidad real se debe la construcción de la iglesia, sacristía y algunas dependencias del claustro. Por su parte, Nuño González de Lara, nieto de Alfonso X de León, costeó las capillas de Santo Domingo y de la Magdalena, además del refectorio, bodegas, portería, etc. Finalmente Luis Hutin mandó construir unas murallas que separasen el monasterio de la judería próxima. Gozó también este convento del favor de reyes y Papas, y mantuvo su actividad hasta 1809, en que sufrió el asalto de las guerras napoleónicas, fue abandonado definitivamente en 1839.
La mole de la iglesia más las dependencias monásticas se levantan en un alto, sobre la ladera del castillo, dominando la ciudad de Estella. La nave de la iglesia, muy alargada, consta de nueve tramos a tres distintos niveles y cabecera recta. Ocho arcos fajones de sección pentagonal, que descansase en ménsulas aristadas, forman la estructura de la cubierta a modo de rastillar. Entre ellos se han construido paños abovedados para cerrar la cubierta, que estaba arruinada. En sus muros se alojan varios sepulcros góticos en forma de arcosolio, de los que han desaparecido las cubiertas.
Entre las dependencias abiertas al claustro y sufragadas por Teobaldo II, destaca la sala capitular, con arco de ingreso trilobulado y la estructura del dormitorio, muy similar a la de la iglesia. Las construcciones del lado occidental presentan dos niveles, aprovechando así el declive del terreno. La parte superior es el refectorio, costeado por don Nuño González de Lara, cuyo escudo campea en la puerta, y la inferior corresponde a las bodegas. La fachada de la iglesia está situada en ángulo recto con el muro del refectorio, que aparece reforzado por contrafuertes prismáticos, proporcionando al conjunto un carácter de fortaleza. La puerta es abocinada, con seis arquivoltas apuntadas sobre capiteles de hojarasca gótica de principios del siglo XIV que descansan sobre baquetones. Sobre ella se abre un gran círculo abocinado entre los escudos de Estella y Navarra.
Convento de Santa Clara y de San Benito. La ciudad cuenta además con dos conventos femeninos de origen medieval -Santa Clara y San Benito-, más otro barroco, el de Con¬cepcionistas Recoletas.
El conven¬o de Santa Clara existía ya a finales del siglo XIII. Restos de esta primitiva fábrica se pueden encontrar todavía en el claustro actual. Hoy en día el edificio conventual, emplazado en los Llanos, se corresponde con la fábrica barroca que concluyó para 1654 el maestro Juan de Larrañaga.
La iglesia tiene una planta de cruz latina de cuatro tramos, dos de los cuales corresponden a los coros alto y bajo. El tramo del crucero se cubre con una media naranja sobre pechinas, cuya clave lleva las armas reales y el resto con una bóveda de cañón con lunetos. El interior se halla cubierto por pinturas de estilo modernista de hacia 1905, pintadas por Juan Ros San Miguel, en las que figuran santos y santas de la orden franciscana. Las dependencias conventuales de los siglos XVII y XVIII se adosan al sur de la iglesia, organizándose en torno a un patio de forma rectangular reconstruido modernamente. Los exteriores de la iglesia y convento son de ladrillo y corresponden a la obra del siglo XVII, aunque una ventana aprovecha una forja románica del primitivo convento.
El retablo mayor que preside la iglesia es obra del arquitecto Juan Barón, quien cobraba por su trabajo en 1679. La policromía se debe a Juan Andrés de Armendáriz. Se compone de banco, dos cuerpos y ático articulados por columnas salomónicas con pámpanos y vides; grandes placas cactiformes y ristras de frutas ornan el retablo. Entre sus esculturas sobresalen la de Santa Clara, titular, y las de San Francisco y San Antonio que la flanquean, cuyo movimiento avanza hacia el Barroco, no así las de Santa Catalina y Santa Bárbara, que se muestran más arcaizantes. Los colaterales de la Santísima Trinidad y de San José son también barrocos de comienzos del siglo XVIII. Entre otras tallas de diversos estilos y cronología son dignos de mención un Crucificado de hacia 1500, de estilo hispanoflamenco, y un San Francisco de Asís del siglo XVIII de escuela cortesana.
