Lodosa
Zona no vascófona.
Limita al N con Sesma, al E con Cárcar y Sartaguda, al S con Pradejón (Rioja) y al O con Alcanadre, Ausejo y Villar de Arnedo (Rioja).
Tiene 45,7 km, de los cuales 12,22 son comunales (241 Ha de secano, 3 de regadío intensivo, 844 de pastos, 114 de monte maderable).
El Ebro no hace aquí de frontera con la Rioja, sino que el término de Lodosa se extiende por ambas márgenes. En el N afloran los yesos con arcillas de la Formación de Lerín, oligocénico-miocénica y en el S las arcillas rojas con capas intercaladas de arenisca, caliza y yeso (Facies de Lodosa) del Oligoceno; varios pliegues de tipo halocinético accidentan el terreno, que ha sido modelado por la erosión en una serie de crestas yesíferas y valles arcillo-margosos intermedios. Las mayores alturas se alcanzan en la orilla derecha del Ebro: 451 m en Hornos y 474 en Monte Alto. A ambos lados del Ebro hay varios niveles de terrazas fluviales.
Clima
El clima es, como el de toda la Depresión del Ebro, de tipo mediterráneo-continental y se caracteriza por las fuertes oscilaciones térmicas, escasez e irregularidad de las precipitaciones y la violencia y frecuencia con que sopla el cierzo. Los principales valores meteorológicos medios anuales son 12 º-14 ºC de temperatura, 400-500 mm de precipitaciones, caídas en 50-60 días, y 700-750 mm de evapotranspiración potencial.
Flora
De la cubierta vegetal originaria sólo quedan restos de las ripisilvas (hay 56 Ha de chopos). Hay 32 Ha de pinares de repoblación (pino carrasco).
HERÁLDICA MUNICIPAL. En el salón del Trono y en la galería del palacio de la Diputación figura en la siguiente forma: Trae de plata y un puente de tres arcos de piedra, sumado de una torre de lo mismo, sobre ondas de plata y azur. A ambos lados de la torre, sendos mástiles con banderolas de gules. Tal vez este puente simbolizaba el que, atravesando el Ebro, unía Castilla y Navarra. Hay quien afirma que la torre representaba la que en el cerro Castillar sirvió de prisión a los santos mártires Emeterio y Celedonio. Altadill, en su geografía del País Vasco-Navarro, también sin ninguna base, sostiene que una bandera simboliza a Navarra y la otra a Castilla.
CASA CONSISTORIAL. Tiene Casa Consistorial construida en 1848 y rehecha en 1948 casi en su totalidad, según diseño de los arquitectos Oteiza y Áriz. La fachada tiene enchapados de piedra de sillería y el resto en ladrillo caravista.
En 1984 se ejecutó otro proyecto de reforma, conservándose el porche y reedificando la fachada, con un importe de 56 millones. Su Ayuntamiento está regido por alcalde y diez concejales.
HISTORIA. En su término, justamente en la divisoria de La Rioja y Navarra, discurre el acueducto romano de Alcanadre-Lodosa. Existen también diversos asentamientos arqueológicos en los lugares de El Castillar y El Viso.
El «senior» García López de Lodosa actuaba en 1120 como mandatario del monarca pamplonés en Mendavia. Seguía siendo villa de señorío nobiliario a mediados del siglo XIV cuando su titular Martín Jiménez de Lerga la vendió al monasterio de La Oliva, el cual la enajenó a su vez (1352) al rey Carlos II. Este la concedió con su castillo (1368) al vizconde Hugo de Cardona y, posteriormente a Juan Ramírez de Arellano, a cuyo linaje quedó vinculada.
Tras la incorporación de Navarra a la corona de Castilla, Lodosa se mantuvo como lugar de señorío, y así subsistió hasta la primera mitad del siglo XIX, cuando desapareció ese tipo de régimen. A fines del XVIII la villa era exenta y del señorío del conde de Altamira, quien ponía el alcalde mayor y, a propuesta de la villa, también alcalde ordinario. En la división de partidos que se llevó a cabo en las Cortes de Navarra de 1757, Lodosa se incluyó en el que recibió el nombre de condado de Lerín. Por lo demás, con las reformas municipales de 1835-1845 y la abolición definitiva de las jurisdicciones señoriales, la villa quedó como ayuntamiento de régimen común, hasta nuestros días.
La villa hizo construir con sus rentas y bienes de propios un puente de piedra sobre el Ebro, de nueve pasos de ancho y 340 de largo en 1750. Contaba entonces Lodosa con un importante regadío, mantenido con el agua que se remansaba en las dos presas que había sobre el Ebro. En 1847 tenía Lodosa plaza del mercado y plaza de toros y las escuelas se encontraban en la casa municipal; el maestro de niños percibía 6.000 reales al año (una de las asignaciones mayores de Navarra) y le auxiliaba un pasante que recibía 1.100; la maestra cobraba cerca de 1.400 y se le daba habitación en la misma casa municipal; asistían cien niños y sesenta niñas. El derecho de presentación de los eclesiásticos continuaba en poder del conde de Altamira; eran a la sazón un abad, un vicario con cura de almas, dos beneficiados enteros y cuatro medios, con un sacristán. Una parte del vecindario habitaba en las ochenta sillas de los Moros, excavadas en la peña que domina la villa. El regadío se calculaba en 8.545 peonadas servidas por la presa del suroeste.