Entre el ajuar que conserva este convento destaca un cáliz de plata sobredorada con filigrana en su color sobrepuesta de la primera mitad del siglo XVII y un copón del XVIII con punzón de Méjico, además de un terno blanco con bordado salteado de colores, obra de 1763 realizada por José Galba.
El Convento de San Benito el Real está también situado en los Llanos, frente al de Santa Clara, y al igual que éste, su origen es medieval, ya que Teobaldo II dejó en su testamento (1270) una manda para este convento estellés. No obstante, la edificación que hoy existe se hizo a partir de 1616 a instancias del Obispo de Pamplona, Fray Prudencio de Sandoval, quien costeó la construcción que, siguiendo las trazas de Francisco Fratín, realizó Juan de Arana. El convento está abandonado desde 1971 y su estado es ruinoso, aunque todavía quedan en pie el gran complejo que forma la iglesia y las dependencias conventuales.
El templo sigue el plan de iglesia conventual en forma de cruz latina, cubierta con bóveda de lunetos y cúpula central sobre el crucero, que se propagó en la primera mitad del siglo XVII. Articulan los alzados unas pilastras sobre las que apoya una cornisa moldurada. Adosado a la iglesia por el lado del evangelio se abre un patio cuadrado construido en ladrillo cuyos alzados son unos manieristas de la época de la iglesia y otros barrocos. En torno a él y a otro claustro adosado al lado de la epístola, también en ladrillo, se distribuyen las dependencias conventuales. Dos largas alas formando ángulo encajan una espaciosa huerta.
La comunidad benedictina, trasladada a un convento nuevo, guarda los escudos que ostentaban las fachadas, además del exorno artístico consistente en diversas tallas, lienzos y piezas de orfebrería. Entre éstas sobresale un grupo de estilo purista de comienzos del siglo XVI, coincidiendo con la protección que Fray Prudencio de Sandoval dispensaba a este convento, en el que se cuenta un templete de plata sobre columnas toscanas rematado por cúpula por pirámides. Es de estilo herreriano y presenta sobre el pedestal tres escudos sobre cartelas de cueros retorcidos: Navarra, otro con báculo y tres coronas que debe corresponder al obispo citado y finalmente un tercero con el año 1608. También del mismo estilo es una cruz procesional de plata, una jarra con punzón de Estella en caracteres góticos, un cáliz y el relicario de San Veremundo que lleva fecha de 1612. Se conserva asimismo el terno blanco de San Benito, obra del bordador zaragozano José Galba. La titular del convento, Santa María de Horta, es una talla de origen gótico aunque muy, transformada en el barroco. Un proceso semejante ha sufrido la imagen de Santa María de Salas.
Convento de Concepcionistas Recoletas. Fue fundado por una monja estellesa, la Madre María Paula de Jesús Aguirre, profesa del convento de Ágreda. En 1688 comenzaron las obras, que siguieron los planos dados por Santiago Raón, quien intervino además en la construcción con otros maestros como Miguel de Iturmendi y José Usabia¬a, concluyendo la fábrica en 1720 el corellano Juan Antonio Jiménez. La inauguración solemne tuvo lugar en 1731.
El modelo imitado aquí es el convento de Ágreda. La iglesia tiene planta de cruz latina cubierta por bóveda de lunetos Y cúpula en el crucero. Una fachada de sillar que sigue el modelo del convento de la Encarnación de Madrid, aunque con dos alas laterales, se alza a los pies de la iglesia. En la hornacina se cobija una escultura de la Inmaculada Concepción, franqueada por dos escudos de piedra pertenecientes a los patronos del convento, que se completan con otros dos escudos de la orden franciscana situados más arriba. Adosado al lado del Evangelio se encuentra el convento, cuyas dependencias se organizan en torno a un claustro cuadrado con alzados de ladrillo.
Los retablos colaterales de la Virgen del Pilar de San Antonio, obra de Lucas de Mena de hacia 1730, son barrocos, en tanto el mayor es neogótico, aunque sus imágenes son ba¬rrocas. En las dependencias se guarda una buena colección de tallas del Niño Jesús y San Juan de los siglos XVII y XVIII, así como una escultura de San Buenaventura dieciochesca que hace juego con el San Francisco de Asís del retablo mayor y con una Santa Clara de la clausura.
El convento conserva también una buena colección de orfebrería en la que destaca una jarra de pico y un cáliz, ambos de estilo purista, y un cáliz de base cuadrangular dieciochesco de origen mejicano.
Hospital de Santa María de Gracia. Fue fundado en 1524, corriendo el municipio con el encargo de regirlo. Su actual emplazamiento en la calle de la Imprenta data de 1624, Y de esta época es la construcción de la iglesia, cuya planta forma una amplia nave con crucero y cabecera recta. Está cubierta por una bóveda de medio cañón con lunetos, todo ello dentro del modelo típico de iglesia conventual. La fachada de tres cuerpos que da a la calle ostenta un escudo de Estella con la fecha de 1746 entre ángeles tenantes Y corona abierta por timbre. Preside la iglesia un retablo barroco del siglo XVII con un lienzo con Nuestra Señora de Gracia de estilo tenebrista.
Ermitas. De las ermitas pertenecientes a Estella se conservan las ruinas medievales de la de San Lorenzo y de San Andrés de Ordoiz, en tanto que la de Santa Bárbara es un edificio de tipo rural realizado en sillarejo y presidido por la Santa titular.
Urbanismo y arquitectura civil. Se conserva esencialmente el trazado urbano medieval de la ciudad, aunque se han transformado las fachadas y las construcciones modernas han degradado el conjunto.
Los montículos del terreno y el curso del propio río fueron la causa de cierta irregularidad del trazado urbano de Estella, en contraste con otras poblaciones de la época como Sangüesa o Puente la Reina. Entre sus calles destacan la Rúa Mayor, vía irregular que recorre el burgo de San Martín y la calle Mayor, más rectilínea que la anterior, que forma el espinazo de los demás burgos.
La Rúa atraviesa por uno de sus lados la plaza de San Martín, espacio de forma cuadrangular en cuyo centro se halla la fuente de la Mona, de estilo renacentista.
En esquina se emplaza el Palacio de los Rey,es de Navarra, que tiene el valor de ser el único edificio civil del Románico navarro. Está formado por dos cuerpos de iglesia separados por una imposta moldurada. La fachada de la Rúa está centrada por dos órdenes de columnas que no se ajustan a la distribución de los cuerpos, ya que son cortas las inferiores y mas esbeltas las superiores. El capitel izquierdo es historiado y representa el combate de Rolan y Farragut, firmado por su autor Martinus de Logronio, en tanto que el derecho tiene pencas avolutadas. Los capiteles superiores muestran por el mismo orden una decoración vegetal y el otro fábulas medievales como el asno tocando el arpa. En el cuerpo inferior se abren cuatro arcadas de medio punto sobre pilares prismáticos, en tanto que el superior está ocupado por cuatro ventanas de otros tantos arquillos sobre columnas con sus respectivos capiteles, transformadas en la restauración. Se remata con un tejaroz sobre canes figurados con distintos motivos. La fachada que da a la plaza de San Martín es más amplia y maciza y está centrada por torreones.