Había una dehesa donde podían caber ochocientas cabezas y siete corralizas para quinientas cada una. Había dos molinos harineros; uno de tres piedras y el otro de dos; ocho de aceite, una fábrica de jabón y otra de aguardiente; y feria anual de cuatro días desde el 31 de agosto al 3 de septiembre.
Durante la primera guerra carlista, (1833-1839) Lodosa sufrió los embates de ambos bandos; los carlistas asaltaron y destruyeron la casa municipal llamada «nueva», donde se habían atrincherado «los nacionales»; pero el 19 de agosto de 1836 los propios carlistas, mandados por Iturralde, fueron batidos por la columna Cristina de Iribarren, que hizo novecientos prisioneros, entre ellos 37 oficiales, y un número crecido de muertos. El puente sobre el Ebro se convirtió en verdadera fortaleza; todavía en 1847 tenía ese aspecto y función.
Lodosa continuó creciendo casi ininterrumpidamente durante la segunda mitad del siglo XIX, en que contó además con estación de ferrocarril. En los años veinte de nuestro siglo tenía dos molinos, una fábrica de chocolates, sendas fábricas de harinas, aguardientes, abonos químicos, gaseosas y jabones, dos de embutidos, alfarerías, otras dos de lejías líquidas, unas de sales, otra mecánica de conservas y varias manuales de lo mismo, serrerías con motor eléctrico, varios trujales y talleres de construcción de carros, cubas, alpargatas. Acababa de fundarse una fábrica de féculas. Las escuelas eran ya cuatro y existía además un colegio de las hermanas de San Vicente de Paúl, que también atendían el Hospital, existente al menos desde el siglo XVII, éste estaba sostenido en parte por una antigua fundación piadosa que administraba el ayuntamiento. En 1900, don Felipe del Saso y Doña Casilda Zufía habían instituido otra fundación para ayudar al sostenimiento de las religiosas citadas y el Hospital, construyéndose un nuevo edificio.
Lodosa, como otros pueblos de la mitad meridional de Navarra, sufrió particularmente el problema de las corralizas ya en nuestro siglo; aunque en 1931 el ayuntamiento llegó a un acuerdo con los corraliceros en virtud del cual éstos devolvieron sus predios.
CASTILLO. En época medieval, defendía la villa un castillo, del que no poseemos demasiadas noticias. Sabemos que a mediados del siglo XIV pertenecía a Martín Ximénez de Lerga, cambiador de Tudela, a quien se los compró el monasterio de La Oliva. En 1350, el abad fray Lope y la comunidad de monjes, vendieron a su vez villa y castillo, junto con otras posesiones, al rey Carlos II Evreux, por una renta anual de 100 libras y 200 cahíces de trigo. Poco después, en enero de 1351, el rey confió la guarda de la fortaleza al escudero Juan de Hae, con una retenencia anual de 4 libras y 20 cahíces de trigo. Al año siguiente, el teniente del merino comunicaba al recibidor que el citado alcaide residía personalmente en el castillo.
En 1368, Carlos II hizo merced a mosén Hugo, vizconde de Cardona, de la villa con su castillo, junto con Ibiricu y San Costamiano, con la condición expresa de que previamente le prestase homenaje de fidelidad. Posteriormente, vinieron tiempos de decadencia y abandono. En las cuentas del año 1405, reinando ya Carlos III el Noble, se dice que este castillo se hallaba a la sazón deshabitado, sin retenencia ni guarnición. No dice desde cuándo; tal vez pudo ser desde la incursión castellana de 1378.
Enlaces a archivos de interés:
Archivo General y Real de Navarra
Archivo Diocesano del Arzobispado de Pamplona y Tudela
Portal de Archivos Españoles (PARES)
Enlaces a hemerotecas de interés:
Hemeroteca del Diario de Navarra
Hemeroteca del Diario de Noticias
Hemeroteca de la Biblioteca Nacional
La parroquia de San Miguel fue construida en buena sillería con peralte de ladrillo a expensas de varios patronos. En el año 1533 doña María de Moreno y Mendoza junto con su hijo don Rodrigo de Navarra contrataron las obras con el cantero de Azpeitia, residente en Lodosa, Juan de Landeta, cuya labor fue tasada por los maestros Esteban de Garreta y Miguel de Latorre. Con posterioridad, el conde de Altamira don Godofre de Navarra firmó nuevo contrato en el año 1585 con el cantero Santuru de Arezti que trabajó en el crucero y, finalmente, ya en el siglo XVII intervino el maestro de Logroño Juan de Raón quien concluyó los dos tramos de los pies y concertó la torre, portada principal y pórtico en el año 1622. Entre 1715 y 1719 se documentan, entre otras, la ejecución de la puerta del Evangelio que el maestro de obras José de Raón cedió a Martín de Marquiarán, vecino de Cegama en Guipúzcoa, que tasaron José de Saseta y Juan de Larrea. El resultado de esta intensa actividad constructiva fue una fábrica de estilo gótico-renacentista con nave única de cuatro tramos, capillas laterales entre los contrafuertes -más amplias las del crucero-, cabecera poligonal y coro alto a los pies, todo ello cubierto por ricas y complejas bóvedas estrelladas de variado diseño sobre soportes asimismo variados.