En la misma calle se emplaza el Ayuntamiento, inmueble del siglo XVIII con dos cuerpos y ático que ostenta tres escudos y más adelante el Palacio de San Cristóbal o Casa de Fray Diego de Estella, edificación renacentista relacionable con la empresa decorativa del claustro de Irache, del que parece contemporánea. La puerta descentrada, en sillar, es de arco rebajado adornado con grutescos, al igual que el álfiz y dos balcones abiertos en el paramento de ladrillo, culminados por los bustos de Hércules y Venus y cuyos frisos decorativos desarrollan algunos de los trabajos del héroe mítico. Se remata un alero de madera y ostenta las armas de la familia rodeadas por una láurea. En su interior se alberga un patio con columnas góticas y decoración renacentista.
Palacio del Gobernador. Situado también en la calle de la Rúa, es una construcción monumental con basamento de sillería y dos cuerpos de ladrillo con entrada adintelada y balcón, coronado por tres escudos con la fecha de 1613.
Son numerosas las viviendas de tipo popular con uno o dos huecos a la calle y cuyas fachadas aparecen en general muy transformadas. En la calle Mayor se emplaza la casa de los Ruiz de Alda, del siglo XVII, con tres cuerpos de sillería en fachada y escalera imperial del siglo XVIII cubierta por cúpula sobre pechinas. A esta última centuria pertenecen otras mansiones señoriales con escudos situadas en la calle Mayor, vía que desemboca en la Plaza de Santiago, amplio espacio abierto de planta triangular con soportales en sus lados mayores, formando un conjunto muy pintoresco.
La Plaza de los Fueros, verdadero centro vital de la ciudad, responde a la tipología de las plazas mayores porticadas, cerrando uno de sus lados la fachada de la parroquia de San Juan. Al otro de sus lados hay un palacio con pórtico de sillar, articulado por pilastras adosadas a los pilares, sobre el que montan dos cuerpos de ladrillo con balcones, rematándose con galería de arquillos. Una estructuración semejante repite otro palacio dieciochesco de la misma plaza, en esquina con la calle Calderería. Ambas fachadas osten¬tan sus respectivos escudos barro¬cos.
Publicaciones. El comienzo de laprensa periódica en Estella está fechado en 1866, cuando se editó «El Amante de la Infancia», la primera publicación navarra especializada en temas educativos. Salía cada diez días y consiguió vivir algo más de dos años. Su director fue Dionisio Ibarlucea, que era maestro en Estella. Un segundo intento periodístico lo constituyó «El Cuartel Real» (1873-1876), el periódico oficial durante la guerra carlista de esos años de la Corte de Carlos VII. Anunciado como bisemanal, no alcanzó, sin embargo, regularidad en las fechas de aparición. Los últimos números dejaron de editarse en Estella y se hicieron en Tolosa.
A finales del siglo XIX y comienzos del XX es cuando la inquietud periodística empezó a hacerse notar en Estella. Resulta curioso observar que, dentro de la merindad, fue Lo¬dosa quien llevó la iniciativa, con la publicación de los periódicos «El Lodosano» (1884) y «El Pimiento Lodosano» (1885), ambos semanarios.
Luego se realizaron varios proyectos que no pasaron del primer número, como por ejemplo «Estella y su Merindad» (1894), «Navarra Ilustrada» (1894) y «La Merindad de Estella» (1900). Poco después aparecieron dos semanarios de noticias con algo más de éxito: «El Heraldo de Estella» (1902-1904) y «El Pueblo Estellés» (1902-1903). Hilario Olaza¬rán fue el impulsor tanto de «Estella y su Merindad» como del número único de la revista «Navarra Ilustrada», en la que colaboraron, con motivo de la «Gamazada» de 1894, los mejores escritores navarros del momento: Campión, Iturralde y Suit, Navarro Villoslada, etc. «La Merindad de Estella» era un periódico de tendencia conservadora y católica. De hecho, se puede encuadrar dentro del movimiento del periodismo confesional de entonces. En su único número, editado el 30 de noviembre de 1900 (festividad de San An¬drés, patrón de Estella), declaró nacer con el propósito de «batallar por la Iglesia y sólo por la Iglesia». «El Heraldo de Estella» tuvo una vida bastante agitada y cambió, en sus dos años de vida, varias veces de director. Estuvo complicado en una demanda judicial por publicar unos versos que el alcalde consideró injuriosos. Su tirada se situaba en unos 200 ejemplares. «El Pueblo Estellés», nacido también en 1902, fue de vida efímera, pues apenas llegó al medio año de existencia.