La parroquia alberga un rico conjunto de retablos de los siglos XVII y XVIII donde se veneran imágenes de diversas épocas. Los más antiguos son los de San Sebastián y el Crucificado, romanistas de comienzos del siglo XVII igual que sus respectivos titulares, si bien la policromía del primero la efectuó el dorador Matías Martínez de Ollora en el año 1734. Al Barroco de comienzos del siglo XVIII pertenecen los púlpitos, el retablo de San Antonio y el del Rosario, todos ellos próximos al estilo del círculo de Juan Ángel Nagusia; el dorado del último lo efectuó Bernardo de Bea en el año 1755, su imagen titular pertenece al siglo XVII y las de San Joaquín y Santa Ana son dos tallas rococó cercanas estilísticamente al escultor Lucas de Mena. Barrocos son asimismo los dos canceles de madera que ejecutó Matías de Igúzguiza en el año de 1733, fecha ésta en torno a la cual debieron efectuarse los retablos barrocos de San Francisco Javier y el de San Ramón Nonato donde se aprovechan una talla de San Juan Bautista del siglo XVI y un lienzo tenebrista de San Ramón, obra de Vicente Berdusán que repite el modelo hecho por el pintor en la cercana iglesia de San Adrián. El lienzo de la Inmaculada está más próximo al estilo de la escuela madrileña de la segunda mitad del siglo XVII.
Por su traza y decoración destaca en el conjunto de la iglesia el retablo mayor ejecutado por el arquitecto Diego de Camporredondo, que policromó el dorado Pedro Antonio de Rada en el año 1761, la mazonería engloba un aparatoso sagrario expositor de estilo barroco en cuyo templete se alberga un grupo romanista de la Piedad con repinte moderno. Años más tarde se documenta en la parroquia la labor del escultor de Nájera Francisco Gurrea y García quien contrató la sillería de coro en 1770 y al año siguiente el retablo del Carmen, dando por concluidas ambas obras, de estilo rococó, en 1773. Por último, en el 1796 el arquitecto Ramón de Villodas se ocupaba de la caja del órgano. Se conserva uno de los ternos rojos que contrató en el año 1628 Juan de Anguiano y que finalizaron a su muerte los bordadores Juan de Arratia y Pedro de Santos. Guarda además la parroquia un par de cálices barrocos mejicanos más un tercero de hacia 1800 con punzón de la ciudad de Los Arcos, una arqueta relicario donada por don Luis de Moscoso en 1724 y algunos relicarios de los siglos XVII y XIX, así como unas crismeras de 1789.
Dentro del casco urbano se localiza también la ermita barroca de Nuestra Señora de Montserrat, antigua iglesia del hospital de las Hijas de San Vicente, erigida en sillar, ladrillo y mampostería a partir del año 1759 por Martín de Zamalloa y Ramón de Urrutia de acuerdo con las trazas suministradas por el maestro de obras Juan García. Su nave de cinco tramos, cabecera y brazos del crucero rectos se cubren con bóvedas de cañón con lunetos mientras que sobre el tramo central de este último voltea una bóveda octogonal gallonada. La imagen titular de la Virgen es obra barroca del siglo XVII. Barroca es también la sencilla ermita de San Emeterio y San Celedonio emplazada a corta distancia del caserío, cuyo interior está presidido por las imágenes de sus titulares, obras asimismo barrocas del siglo XVII. En su término se encuentran también las del Calvario, San Gregorio o los Santos Mártires. Dentro del casco urbano, articulado en sentido longitudinal en torno a dos arterias paralelas que la atraviesan de parte a parte, abundan las construcciones barrocas con la tipología característica de la Ribera de Navarra. Algunas fachadas se enriquecen con blasones de los siglos XVII y XVIII donde se reconocen las armas de los Gastones, Carasas/Estagan, Garnicas, Alargunsoro y Espinosa, Cándido Ezcurra, Rodríguez y otros. Digna de interés es también la torre de Rada, resto de una fortaleza medieval, sita sobre un pequeño promontorio al otro lado del río enfrente del puente barroco.