De este modo se fue preparando el terreno para la aparición del periódico con más fama y de mayor duración en la historia de la prensa estellesa: «La Merindad Estellesa». Nació el 2 de julio de 1916, con periodicidad semanal. Se publicó ininterrumpidamente durante veintiún años, con una tirada que oscilaba entre los 500 y los 1.000 ejemplares, y se declaraba independiente. Tuvo aún una segunda época con el relanzamiento que se efectuó del mismo título en 1981, pero no pudo llegar ni al año de existencia; cerró en mayo de 1982. Durante todos estos años anteriores a la segunda Re¬pública, aparte de los mencionados, existieron también otras publicaciones menores como el semanario «El Defensor Navarro» (1919), «Estella Festivo» (editado con motivo de las fiestas de la ciudad) y el «Boletín del Círculo Católico de Obreros de Estella» (1907), que salía todos los meses y se vendía gratuitamente. Por lo general, la periodicidad con que aparecían habitualmente estas publicaciones fue la semanal, considerada la más idónea para las necesidades informativas de la localidad.
También en el ámbito más específico de las publicaciones especializadas ha dado Estella muestras de interés, sobre todo a partir de los años sesenta. Así, en julio de 1963, nació «Ruta Jacobea», revista fundada por la Asociación de Amigos del Camino de Santiago, con el objeto de promover y difundir todo lo referente a las peregrinaciones (Estella es ciudad de paso obligado en el Camino). Su origen se debió a la celebración en 1963 de la 1ª Semana de Estudios Medievales, donde se aprovechó para lanzar la revista. Su difusión era mundial, si bien por la cercanía geográfica tenía especial presencia en el ámbito francés. De periodicidad mensual, apareció con regularidad hasta el número 23. Sufrió después algunos retrasos, por dificultades económicas y técnicas, y a partir del número 31 se hizo trimestral. En el primer trimestre de 1968 cerró definitivamente, siendo director don Jesús Arraiza. Su tirada se elevaba a unos 12.000 ejemplares. En 1973 la editorial estellesa Verbo Divino pasó a administrar la revista «Eukaristía», cuya sede social había estado desde su nacimiento en 1966 en Zaragoza. Es de carácter exclusivamente religioso y está dedicada en concreto a los sacerdotes misioneros. Se edita todos los domingos y días festivos. La difusión, que es mundial, se realiza sólo por suscripción, enviándose mensualmente todas las hojas del mes juntas.
Dos iniciativas literarias han tenido lugar también en Estella desde 1975: «Cloc» y «Elgacena». La primera, aparecida en 1979, estaba impresa en folios ciclostilados y realizada con pocos medios materiales. Se componía exclusivamente de poemas, con cierto tono desesperado y burlesco. No pasó del primer número, aunque sus fundadores pidieron colaboraciones para posibles nuevos ejemplares. «Elgacena» nació en junio de 1982 y no posee una periodicidad fija: intenta salir siempre que haya trabajos de calidad suficiente para completar un número. Los impulsores de esta iniciativa son el colectivo cultural Almudí y cuentan con el patrocinio del Ayuntamiento de Estella. Contiene textos escritos en castellano y en euskara.
En 1980 surgió la revista científico-médica «Hospital Comarcal. Revista médica de salud rural». De periodicidad semestral, está patrocinada por la Diputación Foral de Navarra y trata de informar, orientar, ilustrar y coordinar las actividades sanitarias y asistenciales de las comarcas rurales. Cada sección de la revista está dirigida por los médicos del Hospital encargados de las diferentes especialidades.